La ciudad como modo de vida

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Lo que sigue a continuación está constituido por anotaciones propias y fragmentos de los artículos: “La metrópolis y la vida mental”(1903) de Georg Simmel y “El urbanismo como modo de vida” (1938) de Louis Wirth (1).

 

La metrópolis es la sede de la economía capitalista. Allí la multiplicidad y concentración del intercambio económico adquiere una importancia nunca antes experimentada. A su vez, la economía capitalista desarrollada en la metrópolis está intrínsecamente conectada al predominio del intelecto. Por “predominio del intelecto” comprenderemos lo que vulgarmente conocemos como actuar más “con el cerebro” que “con el corazón”.

El dinero hace referencia a lo que es común a todo; el valor de cambio reduce toda calidad y particularidad a la pregunta “¿cuánto cuesta?”. Es así como el habitante metropolitano juzga a sus abastecedores, clientes, y demás personas con las que está obligado a relacionarse. Limitando las relaciones humanas a las de utilidad, considerando a los demás como un medio para conseguir los fines “propios” que son en realidad los fines de la normalidad capitalista. Es en virtud de estos intereses supuestamente distintos, que se promueven en la vida social urbana, que el individuo se hace miembro de grupos ampliamente divergentes, que funcionan en referencia a un simple segmento de su personalidad, adhiriéndose a las falsas comunidades favorecidas por el Capital.

Es ya muy difícil acertar si la mentalidad intelectualizante promovió a la economía capitalista o si, por el contrario, fue esta última la que determinó la mentalidad intelectualizante. De todos modos, los procesos sociales no suelen darse en un sólo sentido. Y en verdad podemos decir que el tipo metropolitano de vida es, ciertamente, el suelo más fértil para esta reciprocidad entre economía y predominio del intelecto en tanto que razón capitalista.

La mente moderna se ha vuelto cada vez más calculadora. La exactitud en el cálculo que se da en la existencia capitalista se corresponde con el ideal de la ciencia, a saber, la transportación del mundo a un problema aritmético, así como fijar cada parte del mundo por medio de fórmulas matemáticas. Únicamente la economía monetaria ha podido llenar los días de tantas gentes con operaciones de cálculo, peso y determinaciones numéricas, así como con una reducción de los valores cualitativos a valores cuantitativos. Una manifestación de esta tendencia hacia la precisión fue la difusión universal de los relojes de pulsera, hoy casi reemplazados por el horario en el teléfono móvil. Estas condiciones de la vida metropolitana, en cualquier caso, son al mismo tiempo causa y efecto de este rasgo. Si los relojes de alguna importante capital se desincronizaran por tan sólo una hora, las comunicaciones y la vida económica de las ciudades se derrumbarían parcialmente por algún tiempo. De esta forma, la técnica de la vida metropolitana es sencillamente inimaginable sin una integración puntualísima de toda actividad y relación mutua al interior de un horario estable y especialmente impersonal. Por encima de todo existe la integración forzada de un agregado muy grande de personas, con sus particularidades, en un sólo mecanismo altamente complejo: la ciudad mercantil generalizada.

En conexión íntima con la economía capitalista y el carácter intelectualizante, son la puntualidad, la exactitud y el cálculo que se imponen sobre la vida metropolitana. Estos tres rasgos matizarían los contenidos de la vida y favorecerían la exclusión de aquellos detalles e impulsos considerados irracionales, instintivos y voluntariosos que reniegan -aunque sea a medias- de recibir la imposición de una forma de vida general y esquematizada con precisión desde la ideología dominante. A pesar de aquella exterioridad impuesta por la vida capitalista, los impulsos “irracionales” no son por ningún motivo imposibles en la ciudad. Estos actos revelan que la existencia programada por el Capital jamás podrá ser total y que, quizás allí, se encuentren las grietas para generar una mayor ruptura.

Por otra parte, Simmel en su texto denomina “actitud blasée” a la disposición o actitud emocional que denota una indiferencia basada en el hastío. Conducta ciudadana -en las dos acepciones del término- por excelencia, esta actitud radica en la insensibilidad ante la diferencia de lo que nos rodea, sean personas o cosas. El entorno se le presenta a la persona blasée bajo un tono gris e indiferenciado. Ningún objeto merece preferencia sobre otro. Esta disposición es el fiel reflejo de una internalización de la lógica del Capital. El dinero se convierte en el nivelador más atroz y expresa las diferencias cualitativas en términos de “¿cuánto cuesta?”. Con toda su capacidad e indiferencia, el dinero -o ya mejor dicho, el valor- se convierte en el común denominador de todo lo que nos rodea. Para el utilitarismo económico, incluso hasta los placeres son comparables y sólo se distinguen por su precio: una hermosa canción o una exquisita comida no tendrían por qué poder compararse. Sin embargo, son puestas en la misma balanza con el valor como patrón general.

Las sedes más importantes del intercambio monetario, es decir las ciudades, poseen una concentración tan alta de seres y cosas que estimula al sistema nervioso del ser humano hasta sus máximos grados de excitación. Esta excitación se transforma en su opuesto y desemboca en el hastío tan peculiar de la actitud blasée. La auto-conservación de ciertos tipos de personalidad se logra al precio de una tendencia cada vez mayor a la indiferencia por lo que nos rodea, y en definitiva de lo que somos, sintiendo en carne propia aquella indiferencia. Y es que si se respondiese a los innumerables estímulos recibidos en la ciudad uno se vería atomizado internamente y sujeto a presiones psíquicas inimaginables.

Paradójicamente, nuestros contactos físicos son estrechos mientras que nuestros contactos sociales son distantes. Un gran número de individuos en un hábitat congestionado se desplaza dando lugar a roces e irritación. Las tensiones nerviosas derivadas de aquello son acentuadas por el ritmo rápido y la tecnología complicada, sobre una base que tiende a imponer la despersonalización y la tendencia a la estandarización. Esta última, heredera directa del surgimiento de la fábrica, hizo posible la producción en serie, es decir, una producción impersonal para un mercado igualmente impersonal. La producción en masa -que obviamente incluye los servicios- estandariza la manera de producir, el producto, la distribución y necesariamente al consumidor.

Este “ciudadano promedio”, al que se dirigen las empresas y el Estado, no existe. Es simplemente el anhelo burgués al que buscan inclinarnos mediante rutina, represión y propaganda. Despreciando las particularidades y ocultando la existencia del antagonismo de clases. En este sentido, las instituciones culturales junto a la industria cultural, también operan como influencias “niveladoras”.

Sin una rígida adherencia a todas estas conductas rutinarias y predecibles esta sociedad no sería capaz de mantenerse a sí misma.

POST-DATA NECESARIA

Con toda esta exposición no se pretende excusar estas actitudes, sino dejar en evidencia que son conductas propias del sistema capitalista y no de una “esencia humana” abstraída de su época (no existe tal cosa). No hemos nacido apáticos e indiferentes. Somos quienes somos en correspondencia a las relaciones que reproducimos y a las condiciones en las cuales nos encontramos. Intuimos entonces que no se trata de “cambiar a la gente” o “despertarla” para que cambien las condiciones, sino que se trata de un proceso dialéctico entre las condiciones de vida y las actitudes humanas.

El Capital no ha podido abarcar la totalidad de las conductas humanas. Su poder es totalitario pero no por ello total, esta como otras críticas son una evidencia de ello. Pero mientras el Capital no haya sido abolido como relación social, no se podrá vivir de una manera no-capitalista, que como hemos visto hasta aquí no sólo se resume a que todo tenga un precio, sino también a lo que de ello deriva: nuestras relaciones y la representación misma que tenemos de la vida.

En este caso nos hemos referido a las condiciones y al acondicionamiento del territorio, construido por medio de la dinámica capitalista para asegurar su propia supervivencia. Por lo tanto ¿podemos imaginar una revolución que deje intactas aquellas condiciones que son inseparables del actual sistema y que además significan su conservación?

Notas

(1) Suponemos que el modo de realizar este artículo carece de rigurosidad académica, lo cual nos tiene sin cuidado ya que no es nuestra intención aprisionar estos textos en las categorías académicas existentes ni crear nuevas -no somos profesores ni estudiantes-. Y al explorar textos por fuera de las instituciones educativas, e incluso fuera de sus métodos y por sobre todo fuera de sus finalidades, nos encontramos con situaciones de este tipo: textos muy interesantes, a los cuales habría que agregarle muchísimas notas, aportes, críticas, para poder publicarlos, lo que se nos hace imposible a nivel material. Para esta ocasión lo más adecuado ha sido tomar lo más importante de cada uno de ellos, y agregar lo que nos parece más pertinente en un sólo artículo.

Los artículos completos están disponibles en el sitio web de “Bifurcaciones. Revista de estudios culturales urbanos”: www.bifurcaciones.cl/004/reserva.htm y www.bifurcaciones.cl/002/reserva.htm respectivamente.

[Cuadernos de Negación, Nº7. Diciembre 2012. pp. 35-36]

http://cuadernosdenegacion.blogspot.com/