COPEL de derecho y la conjura. Fase revolucionaria

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Sobre el 20 de feberero de 1977 sin aviso o solución, la COPEL recibió un ataque con gran violencia y represión. No hubo modales del derecho ni enfrentamiento de justificación. Contra la palabra de los presos emplearon la destrucción. Una fuerza desproporcionada y masiva contra las víctimas del franquismo para que perdieran la ilusión. No es la solución, no fue la solución. Sin la esperanza y sin el pan de la satisfacción, a la COPEL sólo le quedó la acción directa. El derecho a la defensa propia legitimó por el motín la lucha de la sobreviviencia. Ante la tiranía de todo crimen, la protesta la justificó la extrema necesidad. Un pueblo oprimido, o sector excluido, en el levantamiento organizado y responsable tiene por sentido preservar su identidad, su vida y su libertad.

LA CONJURA: La persecución de la pobreza económica y formativa de la dictadura franquista estaba en su apogeo, que durante 1976 y siguientes años experimentó un crecimiento. Del régimen caduco al régimen reformador, la táctica de abandono humanitario era exactamente la misma: los presos sociales no eran víctimas sino delincuentes comunes apartados de la reconciliación, la lacra de parche para la perpetuidad de la pena impostora fortaleciendo el terrorismo de Estado. La prensa franquista y la reoformista alertaban del peligro de los pobres, dirigidas por el sistema político discriminador que negociaba entre culpables la exculpación de todos los culpables, presentando a las principales víctimas como únicas expiatorias para no dejar las cárceles vacías. Las cárceles vacías representaban el gran fracaso del autoritarismo, la desocupación en bruto de las fuerzas represivas, con su presunción coactiva inoperante por su efecto final, más la confirmación del Estado criminal por sus funcionarios judiciales y ejecutivos. Las víctimas habían entrado en las prisiones franquista por causas individuales y circunstancias específicas de agobio o persecución, dispersas y diversas, sin fuerzas asociadas con organización de archivos propios, fáciles presas para los estados terroristas. Con tan fáciles víctimas, el borbonismo resolvió, camuflando a sus presas ante la externalización fiscal continental y supra continental, que por cada preso culpable era preferible dejar encarcelados a mil presos inocentes, con base en el disimulo y por el anatema de la peligrosidad del delincuente común franquista, a sabiendas de que en estos encarcelamientos viciados faltaba el precepto inexcusable de la veracidad ante la falta de las garantías en la universalidad estafadora de la dictadura franquista carente de los mecanismos eficaces de control humanitario e independencia. Para este logrado plan diabólico fue necesario ocultar los crímenes. Si el falso culpable fue necesario para crear el franquismo sociológico, despúés, los mismos falsos culpables fueron utilizados para embadurnar la libertad del borbonismo sociológico. En nuestras cuentas finales de la Transacción, tenemos unos 12.000 encarcelados inocentes por solo 12 culpables en las cárcles españolas (al margen de las libertades provisionales y condicionales) ¿Cómo se prueba este uno por mil? ¡Con la máxima facilidad! Vamos al archivo central de la Administración y cogemos al azar entre ocho y diez expedientes penales instruidos en la dictadura (los de la Ley de Vagos, Peligrosidad Social, arrestos gubernativos y Ley de Bandidaje son al cien por cien mafiosos). Sin conocimientos jurídicos apreciaremos la ausencia de garantías en las fechas de ingresos de las víctimas en los cuarteles y comisarías (las 72 horas de su máximo legal podían pasar a las 72 semanas detenido, por eficacia para promoción, premios en metálico o medallas). En los sumarios de azar, veríamos las autoinculpaciones en secreto, mediante sorprendentes arrepentimientos, para ingresar voluntariamente en las violentas cárceles franquistas. Autoconfesiones sin abogado, condición necesaria para la tortura sin testigos. Una vez construido el expediente penal contaminado con falsa culpabilidad, la coacción en las víctimas pudiera durar varios días, semanas y, en los casos más extemos, durante años, prendido en todos los ambientes donde la ideología del miedo era permanente, por herencia filial y vecinal, reactivada por la última intimidación. Por lo tanto, no es de extrañar que algunas víctimas ratificaran la autoinculpación 24 horas después ante el oficial de mesa judicial, por lo común también sin abogado para que al pobre de recursos no pudieran asesorarle, permaneciendo siempre indefenso ante la maquinaria del abuso reasistido, con la función de la recolecta de la mano de obra esclava para la producción económica y para la producción de la falsa seguridad. En la fecha del juicio, los perseguidos conocerán al abogado en la misma sala de juicio oral, o en el mejor de los casos cinco minutos antes.

Esto da una idea concreta de la gran farsa del sistema penal, con su mezquindad de catafalco, de la magnitud de la corrupción de la Columna Judicial Franquista. Por ello, es imposible que estos jueces se acostaran franquistas y se levantaran demócratas como pretenden los adoradores del crimen. El cambio judicial sólo podía darse si los jueces reconocían sus estafas en los procedimientos secuestradores, de ruin abolengo arrepintiéndose de esos crímenes y resarciendo a sus víctimas.

Esta Columna Judicial, conjurada con los partidos políticos de reciente parlamentarismo, en la misma línea de los medios generalistas y prensa supuestamente plural por sus tendencias partidistas divergentes, unidos en histérico frente común contra las víctimas a las que les habían robado el pasado, el presente y amenazaban la enajenación de su inmediato futuro, como una piña arbitraria se ensañaron con las gentes excluidas y más necesitadas para glorificar permanentemente los crímenes franquistas haciéndolos propios.

La COPEL tuvo la extrema necesidad, en defensa proia, de pasar de la palabra a los hechos, desesperada, haciéndose oír de la única manera que le fue posible, desde los tejados y los incendios carcelarios. La justicia, la humanidad y la paz habían quedado abandonadas por las instituciones y el sicarismo barato. La COPEL, desde los difíciles reductos carcelarios, asumió esos valores perdidos y los representó. Por la capacidad de sufrimiento de sus militantes asumió el dolor como única arma contra la conjura de los criminales, arrimándose en sus posibilidades al esfuerzo de todos los grupos marginales y movimientos sociales que surgían y se multiplicaban en la protesta por la unidad y la solidaridad: Ante el verdugo interminable y sin perder su identidad de prisioneros franquistas, el terrorismo de Estado de la dictadura y el de sucesión convirtieron a la asociación de presos reformistas en la COPEL revolucionaria.

Los resistentes de la COPEL están orgullos de haber intentado civilizar con la palabra a los asesinos y ladrones. Los crímenes crecieron durante décadas, hasta ahora, porque no tuvimos fuerzas suficientes para solucionar aquella impunidad en la década de los setenta.

Una sociedad sin delincuentes sólo es posible desde la igualdad, sustituyendo las instituciones por el respeto humanitario que fluye desde el apoyo mutuo, erradicando el dominio de clase y económico por y desde la emancipación asamblearia de las comunidades y sus vecinos, exactamente desde la paz como el bien supremo de la justicia humanitaria completa.

La lucha es la necesidad de todas las víctimas y nuestro compromiso nunca naufragó. Vamos por abajo con la mano extendida y con el abrazo estamos al lado de quien sufre los embates de los traidores a la humanidad y a su fraternidad.

COPEL de derecho y la conjura. Fase revolucionaria