Mi Individualismo Iconoclasta

jjjjj

Renzo Novatore (1920)

1

Incluso los más puros manantiales de Vida y de Pensamiento que brotan frescos y reconfortantes entre las rocas solitarias de las más altas montañas para acabar con la sed de los elegidos de la Naturaleza, cuando son descubiertos por demagógicos pastores del híbrido rebaño burgués o proletario bien pronto se transforman en fétidas charcas sucias y fangosas. ¡Hoy es el retorno del Individualismo! Del vulgar esquirol al idiota y repugnante policía, del miserable vendido al despreciable espía, del esclavo cobardemente débil al autoritario repugnante y tirano, hablan de Individualismo. ¡Es la moda!

Incluso los raquíticos intelectualoides del tuberculoso conservadurismo liberal, así como los enfermos de crónica sífilis democrática, hasta los eunucos del socialismo y los anémicos del comunismo, ¡todos hablan y posan como Individualistas!

Comprendo que no siendo el Individualismo una escuela y mucho menos un partido, no puede ser “único” pero es más cierto aún que los Únicos son individualistas. Y yo como único saliente sobre el campo de batalla, desnudo mi espada y defiendo mis íntimas ideas de individualista extremo, de Único indiscutible, puesto que podemos ser escépticos e indiferentes, irónicos y burlones cuanto queramos y podamos, pero cuando uno está condenado a oír de socialistas más o menos teorizantes como afirman descarada e ignorantemente que no hay nada de incompatible entre la idea Individualista y la colectivista, y que se trata estúpidamente de hacer pasar a un titánico cantor de la heroica potencia dominadora de fantasmas humanos, morales y divinos, que tiembla y palpita, que exulta y se expande, más allá del bien y del mal de la Iglesia y del Estado, de los Pueblos y de la Humanidad entre los extraños resplandores de un nuevo incendio de amor incomprendido como el lírico creador de Zarathustra, por un pobre y vulgar profeta del Socialismo, que es escuela de cobardía, o un iconoclasta invencible e insuperable como Max Stirner, por un instrumento cualquiera puesto allí a disposición de frenéticos partidarios del comunismo, entonces puede aparecerse una irónica mueca en los labios, pero después hace falta in-surgir resolutamente para defenderse y agredir, puesto que quien se siente realmente Individualista de principio, medio y fin, no puede tolerar el ser mínimamente confundido entre las turbas inconscientes de un enfermizo rebaño balante.

2

El Individualismo como yo lo siento, comprendo y lo entiendo, no tiene por fin ni el Socialismo, ni el Comunismo, ni la humanidad. El Individualismo tiene por fin a sí mismo. Que continúen si quieren los cerebros atrofiados del positivismo spenceriano creyéndose Individualistas sin darse cuenta que su venerado maestro es un anti-individualista por excelencia, ya que no es más que un radical monista, y como tal, amante apasionado de la unidad y enemigo jurado de la particularidad. Él, como todos los científicos y filósofos más o menos monistas, niega toda distinción o diversidad; y para afirmar la ilusión sacrifica la realidad. Su esfuerzo se dirige a mostrar como realidad la ilusión, y la ilusión como realidad. Él no pudiendo comprender lo diverso, lo particular, sacrifica uno u otro ante el altar de lo universal. Él combate el Estado en nombre del individuo, pero al igual que todos los sociólogos de este mundo, vuelve a sacrificarlo bajo la tiranía de otra sociedad libre y perfecta, ya que él combate, es cierto, el Estado, pero lo combate solamente porque tal como es no funciona como a él le gusta…

Pero no porque él haya comprendido las unicidades anticolectivistas y antisociales capaces de las actividades superiores del espíritu, del sentimiento y de la heroica y emancipada potencia. Él odia el Estado pero no penetra ni comprende al individuo misterioso, aristocrático, vagabundo, ¡rebelde! Y desde este punto de vista no sé porque no también ese asmático charlatán, ese antropólogo frustrado, hinchado y henchido de sociología de Darwin, de Comte, de Spencer y de Marx, que ha sembrado porquerías a manos llenas sobre los colosos del Arte y del Pensamiento como Nietzsche, Stirner, Ibsen, Wilde, Zola, Huysman, Verlaine, Mallarmé, etc. y que se llama Max Nordau; no sé explicarme, repito, porque no ha sido también él llamado Individualista… ya que Nordau, como Spencer, combate el Estado…

3

Giovanni Papini escribiendo sobre Spencer dice: “Como científico se plegó ante los hechos, como metafísico ante lo incognoscible, como moralista ante el hecho inmutable de las leyes naturales. Su filosofía se materializó en miedo, ignorancia y obediencia: grandes virtudes ante Cristo, pero vicios tremendos para quien quiere la supremacía del individuo. El fue, ni más ni menos, un falsario del individualismo”. Y yo, aun distando mucho de ser un papiniano, ¡en este caso estoy completamente de acuerdo con él!

4

E. Zoccoli, que es un profundo conocedor del pensamiento anarquista y un intelectual de máxima envergadura, pero que profesa un piadosa moral burguesa, en su colosal estudio “La Anarquía” tras haber arremetido —aun con serenidad y cierta razón— contra los máximos agitadores del pensamiento anarquista, de Stirner a Tucker, de Proudhon a Bakunin, se entristece con Kropotkin porque considera que éste no fue capaz de desarrollar un nuevo anarquismo estrictamente científico y sociológico con el cual llevar de vuelta a todos los alocados delincuentes del anarquismo extremo, o del Individualismo a las sanas corrientes de un viscoso sistema positivista y científicamente materialista y humanista, semispenceriano, porque es esta famosa ciencia que por fin ha descubierto la nulidad del individuo “ante la inmensidad sin límites…” Y también para el Kropotkin positivista, humanista, comunista y científico… parece que el hombre es “un pequeño ser con ridículas pretensiones ¡y que así sea! Quien está concentrado en la sociología no puede ser nada más que un científico de colectividades que olvida al individuo para buscar a la humanidad y lleva al Trono Imperial a los pies del cual el Yo debe renegar de sí mismo y arrodillarse emocionado.

Y cuando todos los anarquistas tengan de la vida este sublime concepto E. Zoccoli estará feliz y contento, puesto que con la pose seráfica de un profeta que dice a los hombres: “¡Yo he venido a ofreceros la posibilidad de una nueva Vida!”, él se dirige a nosotros y dice: “Que los anarquistas vuelvan por la senda de lo correcto que ésta les espera, lista para extender también a ellos sus garantías…” ¿Pero qué es lo “correcto”?[1]

Demos la palabra a Stirner:

“Lo Correcto es el espíritu de la Sociedad. Si la Sociedad tiene una voluntad es precisamente esta voluntad la que constituye lo Correcto: La Sociedad no existe más que por lo Correcto. Pero como ella no existe sino por el hecho de ejercitar una soberanía sobre el individuo, se puede decir que lo Correcto es su voluntad soberana.»

Como Aristóteles dijo: “la justicia es el fruto de la Sociedad.” Pero “cada derecho existente es derecho extranjero, un Derecho que se me otorga, del que se me permite disfrutar. ¿Tendré el buen derecho de mi parte porque el mundo entero me dé la razón? Que cosa son pues mis derechos en el Estado o en la Sociedad si no los derechos exteriores, de los Derechos que obtengo de los otros? Si un imbécil me da la razón entonces mi derecho se vuelve sospechoso, porque no tengo consideración por su aprobación. Pero si fuese un sabio que me aprueba yo no podría por esto decir que tengo razón. El hecho de tener la razón o no es absolutamente independiente de la aprobación del loco, o del cuerdo”. Ahora añadamos a mayores, a esta definición con la que el brutal e invencible Rebelde alemán nos da la Razón, el célebre aforismo de Protágoras “El hombre es la medida de todas las cosas”, y a continuación podemos entrar en guerra contra todo derecho exterior y contra toda exterior justicia, ya que “la justicia es el fruto de la Sociedad”.

5

¡Lo sé! Lo sé y lo comprendo: Mis ideas —que después de todo no son nuevas— podrán hacer que sangre el corazón demasiado sensible de los modernos humanistas que pululan en gran abundancia entre los subversivos, y los románticos soñadores de una refulgente humanidad redimida y perfecta, danzante en un mundo de hadas de general y colectiva felicidad musicada por la flauta mágica de la paz perenne y de la hermandad universal. Pero quien persigue fantasmas se aleja de la verdad, y que sepáis que el primero en arder entre las llamas de mi corrosivo pensamiento fue mi ser íntimo, ¡mi verdadero y propio yo! Ahora entre la pira ardiente de mis Ideas yo también me he transformado en llama; y escuezo, quemo, corroyo… A mi se deben acercar solamente aquellos que gozan contemplando ardientes volcanes que lanzan hacia las estrellas las siniestras lavas explosivas de su seno de fuego para a continuación dejarlas caer en la Nada y entre la Muerta Ciudad de los hombres imbeles, carroñas de mis hermanos, para hacerles huir con fuga frenética fuera de sus mohosos tugurios tapizados con rancios y viejos ideales. Yo me declaro en guerra abierta, patente y escondida, contra la Sociedad: ¡contra toda Sociedad! Yo pienso, yo soy, y mientras haya hombres habrá una sociedad, puesto que esta pútrida civilización con sus industrias y su progreso mecánico nos ha terminado arrastrando a un punto donde no es ya posible volver atrás hasta la envidiable edad de las cavernas y de las esposas divinas que criaban y defendían a los nacidos con su libre e instintivo amor como rubias y felinas Leonas habitantes de majestuosas selvas perfumadas, verdes y salvajes; pero al mismo tiempo sé y pienso con la misma certeza que toda forma de sociedad —y precisamente por ser sociedad— querrá, para su bien, al individuo humillado. También el comunismo que —por lo que non cuentan sus teorizadores— es la forma de Sociedad más humanamente perfecta, no podrá reconocer en mí más que a otro de sus miembros, más o menos activo, más o menos estimado… Yo para el comunismo podré valer por lo que seré de mí mismo, de íntimamente mío, de Único y por lo tanto incomprensible para la colectividad. Pero eso que en mí es más incomprensible, más misterioso y enigmático para la colectividad, es por ello mi tesoro más preciado, mi bien más querido por ser mi intimidad más profunda que sólo yo puedo justificar y amar porque sólo yo la comprendo.

Bastaría, por ejemplo, que yo dijese al comunismo: “el elegido existe para no hacer nada” como dice Oscar Wilde, para ver como me echan a patadas ¡cuál leproso siberiano en la cena sagrada de los nuevos Dioses! Sin embargo, uno que tuviese la imperiosa necesidad de vivir su vida en la atmósfera alta y sublimemente intelectual y espiritual del Pensamiento de la contemplación, no podría dar nada de material y moralmente útil y bueno a la comunidad, porque lo que podría dar sería incomprensible, y por tanto nocivo e inaceptable, puesto que él no podría dar más que una extraña doctrina que propugnase el gozo de vivir en el ocio contemplativo. Pero en una sociedad comunista —como en cualquier otra forma de sociedad— una tal doctrina podría provocar la corrupción entre la falange de los que deben producir para el mantenimiento y el equilibrio colectivo y social. ¡No! Toda forma de sociedad es el producto de las mayorías. Para los grandes Genios o para los grandes delincuentes no hay sitio entre la mediocridad triunfante que domina y manda.

6

Alguien me objetará que en esta Alba bermeja, en esta grandiosa vigilia de armas y de guerra donde ya resuenan fragorosamente las notas vibrantes y decisivas del gran crepúsculo de los viejos Dioses, mientras en el horizonte ya surgen los rayos rubios y dorados de un sonriente advenir, no está Bien parir a la luz del sol ciertos íntimos y delictivos pensamientos… ¡Es una historia tan vieja como estúpida! Tengo veintinueve años, hace 15 años que milito en el campo libertario y vivo como anarquista, y siempre se me han dicho las mismas, las mismísimas cosas:

“Por amor de la concordia…”.
“Por amor de la propaganda…”
“Por la próxima Revolución Social y redentora…”.
Por… ¡pero con que objeto continuar!
¡Basta! ¡No puedo seguir callando!

Si yo tuviese recluido en mi cajón un manuscrito aún inédito, el manuscrito de una obra bellísima que al leerse provocase escalofríos de voluptuosidades desconocidas y descubriese mundos ignorados; si yo estuviese convencido de que los hombres ante estas páginas empalidecerían de espanto, y que después errarían lentamente por las calles desiertas con los ojos ferozmente dilatados fijos en el vacío para con posterioridad buscar cínicamente la muerte cuando la locura no fuese a su encuentro con sus carcajadas siniestras como el batir del viento, y su lúgubre repiquetear de dedos invisible en sus cerebros devastados; si yo estuviese convencido de que las mujeres sonreirían obscenamente y con las faldas levantadas se tumbarían al borde de la acera en espera de un hombre cualquiera, y que los hombres se lanzarían de improviso sobre ellas para desgarrar con los dientes la vulva y la garganta; si las multitudes embriagadas y hambrientas persiguiesen a golpe de cuchillo a pocos hombres huyendo y entre ser y ser hubiese un muerto que perpetuase el odio profundo; si de la tierra tuviese que desaparecer para siempre la paz de un tiempo, la calma del espíritu, el amor, la lealtad, la amistad, y en su lugar tuviesen que para siempre reinar la turbulencia, la intranquilidad, el odio, la mentira, la enemistad, la locura, las tinieblas, la muerte; si todo esto pudiese hacerlo un libro bellísimo escrito por mí aún inédito y guardado en mi cajón yo ese libro lo publicaría y no tendría paz hasta que no fuese publicado”.

Así Persio Falchi escribía en la “Forca” años ha para expresar su concepto sobre la Libertad del Arte, ¡así yo hoy lo repito sobre el Iconoclasta! para expresar mi concepto sobre la Libertad del Pensamiento

Es una absoluta e imperiosa necesidad mía la de arrojar entre las tinieblas la luz vortiginosa y siniestra de mis pensamientos y la risa incrédula y burlona de mis ideas sangrientas que, orgullosas y soberbias por mostrar sus lozanas y libres de prejuicios desnudeces, quieren andar libres por el mundo en busca de viriles cópulas. Nadie puede ser más revolucionario de lo que yo lo soy, pero es justo por esto que quiero lanzar el corrosivo mercurio de mis pensamientos entre la senil impotencia de los eunucos del Humano Pensamiento. No se puede ser revolucionarios a medias, ni pensar a medias. Hay que ser como Ibsen, revolucionarios en el sentido más completo y radical de la palabra. ¡Y tal es como me siento yo!

7

La Historia, el Materialismo, el Monismo, el Positivismo y todos los demás “ismos” de este mundo son hierros viejos y oxidados que ya no me sirven ni me conciernen. Tengo por principio la Vida, por fin la Muerte. Quiero vivir intensamente mi Vida para abrazar trágicamente mi Muerte.

¡Vosotros esperáis la Revolución! ¡Estupendo! ¡La mía comenzó hace ya mucho tiempo! Cuando estéis listos —¡Dios que largísima espera!— no me disgustará recorrer una parte del camino junto a vosotros!

¡Pero cuando os paréis yo continuaré mi marcha demente y triunfal hacia la grande y sublime conquista de la Nada!

¡Cada Sociedad que vosotros construyáis tendrá sus márgenes y sobre los márgenes de toda Sociedad rondarán los vagabundos heróicos y desgreñados, con pensamientos vírgenes y salvajes que sólo saben vivir preparando siempre nuevas y formidables explosiones rebeldes!

¡Yo estaré entre ellos!

Y tras de mí, como antes que yo, se encontrarán siempre aquellos que les dirán a los hombres:

Dirigíos pues a vosotros mismos, antes que a vuestros dioses o a vuestros ídolos: descubrid en vosotros lo que está escondido, sacadlo a la luz; revelaos!”.

¡Puesto que todo hombre que hurgando en su intimidad extrae lo que hay misteriosamente escondido es una sombra que oscurece cualquier forma de Sociedad viviente bajo los rayos del Sol!

Toda sociedad tiembla cuando la desdeñosa aristocracia de los Vagabundos, de los Únicos, de los Inaccesibles, de los dominadores de lo ideal, y de los Conquistadores de la Nada, carente de prejuicios se abre camino. Venga, pues, oh Iconoclastas ¡adelante!

“¡Ya el ciclo gestante de presentimientos se oscurece y calla!”

Arcola, enero de 1920.

[1] Nota del traductor: Lo que he traducido como “Correcto”, “Derecho” o “Razón” con mayúsculas, (también alguna en minúsculas) se corresponden con el italiano “Diritto”, que responde a la siguiente acepción de dicha palabra según el Treccani: “En sentido amplio, en el lenguaje literario, lo que es justo, o es sentido o debería ser sentido como justo, como perteneciente, por lo tanto, al conjunto de principios morales que regulan las relaciones entre los hombres en sociedad”.