Hacia una nueva revolución (es/en/it)

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Los amigos de Durruti

Prólogo

La publicación de este folleto responde a una necesidad. A través del mismo encontraréis plasmado nuestro pensamiento. Saludamos con emoción y con cariño, a los camaradas del frente y a los camaradas que yacen tras rejas. Salud, camaradas.


* * * * *

Preliminares de la revolución española

La rotación política que se ha caracterizado en España por el clásico turno en el poder, de los constitucionalistas y los absolutistas, y que ha constituido el engranaje de la cosa oficial, se quebró de un modo fulminante con el golpe de Estado que dio en la capital catalana ─en el año 1923─ un general borrachín y pendenciero.

La dictadura de Primo de Rivera es la resultante de la desastrosa actuación de una política que se ha desenvuelto entre despilfarros, monopolios, gajes burocráticos, primas, concesiones y un cúmulo de pingües negocios que se han realizado siempre con el favor oficial.

La reacción de la militarada del año 1923 es una expresión exacta de una de las causas que han empobrecido a nuestro país y que han absorbido, casi por entero, el presupuesto nacional.

El poderío colonial de España dio vida a una taifa de aventureros, de mercenarios, de políticos profesionales y a una cohorte de tratantes de carne barata.

Mientras que la burocracia del sable y los caballeros de industria tuvieron un mercado abundante en las posesiones de ultramar para robar y saquear, la España oficial pudo ir navegando con rumbo más o menos incierto. Pero el desastre colonial llevó aparejado el hundimiento de este tinglado que manejaba una minoría sin escrúpulos y sin entrañas. A fines del siglo XIX los militares se quedan sin la presa codiciada. Han de regresar a la península con los entorchados anegados en sangre y con la afrenta de unos entes inservibles ni en el propio terreno de las armas.

Desde este momento se plantea un problema difícil para el pueblo español. Miles de paniaguados, de un rey sifilítico vienen a devorar a los naturales del país, puesto que se les había acabado la posibilidad de seguir esquilmando a los pobladores de las colonias que maldecían a la España representada por los ladrones y asesinos de fajín y de bocamangas.

El erario público necesitaba un desahogo inmediato. El acta de Algeciras permite asaltar el perímetro de Marruecos. Las minas del Riff que codiciaba el ex-conde de Romanones se convierten en una ventosa que aspira la sangre y el dinero del pueblo español.

La aventura de Marruecos ha costado al tesoro nacional la cifra de 1.000.000.000 de pesetas y miles de vidas ofrecidas en holocausto del grupo financiero que representaba el ex-conde de Romanones.

La tragedia del Barranco del Lobo y la de Annual constituyen las fases más salientes de este matadero español que ha girado en torno de las minas de hierro situadas en la cabila de Beni-Bu-Ifrar cerca del monte Af-Laten.

Los militares han sido la eterna pesadilla del pueblo laborioso. De infausta memoria anotamos las Juntas de Defensa. El inspirador de las mismas ─coronel Márquez─ trató de infundirles un espíritu liberal pero el favor palatino y las intrigas de La Cierva, pesaron mucho más que la supuesta buena voluntad de un coronel que se vio perseguido y encarcelado en Montjuich.

El general Primo de Rivera encarnó todo el pasado que estamos narrando. Del brazo de López Ochoa y con la complacencia de la burguesía, de los latifundistas, del clero, de las finanzas, encaramó la espada en las alturas del Poder.

Se ha señalado textualmente que el ex-Capitán General de Cataluña salía a la palestra a cancelar el expediente Picasso ─en el que estaban complicados en primer término Alfonso XIII y su testaferro el General Silvestre. Es indudable que esta versión no es infundada; pero lo que precipitó el golpe militarista fue sin ningún género de dudas el malestar que se manifestaba en el seno de la clase trabajadora que, harta de atropellos y latrocinios, se disponía a barrer del suelo español a los causantes de su infortunio. La burguesía financiera e industrial puso todos sus recursos en la tramoya militar. Restringieron los créditos, sabotearon la economía, implantaron el lock-out, provocaron huelgas. Los burgueses catalanes recibieron con grandes muestras de júbilo la polacada de los militares.

La etapa de Primo de Rivera se ha de catalogar como un ensayo de la clase dominante para eludir el zarpazo de la clase trabajadora que en las etapas venideras se produce con trazos más categóricos. Su gestión fue la repetición corregida y aumentada de las épocas pretéritas, con la idéntica corrupción de costumbres y con la eterna desvergüenza que ha matizado, en toda época, el cadáver de la España castiza y harapienta. Al general mujeriego, le sucede Berenguer al que reemplaza más tarde Aznar. Y como colofón, es el conde de Romanones ─agente del intelligence service─ quien realiza el traspaso de la monarquía a su antiguo secretario, a don Niceto Alcalá Zamora, que de consuno con el hijo de Maura y ayudado por un médico palaciego ─Marañón, del intelligence service─, sentaron los pilares de una República que forzosamente había de culminar en la hediondez más espantosa.

Nace la República completamente yugulada de sabor popular. En lugar de unas directrices sociales, forjadas en el fragor del arroyo, prevalecen las mismas taras de las etapas borbónicas. El Poder lo detentan los políticos que en los periodos monárquicos sirvieron a su amo. Alcalá Zamora era un monárquico recalcitrante, representante del clero y de los latifundistas. Azaña perteneció al partido de Melquíades Alvarez; Miguel Maura, otro realista; Alejandro Lerroux un deshonrado…

La desolada España seguía la senda de las traiciones, de los conciliábulos inconfesables. La comedia de abril había de costar raudales de sangre.

La República abrileña iba a dar resultados catastróficos. A los pocos días se producían acontecimientos. El vástago del asesino de Ferrer, el autor de 108 muertos, el ministro que dio la orden de disparar sin previo aviso, convirtió nuestro suelo en una hilera de cruces funerarias.

Al percatarse las masas obreras que sus reivindicaciones eran vilmente burladas, se revolvió airadamente contra la misse en scène de abril. Miguel Maura movilizó las fuerzas armadas de la flamante República para asesinar y diezmar a los trabajadores. Pasajes, Arnedo, Castilblanco, Sevilla, Cataluña… cataloga la naturaleza de una República que despide al soberano con guante blanco y lo convoya en un buque de la escuadra. Y la familia de Alfonso XIII encaja los apretones de manos del general Sanjurjo que en agosto de 1932 y en julio de 1936 asestaba duras arremetidas contra un pueblo que fue juguete inconsciente de los políticos que concedieron carta blanca al general asesino y de abolengo realista. Y en la estación del Escorial el conde de Romanones decía muy quedamente a la ex-reina: Hasta muy pronto.

Discurrió la República por constantes fluctuaciones. En las Cortes Constituyentes no se dio solución a ningún problema.

El problema militar que sólo podía resolverse con piquetes de ejecución, se trocó en una farsa. Azaña concedió a los militares el retiro con unas condiciones tan excepcionales que tuvo la virtud de gravar enormemente las clases pasivas y entregó los cuartos de banderas a la oficialidad monárquica.

El problema religioso también fue soslayado. Debía expropiarse sin indemnización alguna a la Iglesia, amén de la supresión de la partida de cultos y clero, del presupuesto nacional. No se hizo así. Se legalizaron las órdenes religiosas dando carta de ciudadanía a las mesnadas que se cobijaban en las 300 órdenes religiosas y en los 10.000 conventos. No se quiso librar al pueblo español de la carcoma que ha corroído durante largos siglos el alma peninsular. Hizo más el gobierno Mendizábal que la República nacida con una experiencia de cien años. Y no se arrancaron los 5.000.000.000 de pesetas que tenían incrustadas los jesuitas en la economía nacional.

La cuestión financiera tampoco fue resuelta. Se reconocieron las deudas y los despilfarros de la Monarquía. Se hipertrofió el presupuesto. Se aumentaron las clases pasivas y creció grandemente la burocracia. La deuda pública que en 1814 ascendía a 3.000.000.000 de pesetas, aumentada vertiginosamente con los desastres coloniales y de Marruecos ─conociendo un ligero desinflamiento en la época de Villaverde─ llega al periodo abrileño con la cifra astronómica de 22.000.000.000.

El 14 de abril protege a los rentistas y grava al consumidor. El impuesto sobre la renta fue algo truculento. Se hizo una política netamente burguesa a pesar de estar los socialistas en los escaños y en el Poder. Y los monopolios siguieron a la orden del día, continuando en sus reales el contrabandista March que se dio el gustazo de fugarse de la cárcel cuando a él se le antojó.

La cuestión de los Estatutos tampoco dio un resultado satisfactorio. En uno de los artículos de la Carta constitucional se habla de una República federal o federativa pero, en resumen de cuentas, se mantuvo el centralismo.

La cuestión agraria resultó un escarnio. El Instituto de la Reforma Agraria fue un vivero de enchufistas. Habían de asentarse 5.000 campesinos por año. Necesitaban tierra 5.000.000. Al cabo de mil años se hubiera terminado tan jocosa y sangrante reforma.

En las cuestiones de trabajo se armó un galimatías horrendo. El control obrero consistió en una serie de delegaciones que se las repartían las amistades y los incondicionales.

El problema de una España colonizada se planteó con el pleito de la Telefónica. A pesar de las bravatas de Prieto, a pesar de que en una conferencia celebrada en el Ateneo de Madrid se motejó de leonino el contrato de la Telefónica ─por el orondo líder socialista─ y en contra de estas manifestaciones se optó por ametrallar a los obreros de la Telefónica cuando salieron a la calle pidiendo un justo aumento de salarios y como contraste se apuntaló al capital norteamericano.

Dos bienios hemos vivido. El rojo y el negro. En los dos, la clase obrera fue perseguida a mansalva.

Los socialistas actuaron de lacayos del capitalismo. Las leyes de defensa de la República, de Orden Público, del 8 de abril son de un carácter ampliamente represivo. Las derechas se sirvieron a placer de ellas. La reacción obrera se manifestó en la quema de conventos, en los sucesos de Barcelona, en Figols, en el 8 de enero, en el 5 de diciembre. Las deportaciones a Bata y a Villa Cisneros adelantan la entrega infamante de la República a los enemigos seculares del proletariado.

Los dos bienios fueron funestos. La social democracia es responsable de que las derechas hayan vuelto a prevalecer. Y son los culpables de que la revolución no haya podido evitar la intervención extranjera, pues en abril de 1931 el fascio italiano aún no se había librado de la espina de Adua y los hitlerianos tampoco habían logrado estructurar el Estado totalitario y nacionalista. Las circunstancias eran favorables. Pero la traición de los socialistas y el reformismo de Pestaña y adláteres, impidió llevar a la cima lo que más tarde va a ser mucho más costoso.

De esta amalgama de situaciones más o menos dispares, amaneció octubre.

En Asturias se vivió el prólogo de julio. Se luchó con denuedo y con bravura. En Cataluña, Dencás se encarga de alejar la clase trabajadora de aquel movimiento que podía ser decisivo.

En octubre, los socialistas pretendían solamente amedrentar a Alcalá Zamora para que no entregase el poder a las derechas, como así lo habían intentado en las huelgas precedentes. De haber deseado la revolución hubieran aprovechado el levantamiento campesino de junio de 1934 o bien lo hubiesen aplazado para ligar la ciudad con el campo. Pero los socialistas fueron desbordados por la clase trabajadora.

Dos años duró el Gobierno Lerroux-Gil Robles. Años negros, de represión, de encarcelamientos. Culmina en febrero con las elecciones pro-presos que desemboca en las jornadas de julio.

19 de julio

La tragedia de España no tiene límites. Es inútil que las plumas más vibrantes pretendan diseñar el dolor de este pueblo que lleva grabados en sus cuerpos y en sus mentes los horrores de un pasado y de un presente.

No podrán nuestros escritores reflejar con exactitud el calvario de esta raza que parece talmente que haya nacido para sufrir.

Este cuadro de dolor, este aguafuerte español halla su máxima algidez en febrero de 1936. En esta fecha, el suelo español era un inmenso presidio. Miles de trabajadores yacían tras rejas.

Nos hallamos en las puertas de julio. Es necesario recordar los acontecimientos que constituyeron la antesala del levantamiento militar.

La política del bienio negro estaba en quiebra. Gil Robles no había satisfecho las apetencias de sus acólitos. Una pugna había aflorado entre Alcalá Zamora y el jefe de Acción Popular. El jesuitismo respaldaba al Presidente de la República. Era su nuevo candidato; no en balde había levantado bandera en pro de la reforma constitucional y en pro de la religión. La vida de las Cortes era incierta. Los radicales estaban divorciados del bloque de las derechas, pues se sentían alejados del pesebre nacional. Las sesiones tumultuosas matizaban la jarana de una política baja, repugnante y criminal.

El proletariado empezaba a manifestarse de la forma que estaba más a su alcance. Los mítines monstruosos celebrados en el Stadium de Madrid, en Baracaldo y en Valencia, congregaron inmensas multitudes. Es de lamentar que aquellas demostraciones de tesón y de rebeldía sirviesen a la postre para revalorizar a una figura vetusta y reaccionaria como en el caso presente de Azaña. Y el error se paga más tarde con creces. Alcalá Zamora se cree árbitro de la situación. Disuelve las Cortes. Sus testaferros son Franco, Goded, Cabanellas, Queipo de Llano, Mola. Elige para la consumación de sus planes a un bandolero de las finanzas, Portela Valladares.

Los resortes estatales le faltan al cacique gallego. A pesar de los pucherazos electorales y del encasillado de gobernación, el resultado de las elecciones de febrero no satisfacen las ansias de la Santa Sede.

Alcalá Zamora viendo frustradas sus combinaciones, brinda a Portela la declaración del estado de guerra. Portela no se atreve. Se da cuenta de que el pueblo español está en la calle. Aconseja la entrada de Azaña. Y acierta. El político del bienio rojo será un sedante momentáneo. Es lo que pretendía la reacción en aquellos momentos. Un compás de espera, para ir preparando la sublevación de los generales adictos a la Plaza de Oriente.

El triunfo electoral de febrero no abrió los ojos a los socialistas. Aquellas protestas ciclópeas de la población penal, aquel entusiasmo para liberar a los presos del gran drama de octubre, no les sugirió nada nuevo. Siguieron la clásica pauta. Nuevas Cortes. Nueva elección de Intendente de la República. Ocultaron al pueblo los propósitos dictatoriales de Alcala Zamora y sus intenciones de entregar el mando a los militares.

Pero el proletariado poseía una dura experiencia de los bienios transcurridos. Se lanzan a la calle. Teas incendiarias prenden fuego a los centros religiosos. Las cárceles claman a través de los muros. La ciudad y el campo bullen por un igual. La idiotez de la social democracia aplaza la eclosión popular. Afortunadamente el cerrilismo de las derechas, que no supieron apreciar en su verdadero valor el papel contrarrevolucionario de Azaña y de Prieto, plantean al cabo de cinco meses el problema en la calle.

De febrero a julio se producen sendos disturbios. Volvió a derramarse sangre de trabajadores. La huelga del ramo de la construcción de Madrid y un choque ocurrido en Málaga revela el cretinismo de los políticos de febrero.

Las derechas inician un plan descarado de ataque a la situación que emana de unas elecciones teñidas de una dosis sentimental. Los fascistas asesinan a mansalva, provocan algaradas. Se vislumbra que la España negra tramaba algo. Se hablaba con insistencia de una asonada militar.

No había duda. El proletariado estaba pisando el vestíbulo de julio. Los gobernantes se encogían de espaldas. Entre el fascismo y el proletariado preferían a los primeros. Y para despistar, el traidor número uno, Casares Quiroga amenazaba desde el banco azul a las derechas incitándolas a que salieran a la calle.

La muerte de Calvo Sotelo precipitó los acontecimientos. Se rumoreaba, con visos de verosimilitud, que los militares se echarían a la calle de un instante a otro. ¿Se previnieron los gobernantes? Franco disponía de mando en Canarias, Goded en las Baleares, Mola en Navarra… ¿Por qué no se licenció inmediatamente a la tropa? ¿Por qué no se armó, sin pérdida de tiempo, al pueblo? ¡Los fascistas también contaban con poderosos auxiliares en los sitiales gubernamentales!

El día 17 de julio vino a descifrar el enigma en que estábamos rebatiendo desde fechas ha. En las Baleares, en Marruecos, en Canarias, la oficialidad se hallaba en franca revuelta.

¿Qué medidas se tomaron para atajar la sublevación? ¿Qué hizo el gobierno de este canalla, de este Casares Quiroga? Encerrarse en la inercia más absoluta. Esconder al pueblo la gravedad de la situación. Ordenar una severa censura. Negar las armas al proletariado.

Del día 17 al 19 de julio, había tiempo suficiente para reducir a los militares. Prevaleció una actitud suicida y sospechosa en alto grado. Casares Quiroga es cómplice de Mola. Lo mantuvo en Pamplona a pesar de haberse declarado en franca rebeldía desde las elecciones de febrero y a pesar de dar amparo a todos los conspiradores de derechas.

La traición de las izquierdas es evidente. No se dio armas al pueblo porque los demócratas burgueses temían al proletariado. Y así fue posible que múltiples localidades, que siempre habían demostrado una potencialidad proletaria, cayesen fácilmente en poder de los fascistas. En Zaragoza la negativa del gobernador Vera Coronel, que entretuvo con entrevistas a los representantes de la clase trabajadora, facilitó el triunfo fascista. Y en Valencia, cuando en España entera se estaba luchando, todavía se toleraba la permanencia de las fuerzas sublevadas en los cuarteles.

En esta hora histórica, anegados de sangre, acusamos, sin eufemismos, a los políticos republicanos que, por su aversión a la clase trabajadora, favorecieron de una manera abierta al fascismo. Acusamos a Azaña, a Casares Quiroga, a Companys, a los socialistas, a todos los farsantes de esta República que surgida de un sainete abrileño ha destrozado los hogares de la clase trabajadora. Y esto ocurre por no haberse hecho la revolución en su debido tiempo.

Las armas las fue a buscar el pueblo. Se las ganó. Las conquistó con su esfuerzo propio. No se las dio nadie. Ni el Gobierno de la República ni la Generalidad dieron un solo fusil.

El 19 de julio, el proletariado se aposentó en la calle como en las grandes jornadas. Días antes había actuado sigilosamente de vigía en las calles de las poblaciones españolas. En la capital catalana se remembraron días de gloria y de lucha.

El primer armamento lo sacaron los trabajadores catalanes de unos buques surtos en el fondeadero barcelonés. Del Manuel Arnús y del Marqués de Comillas, se sacaron las primeras armas.

Al amanecer del 19 de julio, los militares se echaron a la calle. El pueblo catalán arremetió contra ellos. Asaltó cuarteles y luchó hasta acabar con el postrer reducto fascista.

El proletariado catalán salvó del fascismo a la España proletaria. La Cataluña proletaria se convertía en el faro alumbrador de toda la península. No importa que el agro español esté en poder de los fascistas. Los trabajadores de los centros industriales rescataremos a nuestros camaradas del cautiverio que les ha caído en suerte.

En Madrid ocurrió exactamente lo mismo. Tampoco les dieron armas. Las ganaron en la calle. El proletariado bregó. Asaltó el Cuartel de la Montaña. Venció a los militares. Y con escopetas, y como pudo, se dirigieron los trabajadores a la Sierra de Guadarrama para cortar el paso al general Mola que, al frente de las brigadas de Navarra, se disponía a conquistar la capital castellana.

En el Norte, en Levante y en diversas localidades de Aragón, de Andalucía y de Extremadura se derrotó al fascismo. Pero en el resto de la península los obreros estaban desarmados y tuvieron que enfrentarse con los propios gobernadores de izquierda que facilitaron el golpe de la hez española.

A Casares Quiroga le sucedió un gobierno Martínez Barrios. El político que torpedeó las constituyentes de abril ocupaba el Poder para pactar con los fascistas y entregarles el mando. La rápida reacción de la clase trabajadora impidió que se fraguase una de las traiciones más infamantes, que si no se llegó a cometer fue debido a que no hubo tiempo para ello. De esta maniobra vil han de responder los políticos con sus cabezas, empezando por Azaña.

La atmósfera pesimista de los primeros instantes, el propósito de rendición que anidaba en los centros oficiales, fue rápidamente contrarrestado por la bravura del proletariado. A Martínez Barrios le sustituye Giral.

Hemos relatado los aspectos de carácter anecdótico. Pero es preciso detenerse unos instantes más en julio, y es necesario examinar qué clase de revolución fue la de aquellas memorables jornadas.

Se ha teorizado mucho en torno de julio. Los burgueses demócratas y los marxistas aseguran que la explosión popular de julio ha de catalogarse como un acto de legítima defensa que realizó el proletariado al verse acosado por su mayor enemigo. En torno de esta tesis se argumenta que no puede considerarse julio como una manifestación típicamente revolucionaria y de clase.

La tesis de nuestros antípodas es falsa. Las revoluciones se producen en una fecha imprevista pero siempre están precedidas de un largo periodo de gestación. En abril se cerró un paréntesis y se abrió otro. Y este segundo paréntesis, lo encabezó precisamente, en abril, la clase trabajadora y todavía sigue en las avanzadillas de la revolución. De no haberse lanzado el proletariado a la calle en julio, lo hubiese practicado fechas más tarde, pero no hubiese desistido de su noble empeño de redimirse del yugo burgués.

La pequeña burguesía sustenta que en las jornadas de julio nos encontramos todos los sectores en la vía pública. Pero les hemos de recordar que si la C.N.T. y la F.A.I. no hubiesen acudido a los lugares de peligro se hubiera repetido la astracanada del octubre barcelonés.

En Cataluña predominan los trabajadores que están organizados en la C.N.T. Los que niegan esta realidad es que desconocen o se empeñan en ignorar la historia de la C.N.T. en el suelo catalán.

La revolución de julio fue una revolución impulsada por los trabajadores y por lo tanto de clase. La pequeña burguesía actuó de apéndice y nada más. Tanto en la calle como en teoría.

Pero existen razones de tanto o más peso. El recuerdo de las conmociones de tipo político que capitaneó el capitalismo en los siglos XVII, XVIII y XIX se ha esfumado y desvanecidas, además, las ilusiones democráticas pequeño burguesas por los resultados habidos en los ensayos precedentes ─1873, abril, febrero en España no cabía otra revolución que la de tipo social que amaneció esplendorosa en julio.

La experiencia de abril es definitiva. Bastaba para que no incurriésemos en nuevos errores. No nos referimos exclusivamente a la represión de que fuimos objeto. Nos ceñimos a la trayectoria disparatada que patrocinaron los marxistas.

¿Cómo se comprende que en la revolución de julio se hayan repetido los desaciertos que hemos criticado centenares de veces? ¿Cómo es que en julio no se propugnó por una revolución de clase? ¿Cómo es que las organizaciones obreras no asumieron la máxima responsabilidad del país?

La inmensa mayoría de la población trabajadora estaba al lado de la C.N.T. La organización mayoritaria, en Cataluña, era la C.N.T. ¿Qué ocurrió para que la C.N.T. no hiciese su revolución que era del pueblo, la de la mayoría del proletariado?

Sucedió lo que fatalmente tenía que ocurrir. La C.N.T. estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos adonde íbamos. Mucho lirismo pero, en resumen de cuentas, no supimos qué hacer con aquellas masas enormes de trabajadores; no supimos dar plasticidad a aquel oleaje popular que se volcaba en nuestras organizaciones y, por no saber qué hacer, entregamos la revolución en bandeja a la burguesía y a los marxistas, que mantuvieron la farsa de antaño y, lo que es mucho peor, se ha dado margen para que la burguesía volviera a rehacerse y actuase en plan de vencedora.

No se supo valorizar la C.N.T. No se quiso llevar adelante la revolución con todas sus consecuencias. Se temieron las escuadras extranjeras alegando que los barcos de la escuadra inglesa enfilarían el puerto de Barcelona.

¿Es que se ha hecho alguna revolución sin tener que afrontar innúmeras dificultades? ¿Es que hay alguna revolución en el mundo de tipo avanzado que haya podido eludir la intervención extranjera?

Partiendo del temor y dejándose influenciar por la pusilanimidad no se llega nunca a la cima. Solamente los audaces, los decididos, los hombres de corazón, pueden aventurarse a las grandes conquistas. Los temerosos no tienen derecho a dirigir las multitudes, ni a salir de casa.

Cuando una organización se ha pasado toda la vida propugnando por la revolución, tiene la obligación de hacerla cuando precisamente se presenta una coyuntura. Y en julio había ocasión para ello. La C.N.T. debía encaramarse en lo alto de la dirección del país, dando una solemne patada a todo lo arcaico, a todo lo vetusto, y de esta manera hubiésemos ganado la guerra y hubiéramos salvado la revolución.

Pero se procedió de una manera opuesta. Se colaboró con la burguesía en las esferas estatales en el preciso momento que el Estado se cuarteaba por los cuatro costados. Se robusteció a Companys y a su séquito. Se inyectó un balón de oxígeno a una burguesía anémica y atemorizada.

Una de las causas que más directamente ha motivado la yugulación de la revolución y el desplazamiento de la C.N.T. es el haber actuado como sector minoritario a pesar de que en la calle disponíamos de la mayoría.

En esta tesitura minoritaria, la C.N.T. no ha podido hacer valer sus proyectos, viéndose constantemente saboteada y envuelta en las redes de la política turbia y falaz. Y en la Generalidad, y en el Municipio, disponía de menos votos que los otros sectores, siendo así que el número de afiliados de nuestras organizaciones era muy superior. Y además, la calle la ganamos nosotros. ¿Por qué la cedimos tan tontamente?

Por otra parte afirmamos que las revoluciones son totalitarias por más quien afirme lo contrario. Lo que ocurre es que diversos aspectos de la revolución se van plasmando paulatinamente, pero con la garantía de que la clase que representa el nuevo orden de cosas es la que usufructúa la mayor responsabilidad. Y cuando se hacen las cosas a medias, se produce lo que estamos comentando, el desastre de julio.

En julio se constituyó un comité de milicias antifascistas. No era un organismo de clase. En su seno se encontraban representadas las fracciones burguesas y contrarrevolucionarias. Parecía que enfrente de la Generalidad se había levantado el comité susodicho. Pero fue un aire de bufonada. Se constituyeron las patrullas de control. Eran hombres de las barricadas, de la calle. Se tomaron las fábricas, las empresas, los talleres, y se arrebató la presa al latifundismo. Se crearon comités de defensa de barriada, municipales, comités de abastos.

Han transcurrido dieciséis meses. ¿Qué resta? Del espíritu de julio, un recuerdo. De los organismos de julio, un ayer.

Pero queda en pie todo el tinglado político y pequeño burgués. En la Plaza de la República de la capital catalana persiste la maraña de unos sectores que sólo pretenden vivir a espaldas de la clase trabajadora.

3 de mayo

Ha sido en el perímetro catalán en donde se ha esforzado más la contrarrevolución en aplastar las esencias revolucionarias de julio.

La Cataluña industrial, por su configuración económica, permitía concentrar grandes masas de trabajadores educados en un ambiente clasista, de fábrica, de taller. Esta idiosincrasia de los centros fabriles es de un alto sentido halagüeño para la consecución de las reivindicaciones revolucionarias. La población laboriosa de Cataluña dio vida en julio a una nueva tónica social. Resurgió un proletariado indómito que poseía el adiestramiento de largos años de lucha en los cuadros confederales. La revolución social en Cataluña podía ser un hecho. Además, este proletariado revolucionario podía haber servido de contrapeso a un Madrid burocrático y reformista y la influencia de una Vizcaya católica.

Pero los acontecimientos tomaron otro giro. En Cataluña no se hizo la revolución. La pequeña burguesía, que en las jornadas de julio se escondió en las trastiendas, al percatarse de que el proletariado era nuevamente víctima de unos líderes sofistas se aprestó a dar la batalla.

Lo chocante del caso es que al hablar de mesocracia nos hemos de referir a los marxistas que han arramblado con todos los tenderos y con los 120.000 votantes de la Lliga.

El socialismo en Cataluña ha sido funesto. Han nutrido sus filas con una base adversa a la revolución. Han capitaneado la contrarrevolución. Han dado vida a una U.G.T. mediatizada por el G.E.P.C.I. Los líderes marxistas han entonado loas a la contrarrevolución. Y en torno del frente único han esculpido frases, eliminando primeramente al P.O.U.M. y más tarde han intentado repetir la hazaña con la C.N.T..

Las maniobras de la pequeña burguesía aliada de los socialistas-comunistas, culminaron en los sucesos de mayo.

Distintas versiones han corrido acerca de mayo. Pero la verídica es que la contrarrevolución pretendía que la clase trabajadora saliera a la calle en un plan de indecisión para aplastarla. En parte, lograron sus propósitos por la estulticia de unos dirigentes que dieron la orden de alto el fuego y motejaron a los Amigos de Durruti de agentes provocadores cuando la calle estaba ganada y eliminado el enemigo.

La contrarrevolución sentía un interés evidente de que el orden público pasase a depender del Gobierno de Valencia. Se logró gracias a Largo Caballero y es de remarcar que en aquel entonces la C.N.T. disponía de cuatro ministros en las esferas gubernamentales.

También se ha señalado que la pequeña burguesía había tramado un plan de intervención extranjera con la excusa de unos disturbios. Se aseguró que las escuadras extranjeras dirigían su proa a Barcelona de divisiones motorizadas del ejército francés que estaban a punto de intervenir en los puestos fronterizos. Y a esto puede agregarse la labor conspiradora de determinados políticos que se encontraban en la capital francesa.

El ambiente estaba enrarecido. Se rasgaban los carnets de la C.N.T. Se desarmaba a los militantes de la C.N.T. y de la F.A.I. Se producían continuados choques que no desembocan en sucesos de mayor gravedad por pura casualidad. Las provocaciones que hubimos de soportar los trabajadores fueron múltiples. Las bravatas de la mesocracia emergían a la superficie sin tapujos ni rodeos.

La muerte de un militante socialista ─de Roldán─ fue aprovechada para celebrar una manifestación monstruo en la que tomó parte toda la chusma contrarrevolucionaria.

Todas las anomalías eran achacadas a la C.N.T. De todos los desmanes se culpaba a los anarquistas. La escasez de los artículos alimenticios era atribuida a los comités de abastos.

El día 3 de mayo se produjo la explosión. El comisario de orden público Rodríguez Salas ─con el visto bueno de Aguadé─ irrumpe al frente de una sección de guardias de asalto en la Telefónica e intenta desarmar a los camaradas de la C.N.T., a pesar de que en la Telefónica existía un control de las dos sindicales.

La hazaña del provocador Rodríguez Salas ─del P.S.U.C.─ fue un toque de clarín. En pocas horas se levantaron barricadas en todas las calles de la ciudad de Barcelona. Empezó el crepitar de los fusiles, sonó el tableteo de las ametralladoras, retumbó en el espacio el estampido de los cañones y de las bombas.

La lucha se decidió en pocas horas a favor del proletariado enrolado en la C.N.T. que como en julio defendía sus prerrogativas arma al brazo. Ganamos la calle. Era nuestra. No había poder humano que nos la pudiese disputar. Las barricadas obreras cayeron inmediatamente en nuestro poder. Y poco a poco el reducto de los contrincantes quedó circunscrito a una parte del casco de la población ─el centro urbano─ que pronto se hubiese tomado de no haber ocurrido la defección de los comités de la C.N.T.

Nuestra Agrupación, al percatarse de la indecisión que se había manifestado en el curso de la lucha y de la falta de dirección tanto callejera como orgánica, lanzó una octavilla y más tarde un manifiesto.

Se nos tildó de agentes provocadores porque exigíamos el fusilamiento de los provocadores, la disolución de los cuerpos armados, la supresión de los partidos políticos que habían armado la provocación, amén de la constitución de una Junta revolucionaria, de recabar la socialización de la economía y de reclamar todo el poder económico para los sindicatos.

Nuestra opinión expuesta en aquellos instantes álgidos, a través de la octavilla y del manifiesto, radicaba en que no se abandonasen las barricadas sin condiciones pues se iba a producir el primer caso en la historia de que un ejército victorioso cediese el terreno al contrincante.

Se necesitaban garantías de que no seríamos perseguidos. Pero los capitostes de la C.N.T. aseguraban que los representantes de la organización en la Generalidad velarían por la clase trabajadora. No obstante, ocurrió la segunda parte de lo que había acaecido horas antes en Valencia.

Se abandonaron las barricadas sin que se nos hiciera caso. A medida que fue serenándose el horizonte catalán se fueron conociendo los desmanes cometidos por los marxistas y por la fuerza pública. Teníamos razón. El camarada Berneri fue sacado de su domicilio y muerto a tiros en plena calle; treinta camaradas aparecieron horriblemente mutilados en Sardañola; el camarada Martínez, de las Juventudes Libertarias, perdió su vida de una manera misteriosa en las garras de la Checa y un crecido número de camaradas de la C.N.T. y de la F.A.I. fueron vilmente asesinados.

Hemos de recordar que el profesor Berneri era un culto camarada italiano de esta Italia antifascista que nutre las islas de deportación, los cementerios y los campos de concentración y, a la par que sus camaradas antifascistas, no podía permanecer en la Italia de Mussolini.

Una intensa ola represiva siguió a estos asesinatos. Detenciones de camaradas por las jornadas de julio y de mayo; asaltos de sindicatos, de colectividades, de los locales de los Amigos de Durruti, de las Juventudes libertarias, del P.O.U.M..

Un suceso ha de remarcarse. La desaparición y muerte de Andrés Nin. Ha transcurrido más de medio año y el Gobierno todavía ha de aclarar el pretendido misterio que rodea el asesinato de Nin. ¿Se sabrá algún día quien ha muerto a Nin?

Después de mayo la contrarrevolución se sintió más fuerte que nunca. Las potencias extranjeras ayudaron a esta reacción mesocrática. A los pocos días se constituye el Gobierno Negrín que nació con dos objetivos: el aniquilamiento de la fracción revolucionaria del proletariado y la preparación de un abrazo de Vergara. Y en Cataluña se constituyó un gobierno de Secretarios de partidos políticos y de organizaciones sindicales hasta que Luis Companys arrojó de la Generalidad a los representantes de la C.N.T..

Los sucesos de mayo tienen unas características muy distintas a las de julio. En mayo el proletariado se batió con un espíritu netamente de clase. No cabía duda de que la clase trabajadora quería radicalizar la revolución.

Por más que la prensa reaccionaria trate de empañar la naturaleza de mayo pasará a la historia como un gesto rápido y oportuno del proletariado que sintiendo amenazada la revolución salió a la calle a salvarla y a revalorizarla.

En mayo estábamos a tiempo de salvar la revolución. Quizás muchos se arrepientan en estos históricos momentos de haber hecho cesar el fuego. Y si no que claven la vista en las cárceles abarrotadas de trabajadores.

La Agrupación Los amigos de Durruti cumplió con su deber. Fuimos los únicos que estuvimos a la altura de las circunstancias. Supimos prever los resultados.

Nunca podrá olvidarse mayo. Fue el aldabonazo más fuerte que ha propinado la clase trabajadora en los pórticos burgueses. Los historiadores, al hablar de las jornadas de mayo, tendrán que hacer justicia al proletariado catalán que sentó en aquellas jornadas los jalones de una nueva etapa que ha de ser proletaria, cien por cien.

La independencia de España

La intervención de las potencias extranjeras ha vuelto a poner sobre el tapete español el eterno problema en que se ha debatido nuestro país.

Desde el siglo XVI que la política española ha sido un feudo de las potencias extranjeras. Dos dinastías, la austríaca y la borbónica, amén del ligero reinado de Amadeo de Saboya han sojuzgado a los pobladores españoles hasta el 14 de abril de 1931.

La independencia de España ha sido siempre un mito. El Foreign Office y el Quai d’Orsay han jugado un papel importantísimo en nuestras deliberaciones. Recuérdese el indulto de Sanjurjo en la sublevación de agosto de 1932, que se concedió por la presión hecha por el gobierno francés.

La economía española, que es agraria por excelencia, nos ha tenido ligados a las grandes potencias industriales. Para exportar nuestros agrios nos hemos visto obligados a comprar maquinaria que la podíamos fabricar en nuestro terruño. Y para que Londres recibiera nuestra naranja, se nos impedía comprar carbón inglés con el contraste de que había de reducir las jornadas de las cuencas carboníferas por existir stocks sobreabundantes de mineral.

Exportamos hierro, cobre y otros minerales y después comprábamos, a la misma nación que nos compraba la materia prima, las máquinas elaboradas con el material exportado.

Nuestro subsuelo es riquísimo, pero está en posesión del capital exótico. Los tentáculos de las finanzas internacionales aprisionan nuestro país y devoran la riqueza vernácula. Los trabajadores españoles han trabajado siempre para satisfacer los dividendos y los beneficios cuantiosos de los accionistas y rentistas extranjeros.

El espíritu de independencia de los españoles se ha manifestado desde los albores de nuestra historia. Múltiples han sido las invasiones pero nunca han podido abatir el espíritu sagrado de independencia.

Pero así como en los tiempos de los iberos, de los fenicios, de los cartagineses, de los romanos, de los árabes, de los franceses, no se manifestaba un carácter social muy distinto al de las invasiones precedentes.

En la invasión napoleónica luchaban juntos liberales y absolutistas. Al lado del Cura Merino se hallaba el Empecinado aunque sólo fuese momentáneamente.

En la expedición del Duque de Angulema decretada en Viena por la Santa Alianza, ya se manifestó un distingo peninsular. El Cura Merino luchaba al lado de las fuerzas invasoras. En cambio, el Empecinado se oponía a la entrada de las fuerzas extranjeras.

Hoy se repite lo acaecido en la época de Fernando VII. También en Viena se celebró una reunión de los dictadores fascistas para dilucidar su intervención en España. Y el lugar que ocupaba el Empecinado es desempeñado por los trabajadores en armas.

Alemania e Italia están carentes de materias primas. Necesitan hierro, cobre, plomo, mercurio. Pero estos minerales españoles están detentados por Francia e Inglaterra. No obstante intentan conquistar España, Inglaterra no protesta en forma airada. Por bajo mano intenta negociar con Franco.

Y en el curso de la guerra ha contribuido al bloqueo de nuestros puertos. Los buques fascistas descargan material bélico en los puertos facciosos y cargan mineral, ganado, aceite… El fascismo internacional necesita artículos alimenticios. El lema de Hitler de más cañones y menos manteca y la autarquía de Mussolini, los induce a saquear las regiones agrarias que están bajo la férula de los generales sublevados.

En el aspecto económico hemos dependido siempre del extranjero. Los tratados comerciales, la balanza de pagos, nunca nos han favorecido. Esta tónica ha constituido una pesadilla para nuestra economía.

El problema de España es de un carácter colonial. El capitalismo que arrojó al feudalismo del coto nacional, incurre en una contradicción de apuntalar el régimen feudal en los países que desea explotar. Este es el caso de España, como el de China.

La clase trabajadora ha de conseguir la independencia de España. No será el capitalismo indígena quien lo logre, puesto que el capital internacional está íntimamente entrelazado de un confín a otro. Este es el drama de la España actual. A los trabajadores nos toca arrojar a los capitalistas extranjeros. No es un problema patriótico. Es un caso de intereses de clase.

Tal como se desarrollan las intrigas internacionales, es presumible que Inglaterra procure liquidar el asunto español a base de un statu-quo vergonzoso. ¿Harán concesiones económicas y coloniales a Alemania y a Italia? ¿Se concederá parte de la explotación de nuestro subsuelo a las potencias extranjeras? ¿Se repartirán España?

A Inglaterra le interesa nuestra riqueza minera pero es tan colosal el chantaje fascista, que irradia todo el mundo, agregando el famoso pacto anticomunista, que a lo mejor la rubia Albión ceda a pesar de que no puede tolerar que le amenacen el libre paso de sus barcos por el Mare Nostrum.

Es difícil vaticinar el futuro. No hemos de confiar en la Sociedad de Naciones, ni en los múltiples comités, subcomités, ni en las Conferencias que como en Nyon sólo se hace que dar largas al asunto. Pero podemos remarcar que los conservadores ingleses recurren a Lord Halifax, el masacrador de las Indias.

Sólo nos cabe una pregunta: ¿Querrá Francia poner en juego su seguridad no solamente marítima sino terrestre? ¿Seguirá Francia la política de no intervención forjada por León Blum? ¿Querrá renunciar a su ejército colonial?

No confiamos en nadie. La salvación está en nuestras manos. Las potencias extranjeras se inclinan por el mal menor, por el pasteleo. Y la clase trabajadora sabrá impedir que España sea sometida a un estatuto internacional del tipo de Tánger, de Dantzig, del Sarre.

Vencer o morir, camaradas. Este es el dilema de la hora presente.

El colaboracionismo y la lucha de clases

En el movimiento obrero español, como en general ha ocurrido en todos los países, se van manifestando dos tendencias. La colaboracionista y la que no admite transacciones de ninguna especie con el adversario.

En nuestro suelo, el socialismo, con su apéndice sindical la U.G.T., ha encarnado el clásico papel de los reformistas, el cliché de los obreros renegados o bien de los intrusos en las organizaciones obreras que tienden exclusivamente a uncir el proletariado al carro de la burguesía.

Son notorias las manifestaciones de Indalecio Prieto en el bienio rojo, a propósito de la huelga de ferroviarios que caracteriza la entrada del colaboracionismo: Soy antes ministro que socialista, exclamaba don Inda en aquella ocasión.

La revolución española ha adolecido de la influencia notoria que han poseído los reformistas en las directrices de la misma. No se ha querido interpretar el sentido social y de clase que transpiraron las jornadas de julio.

La lucha de clases que siempre había sido patrocinada por la C.N.T. ha pasado a ser plato de segunda mesa por una retahíla de cuestiones que han perjudicado enormemente el curso de la revolución. Y al constatar este abandono, no solamente hemos de lamentar la desfiguración revolucionaria sino que también constatamos la pérdida de posiciones de carácter orgánico por no haber mantenido precisamente los derroteros de la revolución en un terreno clasista y haber conculcado el Sindicalismo Revolucionario.

Los sindicatos son los órganos que representan de una manera genuina el espíritu de clase de los trabajadores en su eterna pugna con el capitalismo. Si relegamos a segundo término los sindicatos, forzosamente el proletariado ha de sentirse perjudicado en sus propios intereses.

La colaboración es funesta en todos momentos. No se ha de colaborar con el capitalismo, ni desde fuera del Estado burgués ni dentro de las mismas esferas gubernamentales. Nuestro papel como productores se halla en los sindicatos, fortaleciendo los únicos estamentos que han de subsistir después de una revolución que encabecen los trabajadores.

La lucha de clases no es óbice para que en los momentos actuales los trabajadores sigan luchando en los campos de batalla y trabajando en las industrias de guerra. Pero sí ha de tenerse en cuenta que al plantearse un nuevo movimiento se ha de proceder con un sentido de clase y dando la debida prioridad a los sindicatos.

Al margen de los sindicatos no puede existir otro organismo económico que restrinja sus facultades. Y frente a los sindicatos no puede mantenerse un Estado, mucho menos reforzarlo con nuestras propias fuerzas. La lucha con el capital sigue en pie. Subsiste una burguesía en nuestro propio terruño que está en concomitancia con la burguesía internacional. El problema es el mismo que años atrás.

Mantengamos la personalidad de los sindicatos. Sigamos la trayectoria señalada por la C.N.T. en su peculiar forcejeo con la burguesía indígena como fue siempre norma antes del 19 de julio.

Los colaboracionistas son aliados de la burguesía. Los individuo que propugnan tales concomitancias no sienten la lucha de clases ni tienen la menor estima por los sindicatos.

En ningún instante ha de aceptarse la consolidación de nuestro adversario.

Al enemigo hay que batirlo. Y si en determinadas ocasiones se efectúa una pausa, no ha de convertirse esta disgresión social en una posición de franca ayuda al capital.

Entre explotadores y explotados no puede haber el menor contacto. Sólo en la lucha se ha de decidir quién se impondrá. O los trabajadores o los burgueses. Pero de ningún modo ambos a la vez.

El porvenir está en manos de la clase trabajadora. Los parias no tenemos nada que perder y en cambio podemos ganar nuestra emancipación que es el porvenir de la familia obrera.

Rompamos las cadenas. Fortalezcamos los sindicatos. Mantengamos el espíritu de la lucha de clases.

Nuestra posición

Es un momento de concretar. Vamos a hacerlo con arreglo a cada uno de los problemas que plantea la situación presente.

Ante el problema de la guerra somos partidarios de que el ejército esté absolutamente controlado por la clase trabajadora. No nos merecen la menor confianza los oficiales procedentes del régimen capitalista. Se han producido numerosas deserciones y la mayoría de los desastres que hemos encajado es debido a traiciones evidentes de los mandos. Y por lo que atañe al ejército, propugnamos por un ejército revolucionario y dirigido exclusivamente por los trabajadores; y en el caso de emplear algún oficial ha de estar bajo un control riguroso.

Reclamamos la dirección de la guerra para los trabajadores. Tenemos motivos suficientes para ello. Las derrotas de Toledo, de Talavera, la pérdida del Norte y la de Málaga, denota una falta de competencia y de honradez en las esferas gubernamentales por las siguientes razones:

El Norte de España se podía salvar adquiriendo el stock de material bélico que para hacer frente al enemigo se requería. Y para eso habían medios. Las reservas de oro del Banco de España permitían abarrotar el suelo español de armamento. ¿Por qué no se hizo? Había tiempo para ello. No ha de olvidarse que el control de no intervención no empezó a contar hasta el cabo de unos meses de haber estallado la conflagración española.

La dirección en los asuntos bélicos ha sido un desastre. La actuación de Largo Caballero es funesta. Es el responsable de que el frente de Aragón no haya dado el rendimiento apetecido. Su oposición a que se armase el sector aragonés ha impedido que Aragón se salvase de las garras del fascismo y al mismo tiempo que se pudiera descongestionar los frentes de Madrid y del Norte. Y fue Largo Caballero quien manifestó que dar armas al frente aragonés era tanto como entregarlas a la C.N.T.

* * *

Somos enemigos de la colaboración con los sectores burgueses. No creemos que se pueda abandonar el sentido de clase.

Los trabajadores revolucionarios no han de desempeñar cargos oficiales ni han de aposentarse en los ministerios. Se puede colaborar mientras dure la guerra en los campos de batalla, en las trincheras, en los parapetos y produciendo en la retaguardia.

Nuestro lugar está en los sindicatos, en los lugares de trabajo, manteniendo el espíritu de rebeldía que aflorará en la primera ocasión que se presente. Es este el contacto que hemos de mantener.

No ha de participarse en las combinaciones que urden los políticos burgueses de consuno con las cancillerías extranjeras. Es tanto como fortalecer a nuestros adversarios y apreciar más el dogal capitalista.

No más carteras. No más ministerios. Volvamos a los sindicatos y al pie de los útiles de trabajo.

* * *

Propugnamos la unidad del proletariado. Pero entiéndase bien, esta unidad ha de realizarse entre trabajadores y no con burócratas o con enchufistas.

En el instante actual es factible una inteligencia de la C.N.T. con la fracción revolucionaria de la U.G.T. Y no creemos realizable una entente con la U.G.T. de Cataluña ni con los prietistas.

* * *

La socialización de la economía es indispensable para el triunfo de la guerra y para el encauzamiento de la revolución. No puede perseverar la desligazón actual. Ni puede conceptuarse beneficioso que los distintos centros de producción no marchen de una manera coordinada.

Pero han de ser los trabajadores quienes lo realicen.

* * *

El problema religioso ni debe removerse. El Pueblo ya dijo su última palabra. No obstante parece que se tiende a abrir de nuevo los templos. La puesta en vigor de la libertad de cultos y las misas celebradas, nos da pábulo para suponer que los gobernantes se olvidan de las grandes jornadas incendiarias.

* * *

La distribución de los productos ha de racionarse de una manera absoluta. No puede tolerarse que los trabajadores no puedan comer mientras que los acaudalados hallan comida en los restaurantes controlados por la propia clase trabajadora.

Se ha de socializar la distribución, junto con un racionamiento riguroso.

La burocracia ha de desaparecer. Los miles de burócratas que han llegado a Barcelona revela una de las mayores plagas que sufrimos. En lugar del burócrata ha de haber un trabajador. Y como burócrata entendemos el holgazán, el individuo de café.

* * *

Supresión absoluta de la burocracia.

* * *

Los sueldos fabulosos han de desaparecer inmediatamente. Es un escarnio que los milicianos cobren diez pesetas diarias y en cambio existen sueldos cuantiosos que los cobran los burócratas Azaña y Companys que perciben los sueldos de antaño.

Nosotros queremos que se implante el salario familiar. Y que se acabe de una vez esta irritante desigualdad.

La justicia ha de ejercerla el pueblo. No puede consentirse la desviación surgida en este terreno. De los primeros tribunales de clase se ha caído en unos organismos integrados por los magistrados de carrera. Y volvemos a estar como antes. Y ahora se suprimirán los jurados.

La Justicia proletaria solamente pertenece a los trabajadores.

* * *

El agro español se ha de encauzar en un sentido socializador. El saboteo de las colectividades ha entorpecido enormemente la vida de nuestro suelo y ha favorecido la especulación. El intercambio de la ciudad con el campo acercará los campesinos a la clase proletaria. Y se vencerá esta mentalidad del trabajador del campo que está habituado a cultivar un coto determinado.

* * *

Los problemas culturales, como cualquier otro aspecto referente a cualquier actividad del país, sea de carácter social, cultural o económico, incumbe de una manera cerrada a los trabajadores que son quienes han forjado la nueva situación.

* * *

El orden revolucionario lo ejercerán los obreros. Exigimos la disolución de los cuerpos uniformados que no son ninguna garantía para la revolución. Los sindicatos han de avalar a los encargados de velar por el nuevo orden que queremos implantar.

* * *

Por lo que atañe a la política internacional no aceptaremos ningún armisticio. Y por lo que se refiere a la propaganda de nuestra revolución entendemos que ha de efectuarse en los centros de producción del extranjero y no en las cancillerías y mucho menos en los cabarets.

A los trabajadores extranjeros se les ha de hablar en un lenguaje revolucionario. Hasta ahora se ha empleado un léxico democrático. Se ha de inculcar a las organizaciones obreras, de todo el mundo, que es necesario que se muevan; que saboteen los productos fascistas; que se nieguen a embarcar materias primas o material bélico para los asesinos del pueblo español. Y que se manifiesten en la calle, que exijan de sus gobiernos respectivos que se dé un trato de justicia a la causa que estamos defendiendo que es la causa del proletariado mundial.

Nuestro programa

Las revoluciones no pueden ganarse si están ausentes de unas directrices y objetivos inmediatos. En la revolución de julio hemos podido constatar esta falla. La C.N.T. a pesar de tener la fuerza no supo cincelar la gesta que con un carácter de espontaneidad se manifestó en la calle. Los mismos dirigentes se encontraron sorprendidos ante unos acontecimientos que para ellos había de catalogarse como algo imprevisto.

No se supo qué camino seguir. Faltó una teoría. Habíamos pasado una serie de años moviéndonos en torno de abstracciones. ¿Qué hacer? se preguntarían los dirigentes de aquella hora. Y se dejaron perder la revolución.

En estos instantes supremos no hay que vacilar. Pero hay que saber adónde se va. Y este vacío lo queremos llenar nosotros, pues entendemos que no se puede repetir lo que ocurrió en julio y en mayo.

En nuestro programa introducimos una ligera variante dentro del anarquismo. La constitución de una Junta revolucionaria.

La revolución a nuestro entender necesita de organismos que velen por ella y que repriman, en un sentido orgánico, a los sectores adversos que las circunstancias actuales nos han demostrado que no se resignan a desaparecer si no se les aplasta.

Puede que haya camaradas anarquistas que sientan ciertos escrúpulos ideológicos pero la lección sufrida es bastante para que nos andemos con rodeos. Si queremos que en una próxima revolución no ocurra exactamente lo mismo que en la actual, se ha de proceder con la máxima energía con quienes no están identificados con la clase trabajadora.

Hecho este ligero preámbulo vamos a trazar nuestros puntos programáticos.

I.– Constitución de una Junta revolucionaria o Consejo Nacional de defensa. Este organismo se constituirá de la siguiente manera: Los miembros de la Junta Revolucionaria se elegirán democráticamente en los organismos sindicales. Se tendrá en cuenta el número de camaradas desplazados al frente que forzosamente habrán de tener representación. La Junta no se inmiscuirá en los asuntos económicos que atañen exclusivamente a los sindicatos.

Las funciones de la Junta revolucionaria son las siguientes:

  1. Dirigir la guerra.
  2. Velar por el orden revolucionario.
  3. Asuntos internacionales.
  4. Propaganda revolucionaria.

Los cargos serán renovados periódicamente para evitar que nadie tenga apego al mismo. Y las Asambleas sindicales ejercerán el control de las actividades de la Junta.

II.– Todo el poder económico a los sindicatos. Los sindicatos han demostrado desde julio su gran poder constructivo. Si no se les hubiese relegado a un papel de segunda fila, hubieran dado un gran rendimiento. Serán las organizaciones sindicales quienes estructuren la economía proletaria.

Teniendo en cuenta las modalidades de los sindicatos de Industria y las federaciones de Industria, podrá además crearse un Consejo de Economía con el objeto de coordinar mejor las actividades económicas.

III.– Municipio Libre. En la España que precede a las dinastías extranjeras se defendía con gran tesón las prerrogativas municipales. Esta descentralización permite evitar que se levante un nuevo armazón estatal. Y aquel esbozo de libertades que sucumbió en Villalar resurgirá en la nueva España que patrocina el proletariado. Y se resolverán los llamados problemas catalán, vasco…

Los Municipios se encargarán de las funciones sociales que se escapan de la órbita de los sindicatos. Y como vamos a estructurar una sociedad netamente de productores serán los propios organismos sindicales quienes irán a nutrir los centros municipales. Y no habiendo disparidad de intereses no podrán existir antagonismos.

Los Municipios se constituirán en federaciones locales, comarcales y peninsular. Los sindicatos y los Municipios establecerán relaciones en el área local, comarcal y nacional.

Hacia una nueva revolución

El descenso de la revolución de julio ha sido rápido. Ninguna de las revoluciones que se consideran como el arquetipo de las conmociones sociales sufrió un declive tan vertiginoso.

No puede teorizarse en torno de la sucesión escalonada de hechos porque la revolución ya no existe. Es forzoso abrir nuevamente brecha en la cantera inagotable de la España proletaria. Hay que volver a empezar.

Las revoluciones se repiten en nuestro país con mucha frecuencia. Algunas veces se intentan sin ambiente y sin posibilidades de triunfo. El momento psicológico e insurreccional se ha de saber escoger. De la elección acertada depende el éxito.

No es fácil hacer profecías. ¿Quién es capaz de adivinar cuando será posible un nuevo julio o bien un nuevo mayo? No obstante presumimos que en España volverán a producirse acontecimientos.

Si la guerra sigue en un terreno desfavorable se habrá de echar por la borda a todos los políticos que están buscando la manera de pactar una tregua y un abrazo. Buena prueba de ello es el sabotaje a la guerra, a las industrias de guerra y el maremágnum de abastos, amén de la carestía de los artículos alimenticios que patrocinan los gobernantes para crear un ambiente favorable a sus planes de yugulación.

Puede ocurrir que se pacte un abrazo. Será una ocasión para oponerse a ello con las armas. Y en el caso de que se gane la guerra a la vuelta de los camaradas del frente se reavivarán los problemas que en la actualidad tienen de sí una agudeza enorme. ¿Cómo se resolverán?

¿Cómo se convertirá la industria de guerra en una industria de paz? ¿Se dará trabajo a los combatientes? ¿Se atenderá a todas las víctimas? ¿Se resignará la oficialidad a renunciar a sus prebendas? ¿Se podrán reconquistar los mercados?

Los tres momentos que hemos descrito matizan distintas posiciones. No podemos predecir cual de ellas prevalecerá. No obstante, el problema radica en preparar un nuevo levantamiento para que el proletariado asuma de una manera neta la responsabilidad del país.

No se nos puede motejar de nerviosos. El momento actual no tiene nada de revolucionario. La contrarrevolución se siente con arrestos para cometer toda clase de desmanes. Las cárceles están repletas de trabajadores. Las prerrogativas del proletariado están en franco declive. A los obreros revolucionarios se nos da un trato de inferioridad. El lenguaje de los burócratas, con uniforme o sin él, es intolerable. Y no repitamos lo de los asaltos a los sindicatos.

No queda otro camino que el de una nueva revolución. Vayamos a su preparación. Y en el fragor de la nueva gesta nos volveremos a encontrar en la calle los camaradas que hoy batallan en los frentes, los camaradas que yacen tras rejas y los camaradas que en la hora actual aún no han perdido la esperanza de una revolución que rinda justicia a la clase trabajadora.

A la consecución de una nueva revolución que dé satisfacción completa a los obreros de la ciudad y del campo. A la consecución de una sociedad anarquista que dé satisfacción a las aspiraciones humanas.

¡¡Adelante, camaradas!!

 

Publicado originalmente como un folleto en 1938.

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The Friends of Durruti and ‘Towards a Fresh Revolution’

Introduction to the FoD and the full text of their pamphlet on the Spanish Revolution

The friends of Durutti were setup in 1937 by rank and file members of the CNT and members of CNT columns resisting militarisation. “Towards a fresh revolution” was published in 1938 as “a message of hope and a determination to renew the fight against an internationalism.” . It is obviously aimed at activists in the CNT and it pulls no punches in it’s attacks on the Spanish bourgeoisie and “colaborationists” in the CNT.

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PDF file of Towards a Fresh Revolution========================================================

Gli Amici di Durruti: Verso una nuova rivoluzione

Opuscolo de Los Amigos de Durruti

A gennaio del 1938 l’Agrupación Amigos de Durruti, un raggruppamento di circa 5.000 militanti all’interno della CNT, pubblicarono un opuscolo dal titolo “Hacia una nueva revolución“, che dava una maggiore precisione al programma del gruppo, costituiva innegabilmente un tappa ulteriore nell’evoluzione teorica durrutista, e fra l’altro conteneva un’impietosa analisi degli avvenimenti dal 1936.

Questo testo è stato pubblicato dalla Federazione dei Comunisti Anarchici nell’opuscolo “Comunisti Anarchici nella Rivoluzione Sociale, vol.II – Verso una nuova rivoluzione“, per la serie Quaderni di Alternativa Libertaria. Il testo è tratto e tradotto da Hacia una nueva revolución dell’Agrupación de los Amigos de Durruti (Barcelona 1997) una riedizione dell’originale pubblicato nel 1937, e compare ora per la prima volta in italiano, tradotto dal castigliano da Pier Francesco Zarcone.

A gennaio del 1938 l’Agrupación Amigos de Durruti, un raggruppamento di circa 5.000 militanti all’interno della CNT, pubblicarono un opuscolo dal titolo “Hacia una nueva revolución“, che dava una maggiore precisione al programma del gruppo, costituiva innegabilmente un tappa ulteriore nell’evoluzione teorica durrutista, e fra l’altro conteneva un’impietosa analisi degli avvenimenti dal 1936.

VERSO UNA NUOVA RIVOLUZIONELos Amigos de Durruti

Preliminari della rivoluzione spagnola

La rotazione politica, caratterizzatasi in Spagna, con la classica alternanza al potere tra costituzionalisti e assolutisti e che ha costituito l’ingranaggio ufficiale, si ruppe in modo fulmineo con il colpo di Stato effettuato nella capitale catalana – nel 1923 – da un generale ubriacone e camorrista. La dittatura di Primo de Rivera è la risultante della disastrosa concretizzazione di una politica sviluppatasi tra sperperi, monopoli, gratifiche burocratiche, premi particolari, concessioni e un cumulo di pingui affari realizzatisi sempre col favore ufficiale.La reazione della militarada del 1923 è l’espressione esatta di una delle cause che hanno impoverito il nostro paese e hanno assorbito, quasi per intero il bilancio nazionale.

Il potere coloniale della Spagna ha dato vita a bande di avventurieri, di mercenari, di politici professionisti e ad una coorte di trafficanti di carne a buon mercato.

Finché la burocrazia della sciabola e i cavalieri di industria ebbero un mercato abbondante nei possedimenti d’oltremare per rubare e saccheggiare, la Spagna ufficiale poté continuare a navigare con rotta più o meno incerta. Ma il disastro coloniale fece sprofondare questa impalcatura maneggiata da una minoranza senza scrupoli e senza viscere.

Alla fine del secolo XIX i militari restano senza il bottino agognato. Devono fare ritorno alla penisola con le medaglie annegate nel sangue e con il disonore di alcune macchiette inservibili sullo stesso terreno delle armi.

Da questo momento si pone un problema difficile per il popolo spagnolo. Migliaia di parassiti e un re sifilitico vengono a divorare gli abitanti del paese, atteso che gli era finita la possibilità di continuare a prosciugare le popolazioni delle colonie che maledicevano la Spagna rappresentata da ladroni e assassini con fasce di seta e polsini.

L’erario pubblico aveva necessità di sollievo immediato. Gli accordi di Algeciras consentono di assaltare il perimetro del Marocco. Le miniere del Riff, ambite dall’ex conte di Romanones, si convertono in una ventosa che aspira il sangue e il denaro del popolo spagnolo.

L’avventura del Marocco è costata al tesoro nazionale la cifra di 1.000.000.000 di pesetas e migliaia di vite offerte in olocausto per il gruppo finanziario che rappresentava l’ex conte di Romanones.

La tragedia del Barranco del Lobo e quella di Anual costituiscono le fasi più salienti di questo mattatoio spagnolo che ha girato attorno alle miniere di ferro situate nella cabila di Beni-Bu-Ifrar vicino al monte Af-Laten.

I militari sono stati l’eterno incubo del popolo lavoratore. Di infausta memoria registriamo le Giunte di Difesa. Il loro ispiratore – colonnello Márquez – cercò di infondere ad esse uno spirito liberale, ma il favore del palazzo e gli intrighi di La Cierva pesarono molto più della supposta buona volontà di un colonnello che si vide perseguitato e incarcerato a Montjuich.

Il generale Primo de Rivera incarnò tutto il passato di cui stiamo parlando. Col braccio di López Ochoa e con la compiacenza della borghesia, dei latifondisti, del clero della finanza, elevò la spada sulle alture del Potere.

Si è testualmente segnalato che l’ex Capitano Generale di Catalogna si esponeva a liquidare il dossier Picasso sulle implicazioni di Alfonso XIII e del suo prestanome Generale Silvestre [per il disastro militare nella campagna del Marocco; N.d.T.].

È indubbio che questa versione non è infondata, ma quello che precipitò il golpe militare fu senza alcun dubbio il malessere che si manifestava in seno alla classe lavoratrice che, stufa di soprusi e ladrocini, si disponeva a spazzare via dal suolo spagnolo i responsabili del suo infortunio. La borghesia finanziaria e industriale mise tutte le sue risorse nella macchinazione militare. Restrinsero i crediti, sabotarono l’economia, impiantarono il lock-out, provocarono scioperi. I borghesi catalani accolsero con grandi manifestazioni di giubilo la “polaccata” dei militari.

La tappa di Primo de Rivera deve essere catalogata come un saggio della classe dominante per eludere la zampata della classe lavoratrice che nella tappa successiva si produce con un tratto più categorico. La sua gestione fu la ripetizione corretta e accresciuta delle epoche passate, con l’identica corruzione dei costumi e con l’eterna mancanza di vergogna che ha distinto in ogni epoca il cadavere della Spagna di razza e stracciona. Al generale donnaiolo succede Berenguer più tardi rimpiazzato da Aznar. E come nota finale è il conte di Romanones – agente dell’Intelligence Service – a realizzare il trapasso della monarchia al suo antico segretario, don Niceto Alcalá Zamora, che di concerto con il figlio di Maura e aiutato da un medico di palazzo – Marañón, dell’Intelligence Service – pose i pilastri di una Repubblica che forzosamente doveva culminare nella più spaventosa schifezza.

Nasce la Repubblica completamente strangolata dal disgusto popolare. In luogo di alcune direttrici sociali, forgiate nel fragore della strada, prevalgono le stesse tare della fase borbonica. Il Potere lo detengono i politici che nel periodo monarchico servirono il loro padrone. Alcalá Zamora era un monarchico recalcitrante, rappresentante del clero e dei latifondisti. Azaña appartenne al partito di Melquíades Álvarez; Miguel Maura, un altro realista; Alejandro Lerroux, un disonorato.

La desolata Spagna seguiva il sentiero dei tradimenti, dei conciliaboli inconfessabili. La commedia di aprile doveva costare fiumane di sangue.

La Repubblica di aprile si apprestava a dare risultati catastrofici. Pochi giorni dopo gli avvenimenti precipitavano. Il rampollo dell’assassino di Ferrer, il responsabile di 108 morti, il ministro che dette l’ordine di sparare senza preavviso, trasformò il nostro suolo in una filiera di croci funerarie.

Rendendosi conto le masse operaie che le loro rivendicazioni venivano vilmente prese in giro, ci fu l’irata rivolta contro la messa in scena di aprile. Miguel Maura mobilitò le forze armate della fiammante Repubblica per assassinare e decimare i lavoratori. Pasajes, Arnedo, Castilblanco, Siviglia, Catalogna … ben catalogano la natura di una repubblica che licenzia il sovrano in guanti bianchi e lo scorta in un bastimento della squadra navale. E la famiglia di Alfonso XIII incassa le strette di mano del General Sanjurjo che nell’agosto del 1932 e nel luglio del 1936 assestava duri attacchi contro un popolo che fu giocattolo incosciente dei politici che concessero carta bianca al generale assassino e di ascendenza realista. E alla stazione dell’Escorial il conte di Romanones diceva con molta tranquillità alla ex-regina: “A presto”.

La Repubblica si mosse fluttuando costantemente. Alle Corti Costituenti non fu data soluzione a nessun problema.

Il problema militare, che poteva essere risolto solo con plotoni di esecuzione si mutò in una farsa. Azaña concesse ai militari il ritiro a condizioni tanto eccezionali che ebbero la virtù di gravare enormemente sulle classi passive, e consegnò all’ufficialità monarchica le stanze delle bandiere.

Anche il problema religioso fu evitato. Si sarebbe dovuto espropriare la Chiesa senza indennizzo alcuno, oltre alla soppressione della voce per il culto e il clero dal bilancio nazionale. Non si fece così. Si legalizzarono gli ordini religiosi dando la carta di cittadinanza alle masnade che si rifugiavano nei 300 ordini religiosi e nei 10.000 conventi. Non si volle liberare il popolo spagnolo dal tarlo che ha corroso per secoli l’anima peninsulare. Fece di più il governo Mendizábal che non la Repubblica nata con un’esperienza di cent’anni. E non si strapparono i 5.000.000.000 di pesetas che i gesuiti avevano incrostato nell’economia nazionale.

Nemmeno la questione finanziaria fu risolta. Si riconobbero i debiti e gli sprechi della Monarchia. Il bilancio fu ipertrofico. Le poste passive vennero aumentate e la burocrazia crebbe enormemente. Il debito pubblico, che nel 1814 ammontava a 3.000.000.000. di pesetas, aumentato vertiginosamente con i disastri coloniali e del Marocco – a parte un leggero sgonfiamento all’epoca di Villaverde – nell’aprile del 1931 arriva alla cifra astronomica di 22.000.000.000.

Il 14 aprile protegge i reddituari e grava sui consumatori. L’imposta sul reddito fu qualcosa di truculento. La politica finanziaria fu nettamente borghese, nonostante che i socialisti fossero al Parlamento e al Potere. E i monopoli continuarono a essere all’ordine del giorno, continuando a realizzare guadagni il contrabbandiere March che si prese il gusto di scappare dal carcere quando ne ebbe voglia.

Nemmeno fu soddisfacente il risultato della questione degli Statuti regionali. In uno degli articoli della Carta Costituzionale si parla di Repubblica federale o federativa ma, alla fine dei conti, fu mantenuto il centralismo.

La questione agraria finì in una beffa. L’Istituto della Riforma Agraria fu un vivaio di raccomandati. Dovevano sistemare 5.000 contadini all’anno, ma quelli che avevano bisogno di terra erano 5.000.000. Alla fine di mille anni sarebbe finita questa riforma burlesca e fatta a stillicidio.

Nelle questioni riguardanti il lavoro si armò un orrendo disordine. Il controllo operaio consistette in una serie di delegazioni che si ripartivano le amicizie.

Il problema della Spagna colonizzata si pose con il contenzioso della Telefonica. Nonostante le bravate di Prieto, nonostante una conferenza svoltasi nell’Ateneo di Madrid, il tronfio leader socialista tacciò di leonino il contratto della Telefonica, e contro le manifestazioni dei lavoratori si optò per mitragliare gli operai della Telefonica quando scesero in piazza chiedendo un giusto aumento dei salari e per contro si sostenne il capitale nordamericano.

Abbiamo vissuto due bienni. Il rosso e il nero. In entrambi la classe operaia è stata perseguitata a mansalva.

I socialisti operarono come lacchè del capitalismo. Le leggi di difesa della Repubblica, sull’Ordine Pubblico, dell’8 aprile sono di un carattere ampiamente repressivo. Le destre se ne sono poi servite a piacimento. La reazione operaia si manifestò nell’incendio di conventi, nei fatti di Barcellona, a Figols, l’8 gennaio e il 5 dicembre. Le deportazioni a Bata e a Villa Cisneros anticipano l’infame consegna della Repubblica ai nemici secolari del proletariato.

I due bienni furono funesti. La socialdemocrazia è responsabile del fatto che le destre siano tornate a prevalere. E sono colpevoli per non essere riuscita la rivoluzione ad evitare l’intervento straniero, poiché nel 1931 il fascio italiano ancora non si era liberato della spina di Adua e gli hitleriani nemmeno erano ancora riusciti a strutturare lo Stato totalitario e nazionalista. Le circostanze erano favorevoli. Ma il tradimento dei socialisti e il riformismo di Pestaña e collaterali impedì di portare a compimento quello che più tardi sarebbe stato più costoso.

Da questa amalgama di situazioni più o meno varie, spuntò ottobre.

Nelle Asturie si visse il prologo del luglio 1936. Si lottò con coraggio e bravura. In Catalogna Dencás si incarica di allontanare la classe lavoratrice da quel movimento che avrebbe potuto essere decisivo.

A ottobre i socialisti volevano solo intimidire Alcalá Zamora affinché non affidasse il potere alle destre, così come avevano cercato di fare gli scioperi precedenti. Se avessero voluto la rivoluzione avrebbero approfittato della sollevazione contadina del giugno del 1934 ovvero la avrebbero differita per collegare la città con la campagna. Ma i socialisti furono sorpassati dalla classe lavoratrice.

Due anni durò il governo Lerroux-Gil Robles. Anni neri, di repressione, di carcerazioni. Culmina a febbraio con le elezioni [con grande partecipazione popolare; N.d.T.] in favore dei detenuti e sboccherà nelle giornate di luglio.

Il 19 luglio

La tragedia della Spagna non ha limiti. È inutile che le penne più vibranti pretendano di rappresentare il dolore di questo popolo che porta incisi nel corpo e nella mente gli orrori di un passato e di un presente.I nostri scrittori non potranno riflettere con esattezza il calvario di questo popolo che sembra proprio essere nato per soffrire.

Questo quadro di dolore, questa acquaforte spagnola raggiunge il massimo a febbraio del 1936. A questa data il suolo spagnolo era un immenso presidio. Migliaia di lavoratori dietro le sbarre.

Siamo alle porte di luglio. Bisogna ricordare gli avvenimenti che costituiscono l’anticamera della sollevazione militare.

La politica del biennio nero era in bancarotta: Gil Robles non aveva soddisfatto i desideri dei suoi accoliti. Un contrasto era insorto tra Alcalá Zamora e il capo di Acción Popular. Il gesuitismo sosteneva il Presidente della Repubblica. Si trattava del nuovo candidato; non invano aveva alzato la bandiera a favore della riforma costituzionale e della religione. La vita delle Cortes era incerta. I radicali avevano divorziato dal blocco delle destre, poiché si sentivano allontanati dalla greppia nazionale. Le tumultuose sessioni parlamentari sottolineavano le zuffe di una politica di basso profilo, ripugnante e criminale.

Il proletariato cominciava a manifestarsi nei modi che erano più alla sua portata. Gli enormi raduni effettuati nello Stadium di Madrid, a Baracaldo e a Valencia, riunirono moltitudini immense. C’è da lamentare che quelle dimostrazioni di impegno e di ribellione servissero alla fine a rivalorizzare una figura vetusta e reazionaria come nel caso presente era quella di Azaña. E l’errore si pagò più tardi abbondantemente. Alcalá Zamora si crede l’arbitro della situazione. I suoi prestanome sono Franco, Goded, Cabanellas, Queipo de Llano, Mola. Sceglie per portare a termine i suoi piani un bandolero della finanza, Portela Valladares.

Le risorse statali fanno difetto al cacique galiziano. Nonostante le frodi elettorali, il risultato delle elezioni di febbraio non soddisfano le ansie della Santa Sede.

Alcalá Zamora vedendo frustrate le sue macchinazioni, manifesta a Portela la sua disponibilità a dichiarare lo stato di guerra. Portela non si azzarda ad accettare. Si rende conto che il popolo spagnolo è in piazza. Consiglia di aprire a Azaña. E ci azzecca. Il politico del biennio rosso sarà un sedativo momentaneo: quello che voleva la reazione in quel momento. Una battuta di attesa, per preparare la sollevazione dei generali legati alla Plaza de Oriente.

Il trionfo di febbraio non aprì gli occhi ai socialisti. Le proteste ciclopiche della popolazione carceraria, l’entusiasmo per liberare i prigionieri del grande dramma di ottobre, non suggerì loro nulla di nuovo. Si comportarono come prima. Nuovo Parlamento. Nuova elezione del Presidente della Repubblica. Furono nascosti al popolo i propositi dittatoriali di Alcalá Zamora e le sue intenzioni di consegnare il potere ai militari.

Ma il proletariato aveva una dura esperienza dei bienni trascorsi. Scende in piazza. Prendono fuoco i centri religiosi. Il clamore delle carceri attraversa le mura. Città e campagne sono ugualmente in ebollizione. L’idiozia della socialdemocrazia boccia l’esplosione popolare. Fortunatamente nella loro rozzezza le destre non seppero intravedere il reale valore del ruolo controrivoluzionario di Azaña e Prieto, e impostano dopo cinque mesi il problema nelle piazze.

Da febbraio a luglio si hanno agitazioni. Tornò a esser sparso il sangue dei lavoratori. Lo sciopero degli edili di Madrid e scontri accaduti a Málaga rivelano il cretinismo dei politici di febbraio.

Le destre avviano un piano palese di attacco alla situazione derivata da elezioni impregnate di una forte dose sentimentale. I fascisti assassinano a mansalva, provocano agitazioni. Traspare il fatto che la Spagna nera stava tramando qualcosa. Con insistenza si parlava di sommossa militare.

Non c’erano dubbi. Il proletariato stava calpestando il vestibolo di luglio. I governanti facevano spallucce, disinteressandosene. Tra il fascismo e il proletariato preferivano il primo. E per depistare, il traditore numero uno, Casares Quiroga, dal banco azzurro minacciava le destre incitandole a scendere in piazza.

La morte di Calvo Sotelo fece precipitare gli avvenimenti. Si rumoreggiava, con verosimiglianza, che i militari sarebbero scesi nelle strade da un momento all’altro. Fecero azione preventiva i governanti? Franco disponeva di un comando nelle Canarie, Goded nelle Baleari, Mola in Navarra. Perché la truppa non venne immediatamente licenziata? Perché il popolo non fu armato senza perdita di tempo? I fascisti contavano su potenti ausiliari anche nei siti governativi!

Il 17 luglio fu decifrato l’enigma su cui da tempo ci si arrovellava. Nelle Baleari, in Marocco e nelle Canarie si trovava un palese stato di ribellione.

Che misure furono prese per fermare la sollevazione? Che fece il governo di questa canaglia, di questo Casares Quiroga? Solo chiudersi nell’inerzia più assoluta. Nascondere al popolo la gravità della situazione. Ordinare una severa censura. Negare le armi al proletariato.

Dal 17 al 19 luglio c’era tempo sufficiente per contenere i militari. Prevalse un atteggiamento suicida e sospetto ad alto livello. Casares Quiroga è complice di Mola. Lo mantenne a Pamplona nonostante che avesse francamente palesato la sua ribellione dalle elezioni di febbraio e che desse rifugio a tutti i cospiratori di destra.

Il tradimento a danno delle sinistre è evidente. Non furono date le armi al popolo perché i democratici borghesi temevano il proletariato. Fu così possibile che molte località, da sempre con forte potenzialità libertaria, cadessero facilmente nelle mani dei fascisti. A Saragozza l’atteggiamento negativo del governatore Vera Coronel, che intrattenne in chiacchiere i rappresentanti della classe lavoratrice, facilitò il trionfo fascista. E a Valencia, mentre nella Spagna intera si stava lottando, ancora si tollerava la permanenza dei militari sollevatisi nelle caserme.

In quest’ora storica, annegati nel sangue, accusiamo senza eufemismi i politici repubblicani che, per avversione verso la classe lavoratrice, favorirono in modo aperto il fascismo. Accusiamo Azaña, Casares Quiroga, Companys, i socialisti, tutti i commedianti di questa Repubblica che sorta da uno scherzo d’aprile ha fatto a pezzi i focolari della classe lavoratrice. E questo causato dal non avere fatto la rivoluzione a tempo debito.

Le armi se le è andate a cercare il popolo. Se le è guadagnate. Le ha conquistate con il proprio sforzo. Non gliele ha date nessuno. Né il Governo della Repubblica né la Generalità dettero un solo fucile.<

Il 19 luglio il proletariato si era impadronito delle strade come nelle sue grandi giornate. Giorni prima aveva vigilato nelle strade dei centri abitati della Spagna. Nella capitale catalana si ricordarono giorni di gloria e di lotta.

Il primo armamento lo presero i lavoratori catalani da alcuni bastimenti alla fonda nel porto di Barcellona. Dal Manuel Arnús e dal Marqués de Comillas, furono prese le prime armi.

All’alba del 19 luglio i militari scesero nelle strade. Il popolo catalano si avventò contro di loro. Assaltò le caserme e lottò fino a farla finita con l’ultimo ridotto fascista.

Il proletariato catalano salvò dal fascismo la Spagna proletaria. La Catalogna proletaria diventava il faro che illuminava tutta la penisola. Non importa che la campagna spagnola sia nelle mani dei fascisti. Noi lavoratori dei centri industriali riscatteremo i nostri compagni dalla cattività in cui la sorte li ha fatti cadere.

A Madrid accadde esattamente lo stesso. Nemmeno lì furono distribuite le armi. Furono conquistate nelle strade. Il proletariato lottò. Assaltò la caserma de la Montaña. Vinse i militari. Armati con schioppi, e alla bell’e meglio, i lavoratori si diressero verso la Sierra di Guadarrama, per tagliare il passo al Generale Mola che, alla testa delle brigate della Navarra, si disponeva a conquistare la capitale castigliana.

Al Nord, nel Levante e in varie località dell’Aragona, dell’Andalusia e dell’Estremadura il fascismo fu sconfitto. Ma nel resto della penisola gli operai erano disarmati e dovettero vedersela con i loro stessi governatori di sinistra che facilitarono il golpe della feccia spagnola.

A Casares Quiroga succedette un governo Martínez Barrios. Il politico che aveva ostacolato i costituenti di aprile, era al potere per patteggiare con i fascisti, e consegnare loro il comando. La rapida reazione della classe lavoratrice impedì che si ordisse uno dei tradimenti più infami, che se non si riuscì a commettere lo si deve alla mancanza di tempo. Di questa vile manovra devono rispondere con le loro teste i politici, a cominciare da Azaña.

L’atmosfera pessimista dei primi istanti, i propositi di resa che si annidavano nei centri ufficiali, furono rapidamente contrastati dalla bravura del proletariato. Giral sostituisce Martínez Barrios.

Abbiamo riferito aspetti di carattere aneddotico.Ma è necessario fermarci un po’ di più sul luglio, ed è anche necessario esaminare che tipo di rivoluzione fu quella di tali memorabili giornate.

Sugli avvenimenti di luglio si è molto teorizzato. I borghesi democratici e i marxisti assicurano che l’esplosione popolare di luglio deve essere catalogata come un fatto di legittima difesa del proletariato al vedersi incalzati dal suo maggior nemico. Intorno a questa tesi si argomenta che luglio non può essere considerato una manifestazione tipicamente rivoluzionaria e di classe.

La tesi di chi rispetto a noi si trova agli antipodi è falsa. Le rivoluzioni si producono in una data imprevista, ma sono sempre precedute da un lungo periodo di gestazione. In aprile una parentesi si chiuse e un’altra se ne aprì. E di questa seconda parentesi fu leader, ad aprile, proprio la classe lavoratrice, continuando ad essere protagonista degli avanzamenti della rivoluzione. Se anche a luglio il proletariato non fosse sceso nelle strade, lo avrebbe fatto successivamente, ma non avrebbe desisto dal suo nobile impegno per redimersi dal giogo borghese.

La piccola borghesia sostiene che nelle giornate di luglio noi troviamo scesi in campo tutti i settori. Ma dobbiamo ricordare che se la CNT e la FAI non fossero accorsi nei luoghi del pericolo, si sarebbe ripetuta la commedia comica dell’ottobre barcellonese.

In Catalogna predominano i lavoratori organizzati nella CNT. Chi nega questa realtà disconosce o vuole ignorare la storia della CNT in Catalogna.

Ma esistono ragioni di altrettanto o maggior peso. Il ricordo delle perturbazioni di tipo politico guidate dal capitalismo nei secoli XVII, XVIII e XIX è sfumato e sono inoltre svanite le illusioni democratiche piccolo-borghesi per i risultati ottenuti nelle azioni precedenti – 1873, aprile e febbraio in Spagna – per cui non c’era posto per altra rivoluzione oltre quella di tipo sociale splendidamente apparsa a luglio.

L’esperienza di aprile è definitiva. Bastava perché non si incorresse in nuovi errori. Non ci riferiamo esclusivamente alla repressione di cui siamo stati fatti oggetto. Ci limitiamo alla traiettoria spropositata patrocinata dai marxisti.

Come si comprende che nella rivoluzione di luglio si siano ripetuti gli sbagli che abbiamo criticato centinaia di volte? Com’è che a luglio non si sostenne una rivoluzione di classe? Com’è che le organizzazioni operaie non assunsero la massima responsabilità del paese?

L’immensa maggioranza della popolazione lavoratrice era dalla parte della CNT. L’organizzazione maggioritaria in Catalogna era la CNT. Che accadde perché la CNT non facesse la sua rivoluzione, che era la rivoluzione del popolo, la rivoluzione della maggioranza del proletariato?

Accadde quello che fatalmente doveva accadere. La CNT era priva di teoria rivoluzionaria. Non avevamo un programma corretto. Non sapevamo verso dove andavamo. Molto lirismo ma, alla fine dei conti, non sapevamo che fare con quelle masse enormi di lavoratori; non sapemmo dare plasticità a quelle ondate popolari che si rovesciavano sulle nostre organizzazioni; e per non sapere che fare abbiamo messo la rivoluzione sul vassoio della borghesia e dei marxisti, che mantennero la farsa di un tempo e – il che è molto peggio – si è dato margine perché la borghesia tornasse a rifarsi ed a operare sul piano del vincitore.

Non si seppe valorizzare la CNT. Non si volle portare avanti la rivoluzione con tutte le sue conseguenze. Si ebbe paura delle squadre navali straniere, adducendo che le navi della squadra inglese sarebbero comparse nel porto di Barcellona.

Si è mai fatta una rivoluzione senza dover affrontare innumerevoli difficoltà? È esistita al mondo una rivoluzione di tipo avanzato che abbia potuto eludere l’intervento straniero?

Partendo dal timore e lasciandosi influenzare dalla pusillanimità non si arriva mai alla cima. Solamente gli audaci, i decisi, gli uomini di cuore, possono avventurarsi verso le grandi conquiste. I timorosi non hanno diritto di dirigere le moltitudini, né di uscire di casa.

Quando un’organizzazione ha passato tutta la sua vita a propugnare la rivoluzione, ha l’obbligo di farla proprio quando si presenta una congiuntura. E a luglio c’era l’occasione per farla. La CNT doveva innalzarsi alla direzione del paese, dando una solenne pedata a tutto quanto c’era di arcaico e di vetusto, e in questo modo avremmo vinto la guerra e avremmo salvato la rivoluzione.

Invece si procedette in maniera opposta. Si collaborò con la borghesia in ambito statale nel preciso momento in cui lo Stato si riempiva di crepe in tutti e quattro i lati. Companys e il suo seguito furono rafforzati. Una borghesia anemica e terrorizzata ricevette una boccata di ossigeno.

Una delle cause che più direttamente ha inciso sullo strangolamento della rivoluzione e sullo piazzamento della CNT consiste nell’aver agito come settore minoritario nonostante che nelle strade si disponesse della maggioranza.

In questa situazione minoritaria, la CNT non ha potuto far valere i suoi progetti, vedendosi costantemente sabotata e coinvolta nelle reti della politica torbida e falsa. E nella Generalitat [il governo autonomo regionale della Catalogna; N.d.T.] e nel Municipio disponeva di meno voti degli altri settori, per quanto il numero degli iscritti alle nostre organizzazioni fosse molto superiore. Inoltre, la strade le avevamo conquistate noi. Perché cederle tanto stupidamente?

D’altra parte sosteniamo che le rivoluzioni sono totalitarie indipendentemente da chi affermi il contrario. Quello che accade è che diversi aspetti della rivoluzione si vanno plasmando a poco a poco, ma con la garanzia che a beneficiare della maggiore responsabilità è la classe che rappresenta il nuovo ordine di cose. E quando si fanno le cose a metà, si produce quello che stiamo commentando, il disastro di luglio.

A luglio fu costituito un comitato delle milizie antifasciste. Non era un organismo di classe. Al suo interno si trovavano rappresentate le frazioni borghesi e controrivoluzionarie. Sembrava che tale comitato si fosse posto di fronte alla Generalitat. Ma si trattò di una buffonata. Si costituirono le pattuglie di controllo. Erano uomini delle barricate, delle strade. Ci si impadronì delle fabbriche, delle imprese, delle officine, e si lacerò la presa del latifondismo sulle terre. Furono creati comitati di difesa di quartiere, municipali e comitati di distribuzione dei rifornimenti.

Trascorsi sedici mesi, che cosa resta? Dello spirito di luglio, un ricordo. Degli organismi di luglio, un qualcosa che appartiene a ieri.

Ma resta in piedi il palcoscenico politico e piccolo borghese. In Piazza della Repubblica della capitale catalana persiste il sottobosco di settori che vogliono solo vivere alle spalle della classe lavoratrice.

Il 3 maggio

È stato nel perimetro catalano che la controrivoluzione si è sforzata di più per schiacciare le essenze rivoluzionarie di luglio.La Catalogna industriale, per la sua configurazione economica, consentiva di concentrare grandi masse di lavoratori educati in un ambiente classista, di fabbrica e di officina. Questo peculiare modo di essere dei centri industriali è assai lusinghiero per il conseguimento delle rivendicazioni rivoluzionarie. La popolazione lavoratrice della Catalogna dette vita a luglio a un nuovo tonico sociale. Risorse un proletariato indomito che possedeva l’addestramento derivante da lunghi anni di lotta nei quadri confederali. La rivoluzione sociale in Catalogna poteva essere un fatto. Inoltre questo proletariato rivoluzionario avrebbe potuto servire da contrappeso a una Madrid burocratica e riformista, e all’influenza di un Paese Basco cattolico.

Ma gli avvenimenti assunsero un’altra piega. In Catalogna non si fece la rivoluzione. La piccola borghesia, che nelle giornate di luglio si era nascosta nel retrobottega, rendendosi conto che il proletariato era nuovamente preda di alcuni leader sofisti, si apprestò a dare battaglia.

La cosa scioccante è che parlando di “mesocrazia” (governo della classe media) ci dobbiamo riferire anche ai marxisti, che hanno arraffato tutti i bottegai e i 120.000 votanti della Lliga [partito autonomista catalano di Companys, borghese di centro-sinistra; N.d.T.].

Il socialismo in Catalogna è stato funesto. Ha nutrito le proprie fila con una base avversa alla rivoluzione. Ha capitanato la controrivoluzione. Hanno dato vita ad una UGT vincolata con GEPCI. I leader marxisti hanno intonato lodi alla controrivoluzione. E intorno al fronte unico hanno scolpito vuote frasi, eliminando prima il POUM e più tardi hanno cercato di ripetere l’impresa con la CNT.

Le manovre della piccola borghesia alleata dei socialisti e dei comunisti, culminarono negli avvenimenti di maggio.

Di essi sono state date distinte versioni. Ma quella veridica è che la controrivoluzione voleva che la classe lavoratrice scendesse nelle strade in una situazione di indecisione, per poi schiacciarla. In parte realizzarono i loro propositi per la stoltezza di alcuni dirigenti che dettero l’ordine di cessare il fuoco e tacciarono di provocatori gli Amigos de Durruti quando le strade erano state conquistate e il nemico eliminato.

La controrivoluzione aveva un interesse evidente a che l’ordine pubblico passasse sotto il controllo del Governo di Valencia. Lo si ottenne grazie a Largo Caballero, e si deve rimarcare che in quel frangente la CNT disponeva di quattro ministri nel governo nazionale.

Si è anche segnalato che la piccola borghesia aveva ordito un piano di intervento straniero con la scusa di alcuni tumulti. Ci si assicurò che le squadre straniere si dirigessero verso Barcellona e che divisioni motorizzate dell’esercito francese fossero sul punto di intervenire sui posti di frontiera. A questo si deve aggiungere il lavoro cospiratorio di determinati politici che si trovavano nella capitale francese.

L’ambiente era rarefatto. Si strappavano ai militanti le tessere della CNT. Si disarmavano i militanti della CNT e della FAI. Si verificavano scontri continui che non sfociavano in avvenimenti di maggiore gravità per puro caso. Le provocazioni che i lavoratori dovettero sopportare sono state molteplici. Le bravate del governo della classe media, venivano alla superficie senza sotterfugi né scappatoie.

La morte di un militante socialista – di Roldán – fu il pretesto per effettuare un’enorme manifestazione a cui partecipò tutta la feccia controrivoluzionaria.

Tutte le anomalie erano addossate alla CNT. Di tutti gli eccessi venivano incolpati gli anarchici. La scarsità di generi alimentari era attribuita ai comitati di rifornimento.

Il 3 maggio del 1937 si ebbe l’esplosione. Il commissario per l’ordine pubblico – Rodríguez Salas – con il beneplacito di Ayguadé [Consejero de Gobernación nel governo catalano; N.d.T.] – alla testa di un gruppo di Guardias de Asalto irrompe nella sede della Telefónica e cerca di disarmare i compagni della CNT, nonostante che sulla Telefónica esistesse il controllo dei sindacati.

L’impresa del provocatore Rodríguez Salas – militante del P.S.U.C. [il partito socialista unificato di Catalogna, in cui erano confluiti piccoloborghesi, socialisti e stalinisti, e che si trovava sotto il rigido controllo di quest’ultimo; N.d.T.] – fu come uno squillo di tromba. In poche ore si alzarono le barricate in tutte le strade di Barcellona. Cominciarono a crepitare i fucili e le mitragliatrici, e nell’aria risuonarono i colpi di cannoni e l’esplosione delle bombe.

La lotta fu decisa in poche ore a favore del proletariato legato alla CNT, che a luglio aveva difeso le sue prerogative armi in pugno. Conquistammo le strade. Barcellona era nostra. Non c’era potere umano che ce la potesse disputare. Le barricate operaie caddero rapidamente in nostro potere. E a poco a poco il ridotto degli avversari restò circoscritto a una parte della città – il centro urbano – che sarebbe stato presto conquistato se non fosse intervenuta la defezione dei comitati della CNT.

Il nostro Gruppo, resosi conto delle indecisioni manifestatesi nel corso della lotta, e della mancanza di direzione tanto nelle strade quanto organica, diffuse un volantino e più tardi un manifesto.

Fummo chiamati agenti provocatori perché esigevamo la fucilazione dei provocatori, la dissoluzione dei corpi armati, la soppressione dei partiti politici che avevano armato la provocazione, oltre alla costituzione di una Giunta rivoluzionaria, al completamento della socializzazione dell’economia e all’attribuzione di tutto il potere economico ai sindacati.

La nostra opinione, esposta in quegli algidi istanti, attraverso il volantino e il manifesto, consisteva nella necessità di non abbandonare le barricate senza condizioni, poiché si verificava il primo caso nella storia di un esercito vittorioso che cede il terreno all’avversario.

Ci volevano garanzie sul fatto che non ci sarebbero state rappresaglie. Ma i caciques della CNT assicuravano che i rappresentanti dell’organizzazione nella Generalitat avrebbero vegliato per la classe lavoratrice. Ciò nonostante si verificò la seconda parte di quello che era accaduto ore prima a Valencia.

Le barricate furono abbandonate senza che ce ne fosse motivo. A mano a mano che si rasserenava l’orizzonte catalano, furono conosciute le violenze commesse dai marxisti e dalla forza pubblica. Avevamo ragione. Il compagno Berneri fu tratto fuori dal suo domicilio e ucciso a colpi di pistola in piena strada; trenta compagni orribilmente mutilati a Sardañola; il compagno Martínez, delle Juventudes Libertarias, ucciso in modo misterioso nelle mani della Ceca, e un consistente numero di compagni della CNT e della FAI vilmente assassinati.

Dobbiamo ricordare che il professor Berneri era un colto compagno italiano, di questa Italia antifascista che nutre le isole di deportazione, i cimiteri e i campi di prigionia: egli, al pari dei suoi compagni antifascisti, non poteva rimanere nell’Italia di Mussolini.

Un’intensa ondata repressiva fece seguito a queste uccisioni: detenzioni di compagni per le giornate di luglio e di maggio, assalti a sindacati, collettività, sedi degli Amigos de Durruti, delle Juventudes Libertarias, del P.O.U.M.

Un avvenimento deve essere rimarcato. La scomparsa e la morte di Andrés Nin. Più di un anno e mezzo è trascorso, e il Governo ancora deve chiarire il presunto mistero che circonda l’assassinio di Nin. Si saprà un giorno chi ha ucciso Nin?

Dopo maggio la controrivoluzione si è sentita più forte che mai. Le potenze straniere hanno aiutato questa reazione della mesocrazia. In pochi giorni si costituisce il Governo Negrín, nato con due obiettivi: annichilire la frazione rivoluzionaria del proletariato, e preparare un abbraccio di Vergara [si riferisce all’abbraccio tra il comandante delle truppe “liberali” e quello delle truppe carliste, che nel secolo precedente aveva posto fine alla guerra civile fra liberali e reazionari; N.d.T.]. E in Catalogna si è costituito un governo di Segretari di partiti politici e di organizzazioni sindacali finché Luis Companys non ha cacciato fuori dalla Generalitat i rappresentanti della CNT.

Gli avvenimenti di maggio hanno caratteristiche diverse da quelli di luglio. In maggio il proletariato si è battuto con uno spirito nettamente di classe. Non c’è alcun dubbio che la classe lavoratrice voleva radicalizzare la rivoluzione.

Per quanto la stampa reazionaria cerchi di appannare la natura degli avvenimenti di maggio, essi passeranno alla storia come un gesto rapido e opportuno del proletariato che, sentendo minacciata la rivoluzione, scese nelle strade per salvarla e rivalorizzarla.

A maggio eravamo in tempo per salvare la rivoluzione. Chissà che molti non si pentano di avere fatto cessare il fuoco in questi storici momenti. E se no, che puntino gli occhi sulle carceri stipate di lavoratori.

Il Gruppo Los Amigos de Durruti compì il suo dovere. Fummo gli unici ad essere all’altezza delle circostanze. Sapemmo prevedere i risultati.

Non si potrà mai dimenticare maggio. Fu il colpo più forte portato dai lavoratori nei portici della borghesia. Gli storici, parlando delle giornate di maggio dovranno rendere giustizia al proletariato catalano che in quei giorni pose le pietre per una nuova fase che deve essere proletaria, al cento per cento.

L’indipendenza della Spagna

L’intervento delle potenze straniere è tornato a porre sulla scacchiera spagnola l’eterno problema in cui si è dibattuto il nostro paese. Dal secolo XVI la politica spagnola è stata feudo delle potenze straniere. Due dinastie, l’austriaca e la borbonica, oltre al breve regno di Amedeo di Savoia, hanno soggiogato gli spagnoli fino al 14 aprile del 1931.L’indipendenza della Spagna è sempre stata un mito. Il Foreign Office e il Quai d’Orsay hanno giocato un ruolo importantissimo nelle nostre decisioni.

Si ricordi che l’indulto a Sanjurjo per la sollevazione dell’agosto del 1932 fu concesso a seguito delle pressioni del governo francese.

L’economia spagnola, che è agricola per eccellenza, ci ha tenuti legati alle grandi potenze industriali. Per esportare i nostri prodotti agricoli ci siamo visti costretti a comprare macchinari che potevamo fabbricare nel nostro territorio. E perché Londra ricevesse le nostre arance, ci si impediva di comprare carbone inglese, con il contrasto derivante dal fatto che si dovevano ridurre le giornate di lavoro nei bacini carboniferi esistendo stocks sovrabbondanti di questo minerale.

Esportiamo ferro, rame e altri minerali, e poi compriamo dalla stessa nazione che ci comprava la materia prima le macchine fabbricate con il materiale esportato.

Il nostro sottosuolo è ricchissimo, ma è posseduto dal capitale estero. I tentacoli della finanza internazionale imprigionano il nostro paese e divorano la ricchezza nativa. I lavoratori spagnoli hanno lavorato sempre per soddisfare i dividendi e i benefici consistenti di azionisti e reddituari stranieri.

Lo spirito di indipendenza degli spagnoli si è manifestato dagli albori della nostra storia. Molteplici sono state le invasioni, ma non hanno mai potuto abbattere il sacro spirito di indipendenza.

Ma nei tempi degli iberi, dei fenici, dei cartaginesi, dei romani, degli arabi, dei francesi, non si manifestavano specifiche e differenti caratteristiche sociali durante le varie invasioni.

Nell’invasione napoleonica lottavano insieme liberali e assolutisti. Al fianco del Cura [prete; N.d.T.] Merino si trovava El Empecinado [l’impeciato; N.d.T.], seppure solo momentaneamente.

Nella spedizione del Duca di Angouleme, voluta da Vienna per la Santa Alleanza, già si manifestò una differenza in ambito peninsulare. Il Cura Merino lottava al fianco delle forze d’invasione. In cambio El Empecinado si opponeva all’entrata di forze straniere.

Oggi si ripete quanto accaduto all’epoca di Fernando VII. A Vienna si è anche tenuta una riunione dei dittatori fascisti, per chiarire il loro intervento in Spagna. E il posto occupato dall’Empecinado è oggi dei lavoratori in armi.

Germania e Italia sono carenti di materie prime. Hanno bisogno di ferro, rame, piombo, mercurio. Ma questi minerali spagnoli sono detenuti da Francia e Inghilterra. Nonostante che cerchino di conquistare la Spagna, l’Inghilterra non protesta in modo irato. Sotto banco cerca di negoziare con Franco.

E nel corso della guerra il blocco ai nostri porti ha contribuito alla situazione attuale. Le navi fasciste scaricano materiale bellico nei porti dei faziosi e caricano minerali, prodotti dell’allevamento, olio, etc. Il fascismo internazionale ha bisogno di alimenti. Il motto di Hitler, più cannoni e meno burro, unitamente all’autarchia di Mussolini, li induce a saccheggiare le regioni agricole che si trovano sotto l’oppressione dei generali insorti.

Sotto l’aspetto economico siamo sempre dipesi dall’estero. I trattati commerciali e la bilancia dei pagamenti, non ci hanno mai favorito. Questo ha costituito un incubo per la nostra economia.

Il problema della Spagna ha un carattere coloniale. Il capitalismo che ha abbattuto il feudalesimo, incorre in una contraddizione, sostenendo il regime feudale nei paesi che desidera sfruttare. È il caso della Spagna come della Cina.

La classe lavoratrice deve conseguire l’indipendenza della Spagna. Non sarà il capitalismo indigeno a ottenerlo, posto che il capitale internazionale presenta intrecci molto forti al di là delle frontiere. Questo è il dramma della Spagna attuale. Tocca ai lavoratori abbattere i capitalisti stranieri. Non è un problema patriottico. Si tratta di un caso di interesse di classe.

Per come si sviluppano gli intrighi internazionali, è presumibile che l’Inghilterra cerchi di liquidare il problema spagnolo in base ad uno statu-quo vergognoso. Ci saranno concessioni economiche e coloniali a Germania e Italia? Si concederà parte dello sfruttamento del nostro sottosuolo alle potenze straniere? Si divideranno la Spagna?

All’Inghilterra interessa la nostra ricchezza mineraria, ma il ricatto fascista è tanto colossale che si sparge per tutto il mondo, aggiungendo il famoso patto anticomunista, di modo che la bionda Albione potrebbe cedere, nonostante che non possa tollerare che minaccino il libero passaggio delle sue navi attraverso il Mare Nostrum.

Difficile è vaticinare il futuro. Non dobbiamo confidare nella Società delle Nazioni, né nei molteplici comitati, subcomitati, né nelle Conferenze che come a Nyon si svolgono solo per allungare il brodo. Ma possiamo rimarcare che i conservatori inglesi ricorrono a Lord Halifax, il massacratore delle Indie.

Solo una domanda: vorrà la Francia mettere in gioco la sua sicurezza non solo marittima, ma anche terrestre? Proseguirà la Francia nella politica di non intervento forgiata da León Blum? Vorrà rinunciare al suo esercito coloniale?

Non confidiamo in nessuno. La salvezza è nelle nostre mani. Le potenze straniere inclinano vero il male minore, verso il pasticcio. E la classe lavoratrice saprà impedire che la Spagna sia sottoposta a uno statuto internazionale del tipo di Tangeri, di Danzica, della Sarre.

Vincere o morire, compagni. Questo è il dilemma dell’ora attuale.

Il collaborazionismo e la lotta di classe

Nel movimento operaio spagnolo, come in generale è accaduto in tutti i paesi, si vanno manifestando due tendenze. La collaborazionista e quella che non ammette transazioni di nessuna specie con l’avversario.Sul nostro suolo il socialismo, con la sua appendice sindacale, la UGT, ha incarnato il classico ruolo dei riformisti, il cliché degli operai rinnegati ovvero degli intrusi nelle organizzazioni operaie i quali tendono esclusivamente ad aggiogare il proletariato al carro della borghesia.

Sono notorie le manifestazioni di Indalecio Prieto nel biennio rosso, a proposito dello sciopero dei ferrovieri, che caratterizza l’entrata del collaborazionismo. In quell’occasione don Inda proclamava “Sono più ministro che socialista”.

La rivoluzione spagnola ha sofferto della conosciuta influenza dei riformisti sulle sue direttrici. Non si è voluto interpretare il senso sociale e di classe che traspariva dalle giornate di luglio.

La lotta di classe che sempre era stata patrocinata dalla CNT è passata a essere secondaria per una sfilza di questioni che hanno pregiudicato enormemente il corso della rivoluzione. E constatando questo abbandono, non soltanto dobbiamo lamentare la deturpazione della rivoluzione, ma anche constatiamo la perdita di posizioni di carattere organico per non aver mantenuto i percorsi della rivoluzione su un terreno classista, e per aver conculcato il Sindacalismo Rivoluzionario.

I sindacati sono gli organi che rappresentano in modo genuino lo spirito di classe dei lavoratori nella loro eterna pugna contro il capitalismo. Se releghiamo in secondo piano i sindacati, forzatamente il proletariato deve sentirsi pregiudicato nei suoi stessi interessi.

La collaborazione è funesta in ogni momento. Non si deve collaborare con il capitalismo, né fuori dallo Stato borghese né all’interno delle medesime sfere governative. Il nostro ruolo come produttori si trova nei sindacati, rafforzando gli unici strumenti che devono sussistere dopo una rivoluzione guidata dai lavoratori.

La lotta di classe non è di impedimento perché nel momento attuale i lavoratori continuino a lottare sui campi di battaglia ed a lavorare nelle industrie belliche. Ma si deve tenere nel giusto conto che impiantandosi un nuovo movimento si deve procedere con senso di classe e dando la debita priorità ai sindacati.

Al margine dei sindacati non può esistere altro organismo economico che ne comprima le facoltà. E a fronte dei sindacati non può essere mantenuto uno Stato, e nemmeno lo si può rafforzare con le nostre forze. La lotta col capitale continua. Esiste una borghesia nel nostro territorio che è in collegamento con la borghesia internazionale. Il problema è lo stesso degli anni scorsi.

Manteniamo la personalità dei sindacati. Seguiamo la traiettoria segnalata dalla CNT nel suo peculiare opporsi alla borghesia indigena, come è sempre stato norma prima del 19 luglio.

I collaborazionisti sono alleati della borghesia. Gli individui che propugnano tale collegamento non sentono la lotta di classe né hanno la benché minima stima per i sindacati.

In nessun istante si deve accettare il consolidamento del nostro avversario.

Il nemico si deve batterlo. E se in determinate occasioni si effettua una pausa, non si deve convertire questa digressione sociale in una posizione di franco aiuto al capitale.

Tra sfruttatori e sfruttati non può esserci il benché minimo contatto. Solo la lotta deve decidere chi si imporrà. O i lavoratori o i borghesi. Ma in nessun modo entrambi insieme.

L’avvenire è nelle mani della classe lavoratrice. I paria non hanno nulla da perdere e in cambio possono guadagnare la loro emancipazione, che è l’avvenire della famiglia operaia.

Rompiamo le catene. Rafforziamo i sindacati. Manteniamo lo spirito della lotta di classe.

La nostra posizione

È il momento di concretizzare. Facciamolo in relazione a ciascuno dei problemi che pone la presente situazione.Di fronte al problema della guerra siamo fautori del più assoluto controllo della classe lavoratrice sull’esercito. Gli ufficiali che vengono dal vecchio regime non meritano la nostra minima fiducia. Ci sono state numerose diserzioni e la maggior parte dei disastri che abbiamo incassato sono dovuti a evidenti tradimenti dei comandi. E per quanto attiene all’esercito propugniamo un esercito rivoluzionario diretto esclusivamente dai lavoratori, e nei casi di impiego di ufficiali essi devono essere sottoposti ad un controllo rigoroso.

Reclamiamo la direzione della guerra per i lavoratori. Abbiamo motivi sufficienti per questo. Le sconfitte di Toledo, Talavera, la perdita del Nord e di Málaga, denotano una mancanza di competenza e di onorabilità nelle sfere governative per le ragioni seguenti:

  • il Nord della Spagna avrebbe potuto essere salvato acquistando lo stock di materiale bellico che era necessario per fare fronte al nemico. E per farlo i mezzi c’erano. Le riserve di oro della Banca di Spagna avrebbero permesso di riempire il suolo spagnolo di armamenti; perché non è stato fatto? Il tempo c’era. Non si deve dimenticare che il controllo da parte del “non intervento” non cominciò a contare davvero fino al termine di alcuni mesi dallo scoppio della conflagrazione spagnola.
  • La direzione delle questioni militari è stata un disastro. Il comportamento di Largo Caballero è funesta. Sua è la responsabilità se il fronte d’Aragona non ha dato i risultati voluti. La sua opposizione ad armare il settore aragonese ha impedito che l’Aragona si salvasse dagli artigli del fascismo, e nello stesso tempo che potesse decongestionare i fronti di Madrid e del Nord. E fu Largo Caballero a far presente che dare armi al fronte aragonese equivaleva a darle alla CNT.

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Siamo nemici della collaborazione con i settori borghesi. Non crediamo che si possa abbandonare il senso di classe.

I lavoratori rivoluzionari non devono ricoprire incarichi ufficiali né stabilirsi nei ministeri. Si può collaborare finché duri la guerra sui campi di battaglia, nelle trincee, nei parapetti, e producendo nelle retrovie.

Il nostro posto è nei sindacati, nei luoghi di lavoro, mantenendo lo spirito di ribellione che affiorerà alla prima occasione che si presenti. Questo è il contatto che dobbiamo mantenere.

Non si deve partecipare a collegamenti in cui i politici borghesi complottino con le cancellerie straniere. Vuol dire rafforzare i nostri avversari e valorizzare di più il laccio capitalista.

Non più portafogli ministeriali. Non più ministeri. Torniamo ai sindacati.

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Propugniamo l’unità del proletariato. Ma si intenda bene, questa unità deve realizzarsi tra lavoratori e non con i burocrati o con chi è immischiato nei favoritismi.

Attualmente è praticabile un’intesa della CNT con la componente rivoluzionaria della UGT. Non crediamo realizzabile un’intesa con la UGT della Catalogna né con i prietisti.

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La socializzazione dell’economia è indispensabile per il trionfo della guerra e per l’incanalamento della rivoluzione. Non si può preservare l’attuale scollegamento. Né può essere considerato proficuo che i vari centri di produzione non marcino in modo coordinato.<

Ma devono essere i lavoratori a fare ciò.

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Il problema religioso non deve essere rimosso. Il Popolo ha già detto la sua ultima parola. Ciò nonostante sembra che si tenda ad aprire nuove chiese. Mettere in vigore la libertà di culto e la celebrazione delle messe, ci stimola a supporre che i governanti dimenticano le grandi giornate incendiarie.

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La distribuzione dei prodotti deve essere razionata in modo assolto. Non si può tollerare che i lavoratori non possano mangiare mentre i benestanti trovano il cibo nei ristoranti controllati dalla stessa classe lavoratrice.

Si deve socializzare la distribuzione, insieme a un razionamento rigoroso.

La burocrazia deve sparire. Le migliaia di burocrati che sono arrivati a Barcellona rivelano una delle maggiori piaghe di cui soffriamo. In luogo del burocrate ci deve essere un lavoratore. E come burocrate intendiamo il pigro, l’individuo da café.

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Soppressione assoluta della burocrazia.

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I guadagni favolosi devono sparire immediatamente. Sono uno scherno per i miliziani che riscuotono dieci pesetas al giorno e in cambio esistono paghe sostanziose riscosse dai burocrati Azaña e Companys che le percepiscono da tempo.

Noi vogliamo l’instaurazione del salario familiare. E che la si faccia finita una volta per tutte con questa irritante disuguaglianza.

La giustizia deve essere esercitata dal popolo. Non si può consentire che la deviazione sorga su questo terreno. Dai primi tribunali di classe si è caduti in alcuni organismi integrati dai magistrati di carriera. E siamo tornati a stare come prima. E ora verranno soppressi i giurati.

La giustizia proletaria appartiene solamente ai lavoratori.

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La campagna spagnola deve essere socializzata. Il sabotaggio delle collettivizzazioni ha enormemente intorpidito la vita del nostro suolo e favorito la speculazione. L’interscambio tra la città e la campagna avvicinerà i contadini alla classe proletaria. E si vincerà la mentalità del lavoratore dei campi che è abituato a coltivare con un limite determinato.

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I problemi culturali, come ogni altro aspetto riferito a qualsivoglia attività del paese, di carattere sociale, culturale o economico, sono strettamente di competenza dei lavoratori, che sono quelli che hanno forgiato la nuova situazione.

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L’ordine rivoluzionario verrà gestito dagli operai. Esigiamo la dissoluzione dei corpi armati in uniforme, che non sono di nessuna garanzia per la rivoluzione. I sindacati devono avallare gli incaricati di vigilare sul nuovo ordine che vogliamo impiantare.

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Per quanto attiene alla politica internazionale, non accetteremo nessun armistizio. E per quanto si riferisce alla propaganda della nostra rivoluzione vogliamo effettuarla nei centri produttivi esteri, e non nelle cancellerie e ancor meno nei cabaret.

Ai lavoratori stranieri si deve parlare con un linguaggio rivoluzionario. Finora si è impiegato un lessico democratico. Si deve inculcare nelle organizzazioni operaie di tutto il mondo la consapevolezza della necessità che si muovano, che sabotino i prodotti fascisti; che rifiutino di imbarcare materie prime o materiale bellico per gli assassini del popolo spagnolo. E che manifestino nelle strade, che esigano da loro governi che si faccia giustizia per la causa che stiamo difendendo e che è la causa del proletariato mondiale.

 

Il nostro programma

Le rivoluzioni non possono essere vittoriose se sono assenti su certe direttrici e certi obiettivi immediati. Nella rivoluzione di luglio abbiamo potuto constatare questa falla. La CNT nonostante la sua forza non seppe approfittare delle gesta avvenute nelle strade con carattere di spontaneità. Gli stessi dirigenti rimasero sorpresi di fronte ad avvenimenti che per essi dovevano essere catalogati come qualcosa di imprevisto.

Non si seppe che cammino seguire. Mancò una teoria. Abbiamo trascorso una serie di anni muovendoci intorno ad astrazioni. Che fare? Si sarebbero domandati i dirigenti di quel momento. E lasciarono che la rivoluzione perdesse.
In questi istanti supremi non si deve vacillare. Ma si deve sapere dove si va. E questo vuoto lo vogliamo riempire noi, poiché vogliamo che non si possa ripetere quello che è accaduto a luglio e a maggio.

Nel nostro programma introduciamo una leggera variante dentro l’anarchismo. La costituzione di una Giunta rivoluzionaria.
A nostro modo di vedere la rivoluzione ha bisogno di organismi che vigilino per essa e reprimano, in un senso organico, i settori avversari, che le circostanze attuali ci hanno dimostrato non essere rassegnati a sparire se non li si schiaccia.

Può darsi che ci siano compagni anarchici che sentano certi scrupoli ideologici, ma la lezione patita è sufficiente perché si meni il can per l’aia. Se vogliamo che in una prossima rivoluzione non capiti esattamente lo stesso che è capitato in questa, si deve procedere con la massima energia con chi non si identifica con la classe lavoratrice.

Fatto questo breve preambolo, andiamo a tracciare i nostri punti programmatici:

I.- Costituzione di una Giunta rivoluzionaria o Consiglio Nazionale di Difesa.

Questo organismo si costituirà nel modo seguente: i membri della Giunta Rivoluzionaria saranno eletti democraticamente negli organismi sindacali. Si terrà conto del numero dei compagni sparsi al fronte, che forzatamente dovranno avere una rappresentanza. La Giunta non si immischierà nelle questioni economiche che attengono esclusivamente ai sindacati.

Le funzioni della Giunta Rivoluzionaria sono le seguenti:

  • Dirigere la guerra.
  • Vigilare sull’ordine rivoluzionario.
  • Gli affari internazionali.
  • La propaganda rivoluzionaria.

Gli incarichi verranno rinnovati periodicamente per evitare che qualcuno abbia dell’attaccamento per l’incarico ricoperto. Le Assemblee sindacali eserciteranno il controllo sulle attività della Giunta.

II.- Tutto il potere economico ai sindacati.

I sindacati hanno dimostrato da luglio il loro grande potere costruttivo. Se non fossero stati relegati in un ruolo di seconda fila, avrebbero prodotto un grande rendimento. Saranno le organizzazioni sindacali a strutturare l’economia proletaria.

Tenuto conto delle modalità dei sindacati e delle federazioni dell’Industria, potrà inoltre essere creato un Consiglio dell’Economia con l’obiettivo di coordinare meglio le attività economiche.

III.- Municipio Libero.

In Spagna prima delle dinastie straniere le prerogative municipali erano difese con grande impegno. Questa decentralizzazione permette di evitare che si formi una nuova struttura statale. E quell’abbozzo di libertà che soccombette, risorgerà nella nuova Spagna patrocinata dal proletariato. E si risolveranno i c.d. problemi catalano basco, etc.

I Municipi si faranno carico delle funzioni sociali che sfuggono alla sfera di competenza dei sindacati. E poiché andiamo a strutturare una società rigorosamente di produttori, saranno gli stessi organismi sindacali a rifornire i centri municipali. E non avendo disparità di interessi non potranno esistere antagonismi.

I Municipi si costituiranno in federazioni locali, regionali e peninsulari. I sindacati e i Municipi stabiliranno relazioni in ambito locale, regionale e nazionale.

Verso una nuova rivoluzione

Il retrocedere della rivoluzione di luglio è stato rapido. Nessuna delle rivoluzioni che si considerano archetipo dei sommovimenti sociali ha sofferto di una tanto vertiginosa decadenza.

Non si può teorizzare intorno alla successione degli avvenimenti perché la rivoluzione ormai non esiste. È necessario aprire nuovamente una breccia nella inesauribile fucina della Spagna proletaria. C’è da ricominciare.

Le rivoluzioni si ripetono nel nostro paese con molta frequenza. Alcune volte vengono tentate senza un contesto appropriato e senza possibilità di trionfo. Bisogna saper scegliere il momento psicologico e insurrezionale. Dalla scelta azzeccata dipende il successo.

Non è facile fare profezie. Chi è capace di indovinare quando sarà possibile un nuovo luglio o piuttosto un nuovo maggio? Ciò nonostante presumiamo che in Spagna torneranno a prodursi avvenimenti del genere.

Se la guerra continua ad avere un decorso sfavorevole, ci si dovrà sbarazzare di tutti i politici che stanno cercando il modo di patteggiare una tregua o un abbraccio. Una buona prova di questo è il sabotaggio della guerra, delle industrie belliche e del mare magnum di rifornimenti, per non parlare della carestia di generi alimentari voluta dai governanti per creare un ambiente favorevole ai loro piani di strangolamento.

Può capitare che si patteggi un abbraccio. Sarà un occasione per opporvisi con le armi. E nel caso che si vinca la guerra al ritorno dei compagni dal fronte si riapriranno i problemi che oggi si presentano a uno stadio molto acuto. Come si risolveranno?

Come si convertita l’industria di guerra in una industria di pace? Si darà lavoro a combattenti? Si darà soddisfazione a tutte le vittime? Si rassegnerà l’ufficialità a rinunciare alle sue prebende? Si potranno riconquistare i mercati?

I momenti che abbiamo descritto sottolineano distinte posizioni. Non siamo in grado di predire quale di esse prevarrà. Tuttavia il problema consiste nel preparare una nuova sollevazione affinché il proletariato assuma in modo netto la responsabilità del paese.

Non ci si può tacciare di nervosismo. Il momento attuale non ha nulla di rivoluzionario. La controrivoluzione osa commettere ogni genere di abuso. Le carceri sono piene di lavoratori. Le prerogative del proletariato sono in palese declino. Gli operai rivoluzionari vengono posti in stato di inferiorità. Il linguaggio dei burocrati, in uniforme o senza, è intollerabile. Per non parlare di quello delle Guardie di Assalto verso i sindacati.

Non resta altra via che quella di una nuova rivoluzione. Procediamo verso la sua preparazione. E nel fragore della nuova impresa troveremo di nuovo nelle strade i compagni che oggi combattono al fronte; i compagni che sono in prigione e quelli che nell’ora attuale non hanno perduto la speranza di una rivoluzione che renda giustizia alla classe lavoratrice.

Al conseguimento di una nuova rivoluzione che dia completo soddisfacimento agli operai della città e della campagna. Al conseguimento di una società anarchica che soddisfi le aspirazioni umane.

Avanti compagni!!


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