Tal para cual. Reseña y reflexiones sobre “Colpo su colpo”, acerca de la acción del compañero Émile Henry.

Artículo aparecido en la revista Anarchismo número 23-24 (1978) que analiza el libro “Colpo su colpo”, editado por Edizioni Vulcano el mismo año.

Una colección contiene una biografía de Henry, dos de sus cartas, el reporte del proceso, algunos aforismos, y un apéndice con una interesante carta de Malatesta y una inútil correspondencia tomada de “Le Petit Journal”.

El volumen, hay que decirlo, presenta un problema que supera de gran manera los estúpidos logros tanto de los historiadores clásicos como de los historiadores del anarquismo: el gesto de Henry fue algo que miedo, fue algo que sacudió no sólo a la llamada “opinión pública”, sino que también a los compañeros. Y la carta de Malatesta, inserta en el apéndice, es un ejemplo de esta perplejidad tomada por el anarquista italiano y justificada, en cierto modo, poniendo por delante la usual cautela, la misma que pocos años antes había hecho gritar “provocador” a gente como Grave o como Kropotkin en las confrontaciones sobre Ravachol.

Pero primero lo primero.
No es por nada nuevo que el gesto de Henry se inserte en la cadena de atentados y de ataques que los anarquistas de “finales de siglo” realizaran contra las instituciones y sus representantes. El gesto de Henry hace un “salto de calidad” que viene tomado, aunque vagamente, también de los compañeros que en aquel momento se atrevieron a luchar contra la represión.
Estos jóvenes, cultos e inteligentes, operan con frialdad una decisión que otros han madurado y comprendido, pero no realizado: atacar a la burguesía, no a este o aquel representante de la institución del Estado, este o aquel político, magistrado, verdugo, torturador, espía o traidor, no: a toda la burguesía. Él golpea a la multitud, sin discriminaciones. Selecciona con cuidado uno de los lugares que esta clase frecuenta, se dirige con su bomba infernal, enciende la mecha, lanza la bomba y se va.
Luego, intenta evitar su captura. No es un mártir, es un guerrillero; no quiere sacrificarse, quiere continuar en su lucha, quiere continuar golpeando a la muchedumbre. Al hacerlo, escapa e intenta cubrirse la retirada, dispara para defenderse hasta que cae prisionero en las manos del enemigo. Y aquí, una vez preso, no pide compasión, no se cierra en el silencio del resto también justificable: hace del proceso una tribuna para explicar e ilustrar su gesto contra todos (compañeros incluso) y contra todo. No busca atenuantes, no habla de “errores”, pero dice claramente que ha intentado golpear a la propia multitud, sin discriminación previa, porque justamente en la multitud se hallan aquellos culpables del sufrimiento menos detectable, los representantes de aquella clase comerciante, respetable, reaccionaria, sanfedista, pronta a correr a la plaza donde la guillotina, dispuesta a batirle las manos a cualquier subproducto napoleónico, está lista para poner su propio soporte bajo los pies del dictador de turno.
En el gesto de Henry se encuentra incluido un análisis del concepto de clase. No tanto en sus cartas o en el mismo debate procesal, sino en el acto mismo. El comportamiento colectivo de la clase burguesa abarca en cuanto a clase dominante (o directa seguidora del poder) y de manera delineada, una conciencia de clase muy adecuada a las respuestas específicas de las relaciones de poder (ideológicas y económicas). La clase burguesa sabe lo que vale, y el estrato comerciante lo sabe aún mejor que la media y alta burguesía. Y esta conciencia de sí también se refleja en el pasatiempo, en la diversión, en el elegir un café, un restaurant, un burdel, un crucero, un lugar de vacaciones. La selección que opera en estos lugares no es sólo determinada por el precio de los productos, de los servicios y de aquello que se debe tener para ir allí; sino que es determinada por el mismo aire que se respira, por la atmósfera creada “deliberadamente”, por la elección de los adornos, de las chucherías, de los cuadros, de los espejos, de los vidrios y las alfombras. Un proletario -incluso hoy, con toda la contaminación causada por el consumismo imperante- raramente pondría un pie en el Caffè Greco en Roma, y si por error se viera dentro, huiría pronto; no tanto por el espanto de los precios que se acostumbran, sino que lo abandonaría extrañado de aquella atmósfera creada y que se siente como algo sólido, una atmósfera que solo con una primera evaluación puede ser proyectada a la necesidad del capital de “vender”. Aquí no se trata de lugares de masa donde se ofrece al dios “mercancía”, se trata de otros lugares, más íntimos y aislados, donde el ofrecimiento del evangelio de la “mercancía” es hecho de manera más refinada, accesible sólo a unos pocos, operando una selección automática que se refleja –casi perfecta– en la adaptación de la conciencia de clase burguesa a la situación de las relaciones de poder en el campo hoy en día.
No se venga a decir que la situación histórica, de fines de siglo, era distinta a la presente y que entonces estos lugares eran precisamente mucho más “aislados” que en la actualidad, conforme la burguesía sigue en la cima de la explotación colonial sintiéndose segura de sí y queriendo autogratificarse con burdeles y cafés más que con iglesias y monumentos a la victoria. También hoy, en fase de profundas transformaciones sociales, la burguesía mantiene cierta conciencia de sí, al menos los grupos que no han sido atraídos irremediablemente al barranco de la criminalización a raíz de las dificultades, derivadas del capital, de mantener un nivel suficientemente seguro de empleo. Pero esos otros grupos, los garantizados, los que son también engrosados con el ascenso de otro clan –antes proletario– hoy son el núcleo reaccionario más coherente y más difícil de desplazar. Y este núcleo, este amasijo de intereses y de miseria, de lenguaje jergal y de enfermizas imitaciones de pasados esplendorosos; este núcleo se encuentra ahora en los mismos lugares, en los mismos cafés, en los mismos burdeles.
He ahí. La cosa más humorística (y trágica al mismo tiempo) es que este núcleo reaccionario ha asumido las actitudes del progresismo charlatán de la llamada izquierda; pero más bien fortalece la idea de que el propio estatus social ha rechazado la ropa anticuada de una reacción que se vestía de negro (y que hoy sería ridículo) para llevar la ropa de una reacción que se viste de rojo y que ya no da risa, sino miedo.
He ahí. Golpear en la multitud hoy, a tanto tiempo del gesto de Henry, no solo sería un gesto válido, sino que también una contribución teórica al movimiento. Sería, nuevamente, un salto cualitativo.
Malatesta escribía –en el comentario al gesto de Henry– “Una cosa es comprender y perdonar, y otra cosa es reivindicar. Estos no son actos que nosotros podamos aceptar, alentar, intimar. Nosotros debemos estar resueltos y ser enérgicos, pero debemos tratar de no sobrepasar nunca el límite marcado por la necesidad. Debemos hacer como el cirujano que corta cuando es necesario, pero evita infligir sufrimientos inútiles: en una palabra, debemos ser inspirados por el sentimiento del amor de los hombres, de todos los hombres”.
Amor u odio. La dicotomía es errada. En la lucha de clases no se puede sentir amor por el propio enemigo, los sentimientos que pueden estimular ese amor son aquellos de la respuesta común a los mismos estímulos de la clase, es decir, el sentirse no solo partícipe de la misma clase del enemigo, sino el sentirse interesado por las mismas cosas y los mismos ideales; en caso contrario, cuando el enemigo se ve como tal –como enemigo de clase– y sus intereses y sus ideales no se comparten, sino más bien suscitan disgusto y repulsión, el resultado puede ser uno solo: el odio.

Y Henry respondía así al distinguido de Malatesta: “Es cierto que los hombres no son fruto de las instituciones; pero las instituciones son una cosa abstracta, existentes sólo en tanto que haya hombres de carne y hueso para representarlas. Por lo tanto, hay una manera de golpear a las instituciones, esto es, golpeando a los hombres; y acogemos con felicidad todos los actos enérgicos de revuelta contra la sociedad burguesa, porque no perdemos de vista el hecho de que la Revolución será el resultado de todas estas Revueltas individuales”.

Traducido y tomado de: Instintosalvaje.noblogs.org