Crítica de la razón capitalista

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«… en cuanto a los ridículos dogmas de sus patronos, se identifican con ellos tan plenamente que ni los reconocen»

(Guy Debord, In girum imus nocte et consumimur igni)

 

Es difícil dejar en evidencia al capitalismo frente a tal internalización del mismo en tantos seres humanos. Apenas poder describirlo parece un sinsentido ante cualquier proletario. Es que el capitalismo es capaz de hacerse pasar por la verdad de la cosa misma que subsume y presentarse como la Realidad cuando no es más que la realidad capitalista. A simple vista, no parece ser evidente que las relaciones sociales son atravesadas y, en la mayoría de los casos, destrozadas por relaciones sociales capitalistas.

Más difícil es entonces mostrar la lógica de pensamiento que trae aparejado este sistema dominante, a esto queremos hacer referencia con “razón capitalista” o “mentalidad capitalista”. A que, en este momento, la razón capitalista da forma a la razón humana, se confunden, se alimentanmutuamente. Pero no hay algo como una “esencia humana” o una “razón humana” pura que debemos recuperar porque ha sido arruinada por el capitalismo, sino una razón ligada a cada época, al modo de producción y reproducción dominante.

La dificultad de nuestra intención radica quizás en que nuestra cosmovisión es nuestro modo de aprehender la realidad, y que ella no se aprehende a sí misma, que lo haga es como pedirle al ojo que se vea.

Por otra parte, es importante advertir que hoy, en pleno nuevo siglo, presentar al ser humano como un ser completamente racional es una farsa. Toda su estructura social está repleta de mitos e irracionalidades que intenta ordenar y jerarquizar racionalmente para el mantenimiento de la normalidad capitalista. En este sentido, el homo oeconomicus es un ser más racionalizador que racional.

Ciertas categorías que presentamos como un “problema” lo son en la medida en que existe el deseo de transformarlas o destruirlas. Es, en este sentido, que “ciencia”, “progreso” o “razón” serán criticadas en las siguientes páginas. Y no podemos hacerlo si las consideramos neutrales en relación a la política, la ideología y el mundo capitalista en general.

Por estos motivos, la crítica radical, la lucha revolucionaria es vista como una locura, porque es inverosímil dentro de los parámetros de razonamiento dominante. ¿Cómo suena sino la crítica del trabajo asalariado o del Estado? ¿No es acaso una locura? Incluso las categorías empleadas que para nosotros son nocivas ¡son las aspiraciones de la ideología dominante! Basta con prestar atención cuando se habla de progreso, democracia, derechos, sociedad o normalidad.

Estamos obligados a movernos en esa delgada línea entre la comunicación entendible dentro de los parámetros aceptados y la necesidad de destrucción de esos parámetros, con el riesgo de gritar tristemente ante oídos sordos o caer en el pozo ciego del sentido común que no hace más que traducir la crítica de lo existente a la Razón dominante, desarticulando todo su contenido. (1)

Esta sociedad intenta llevarnos a buscar el reconocimiento de quienes nos dominan, a hablar su lenguaje y quien no lo hace balbucea, es justamente un bárbaro. (2)

Pero no se trata de hacernos reconocibles ante este mundo espectacular, sino hacernos reconocibles a nosotros mismos.

Quizás sea mejor así, que no haya un lenguaje común entre nosotros y el Poder –es decir entre proletariado y burguesía– y así sólo quede el enfrentamiento directo. Sin embargo, queda un desafío pendiente: entablar un lenguaje entre ese nosotros.

«Cuando en nuestras luchas se encuentran la raíz de los problemas, traspasando las apariencias y asumiendo el carácter de un mismo organismo, con sus diversas expresiones y características, el entendimiento fluye con mayor naturalidad, los límites de la normalidad no-comunicativa comienzan a borrarse y el diálogo con el poder dominante comienza a hacerse imposible. Porque no hay un lenguaje común con el oponente cuando se ha decidido no dejar canalizar nuestras necesidades de manera democrática: la necesidad de organizarse no puede transformarse en “derecho a reunión” o “libertad sindical”, ni la necesidad de expresarse en “libertad de prensa”, ni hacer huelga en “derecho a huelga” y mucho menos en satisfacer nuestras necesidades humanas entendiéndolas como “derechos básicos”». (Cuadernos de Negación nro.5)

De esta manera, retomamos para este nro. un elemento de la crítica ya presente en esta publicación para continuar extendiéndola. Se trata más precisamente de artículos que recomendamos releer antes de seguir con nuestro tema: Cuadernos de Negación Nro.6: “¿Oponer la ciencia a la religión?” y Cuadernos de Negación Nro.7: “La ciudad como modo de vidaCriticar la razón científica, la tecnología o el progreso capitalista, es un modo de criticar al mundo por el cual todo aquello fue producido y bajo el cual es legitimado.

Se critica al mundo en sus fundamentos, en su lógica, en el poder que lo justifica. La Razón actual no es eterna, es una producción histórica y será superada junto a su época.

«Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión, y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulan la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean; por ello mismo, las ideas dominantes de la época». (Karl Marx, La ideología alemana)

PENSAR NO ES CALCULAR

En 1992 un periodista acusa al autor del libro La sociedad del espectáculo que «nunca da una definición de ese famoso espectáculo: da cincuenta» y a continuación da tres definiciones de las cuales una esta falsificada. En su libro “Esa mala fama…” Debord le responde: «puede que este argumento haga época en la historia de la inteligencia artificial. No cabe duda que procede de la era del pensamiento científico de los ordenadores. Una definición es segura porque es la única.

¿Cómo podrá fiarse uno de tres argumentos? ¿Qué lectura asistida podría asegurarle a uno de que los tres vayan a ser complementarios?» Y más adelante lanza: «todo se descifra, pero no fácilmente mediante ordenadores, que no entienden la dialéctica».

«La disolución acelerada de la razón en las aguas tibias de la charlatanería inconsecuente va a la par con la convicción, cada vez más extendida, de que la razón no es más que una simple facultad de cálculo. Esa convicción, convertida en algo corriente con la generalización de la informática, extrae su origen de una enormidad atribuida al filósofo inglés Thomas Hobbes, que todos los especialistas de la “inteligencia artificial” repiten tras él: “Pensar es calcular”. No hace falta mucho más para concluir que las máquinas de cálculo –y los ordenadores no son más que eso– son “inteligentes”.

No hay sombra de cálculo en todo esto; se trata siempre de verdad y de luz natural. La palabra razón no era usada en el sentido de cálculo más que en aritmética (antaño se llamaba livre de raison a lo que hoy llamamos “libro de cuentas”). En latín, ratio quiere decir ciertamente “cálculo”, pero sólo es uno de los sentidos del término, que significa también “discurso”, “razonamiento”, etc. (…) Solamente con el advenimiento de la lógica matemática –de la que la informática es heredera directa– la razón ha sido estrechamente identificada con el cálculo. (…)

Un razonamiento no consiste sólo en una serie de operaciones de lógica formal que un ordenador correctamente programado efectúa a la perfección. Los ordenadores clásicos no hacen más que ejecutar mecánicamente los programas –a veces increíblemente complejos– basados en las propiedades de la lógica matemática, sin que en ningún momento se trate de la “verdad” ni de la “luz natural”. No tienen más relación con la razón que un arado o un cepillo de dientes. (…)

¿Qué es por tanto razonar? No se sabe muy bien –lo que viene a significar que no se sabe en absoluto– y quizá la mejor definición puede ser todavía la que ofrecía Platón: “un diálogo del alma consigo misma” (de ahí la dialéctica, inicialmente el arte del diálogo, donde el pensamiento avanza por afirmaciones y negaciones sucesivas).

Quizás los nuevos ordenadores “calcularán” más rápidamente que los ordenadores actuales, pero tampoco razonarán; porque lo que les falta a todas estas máquinas es la dialéctica».

(Jean-Marc Mandosio, ¿Fin del género humano? Tecnología y destrucción de las condiciones (mentales) de la existencia)

LA CATÁSTROFE RAZONABLE

«La crítica del pensamiento dominante no podrá venir del pensamiento dominante mismo».
(Georges Lapierre, El mito de la Razón)

La razón es una facultad que permite ciertas operaciones mentales relativamente complejas a las que damos el nombre de razonamiento o reflexión. El razonamiento consiste en combinar entre sí los diferentes elementos de la realidad con el fin de aprehenderla mejor, poner relación unos con otros mediante una labor de deducción o inducción, compararlos, oponerlos, clasificarlos.

Sin embargo, se llega a confundir razonamiento con un modo de razonamiento particular: el actual y dominante, más precisamente. Nuestro modo de pensamiento está definido por nuestra época. A un modo de vida en sociedad le corresponde un modo de pensamiento. Esta confusión, ocultada y defendida, permite exponer que la Razón –dominante, ya si con mayúscula– sería el pensamiento abstraído de la realidad social de la cual es producido–con sus pasiones, sus mitos, sus imparcialidades, con el sujeto mismo que la produce.

Pero, ¿a dónde hemos llegado con la Razón? La pregunta genera un desequilibrio. Hay algo sospechoso en la Razón moderna, es un secreto a voces: la destrucción del planeta, las guerras, las grandes ciudades y su pobre sociabilidad, la amenaza nuclear o las enfermedades fruto de la civilización.

Sin embargo, todo aquello parece no ser motivo suficiente para criticarla, y cuando la crítica se esboza tímidamente se pretende salir de esta catástrofe con los métodos y razonamientos que nos han llevado hasta aquí.

Ante estas pequeñas y grandes catástrofes, incluso hasta “el fin del mundo” suena razonable pero no así el fin del capitalismo.

Incluso por “mundo” se piensa automáticamente en “mundo capitalista”, ya que si terminara el capitalismo, las montañas o los océanos, que también constituyen el mundo, permanecerían, pero al dejar de ser “recursos naturales” ya no son siquiera mundo para las concepciones que estamos criticando. Se piensa al planeta como una suma de “recursos” y como un gran laboratorio donde es posible realizar pruebas nucleares, experimentación en seres humanos a escala masiva y otros horrores de la vida moderna.

La catástrofe está en marcha, y por ello la urgencia de la lucha revolucionaria. Es un momento de la historia donde el sistema vigente pone en peligro la vida en general. Ante esta situación un tanto desesperante es tentador aguardar una catástrofe “ecológica” que nos aniquile a todos o en su defecto que pueda “despertar a la gente”. Mas puede corroborarse que la catástrofe suele ser doble: a la catástrofe “natural” le sigue la falta de una respuesta social contundente. Incluso reconocidas por los grandes gestores del capitalismo, sin vergüenza alguna, estas catástrofes no han generado una conciencia revolucionaria como muchos esperaban. Los desastres, excepto contadas excepciones, no han servido pedagógicamente, incluso cabe preguntarnos: ¿para una mentalidad que no sea la nuestra, no es esto ya un desastre? ¿Cuál es el parámetro para que sea una catástrofe? ¿La caída de edificios y la suspensión de las comunicaciones como señalan las películas de ciencia ficción? La catástrofe social producida por el capitalismo no incluye complejos efectos especiales, sino una lejana destrucción de los espacios que desde las ciudades no vemos y una sutil destrucción de las relaciones sociales.

Las muchedumbres aceptan sumisamente la normalidad y sus breves interrupciones permitidas dejando que los especialistas administren las ruinas. Las declamaciones –cuando las hay– se detienen en las consecuencias más superficiales, dando en muchas ocasiones la propuesta de un abstencionismo individual o, por qué no decirlo, se queda a la “espera” de una revolución total que barra con el problema de raíz.

Tampoco es difícil ceder ansiosa y angustiosamente al deseo de que el desastre se haga presente barriendo todo, incluyendo lo que se supone el responsable: “el ser humano” en abstracto, sin distinción de clase ni responsabilidades. (3) Incluso con la fantasía de una tábula rasa de la que mágicamente emergerá una sociedad mejor ¿Cómo? Nadie lo sabe.

RAZÓN DE ESTADO

Es importante subrayar que cualquier crítica denominada ecológica o hasta de la tecnología que no esté íntimamente relacionada con la crítica social, fundiéndose en una sola, es inútil. O peor aún, incluso cuando esta crítica deriva a una forma política (es decir ciudadana, estatista) se convierte en cómplice y gestora del desastre. No va a detenerse la catástrofe mejorando las funciones del Estado, ya que sus funciones son parte de la catástrofe.

A futuro no sabemos si el control y la vigilancia harán imposible la subversión, la actividad fuera y contra el Estado, pero podemos corroborar que es la falta de subversión lo que permite la implantación de estos métodos cada vez más extendidos de control social. (4) Y en este sentido la necesidad de lucha vuelve a presentarse urgente.

Ya no sólo se trata de multiplicar el número de policías y de oficinas estatales para multiplicar el control y la represión, sino de introducir tecnología para ampliar su extensión con videovigilancia, virtualización de la presencia estatal y, por sobre todo, extender una lógica estatal que impregne todo el pensamiento dominante y, por lo tanto, las conductas.

El optimismo tecnológico se concentra en mostrar la cara limpia de nuestra civilización, obviando aquellos momentos y lugares donde es despiadada y calificada injustamente de “salvaje”. Los avances tecnológicos no son un freno a la opresión. La tecnología coexiste y coopera con la opresión para dar como resultado una tecnología de la opresión, ya sí, con una imagen racional y civilizada. Claro que esta imagen es sólo eso, y mientras busca reproducirse y hacerse creer especialmente en los centros urbanos de todo el mundo, en los suburbios, el gatillo fácil de las fuerzas represivas, así como las drogas hacen el trabajo sucio de siempre. Ni hablar en momentos insurreccionales donde la represión abierta se abre paso, o de las guerras con sus masacres. Claro que parte de la población esta momentáneamente a salvo de estas atrocidades, a diferencia del antiguo esclavo, el esclavo moderno no tiene el látigo constantemente sobre sus espaldas. Así, imaginamos la cadena del antiguo esclavo (es decir no-asalariado) como un elemento verdaderamente opresivo sin percibir las cadenas invisibles que nos atan a esta sociedad. E incluso, a diferencia del antiguo esclavo, somos los oprimidos y explotados quienes muchas veces hacemos funcionar muchos de los mecanismos de control. Lo cual no es suficiente para permitirnos afirmar que nos oprimimos a nosotros mismos, la realidad es que gestionamos la misma opresión en beneficio de la burguesía. (5)

El poder de la burguesía no reside solamente en la propiedad privada de los medios de producción o en la cantidad de dinero en sus cuentas bancarias, sino también en la especialización tecnológica concebida y reproducida para sus intereses.

Hoy cada Estado es una maquinaria de gobierno (y el término empleado no es casual), que además de la explotación y la fuerza bruta, emplea un complejo entramado tecnológico que por su propia condición queda fuera de nuestro alcance ¡Y que es indeseable arrebatar! Quizás nunca haya sido tan evidente que el mundo de la clase dominante es indeseable, que no es un paraíso a conquistar sino a destruir.

Nosotros consideramos que poco vale el exhaustivo conocimiento del funcionamiento interno de una máquina que merece ser destruida –en este caso la maquinaria estatal–, basta con poder reconocer su apariencia allí donde se encuentre y golpear, lo cual tampoco es tarea fácil: sea reconocerle o golpearlo certeramente. Porque el Estado y el Capital no son simples objetos físicos, sino también relaciones sociales a abolir. Lo que con pobres metáforas queremos expresar es la necesidad de reconocer a grandes rasgos lo que nos destruye para poder destruirlo, lo cual no resulta una función automática del mecanismo ciudadano (ya que programados por el mismo Estado y el Capital los ciudadanos no están preparados para ello), entonces esto requiere salirse de su lógica o al menos entrar en contradicción con ella.

El desprecio a tomar el control de esta sociedad no se limita a un rechazo ideológico del control, sino al rechazo concreto de esta sociedad. La dominación no reside sólo en la propiedad de los medios de producción, sino también en el carácter privado de esos medios.

Como presos ¿nos apropiaríamos de una cárcel? Sólo en el acto de su destrucción, y no como gestores o dueños, lo cual nos convertiría en unos simples carceleros.

Como explotados y oprimidos ¿nos apropiaríamos del Estado? El Estado moderno no puede tomarse como si fuera un revólver o un martillo y usarlo para otros fines, porque el Estado no es simplemente un instrumento o una forma de organización, es contenido capitalista.

«El Estado (capitalista) no es, pues, una máquina o instrumento que pueda utilizarse en un doble sentido: ayer para explotar al proletariado, mañana para emancipar al proletariado y oprimir a la burguesía. No es una máquina que pueda conquistarse, ni que pueda manejarse al antojo del maquinista de turno. El proletariado no puede conquistar el Estado, porque es la organización política del Capital: ha de destruirlo. (…) Pero el Estado capitalista no puede destruirse realmente si antes la clase proletaria no siega inmediatamente las condiciones económicas, sociales e históricas de la existencia del trabajo asalariado y de la ley del valor, en un ámbito mundial». (Agustín Guillamón, Barricadas en Barcelona. Citado en Cuadernos de Negación nro.4)

LA VIDA NO ES UN MECANISMO

Suele presumirse que una vez abolido “el sistema” tanto la ciencia como la industria, la ciudad, o hasta el trabajo y el Estado se volverían repentinamente buenos. Pero ¿qué es “el sistema” si no es todo eso? Es una idea, sí, pero albergada en unas condiciones y relaciones materiales que le den sentido y existencia: es una totalidad.

La Razón dominante hace omisión de la noción de totalidad, es la razón que separa y cosifica, o en verdad separa porque cosifica. Tiene dificultades sistemáticas no sólo para advertir el movimiento, sino también para comprender lo integrado, puede comprender lo junto pero lo integrado le cuesta mucho más si es que logra dimensionarlo. Por ello, siempre hace referencias a “mecanismo” o a la “articulación” de las partes (incluso en el ámbito político de falsa oposición suele usarse aquello de “articular”).

Pero lo vivo, o hasta la vida, es más que la suma de las partes. Podemos tomar por separado los miembros y órganos de un cuerpo y hacer abstracción de su relación cuando ya estemos analizando el cadáver, pero antes del deceso aquello sería una apreciación falsa. Porque se puede desarmar y luego volver a armar una máquina pero no un ser humano, allí radica la gran diferencia. Quizás, en un futuro con ciertas cirugías se pueda lograr, lo cual dejaría al cuerpo como un frío mecanismo, y a eso justamente aspira la investigación científica: la más profunda atomización del hombre y la materia, para luego juntar las partes con “novedosos” proyectos multidisciplinarios.

En la concepción dominante, para comprender hay que separar las partes y luego entender las relaciones. Pero las partes deben comprenderse en las relaciones mismas. No se trata de uno u otro elemento aislado. (6)

La fatalidad es que la separación no es tan sólo un pensamiento, es una realidad material. Porque nuestro pensamiento es nuestra realidad social, es decir, nuestra visión del mundo es totalmente dependiente de nuestra manera de vivir y viceversa.

En esta hoja ¿dónde se encuentran las palabras? ¿En lo negro de la tinta o en lo blanco del papel? ¿En el contraste, en el ojo o en el cerebro? Las palabras están, quizás no sean una cosa, una situación y hasta es extraño llamarle relación, porque si la relación misma es tratada como un elemento más a analizar por separado se le quitaría su aspecto dinámico.

¿Y esto a qué viene? A querer decir que podemos conocer en contexto, en la relación, en la diferencia. Al abstraer algo de su contexto la situación comienza a perder sentido porque la realidad no es un mecanismo.

Por lo tanto, si bien tratamos de que cada exposición no pierda relación con la totalidad, pretender que la totalidad se haga explícita en cada categoría presentada es difícil sino imposible, sin embargo, es importante subrayar que sin esa totalidad cada exposición carecería de sentido.

¿Todo aquello suena extraño? Quizás sea porque cuando lo que se expone concuerda con la concepción general dominante, la exposición puede desarrollarse sin mayores dificultades. Sin embargo, cuando se exponen posiciones totalmente antagónicas con la concepción dominante, el abordaje de lo manifestado presenta enormes dificultades. «Ya que no se trata de deducir o inducir ciertas tesis de un conjunto coherente de verdades consideradas científicas sino de hacer inteligible otra totalidad coherente. Darle al lector la misma impresión de cientificidad que en el otro caso es una utopía, dado que requeriría un imposible: una exposición en bloque, en un solo tiempo, de esa otra totalidad coherente. (…) Sería tan absurdo como pedirle peras al olmo el pretender que en la exposición la primera palabra sea definida por la totalidad. (…) No hay ningún terreno neutral, científico, en el cual competirían las teorías de la burguesía y del proletariado, como ha pretendido el revisionismo. Pues si bien lo que se llama ciencia, totalmente subvertida, invertida, cuestionada y revolucionada podrá tener aspectos utilizables por la humanidad futura, hoy es fundamentalmente parte decisiva de la potencia opresora, palanca clave de la economía nacional e internacional, es decir del aumento sistemático de la explotación, la miseria y el hambre, instrumento del Estado. Por ello, desde nuestro punto de vista, la ciencia no tiene nada que ver con algo a alcanzar, sino que se trata de una potencia a derribar, a aplastar, de una fuerza contrarrevolucionaria y opresora que sólo podrá ser liquidada por la fuerza revolucionaria y emancipadora del proletariado.” (Grupo Comunista Internacionalista, revista Comunismo nro. 21, Contribuciones a la crítica de la economía)

No es nuestra tarea inmediata demostrar científicamente que las ideologías son falsas, sino de revolucionar el mundo de tal modo que éstas ya no tengan motivo para existir. Por ejemplo, no es tan importante demostrar que dios no existe, en comparación con crear un mundo donde creer en dios no sea necesario.

Inversamente, esto es lo que ha hecho y hace el capitalismo: crear un mundo a su propia imagen donde lo que no pueda explicarse en sus propios términos queda excluido y tiene muchas posibilidades de ser reprimido. Cuando la burguesía dicta la norma no se trata tanto de cuan equivocada esté tal o cual concepción sino de si ésta puede seguir siendo utilizada para los medios y los fines del Capital.

Se clasificarán las creencias –hasta ayer apañadas por el pensamiento dominante– como mitos, locura, errores o simple ignorancia. Esa es la verdadera objetividad de la normalidad mercantil. No se puede suponer su punto de vista como objetivamente verdadero independientemente de las expectativas de la sociedad dominante, la cualencuentra la veracidad en su correspondencia con el orden social del cual emerge.

INSTRUMENTALIZACIÓN Y COSIFICACIÓN

Que en el horario de trabajo tienden a reducirnos a un instrumento sujeto a unos fines precisos es posible que no sea una novedad para quienes estamos habituados a estas reflexiones. Sin embargo, esta disposición no se limita a la esfera laboral. Esta lógica se extiende a los demás ámbitos de la vida enseñando, por ejemplo, cómo descartar amigos que pueden ser obstáculos en la meta impuesta por la ideología dominante y establecer nuevas relaciones que pueden ayudar en ese ascenso. «La esposa del empleado también es evaluada como un riesgo o una ventaja en términos de su destreza diplomática. Y para la mayoría de los varones en las naciones industrializadas, el acto sexual en sí mismo se ha convertido literalmente en un proyecto, un asunto que consiste en utilizar las técnicas adecuadas para alcanzar la meta prescrita y así ganar la aprobación deseada. El placer y la intimidad se ven casi como un impedimento al acto. Pero una vez que el ethos de la técnica y de la administración han invadido las esferas de la sexualidad y la amistad, literalmente no dejan lugar donde esconderse. Así resulta que “el muy difundido clima de ansiedad y neurosis” en el que estamos inmersos es inevitable». (Morris Berman, El reencantamiento del mundo)

Si todo lo que nos rodea es un mecanismo o en su defecto una herramienta, ya no hay impedimentos para usarlos con los fines que justificarán todos los medios. Lo que no es humano, e incluso hasta lo humano, es considerado un objeto, “la naturaleza” es otro de ellos, y los objetos sólo merecen ser a lo sumo estudiados, manipulados, domesticados. Así como sucedió con los habitantes de América en su “descubrimiento”, los esclavos o –a otros niveles– los modernos asalariados.

La misma clase que llegó al poder mediante la nueva economía, que glorificaba el esfuerzo individual y que empezó a ver en el cálculo financiero un modo de comprender el cosmos en su totalidad, llegó a considerar la cuantificación como la clave del éxito personal porque la cuantificación sola, de por sí, era vista como capaz de permitir un dominio sobre la naturaleza mediante la comprensión racional de sus leyes. Y en materia política no es extraño entonces que esta misma clase triunfadora desarrolle la democracia, la cual impone su criterio de cuantificación por sobre todo. ¿Qué es la democracia sino la victoria de la cantidad por sobre la calidad?

La mentalidad que pretende guardar el tiempo en un reloj es la misma que lleva a pensar “el tiempo es oro” o “hay que ganar tiempo”. Es esa mentalidad científica del ideal del cálculo numérico exacto, de la interpretación numérica de todo lo que nos rodea, de los problemas sociales como unos problemas matemáticos. (7) El orden estricto del mundo con su tiempo lineal, su lógica formal y su pensamiento mecánico comienza a observar –más bien a proyectar– mecanismos en toda la naturaleza, de la cual ya no seríamos sus huéspedes sino sus amos.

Coincidimos con Lapierre cuando advierte que la concepción actual y dominante de “la naturaleza”, es la expresión acabada de nuestra realidad social. Con tal concepto, pensamos que dejamos el ámbito de los usos y costumbres por el de la verdad, pero el concepto de naturaleza es el fruto de nuestros usos. (8)

La Naturaleza es considerada una realidad independiente de nosotros mismos, en la cual no se participa. Sin embargo, este es un modo, aunque extraño, de participar en ella. Y la relación se torna cada vez más agresiva, desaprensiva y distante pero, al fin y al cabo, no deja de ser una relación.

«El “secreto” que yace en el corazón de la visión del mundo oculto, con su sentido de que todo está vivo e interrelacionado, es que el mundo es sensual en su núcleo; que ésta es la esencia de la realidad. (…) Cuando el indio hace la danza de la lluvia, por ejemplo, él no está asumiendo una respuesta automática.

Aquí no hay ninguna tecnología fallida, más bien, él está invitando a las nubes a que se le unan, para que respondan a la invocación. En efecto, les está pidiendo que hagan el amor con él, y como cualquier amante normal puede que estén o no dispuestas a ello. (…) Por otra parte, la tecnología occidental siembra las nubes desde aviones. Toma a la naturaleza a la fuerza, la “domina”, no tiene tiempo para estados de ánimo o sutilezas, y por lo tanto, junto con la lluvia, obtenemos ruido, polución y la potencial ruptura de la capa de ozono. En lugar de colocarnos en armonía con la naturaleza, buscamos conquistarla». (Morris Berman)

Notas

(1) Cuando la mentalidad política llama a «ser realistas», a «ser razonables», cuando habla de «poner los pies sobre la tierra» es que se está acomodando en el piso firme del oportunismo. Tal como cuando intenta codificar las reivindicaciones para hacerlas “menos excesivas”, para hacerlas “más sensatas”, dicen. Para cambiar sin cambiar nada y sacar por la puerta lo que va a volver a entrar por la ventana. Conocen muy bien el razonable lenguaje de la especulación, que miente y difama si es necesario, pero cuando los difamados responden con palabras o acciones llaman a la ética, esa que nunca han conocido.

(2) Bárbaro es una expresión peyorativa que procede del griego y su traducción literal es “quien balbucea”. Empleada para referirse a personas extranjeras, que no hablaban el griego y cuya lengua extranjera sonaba a sus oídos como un balbuceo incompresible u onomatopeya (bar-bar similar a bla-bla).

(3) No es la “humanidad” la que inconscientemente prepara su “suicidio” creando los instrumentos para su destrucción, son las minorías formadas por grupos de dirigentes políticos y por élites intelectuales, científicas y literarias las que preparan, sin ser del todo conscientes, el genocidio universal, el Apocalipsis sin remisión». (Maximilien Rubel, Contra el pacifismo nuclear)

(4) Si en este número no hemos ahondado demasiado en el tema de las tecnologías de control es porque suponemos que cualquiera que lea esta publicación puede advertir su amenaza muy fácilmente. Lo que sí es importante subrayar es que quien se tome el tiempo de describirlas no lo haga en plan de atemorizar y paralizar al lector, sino señalarlas y ofrecer modos de sortearlas. Las técnicas de videovigilancia, por ejemplo, no son completamente infalibles; muchas de ellas se basan más en la disuasión que en la efectividad. No estamos diciendo que debamos descuidarnos de las cámaras y las nuevas técnicas antisubversión en constante mejora, sólo estamos diciendo que basta con las recomendaciones y precauciones de siempre para evitar ser detectado. Y que en estallidos masivos es importante recordar que cuanto más tecnologizado es el control de la ciudad más depende de unos pocos elementos como, por ejemplo, el suministro eléctrico.

(5) Del mismo modo que no es correcto hablar de “auto-explotación” para los proletarios que trabajan sin patrón, lo más certero sería hablar de una auto-gestión de la explotación al servicio del Capital. O más concretamente de la de auto-gestión de una parte del proceso de producción, ya que raramente todo el proceso (extracción de materias primas, producción, circulación, publicidad, etc.) depende completamente de proyectos autogestivos, cooperativos, etc. Sin dudas, es el Capital quien explota, mediante la burguesía, no a uno u otro proletario sino al proletariado en tanto que clase.

(6) Por ejemplo, no podría analizarse al proletariado sin hacerlo con la burguesía. En este sentido, la acusación a esta publicación de hacer una referencia excesiva o innecesaria del “proletariado”, es una interpretación que pierde de vista la totalidad que se denuncia de la cual el proletariado necesariamente forma parte y de la cual es inseparable cada elemento: burguesía, antagonismo, Estado, Capital, trabajo, valor, etc.

(7) «La estructura que nos oprime sugiere la idea de que los problemas son solucionables y que es ella misma quien los soluciona. Sugiriendo el ejemplo de los problemas que se resuelven en matemáticas. Pero el problema matemático no es más que un falso problema, por lo que es posible resolverlo ya que en el momento en que afrontamos un problema matemático la respuesta al problema está ya contenido en la presentación del problema mismo, es decir, la respuesta es una repetición del problema de forma diferente, o sea, como se dice técnicamente, una tautología. A grosso modo, no hay solución al problema, sino que hay una repetición del problema de forma diferente. Ahora bien, cuando se habla de resolver un problema que afecta a la vida de todos nosotros, nuestra existencia cotidiana, se habla de problemas que tienen una complejidad tal que no se puede contener dentro de una simple repetición del problema mismo». (Alfredo María Bonanno, La tensión anarquista)

(8) Para agregar algo más a este tema se puede ver el apartado La “naturaleza” y el turismo en Cuadernos de Negación nro.7

[Cuadernos de Negación, Nº8. Noviembre 2013. pp. 11-16]

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