Todos a la cárcel: anarquismo, represión y estado de derecho

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¿A qué temperatura arde el papel? ¿y un cajero automático? ¿y un contenedor a modo de barricada en medio de un disturbio? ¿cuál es el precio de enfrentarse al estado? ¿se puede luchar y no ser golpeado? ¿vale cualquier cosa para no acabar en una celda de aislamiento?

En primer lugar hay que dejar las cosas claras y explicarlas tal y como son; los sucesivos operativos anti-represivos que viene sufriendo el anarquismo – y no sólo – desde principios de los dos mil (¡sí!, ¡sorpresa!, ¡había una lucha y una historia antes de la crisis!, ¡el mundo no empezó en 2007!) y que se han agudizado sobremanera en los últimos dos años tienen una lógica y un porqué. Pese a la magnitud y espectacularidad represiva actual, el anarquismo no sólo ha recibido razzias desde el 2013 para acá, simplemente ocurre que ahora el sempiterno enemigo interno del estado, ETA, ha dejado de serlo como tal. Y simplemente sucede que por varios factores, la agudización de los conflictos sociales derivados de una ya larga crisis económica, política y ecológica es uno de los principales, ha llevado a un cierto despertar tanto de las filas libertarias como en amplias capas de una población cada vez más depauperada que en muchos casos no se resigna a sumirse en la miseria aunque al parecer su principal aspiración es una vuelta a una tan idílica como utópica situación pre-crisis algo más justa e igualitaria (lo cual, por cierto no es muy dificil) acompañada de un cambio, de una regeneración democrática o de una “verdadera democracia”, sueño tan ingenuo como imposible, auténtica quimera del siglo XXI.

El anarquismo siempre se ha pretendido movimiento combativo y rupturista y en el último lustro, con una reaparición de la conflictividad social, no se iba a quedar atrás ante la posibilidad por muy remota que fuera, de tratar de incidir en dicha conflictividad y tratar de encauzarla, aunque sea con escaso éxito y poca fortuna, hacia cuando menos un cambio social, por no decir hacia la destrucción del sistema imperante, democracia incluida, faltaría más.

Y ¿qué puede hacer semejante máquina de dominación, diseñada para someter, oprimir, explotar y proteger los intereses de las castas dirigentes, tanto políticas cuanto económicas, como es el estado? Pues claramente, defender sus intereses ante el descrédito del sistema político que lo articula y del sistema económico que lo retro-alimenta. Y no por casualidad ha habido en los cinco últimos años más huelgas generales, conflictos laborales, revueltas callejeras y disturbios que en los últimos veinte, desde que en el reino de España terminara la reconversión industrial, el estado español se asentara dentro de la mundialización económica y en las instituciones políticas internacionales (OTAN, UE, FMI, etc.), y comenzará el supuesto despegue comercial, financiero y económico de un país casi tercermundista que luchaba por poner a sus empresas e instituciones a la altura de sus vecinos europeos del G8.

Pero tanto “milagro español”, tanto progreso y tantas migajas, en forma de aumento del poder adquisitivo, el consumo y el fortalecimiento y ensanchamiento de la clase media (ya lo dijo Franco: “quiero un pais de propietarios no de proletarios”), iba a tener una cara B del rayado disco del bienestar, y como todo lo que tiene un principio tiene un final, el crecimiento se agotó y el capitalismo exigió una reestructuración para salir indemne y fue el estado que lo regula y protege, por supuesto un estado capitalista y democrático (ni mejor ni peor que otros tipos de estado) quien la puso en marcha. Y esa reestructuración se cobró sus victimas. Y claramente éstas no iban a ser parte de la élite dominante aunque algún listillo de la clase política y empresarial se haya quedado por el camino en dicha reorganización.

Inmersos en esas aguas turbulentas la protesta social emerge, casi por supervivencia (y no solamente en el sentido literal y material de la palabra, aunque también), y los/las anarquistas, que habían salido de una etapa en la que habían estado predicando en el desierto, combatiendo casi en solitario y sufriendo una represión algo suavizada por el hecho de que el gordo de la lotería represiva se la llevaban ETA y GRAPO, se vuelven a subir al carro de la conflictividad con renovadas energías y un considerable aumento de fuerzas. Es en esos momentos, cuando tras denodados intentos por parte de muchos/as acólitos/as del sistema (y un claro interés por parte de éste) por reconducir el conflicto hacia el civismo y la paz social, léase 15 M y variantes, que no dan excesivos frutos, el conflicto entra en una fase más aguda, sobre todo en 2012 (con dos crudas huelgas generales), 2013 y 2014 (con un aumento exponencial de disturbios callejeros, dos revueltas sociales incluidas, sobre todo en las dos grandes capitales y en especial en Barcelona). Ante este conflicto, en una etapa jalonada de decenas de sabotajes por parte de movimientos contestatarios, en especial el anarquista pero no sólo, el estado democrático y de derecho decide tomar cartas en el asunto y tratar de reprimir y controlar una situación que no le hace peligrar (pese al conflicto social en marcha, éste lo sustenta una porción minoritaria de la población aunque el descontento sea algo mayoritario) pero si lo desestabiliza.

No centremos la atención, no obstante, solamente en hechos rupturistas y/o violentos; diversas iniciativas pacíficas e incluso legalistas (incluso muchas de ellas dentro del propio 15 M), un aumento de la auto-organización popular en ciertos niveles y diversos proyectos comunitarios y de redes solidarias y de economia alternativas, sumadas a algunos enfrentamientos en cúpulas de poder y la inevitable y casi que necesaria (para la reoxigenación del sistema) salida a la luz de los innumerables casos de corrupción, suman también para hacer que la situación social y política en la piel de toro esté a punto de estallarles en la cara a los gestores del dominio y la miseria. El miedo al caso griego y a un posible contagio de ruina económica y estallidos sociales (latentes casos similares venían avisando en Europa tiempo ha, con las revueltas de las banlieus francesas y los disturbios ingleses, italianos o suecos como ejemplo) hace que el estado se lo tome en serio y se defienda.

¿Y cuál es su defensa? La represión pero también, a un nivel macro-político, la posibilidad de dar cabida a que arribistas y neo-marxistas y regeneracionistas de todo tipo puedan compartir la gestión, al menos a determinados niveles, del aparato estatal y de una economía imposibles de reformar y menos aun desde dentro pues están perfectamente apuntalados y son lo suficientemente fuertes como para absorber a los ilusos regeneradores. Si a principios del s. XX fue la socialdemocracia y los partidos socialistas los que, de forma impensable, llegaban al poder en muchos puntos de europa y latinoamérica para calmar las aspiraciones de la masa proletaria amotinada (y el mayor ejemplo fue la revuelta de los consejos obreros alemana, aplastada por el recién aupado al poder partido socialista) en la europa del s. XXI serán los Syryza, los Podemos y los reconvertidos partidos socialistas y comunistas quienes hagan lo propio. Nuevamente la política clásica del palo y la zanahoria. Por si acaso, el sistema suelta hace ya tiempo el bozal a su derecha cavernaria quien con leyes mordazas, políticas peniteniarias y operaciones anti-terroristas trata de construir un enemigo interno (enemigo bien real, por otra parte, aunque no tan peligroso como lo presentan), al que cargarle el muerto de la conflictividad, con razón o sin ella, y al que castigar para aplicar la máxima maoísta de azotar a uno para aleccionar a cien. ¿quién dijo que al gobierno capitalista no le gustaba el bolchevismo?

Así pues nos encontramos con las represiones en Gamonal, en Can Vies, en las huelgas generales, en los disturbios de las marchas de la dignidad, en muchas paralizaciones de desahucios, en los bloqueos a parlamentos autonómicos o nacionales y en otras movilizaciones (en las que los/as anarquistas han tenido su modesto o no tan modesto papel) y con las represiones a la casi treintena de ataques de una cierta envergadura (y los centenares de ataques más “modestos” o menos destructivos) que han venido sufriendo bancos y multinacionales así como la iglesia. Así llegaron las operaciones a los anarquistas del facebook, la operación columna (por el ataque al Pilar), la operación pandora y piñata,… ¡y lo que vendrá!.

Una cosa está clara, independientemente de que los/as represaliados/as tengan algo que ver o no con los hechos sucedidos de los que se les acusa (en todos los casos represivos en especial en los últimos 3 años) y al margen de que dentro del anarquismo prime tradicionalmente mucho más la realización de propaganda, las tareas organizativas, cooperativas, ateneos, labor cultural, etc (cuya existencia es imprescindible y encomiable) la represión surge en un contexto y por algo. Viene por la dinámica de enfrentamiento con el poder, por la palabra o por la obra.

Los/as anarquistas no estábamos en nuestra casa tranquilamente y por el mero hecho de escribir un libro o de organizarnos sin más, viene un maléfico estado de derechas que saltándose todos los reglamentos democráticos nos reprime rabioso y encolerizado. Los anarquistas en general nos estábamos enfrenando al poder de muchas maneras diferentes. Y si nuestro pensamiento se persigue y, de hecho que aun no de derecho, se ilegaliza, es porque está aparejado a una práctica combativa y que, sí señores, quiere subvertir el orden constitucional y destruir el estado, el capitalismo y toda autoridad.

Los libros que se editan son libros para remover conciencias y agitar pensamientos y el estado los usa para demostrar cohesión ideológica, necesaria para que nuestra actividad entre en sus parámetros de “terrorismo”. Las estructuras que se crean son para organizar mejor nuestra oposición al estado y al capitalismo, para combatirlo más eficazmente (cada cual a su manera) y el estado usa este hecho para demostrar permanencia en el tiempo y reparto de funciones, necesarias para, nuevamente, que nuestra actividad entre en sus parámetros de “terrorismo”. Nuestras ideas subversivas quieren destruir lo existente y construir la libertad y la solidaridad y el apoyo mutuo y el estado las usa para demostrar deseos de subvertir el orden constitucional, último de los tres requisitos para aplicarnos la ley ant-terrorista. Pero estos parámetros son los parámetros de la legalidad, del estado y cuando no pueda o no le beneficie usarlos, usará otros. El franquismo llamaba “bandidos” a los anarquistas como Sabaté y Facerías, auténticos enemigos públicos números 1. La democracia ahora nos llama nuevamente terroristas. Esto es una tarea propagandistica de desacreditación para que las masas de descontentos no sigan un ejemplo válido en la búsqueda de la libertad. Y usa ese termino por el rechazo que conlleva y las connotaciones que tiene. Puede que efectivamente seamos terroristas, pero a quien aterrorizamos es al poder no a la gente de a pie a quien en muchas ocasiones (y sin manipulación mediática mediante) no le asusta un libro, una barricada ardiendo, una cooperativa de consumo o una explosión sin heridos en uno de los templos de la injusticia y el terror como es la iglesia. A la gente lo que le aterra es no llegar a fin de mes, quedarse sin techo o no poder alimentar a sus hijos. Le aterra la guerra y la precariedad. Y eso no lo provocan los anarquistas.

Las palabras, sobretodo las dichas mil veces por más mentira que sean, construyen realidad. Una realidad simplificada que busca acomodarse a los designios de los poderosos y de la lógica del poder. Por eso no podemos ser tan simplistas, no podemos caer en su juego y no podemos difundir discursos y explicaciones victimistas que por su simpleza y su verdad sesgada y parcial rozan la mentira y en el fondo no hacen más que defender la correcta aplicación del estado de derecho. Y menos aun podemos usar estas triquiñuelas en la defensa de compañeros/as represaliadas/os, pues equivale a dejarles tirados y a mancillar las ideas que les mueven.

Hacer enfásis en la noble y bienintencionada defensa de compañeras reprimidas sólo en que lo han sido por editar un libro (por poner un ejemplo) o que han sido acusadas sin pruebas, es, aun siendo parcialmente verdad, una simplificación que redunda en el reforzamiento de la justicia, de que no funciona y debería funcionar, de que queremos más democracia porque si no ¿qué pasará si un día detienen a alguien con una correcta e implecable aplicación de leyes más progresistas, con todas las pruebas en su contra y con la asunción por parte de los detenidos/as de los hechos que les imputen? ¿podremos defenderlos ante la “opinión pública”? ¿qué diremos entonces?.

Acomodándonos en los tópicos inocentistas y victimistas o en los resquicios o errores legales no decimos la verdad, que los anarquistas queremos acabar con el poder y por eso el poder trata de acabar con nosotros (de manera más o menos sucia, más o menos ruin) y así no se defiende a los/as compañeros/as anarquistas reprimidos/as, se vacía de contenido, se simplifica y mancilla su lucha, nuestra lucha, la lucha y se demuestra debilidad, falta de seriedad y poco aprecio a unas ideas hermosas que no pueden quedarse solo en las páginas de un libro.

Un encausado en la operación Piñata

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