“Éste fue el relámpago –dijo Lenin refiriéndose a la rebelión de Kronstadt– que iluminó la realidad mejor que cualquier otra cosa.” En marzo de 1921 los marineros de la fortaleza naval del golfo de Finlandia, el “orgullo y gloria” de la Revolución Rusa, se levantaron en una revuelta contra el gobierno bolchevique, al cual ellos mismos habían ayudado a llegar al poder.
Bajo la divisa de “soviets libres” establecieron una comuna revolucionaria que sobrevivió durante 16 días, hasta que se envió un ejército a través de la superficie helada, con el fin de aplastarla. Después de una lucha larga y encarnizada, con grandes pérdidas por ambos bandos, los rebeldes fueron sometidos.
El levantamiento provocó de inmediato una apasionada controversia que nunca se apaciguó. ¿Por qué se sublevaron los marineros? Según los bolcheviques, eran agentes de una conspiración de la Guardia Blanca tramada en el oeste de Europa por emigrados rusos y los Aliados que los apoyaban. Sin embargo, para sus simpatizantes esos marineros fueron mártires revolucionarios que lucharon por restaurar la idea del soviet contra la dictadura bolchevique. La represión de esta revuelta constituyó, según ese punto de vista, un acto de brutalidad que descalabró el mito de que la Rusia Soviética era un “Estado de obreros y de campesinos”. Como consecuencia, una cantidad de comunistas del exterior cuestionaron su fe en un gobierno que podía tratar tan despiadadamente una auténtica protesta de masas. En este respecto, Kronstadt fue el prototipo de sucesos posteriores que llevarían a los radicales desilusionados a romper con el movimiento y a buscar la pureza original de sus ideales. La liquidación de los kulaks, la Gran Purga, el pacto nazi-soviético, la denuncia de Stalin por Kruschev, produjeron un éxodo de miembros y simpatizantes del partido que se convencieron de que la revolución había sido traicionada. “Lo que cuenta en forma decisiva –escribió Louis Fisher en 1949– es el hecho mismo de que ocurriera un ‘Kronstadt’. Hasta que eso sucedió, uno podía vacilar en el plano emocional, dudar intelectualmente o incluso rechazar del todo la causa en su propio espíritu, pero rehusarse, sin embargo, a atacarla. Yo no tuve nada como ‘Kronstadt’ durante muchos años.”
Otros encontraron su “Kronstadt” aun más tarde, en la sublevación húngara de 1956. En efecto, en Budapest, como en Kronstadt, los rebeldes trataron de transformar un régimen autoritario y burocrático en una auténtica democracia socialista. Sin embargo, para los bolcheviques tal herejía constituía una amenaza mayor que la oposición lisa y llana a los principios del socialismo. Hungría –y también Checoslovaquia en 1968– fue peligrosa no porque fuera contrarrevolucionaria, sino porque, como en el caso de Kronstadt, su concepción de la revolución y del socialismo divergía netamente de la que sostenía el liderazgo soviético; sin embargo, Moscú, igual que en 1921, denunció el levantamiento como un complot contrarrevolucionario y procedió a reprimirlo. El aplastamiento de la rebelión de Budapest, observó un crítico de la política soviética, mostró una vez más que los comunistas no se detenían ante nada cuando se trataba de destruir a quienes desafiaban su autoridad.
Sin embargo, no hay que exagerar demasiado tales comparaciones, pues acontecimientos separados por treinta y cinco años y ocurridos en diferentes países con participantes enteramente distintos, no pueden ofrecer más que un parecido superficial. La Rusia Soviética no era, en 1921, el Leviatán de décadas recientes. Era un Estado joven e inseguro, que se enfrentaba con una población rebelde en el interior y con implacables enemigos externos que anhelaban ver a los bolcheviques desalojados del poder. Y, hecho más importante aún, Kronstadt estaba en territorio ruso; lo que los bolcheviques enfrentaban era un amotinamiento en su propia armada, en el punto de vanguardia más estratégico, que vigilaba el acceso desde el exterior a Petrogrado, y temían que Kronstadt pudiera encender la chispa en el territorio continental ruso o transformarse en el trampolín para otra invasión antisoviética. Había pruebas crecientes de que los emigrados rusos estaban tratando de ayudar a la insurrección y de aprovecharla en beneficio propio. No se trata de que las actividades de los Blancos puedan excusar las atrocidades cometidas por los bolcheviques contra los marineros. Pero hacen más comprensible que el gobierno sintiera urgencia por aplastar la revuelta. En unas pocas semanas el hielo del golfo de Finlandia se fundiría, y podrían entonces embarcarse abastecimientos y refuerzos desde el oeste, para convertir la fortaleza en una base que permitiera una nueva intervención. Aparte de los motivos de propaganda, Lenin y Trotsky parecen haberse sentido auténticamente preocupados por esta posibilidad.
Lamentablemente, pocos historiadores occidentales han tomado adecuadamente en cuenta estas preocupaciones. Y los autores soviéticos, por su parte, falsearon considerablemente a los hechos al tratar a los rebeldes como incautos o agentes de una conspiración Blanca. Este volumen trata de examinar la rebelión con una perspectiva más auténtica. Para realizarlo, es necesario ubicar a Kronstadt en un contexto más amplio de eventos políticos y sociales, pues la revuelta fue parte de una crisis mayor que caracterizó la transición del Comunismo de Guerra a la Nueva Política Económica, crisis que Lenin consideró como la más grave que había enfrentado desde su llegada al poder. Es necesario, además, vincular el levantamiento con la larga tradición de rebelión espontánea que había en Kronstadt misma y en toda Rusia. Esperamos que tal enfoque arroje alguna luz interesante sobre las actitudes y conducta de los insurgentes.
Aparte de esto, hay una cantidad de problemas específicos que requieren cuidadoso análisis. Entre los más importantes están la composición social de la flota, el rol desempeñado por el descontento nacional, la cuestión de la participación Blanca y la naturaleza de la ideología rebelde. Por supuesto, hay algunas de estas cuestiones a las que no podrán darse respuestas definitivas hasta que estén accesibles para su examen los archivos soviéticos pertinentes, hecho que probablemente no ocurra por algún tiempo. Entretanto, en este volumen tratamos de ofrecer una exposición completa de la rebelión, en la medida en que lo permiten las fuentes disponibles. Hemos utilizado una cantidad de documentos pertinentes de los archivos occidentales, y también de materiales soviéticos publicados que se han descartado a menudo como mera propaganda pero que, si se los utiliza con el debido cuidado, son de auténtico valor porque esclarecen algunos de los problemas más significativos.
Es importante, sobre todo, examinar los motivos antagónicos de los insurgentes y de sus adversarios bolcheviques. Los marineros, por un lado, eran fanáticos revolucionarios, y como todos los fanáticos a lo largo de la historia deseaban recobrar una época pasada, en la cual la pureza de sus ideales no había sido aún mancillada por las exigencias del poder. Los bolcheviques, en cambio, que habían surgido victoriosos de una sangrienta Guerra Civil, no estaban dispuestos a tolerar ningún nuevo desafío a su autoridad. A lo largo del conflicto cada bando se comportó de acuerdo con sus propios fines y aspiraciones particulares. Decir esto no equivale a negar la necesidad del juicio moral. Sin embargo, Kronstadt presenta una situación en la cual el historiador puede simpatizar con los rebeldes y conceder, no obstante, que los bolcheviques estuvieron justificados al someterlos. Al reconocer este hecho se capta en verdad toda la tragedia de Kronstadt.
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