El Radical Libre
Sábado 10 de octubre de 2009
“Comenzar una ´negociación´ con los tecnócratas en el terreno de la legislación burguesa es una derrota antes de comenzar la lucha”. (1)
La organización política común a las sociedades que existen dentro del marco del sistema capitalista, y particularmente bajo el modelo de Estados neoliberales, corresponde al sistema democrático. A pesar de que su origen histórico se remonta a los años de la antigua Grecia, su hegemonía como modelo de organización político-social se alcanza luego de que el capitalismo se transformara en el modo de producción dominante sobre el orbe (hace sólo un par de siglos atrás). Se sustenta esta forma de gobierno, en la idea de que es el Pueblo el que, principalmente mediante el voto, dirige su destino. La participación de la sociedad civil en los mecanismos democráticos es, sin embargo, relativa. Desde sus orígenes en Grecia, sólo participaban en política ciudadanos varones y con un status social determinado. En chile, recién en los años 40 la mujer tuvo derecho a voto. Puesto que en sus orígenes en Grecia la democracia se practicaba en las polis o ciudades, se llama ciudadanos a quienes, aparte de habitar en las polis, tienen derecho a participar de la actividad política. Por tanto la democracia, para quienes la apologizan, debiera ser una forma de gobierno en que todos los ciudadanos gozan de iguales derechos y deberes. A partir de esta idea, son varias las personas y organizaciones que, observando las innumerables y cotidianas contradicciones e injusticias sociales y políticas, apelan a un refuerzo de los principios democráticos y una mayor participación ciudadana como forma de solución a los problemas. Pero olvidan estos grupos e individualidades, voluntariamente o no, una cuestión trascendental: Nuestra sociedad está estratificada en clases sociales, donde una clase minoritaria existe gracias a la explotación de las mayorías y al saqueo de la naturaleza.
“La ‘democracia’ es un sistema de gobierno; presume una estructura social en donde coexisten personas que dirigen y personas que obedecen, personas que poseen dinero y pueden comprar los servicios de quienes no lo tienen que, a su vez, deben arrendarse a los primeros para acceder a aquel. Es la reafirmación de una forma de vida y, a la vez, de designar autoridades, un método que permite elegir, pero en ningún caso alterar la estructura de clases de la sociedad. La votación, o el hecho de generarse el gobierno en virtud de un acto eleccionario, en nada exime a éste de su carácter eminentemente representativo de la dicotomía estructural que existe entre gobernantes y gobernados; en otras palabras, de su carácter clasista. Jamás un gobierno podrá manifestarse en forma de la simple función social que es o debería ser; por el contrario, inserto en la cúspide de la pirámide jerárquica social como facultad privativa de las clases dominantes o de su representación política, es la manifestación más genuina de una sociedad irremediablemente escindida en clases. Por consiguiente, cuando algún líder ‘progresista’ expresa su aspiración a establecer ‘un gobierno del pueblo’ no está sino reafirmando que ese ‘pueblo’ necesita de un gobierno y que la separación entre gobernantes y gobernados es una verdadera y fatal necesidad social” (2).
Entonces, si las clases dominantes se legitiman mediante el ejercicio de la democracia, y cómo estas no están ni estarán nunca interesadas en alterar la estructura de clases, es lógico que la legalidad y el marco institucional de un gobierno democrático esté diseñado para perpetuar las relaciones de poder existentes dentro de un determinado cuerpo social. Es por ello que seguir una vía legalista, de ejercicios ciudadanos, no puede dar como resultado ninguna solución efectiva o significativa a los variados problemas que deben enfrentar las clases explotadas y oprimidas. Puede ser ingenuidad de algunos grupos. Quizás se tragaron la publicidad del sistema, y crean de manera honesta que mediante la acción ciudadanista puede obtener resultados relevantes. O quizás a algunos líderes de ciertos grupos, que teniendo algo de conocimiento del sustento real por el que se mueve el mundo, no les guste utilizar cierta fraseología histórica que pueda “asustar a la gente”. Mejor, piensan, no mencionar las ideas de pueblo, de clases sociales, de revolución, de socialismo, de proletariado, mucho menos de comunismo ni de anarquía. Pero la cuestión es que si esos conceptos, surgidos a partir de experiencias de lucha y sistematización conciente de nuestra clase en tiempos pretéritos, esas ideas que dieron a luz producto de las luchas de nuestros mismos abuelos y padres, se encuentran hoy sin contenido y pueden sonar “feo” al común de la gente, entonces la solución no es dejarlos de lado, o usarlos sólo entre los “convencidos”, sino de encontrar los caminos por los cuales estas ideas se revitalicen y tengan sentido real.
No se trata de oponer a las vías ciudadanistas una concepción ideologizada de lo que debiera ser una correcta, verdadera o pura vía de acción revolucionaria, sino por el contrario, se trata de reconocer aquellas lógicas de organización y lucha que constituyan un sustento real sobre el cual construir una propuesta revolucionaria, a la vez que desarrollar, en el seno de dichas experiencias, las capacidades y herramientas necesarias para su autoconducción y avance efectivo y conciente. Porque se debe reconocer que una cosa es que ciertos grupos tengan como política la cooptación de procesos populares potencialmente peligrosos para la institucionalidad capitalista, grupos que normalmente se presentan a sí mismos como progresistas, ciudadanistas, de nueva izquierda o izquierda del siglo XXI; pero otra cosa es la constitución autónoma de grupos de vecinos, estudiantes, trabajadores o consumidores que se dan cuenta que el sistema en sí no es capaz de dar respuesta ni siquiera a lo que dice que debe ser y hacer. Es decir, si un gobierno promete que no se harán en una determinada zona más proyectos industriales que dañan la salud de las poblaciones circundantes o de ecosistemas locales, y luego sucede que dichos proyectos son igualmente puestos en marcha, no se puede sino estar de parte de aquellas posibles agrupaciones que se organicen con el objetivo de hacer valer la palabra empeñada. Porque el primer gran salto para la toma de conciencia es el darse cuenta de las cotidianas situaciones ilógicas que el sistema genera. Y si un grupo de personas se da cuenta de un problema que los aqueja directamente, y se organiza para solucionarlo, no puede sino ser interpretado como un avance en el terreno de la construcción de identidad clasista y posicionamiento anticapitalista. Y la actitud de las personas y grupos que comparten una crítica radical al sistema frente a estas agrupaciones “ciudadanas” debiera ser la de acompañar estas experiencias, pero no diluirse en ellas, no hacerse parte de sus limitaciones, sino precisamente, mediante el debate fraterno y la práctica común, demostrar la existencia de estas limitaciones y el porqué de las mismas.
“El proletariado no está normalmente dispuesto a ver cómo sus derechos democráticos actuales, ya de por sí altamente irreales, son aún más vaciados de contenido (contenido que siempre ha sido un resultado de la lucha y no de concesiones filantrópicas) o incluso suprimidos totalmente. Tampoco su movimiento asume como punto de partida una comunidad ideal, ya que arranca precisamente de una masa de individuos atomizados que, mediante un proceso complejo y largo de autoorganización y autodesarrollo, ha de constituir todavía su propia forma de comunidad.”(3)
No se trata de guiar, de llegar con la verdad, sino de autoconstituirse como clase. El Pueblo educa al Pueblo. Es decir, él mismo se autoconstruye en la medida que toma conciencia de su existencia concreta e histórica. Porque es como entes concientes de la clase que se contribuye a la toma de conciencia de otros compañeros y además se potencia la propia actividad y formación individual. Muchos grupos revolucionarios llaman a esto “trabajo de base”, pero sucede que si bien se acercan a estos espacios (se “insertan”), no muestran claramente sus posiciones y tratan desde las sombras de guiar a estos grupos. En el fondo la acción social se convierte (en el mejor de los casos) en una disputa de espacios sociales entre grupos reformistas y “revolucionarios”, pero no se asume como una tarea militante la autoconstrucción de clase. No es guiar, es potenciar aquellas características que sustenten el proyecto revolucionario y de mostrar las limitaciones e incoherencias que ciertas prácticas poseen, lo que quienes estamos por la construcción de una sociedad distinta debiéramos hacer.
En síntesis, el ciudadanismo, como bandera de lucha y lineamiento político, no es otra cosa que la cooptación de incipientes espacios críticos al sistema y una vía segura a la derrota de las demandas parciales de los sectores populares. Hay que ser claros en este sentido, no podemos promover, si de verdad nos interesan las condiciones de vida de nuestra clase, caminos que llevan finalmente a la inactividad o a la impotencia política y social del pueblo en general. Debemos promover el desarrollo de espacios de organización que promuevan la identidad de clase de forma conciente, y que constituyan experiencias efectivas de confrontación al Estado y al Capital; y de reconocer en otros grupos aquellas características que se deben potenciar y de, en conjunto, vislumbrar sus límites, sus errores y sus posibles salidas. En el fondo, se trata de fomentar una toma de posición conciente en la lucha de clases. Ya basta de querer sonar bien, de tratar de no asustar a la gente. No es el esparcimiento de consignas ideologizadas lo que nos mueve, sino de darle contenido real para el resto de hermanos de clase, a los “viejos” conceptos e ideas. No es tampoco una tarea evangelizadora; no creemos que ya esté todo dicho y escrito y lo que viene ahora es sólo poner en práctica lo que los “mamotretos” indican, y de hacer que nuestros amigos y todos quienes nos rodeen reciten de memoria y con cara de devoción frases del Capital de Marx, de La Conquista del Pan de Kropotkin o las tesis de la Sociedad del Espectáculo de Debord, sino de hacer una praxis revolucionaria integral y real. De ser capaces de aprender, de comprender y de desarrollar conocimientos, de ser capaces de difundirlos no de manera publicitaria, sino de forma conciente y efectiva, y de llevar una práctica no sólo militante en cuanto a actividad político-social, sino como forma de vida. No como una carga, sino como una experiencia integral dura, pero digna y gratificante, de vivir y luchar contra este sistema asesino.
La dominación capitalista y la división clasista de la sociedad la vivimos diariamente, la padecemos de forma cotidiana. La dignidad nos impide cerrar los ojos y sumirnos pasivamente en la somnolienta y falsa comodidad que ofrece este sistema. Tomamos y asumimos nuestra posición de clase, pero no para enaltecerla, sino para negarla rotundamente. Somos explotados y queremos dejar de serlo. Creemos que para ello es imprescindible el reconocimiento de la clase en su conjunto de su condición y su posición en la producción y reproducción de la vida y, por supuesto, su autoorganización para crear un mundo distinto. La clase dominante, que controla la legalidad y la violencia institucional (FFAA, policía, paramilitares) no va a permitir democráticamente que el pueblo deje de trabajar y producir para el enriquecimiento continuo de una minoría y, por el contrario, lo haga para sí mismo, puesto que esto significaría el fin de su existencia de privilegios, y también, obviamente, el fin de las clases sociales como tales. Lo que la democracia permite son ciertos reacomodos y negociaciones en cuanto a las condiciones de explotación, pero no permite el fin de la misma. Esto no quiere decir, dogmáticamente, que toda lucha por reformas dentro del marco democrático, sea un retroceso para el desarrollo de un proceso revolucionario. Es justo y necesario que el pueblo luche por mejorar sus angustiantes condiciones de vida. Por lo demás, todo “privilegio” legal para los explotados es fruto de luchas proletarias y populares anteriores. Pero no se debe perder de vista que si estas luchas parciales no son parte coherente de un proceso de construcción de más largo aliento, con el tiempo se transforman sólo en más eficientes formas de dominación. La idea de ciudadano es una figura legal que presupone que todos somos iguales ante la ley, que todos poseemos los mismos derechos y deberes. Pero nosotros sabemos que esto no es cierto. No es más que una fachada publicitaria del sistema para perpetuar la dominación.
(1) Editorial del 1º Número de El Radical Libre. 2008. (http://el-radical-libre.blogspot.com/2008/06/boletn-n1-abril-2008.html) (2) Manuel Acuña Asenjo, En el umbral de una nueva fase dentro de la evolución del sistema capitalista mundial (parte II). 2008. (http://www.continente.nu/castellano/artiklar/artikelPost.cfm?show=2313&sammaKategori=A&tabell=seccion) (3) Roi Ferreiro, La democracia mistificada. Revista crítica al libro «Contra la democracia». 2007. (Disponible en http://www.geocities.com/cica_web/)
http://www.hommodolars.org/web/spip.php?article2426