El origen etimológico de la palabra “trabajar” es el de tripaliare, del latín, que es torturar; el mismo origen de “trabajo”, que es tripalium, una especie de cepo o instrumento de tortura.
Hablan del trabajo como algo de lo que uno debería sentir orgullo, ¿pero porqué habría uno de sentirse orgulloso de ser explotado?, orgulloso de ser utilizado como un simple engranaje de una enorme maquinaria para producir para otros, orgulloso, en definitiva, de ser un esclavo…
Se dice que el trabajo dignifica, ¿pero dónde está lo dignificante de tener que agachar la cabeza ante un patrón para que éste se quede con todo el producto de nuestro esfuerzo y nos de a cambio unas migajas?
Vivir cada segundo de nuestra vida para satisfacer los intereses de otro, nos va transformando en autómatas.
Porque no son solo las horas de trabajo en sí, el trabajo está en todas partes, desde que te levantás pensando en la hora a la que tenés que llegar y la tarea que tenés que cumplir, mientras dejás de hacer lo que querés hacer porque el trabajo te dejó cansado o porque te tenés que levantar temprano, hasta acostarte sabiendo que nuevamente te vas a tener que levantar para volver a esa tortura.
“El trabajo es la fuente de la mayoría de las miserias del mundo. Casi cualquier mal que se pueda nombrar proviene del trabajo o de vivir en un mundo diseñado para éste. Con el propósito de detener el sufrimiento debemos dejar de trabajar. Esto no significa que debamos dejar de hacer cosas, la alternativa al trabajo no es la inactividad. Significa crear un nuevo modo de vida basado en el juego, en otras palabras, en una forma de vida lúdica y talvez artística.
El trabajo puede ser agradable y el ser humano gozarlo, y entonces no sería trabajo, sería un juego”, dice Bob Black.
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