Por Grupo Libertario y Antimilitarista Ni Casco Ni uniforme
Al relacionar militarización y juventud en Chile, necesariamente debemos mirar hacia atrás y percatarnos de los cientos de años de militarismo en la Historia de esta zona: ocupaciones territoriales y violentas por colonias europeas, construcción de “héroes de la patria” como ejes motivacionales del patriotismo, legalización de la formación de militares por medio de la obligatoriedad, gasto militar exponencial versus la dieta del gasto social, inserción de prácticas militares en las escuelas civiles y mutación de las fuerzas armadas acorde al modelo económico imperante entre otras expresiones.
Todos estos dardos han ido a parar hacia el grupo poblacional vulnerable económicamente, pero potencialmente fuerte en términos políticos: los/las niños/as y jóvenes de este país. La vulnerabilidad de este sector de la población permite que la militarización se instale cómodamente y desde ahí poder neutralizar posibles focos de resistencia hacia ésta.
En la actualidad, el militarismo se inserta en la sociedad, en la juventud y en la niñez, a través de tres planteamientos: generar violencia fáctica ejemplificado en lo que ocurre en el sur del país contra el pueblo Mapuche, actuar amparado por la legalidad y obligatoriedad del servicio militar afectando directamente en los jóvenes y, por último, construir imaginarios por la vía de la educación formal. Estos tres planteamientos, algunos de mediano y largo plazo, se complementan entre sí pero también se destacan individualmente dependiendo de los objetivos particulares del Estado y de su brazo armado.
Militarización Territorial y violencia desmedida en territorio Mapuche.
Mientras se escribía este artículo, la sede en Santiago del organismo de las Naciones Unidas UNISEF, era ocupado por mujeres y madres Mapuches en repudio a los ataques hacia niños y niñas por parte de la policía ocurridos en allanamientos e intervenciones en territorio indígena. Gracias a la masificación de la información pudimos ver a niños y niñas con sus cuerpos sangrando producto de balines disparados por la fuerza pública. Lo lamentable es que esta información no llega inmediatamente a través de los canales de televisión, los diarios de circulación o las radiodifusoras legales, sino por los medios alternativos y muchas veces autogestionados que responden a la lógica de resistencia hacia políticas prohibitivas y autoritarias, escenario ideal para el desenfreno de la violencia y la militarización.
Si bien el hostigamiento por parte del Estado chileno hacia el pueblo Mapuche se remonta desde el siglo XIX, a lo largo de la Historia ha mantenido el ánimo de conquista a través de diferentes formas como por ejemplo la usurpación de tierras, la guerra abierta y desde fin de los años 90’, los allanamientos de las comunidades. El punto común de estás prácticas colonizadoras ha sido la militarización territorial y la violencia desmedida en contra de las y los Mapuches, justificándose en algún suceso o hecho particular en que el Estado lo traduce como un acto terrorista. La cantidad de arsenal y fuerzas policiales desplegadas en el sur de Chile reflejan un panorama que, visto desde lejos, pareciera ser una guerra territorial. Pero hay que entender que el escenario fue construido unilateralmente por el Estado chileno al hacer caso omiso a las reivindicaciones territoriales, al respeto de la cultura y apoyo efectivo de la preservación de la identidad ancestral y del reconocimiento de la nación Mapuche considerando su autonomía como pueblo que por la fuerza se les quitó y se le ha negado.
Todas estas acciones por parte del Estado tienen una única madre toda poderosa: el poder económico manipulado acorde al modelo imperante. La tierra, al transformarla única y exclusivamente en un medio de producción, desvanece elementos imaginarios necesarios para la sobrevivencia de cualquier tipo de cultura y memoria histórica. Es está la pugna permanente entre el pueblo Mapuche y el Estado chileno, por un lado, un pueblo que se niega a olvidar a sus ancestros y su cultura y por otro lado, un Estado que intenta vender y destruir todo lo que genere bonanza económica para algunas y algunos. Como se refleja, son dos lenguajes distintos y, por ende, es entendible la incomprensión del uno al otro. Mientras uno no se iguale al otro, no puede ser posible un acuerdo y el único capaz de igualar las condiciones de dialogo es el Estado por las posibilidades de mover sus interés, en este caso intereses económicos, a otro sector o llevarlos a cabo de otra forma. Contrario a este postulado, el conflicto se agudiza producto de la necedad del Estado, vendiendo las tierras originariamente Mapuches a grandes empresas extractoras de recursos naturales y el recrudecimiento de la violencia a cargo de las fuerzas policiales.
Los perjuicios no sólo han repercutido en el pueblo Mapuche, también a los “chilenos” que viven esta zona. Dato no menor es que la región de la Araucanía, sector al cual nos estamos refiriendo, es la zona más pobre de Chile con un 23% de pobreza, queriendo decir esto que cada cuatro habitantes de la región, uno es pobre. La paradoja está en que supuestamente la llegada de las grandes empresas forestales significarían para la región mayores oportunidades laborales, sobre todo para la gente no especializada o no profesional. ¿Qué ocurrió entonces? Las industrias de extracción utilizan modernas maquinarias que pueden ser operadas por un mínimo de personas, no siendo necesario contratar una cantidad numerosa de trabajadores.
Pareciera ser que el Estado peca de ingenuo al no visualizar previamente que esto ocurriría. En realidad las justificaciones para la utilización y administración de los territorios por parte del Estado es similar a los argumentos de un vendedor de algún producto: que el “objeto” funciona, que será beneficioso para todas y todos, que será sustentable, etc. La diferencia es que al reclamarle a un vendedor, uno podría tener de vuelta lo que entregó a cambio de ese “producto”, en el caso del Estado, el reclamo se disuelve en el aire y se recibe a cambio, violencia.
Si bien la violencia la comenzó el Estado chileno, los intentos de responder a esta ha sido por parte de los jóvenes por diferentes medios, incluyendo la violencia, lo cual ha generado un círculo vicioso injusto y grosero para las comunidades, dando como resultado la violación de Derechos Humanos, la muerte de comuneros Mapuches, el arresto de líderes de comunidades, entre otros perjuicios.
Mientras la sede de UNICEF era ocupada, en el sur de Chile se reunían representantes del Estado y representantes de la policía dando píe a lo denominado “cumbre de seguridad”, de aquí germinarían las ideas para enfrentar a los grupos, principalmente de integrantes jóvenes, violentistas Mapuches. Al parecer la nueva jugada sigue contemplando la militarización como respuesta al conflicto y, por ende, una apuesta hacia la violencia, no tratando de resolver el conflicto a través de la política participativa, es decir, a través del diálogo y la conversa de los diferente actores afectados. El devenir sigue siendo muy parecido al del pasado en esta zona: sufrimiento de Mapuches y Winkas[1] y la escritura de la Historia con sangre y fuego.
Servicio Militar: Obligatorio.
A cierta fecha de año en los espacios públicos y en los medios de comunicación se comienza a sentir el bombardeo de propaganda alusiva al Servicio Militar Obligatorio. Las imágenes conectan valores con conceptos e imágenes de situaciones cotidianas del ejército: un grupo de jóvenes escuchando a su instructor muy atentos, un soldado llevando en brazos a un camarada que, probablemente, cayó en la batalla contra el enemigo, un grupo de soldados lanzándose de un helicóptero en paracaídas mostrando lo entretenido que es vestir ese uniforme, en fin. Por la radio se escucha un dialogo de dos hombres enfrentando un problema mecánico del automóvil de uno de ellos y que el otro lo resuelve producto de la instrucción que le dieron al realizar el servicio militar. A simple vista no parecen ser spot publicitarios muy innovadores, pero si se ve una fuerte inversión económica en su realización y difusión, además de un logro en su objetivo principal, la voluntariedad de jóvenes que están en edad para realizar el servicio militar.
El Servicio Militar en Chile se formaliza a principios del siglo XX como tal, la formación de un cuerpo regular de hombres que estén disponibles en caso de entrar en algún conflicto armado contra algún enemigo externo e interno[2] y que tenga conocimientos básicos en el manejo de armas y de la funcionalidad de los estamentos castrenses. La necesidad de tener un cuerpo civil pero con algún tipo de instrucción militar es ampliar cuantitativamente el grueso de personas involucradas en algún conflicto bélico pero disminuyendo las posibilidades de bajas mortales de los estamentos con mayor perfeccionamiento o de mayor grado en alguna etapa del conflicto.
En los principios del Servicio Militar la obligatoriedad se daba producto de que quienes realizaban el entrenamiento eran principalmente campesinos o trabajadores que dependían directamente de las decisiones del patrón. A los terratenientes les convenía que sus trabajadores tuvieran algún tipo de instrucción militar ya que en caso que sea necesaria la defensa de la propiedad del patrón, tendrían la posibilidad de entregarles armas a sus trabajadores para dicha defensa.
En la actualidad no existe tal condición de sometimiento por parte de los patrones o terratenientes, sin embargo, son las condiciones sociales propias del sistema capitalista y del modelo neo-liberal las que han condicionado a los jóvenes de estratos bajos. La falta de oportunidades laborales y la exclusión social producto del modelo educativo chileno ha generado un escenario que ha aprovechado muy bien el ejército, creando un “mundo imaginario” lleno de oportunidades, como por ejemplo poder terminar sus estudio secundarios o la capacitación laboral para una pronta reinserción laboral en el mundo paisa[3]. Considerando que un porcentaje importante de jóvenes en Chile no termina su educación secundaria y que la cesantía juvenil no es detalle, los jóvenes ven al servicio militar obligatorio como una oportunidad real de poder surgir.
Cuál es la realidad. En primer lugar el servicio militar está pensado para jóvenes de 17 y 18 años, es decir, jóvenes en plena edad escolar. En Chile la educación secundaria es obligatoria según la constitución, por tanto, el ejército esta en la obligación legal de ofrecer escolaridad a los jóvenes acuartelados, no es un favor ni un merito agregado de las fuerzas armadas. Por otro lado, las capacitaciones laborales se traducen en el ejercicio de oficios rutinarios necesarios para cualquier cuartel que deba estar en condiciones para las visitas de los altos mandos del ejército y para el funcionamiento diario: jardinería para regar el pasto de los cuarteles, peluquería para cortar el pelo a los soldados conscriptos, cocina para alimentar a los habitantes del recinto, y así podríamos armar una lista larga que nos demuestran que las capacitaciones se traducen en el recorte de presupuesto en la contratación de gente externa para realizar esos oficios, apoyándose en los soldados conscriptos para que estos oficios se realicen igual y que no signifique una paga por ese trabajo. Respecto a la reinserción laboral, no tenemos cifras exactas ni antecedente alguno, salvo la percepción parcial que no se cumple con tal promesa y que se justifica el ejército señalando que la reinserción está, en la actualidad, en la posibilidad de seguir la carrera militar teniendo mayor facilidad de entrar a las escuelas castrenses los jóvenes que realizan el Servicio Militar Obligatorio.
El servicio militar en Chile ha estado marcado por dos elementos importantes. El primero es de larga data mientras que el segundo apareció en estas últimas décadas, nos referimos a la obligatoriedad del servicio militar y en segundo lugar la profesionalización del ejército. Llama la atención que al homologar la situación económica y política de Chile con otros países estos han condicionado el servicio militar en voluntario o simplemente lo han hecho desaparecer en pos de la nueva figura de soldado profesional. Las fuerzas armadas de Chile, a partir del año 2000, ha orientado sus fuerzas para que aparezca la figura de soldado profesional, sin embargo, la situación de obligatoriedad es completamente incongruente con la profesionalización de los soldados conscriptos. En otras palabras, la opción del Estado chileno es seguir teniendo un cuerpo uniformado y obligado en vez de un plantel voluntario y especializado. Esta opción es principalmente, a nuestro juicio, porque los beneficios de tener soldados conscriptos sigue siendo mayor que la de tener soldados profesionales.
En la actualidad la obligatoriedad del servicio militar no se nota a simple vista ya que la inscripción es automática, es decir, el ejército cuenta con el instrumento de inscribir a los jóvenes, ya que la legislación permite que los datos personales de los posibles acuartelados sean traspasados desde el Registro Civil de Identificación Nacional al ejército. Pero no es la situación más compleja en la actualidad, sino más bien lo que ocurre desde el 2006. Los cupos para el servicio militar son llenados con jóvenes que voluntariamente, confirman su participación en las fuerzas armadas y así se descarta la realización de un sorteo con los no voluntarios pero inscritos automáticamente. Para ser certeros con los datos estamos hablando de veintiún mil jóvenes voluntarios de los cuales once mil son los que están realizando el servicio militar este año, es decir, prácticamente un 200% de voluntariedad.
No tenemos cómo desmentir estas cifras pero podemos agregar información relevante al respecto. Señalar, por ejemplo, que las fechas de inscripción voluntarias para el servicio militar para los hombres en estos dos últimos años fueron modificadas, extendiendo el plazo. El ejército tuvo que acudir a esta medida y a realizar una segunda campaña de propaganda para que se cumpliesen los cupos de voluntarios. ¿por qué ocurrió esto?, La responsabilidad no va ligado a acciones directas contra el servicio militar, sino más bien al movimiento de estudiantes secundarios que pusieron en jaque al gobierno chileno. La reacción contra la educación de mercado por parte de los jóvenes hizo que la reflexión se expandiera a otras acciones que atentan contra la libertad de estos como sería la pertenencia al ejército.
El servicio militar obligatorio no es un tema que está en el centro del debate nacional. Hace años que dejó de estarlo, pero el escenario de manifestaciones juveniles contra algunos derechos básicos ha permitido que la institución castrense reciba coletazos. Como lo señalamos anteriormente, la reacción de parte del ejército fue inmediata: aumento del plazo de inscripción voluntaria y una fuerte segunda campaña de propaganda. Veremos como reaccionan los grupos antimilitaristas y de objeción de conciencia locales al respecto.
Adoctrinamiento militar en las escuelas.
En los programas educacionales entregados por el ministerio de educación se genera de manera explícita cierta dicotomía: por un lado va orientado al fortalecimiento de la educación cívica y a la reflexión de los hechos repudiables de la Historia realizados por ejércitos y militares (Holocausto nazi, lanzamiento de bombas atómicas, guerras mundiales, etc.), pero, por otro lado, no hace ninguna crítica al militarismo local, al contrario, se enaltece a los militares héroes y se describen las “victorias” bélicas del país, promocionando el patriotismo y la xenofobia. Bien es sabido que probablemente todas los Estados modernos se han construidos a través de guerras militares o conflictos civiles. Los resultados de las guerras ha sido la victoria de algún grupo o elite de uno de los dos bandos, olvidándose de “la tropa” y sintetizando el hecho en un par de nombres de individuos llamados “héroes”. No tiene que ver con que si el país es desarrollado o tercer mundista, sino más bien de la construcción de la figura del “Estado”. Pueden pasar muchos años, sin embargo, se debe mantener las figuras que acuñaron el país para así seguir justificando su existencia y la de sus instituciones. Con esto, podemos concluir que la militarización va más allá de armas y cuarteles con el oficio de proteger algo, sino también es la cuna de figuras que justifican otras instituciones o construcciones culturales. El militarismo no es solamente una institución sino también un problema ontológico.
La teorización del militarismo, mostrándolo como natural e incuestionable, genera que jóvenes, niños y niñas vean de manera “normal” cualquier intervención militar y que los discursos construidos sean los válidos. Ejemplo claro es lo relacionado con “el terrorismo”. Los niños y niñas relacionan el terrorismo con grupos islámicos, con Al Qaeda o con Osama Bin Laden, dejando de lado el concepto mismo y sólo entendiendo el discurso occidental que se ha construido en torno al concepto.
La aceptación se potencia a través de ceremonias en fechas memorables para el ejército, en donde los colegios detienen sus clases para celebrar las efemérides, vistiéndolos con ropa militar, incentivando la creación artística en torno a la fecha pero no generando instancias de reflexión que profundicen el cuestionamiento del belicismo.
Además, en el cotidiano escolar se generan prácticas que nacieron de los cuarteles pero que se instalaron, hace bastante tiempo, en espacios civiles: brigadas seudo-militares que velan por el orden en los recreos, es decir “policías” de escuelas, bandas de música militar, uniforme y protocolo de orden muy parecido al de las escuelas castrenses (pelo corto, zapatos lustrados, insignia al descubierto, etc.) y otras prácticas que acompañan a los/las estudiantes en todo su proceso escolar.
La única resistencia que se ha creado ha sido por la coyuntura que antes habíamos hablado, las movilizaciones de los estudiantes secundarios. La defensa de los jóvenes se ha transformado en algo que va más allá de reformas, leyes o cambios constitucionales, sino también en cómo se viven el proceso de aprendizaje formal.
Los militares chilenos saben muy bien que su posición es privilegiada y avalada por sectores amplios del país. Sin embargo, estos últimos años a crecido el temor de que los/las jóvenes generen cambios radicales en la sociedad, dando paso a nuevas formas de convivencia libertarias, no autoritarias y justas. Un escenario así significaría despojar a las fuerzas militares de toda virtud y por tanto, cambiar algunas construcciones culturales que has perdurado desde la creación del Estado chileno.
Notas
[1] Chileno, en lengua mapudungun.
[2] No nos cabe duda respecto al enemigo interno. Como ejemplo está la participación de soldados conscriptos en el régimen militar en Chile y, sobre todo, en momentos de ofensiva militar como los años 1973 y principios de la década de los 80’.
[3] Los militares le dicen “paisa” a los civiles.
http://difusionclaustrofobia.wordpress.com/2013/07/03/la-militarizacion-de-la-juventud-en-chile/