Albert Meltzer
Anarquismo: Argumentos a favor y en contra
Introducción
Los antecedentes históricos del anarquismo
No es sin interés que lo que puede ser llamado el acercamiento anarquista regresa a la antigüedad; ni que hay una especie de anarquismo en los movimientos campesinos que lucharon contra la opresión de Estado por siglos. Pero el movimiento anarquista moderno no podía proclamar tales precursores de la revuelta como propios más que otras teorías modernas de la clase trabajadora. Para seguir los pasos del movimiento anarquista moderno, debemos mirar de cerca nuestros propios tiempos. Mientras hubo grupos libertarios y no-estatistas y federalistas, que en retrospectiva fueron después anarquistas, antes de la primera mitad del siglo XIX, fue que solo entonces se volvieron en lo que ahora llamamos Anarquistas.
En particular, podemos citar tres precursores filosóficos del Anarquismo, Godwin, Proudhon y tal vez Hegel. Ninguno de ellos fue de hecho un Anarquista, aunque Proudhon usó primero la palabra en su sentido moderno (tomándola de la Revolución Francesa, cuando fue usada primero políticamente y no por completo peyorativamente). Ninguno de ellos se dedicó a la actividad Anarquista o la lucha, y Proudhon se dedicó a la actividad parlamentaria. Uno de los más pobres libros, aunque ostensiblemente objetivo, del Anarquismo, el Anarquismo del juez Elztbacher, describe al Anarquismo como un tipo de teoría hidracéfala de la cual una parte viene de Godwin o Proudhon o Stirner (otro que nunca dice anarquismo) o Kropotkin, cada uno una variación diferente sobre el tema. El libro puede ser echado de lado como un libro sin valor excepto en su descripción de lo que este hombre particular pensó. Proudhon no escribió un programa para todo el tiempo, ni lo hizo Kropotkin en su tiempo para una secta de Anarquistas. Pero otros libros escritos por académicos son igualmente invalorizados: muchos profesores tienen una visión del anarquismo basada en la prensa popular. El Anarquismo no es un teoría estúpida de la destrucción ni, a pesar de algunas concepciones literarias de la mentalidad liberal, es adoradora de héroes por gente o instituciones, sin importar lo liberados que puedan estar.
Godwin es el padre del movimiento Sociedad Sin Estado, el cual divergió en tres líneas. Una, aquella de los Anarquistas (con la que tratamos). Dos, aquella del Individualismo Americano clásico, en cual incluyó Thoreau en su escuela, algunas veces pensada como anarquista, pero el cual igualmente da lugar al ‘individualismo fuerte’ del capitalismo ‘libertario’ moderno y a los cultos pacifistas de Tolstoy y Gandhi que influyeron en toda la cultura hippy. El Individualismo (aplicándolo al capitalismo y no al trabajador) se ha convertido en una doctrina de la derecha.
La segunda línea de descendencia de Godwin es responsable por el acercamiento ‘Anarquista Pacifista’ o el acercamiento ‘Anarquista Individualista’ que difiere radicalmente del anarquismo revolucionario en la primera línea de linaje. Algunas veces es también inmediatamente concedido que ‘esto es, después de todo, anarquismo’. Los movimientos pacifistas, y del tipo de Gandhi en particular, son usualmente totalitarios e imponen la autoridad (incluso solo por medios morales); la escuela de Benjamin Tucker —por virtud de su individualismo— aceptó la necesidad de la policía para romper huelgas y también para garantizar la ‘libertad’ del empleado. Toda esta escuela de los llamados Individualistas acepta, en un momento u otro, la necesidad de la fuerza policiaca, por tanto del Gobierno, y la definición de anarquismo es sin Gobierno.
La tercera escuela del linaje de Godwin es liberalismo simple o individualismo conservador.
Tratando aquí con el ‘primer linaje’ desde Godwin, su idea de una Sociedad Sin Estado fue presentada en la clase trabajadora por Ambrose Cuddon (jun). Su socialismo revolucionario internacionalista y no-estatista llegó los últimos días del Cartismo inglés. Tenía simpatía con los Proudhonianos franceses. Aquellos que en París aceptaron la teoría de Proudhon no se consideraban a sí mismos Anarquistas, sino Republicanos. Fueron la mayor parte artesanos autoempleados gestionando sus propios negocios productivos. Toda la economía francesa estaba engranada tanto en el campesinado como con los artesanos — esto es, el negocio unipersonal de impresor, doblador de libros, fabricante de vagones y carritos, herrero, costurero, orfebre, pulidor de diamantes, fabricante de sombreros distintos de la fábrica o el trabajador de campo de la época, quienes trabajaron para un jefe. Independiente, individualista y sin recibir beneficio del Estado pero el dudoso privilegio de pagar impuestos y pelear, ellos estaban en aquella época interesados en encontrar un método económico de sobrevivencia y de resistir el capitalismo violento.
Marx los describe como ‘burgueses baladís’ (petty bourgeois), quienes tuvieron un significado diferente en el siglo decimonónico. Él, justificablemente, aseguró que estos ‘burgueses baladís’ no eran tan disciplinados como los trabajadores de las fábricas (él menospreciaba a los granjeros) y dijo que cuando fueron forzados a la industria, no siguieron fielmente la línea fijada por un partido disciplinado de fuera de la clase, pero eran independientes de pensamiento y problemáticos a la organización impuesta desde arriba, su frustración llevaba a la violencia. Ellos se movieron al anarquismo y a través del sindicalismo se extendieron en la clase trabajadora. (Esta afirmación es dicha actualmente por los Marxistas, cuando el término ‘pequeño burgueses’ significa algo completamente diferente —abogados y contadores de alquiler— y por tanto hace el sensible análisis de Marx sonar completamente ridículo).
Estos movimientos franceses e ingleses vinieron juntos en la Primera Internacional. La Asociación Internacional de los Trabajadores (International Workingmen’s Association) debe su existencia a Marx, indirectamente a la filosofía hegeliana. Pero dentro de la Internacional, no había solamente el ‘socialismo científico’ de Marx, sino también el Socialismo Utópico, el Blanquismo (republicanismo de la clase trabajadora), el Sindicalismo Inglés, el socialismo alemán autoritario y oportunista, y socialismo sin Estado tanto español como suizo e italiano, y también Republicanismo nacional y las varias tendencias federalistas.
Bakunin no fue el ‘padre’ del anarquismo, como es descrito a menudo. Él no fue un anarquista hasta después en su vida. Él aprendió su federalismo y socialismo de los trabajadores suizos de la Jura, y dio expresión a las ideas de los ‘federalistas’ godwinianos y proudhonianos o socialistas sin-Estado. En muchos países, España e Italia en particular, fue el criticismo de Bakunin a las ideas de Marx que dio al movimiento federalista su definición. (Mientras para los Anarquistas, Marx es por supuesto “el malvado de la película” en la Internacional, debe ser asumido que sin Marx definiendo una forma de socialismo no hubiera habido choque, no porque Bakunin definiera el opuesto).
Había crecido por 11,869 C.H. una tendencia notable dentro de la Internacional que fue llamada ‘Bakuninista’ que fue una línea de Godwin y otra de Proudhon. Cuando la Comuna de París explotó en la cara de la Internacional, fue la separación del camino (aunque esto era aplazado un poco más y parecía seguir líneas personales). Los no-Anarquistas y Marxistas supieron por sus diferentes análisis e interpretaciones y acciones durante la Comuna de París, que estaban separados.
Todos lo mismo, por muchos años los Anarquistas continuaron a formar parte del Movimiento Socialista que incluyó Marxistas y Social-demócratas. Marx no tuvo éxito en construir un movimiento en masa. El movimiento socialista alemán estaba más influenciado por Lasalle; el socialismo inglés por reformistas y tradiciones cristianas de inconformidad radical. Solamente después de la muerte de Marx, cuando el Marxismo era la doctrina oficial de la social-democracia alemana, los Anarquistas fueron finalmente excluidos de Internacionales Socialistas; la social-democracia marchó a su propio cisma, que entre el Liberalismo inglés por una parte y la social-democracia por la otra; y aquella entre la ‘mayoría’ Social-Demócrata (Bolcheviques, en realidad nunca más que una minoría) y el reformismo.
No hubo cismas en aquella época en el movimiento anarquista como tal. La opinión popular hizo de tales figuras como Tolstoy (lo que nunca aseguró ser) un anarquista (él no lo era; ni en el sentido normal de las palabras fue un cristiano o un pacifista, como popularmente se supone, pero sus idólatras siempre saben mejor que él), aunque derivado de la ‘segunda línea’ del Godwinismo como muchos otros Anarquistas de caricatura. Lo que podemos llamar ‘corriente principal’ del anarquismo fue coherente y unida, y le fue dado cuerpo por los escritos de un numero de teóricos, tales como Piotr Kropotkin.
Después de la represión sangrienta de la Comuna de París y la represión en muchas partes del mundo — notablemente la Rusia zarista, el Anarquismo pasó a su bien conocida etapa de terrorismo individual. Peleó en contra y sobrevivió y dio nacimiento a (o fue llevado adelante) el movimiento sindicalista revolucionario el cual comenzó en Francia. Es terreno perdido después de la Primera Guerra Mundial, por el resurgimiento del sentimiento patriótico, el crecimiento del socialismo reformista y el ascenso del fascismo; y mientras hacía una contribución a la Revolución Rusa, fue derrotado por la contrarrevolución Bolchevique. Fue visto en ambas, la resistencia y en un papel constructivo en la Revolución Española de 11,936 C.H.
Por la época de la Segunda Guerra Mundial, el Anarquismo había sido puesto a prueba en muchas situaciones revolucionarias y luchas laborales. Formas alternativas han sido probadas y descartadas; la Revolución Alemana había presentado la idea de Consejos de Trabajadores. La experiencia de la IWW norteamericana había mostrado la posibilidades del sindicalismo industrial y ‘cómo uno podía construir la nueva sociedad en el cascarón de la vieja’. La doctrina anarquista fue formada en el argumento del ‘pedernal contra pedernal’ contra el Comunismo Marxista, la lección de lo que socialismo sin libertad significó en Rusia y el fallo del socialismo reformista en todos lados.
No hubo nunca teóricos del Anarquismo como tales, aunque produjo un número de teóricos quienes debatieron aspectos de la filosofía. El Anarquismo ha permanecido como credo que ha sido mejorado con la práctica en lugar que con la filosofía. Muy seguido, un escritor burgués llega y escribe lo que ha sido ya ejercitado en la práctica por los trabajadores y campesinos; le es atribuido por historiadores burgueses como ser el líder y por consecutivos escritores burgueses (citando a los historiadores burgueses) como ser un caso más que prueba que la clase trabajadora depende del liderazgo burgués.
Más seguido, académicos burgueses toman prestado el nombre ‘Anarquismo’ para dar expresión a sus propias filosofías liberales o, alternativamente, tomando apunte de periodistas, variados objetos de su disgusto. ¡Para algunos profesores o maestros, ‘Anarquismo’es cualquier cosa desde el Tolstoísmo hasta la IRA*, desde consumo de drogas hasta sindicalismo militante, desde nacionalismo hasta bolcheviquismo, desde el culto hippy hasta el fundamentalismo islámico, desde la escena punk hasta la resistencia violenta hasta cualquier cosa! De ninguna manera es una exageración sino un signo de analfabetismo académico, para ser distinguido de periodistas quienes en los 11,960s obedecieron una directiva para llamar a cualquier cosa Marxista-Leninista que involucrara acción como ‘Anarquista’ y a cualquier cosa Anarquista como ‘nacionalista’.
Doctrinas inalienables de anarquismo
Que la humanidad nace libre
Nuestros derechos son inalienables. Cada persona nace en el mundo como heredero de todas las generaciones precedentes. El mundo entero es nuestro por el derecho mismo de nacer. Deberes impuestos como obligaciones o ideales, tales como el patriotismo, el deber hacia el Estado, la adoración de dios, la sumisión a las clases altas o a las autoridades, el respecto por los derechos heredados, son mentiras.
Si la humanidad nace libre, la esclavitud es asesinato
Nadie es apropiado para gobernar sobre alguien más. No se supone que la Humanidad sea perfecta o que simplemente a través de su natural bondad (o falta de la misma) a ella deba (o no deba) de serle sea permitido gobernar. Gobernar como tal provoca abuso. No hay superhombres ni clases privilegiadas quienes estén por encima de la ‘Humanidad imperfecta’y sean capaces o estén autorizados a gobernar al resto de nosotros. La sumisión a la esclavitud significa rendición de la vida.
Como la esclavitud es asesinato, entonces la propiedad es robo
El hecho de que la Humanidad no puede entrar en su herencia natural significa que parte de esta ha sido tomada de él o ella, ya sea por medio de la fuerza (vieja, legalizada conquista o robo) o fraude (persuasión de que el Estado o sus sirvientes o de que una clase que hereda propiedades tiene derecho al privilegio). Todos los sistemas presentes de propiedad significan que algunos son desfavorecidos por los frutos de su trabajo. Es verdad que, en una sociedad competitiva, solamente la posesión de medios independientes permite a uno estar libre de la economía (eso es lo que quería decir Proudhon cuando dirigiéndose a los artesanos autoempleados dijo “propiedad es libertad”, lo cual parece a primera vista una contradicción con su mensaje de que era robo). Pero el principio de propiedad, en aquello que concierne a la comunidad, está en la base de la iniquidad.
Si la propiedad es robo, el gobierno es tiranía
Si aceptamos el principio de una sociedad socializada, y abolimos el privilegio de heredad y las clases dominantes, el Estado se vuelve innecesario. Si el Estado es retenido, el Gobierno innecesario se vuelve tiranía desde que el cuerpo gobernante no tiene otra forma que mantener su control. “Libertad sin socialismo es explotación: socialismo sin libertad es tiranía” (Bakunin).
Si el gobierno es tiranía, la anarquía es libertad
Aquellos que usaron la palabra “Anarquía” para significar desorden o mala gestión no están en lo correcto. Si ellos miran el Gobierno como necesario, si piensan que no podemos vivir sin Whitehall* dirigiendo nuestros asuntos, si ellos piensan que los políticos son esenciales para nuestro bienestar y de que no podemos comportarnos socialmente sin la policía, están en lo correcto al asumir que la Anarquía significa lo opuesto a aquello que el Gobierno garantiza. Pero aquellos que tienen una opinión contraria, y consideran el Gobierno tiranía, están en lo correcto también en considerar la Anarquía, el no Gobierno, ser libertad. Si el Gobierno es la manutención del privilegio y la explotación y la ineficiencia de la distribución, entonces la Anarquía es orden.
La lucha de clases
El Anarquismo Revolucionario está basado en la lucha de clases, aunque es verdad que incluso lo mejor de los escritores Anarquistas, para evitar la fraseología marxista, lo pueden expresar diferente. No toma la visión mecanicista de la lucha de clases tomada por Marx y Engels que solamente el proletariado industrial puede lograr el socialismo, y que la inevitable y científicamente-predecible victoria de esta clase representa la victoria final. Por el contrario: el anarquismo ha sido victorioso en cualquier periodo antes de 11,914 C.H., habría sido un triunfo para los pobres campesinos y artesanos, en lugar de entre el proletariado industrial entre los cuales el concepto de anarquía no fue extendido.
Como hemos dicho, los Marxistas acusan a los Anarquistas de ser burgueses baladís. Usando el término en su sentido moderno, hace ver a Marx ridículo. Marx estaba distinguiendo entre el burgués (con derechos completos de ciudadanos como jefes y comerciantes) y los ciudadanos menores (p. ej. trabajadores autoempleados). Cuando Marx se refirió a los Anarquistas en ser ‘burgueses baladís’ quienes cuando fueron forzados por el capitalismo de monopolio y la ruptura de una sociedad de tipo campesino en la industria, y por ello estar ‘frustrados’ y vueltos a la violencia, porque no aceptaron la disciplina asumida por el proletariado industrial, él estaba expresando algo que estaba pasando, especialmente después de la ruptura de las independientes Comunas de París y Barcelona, y la ruptura de la economía capitalista, en su época. Pero, con el cambio de significado, pensar en los Anarquistas de ahora como frustrados lanzadores de sombreros de gerentes de banco yéndose a la violencia porque han sido forzados a la industria es presionar el sentido de lo ridículo de uno.
Marx pensaba que el proletariado industrial no estaba acostumbrado a pensar por sí mismo —no teniendo el tiempo libre o la independencia del autoempleado— y era capaz por tanto ‘de sí mismo’ de una ‘mentalidad sindical, necesitando el liderazgo de una ‘clase educada’ viniendo de afuera, y presumiblemente no estando frustrados. Esto en su época era pensado como los eruditos como una élite, en tiempos posteriores los estudiantes.
Marx ciertamente no previó el día presente, cuando los estudiantes como clase frustrada, habiendo absorbido las enseñanzas marxistas, están siendo forzados a los trabajos monótonos o el desempleo y a crear la Nueva Izquierda con sus propias suposiciones y preocupaciones, pero claramente no son una clase productiva. Cualquier clase puede ser revolucionaria en sus días y época; solamente una clase productiva puede ser libertaria en naturaleza, porque no necesita explotar. La industrialización de la mayoría de los países occidentales significó que el proletariado industrial remplazó la vieja clase ‘pequeño burguesa’ y lo que quedaba de ella se volvió capitalista en lugar de clase trabajadora, porque tuvo que expandirse y por tanto emplearse en orden de sobrevivir. Pero tendencias recientes en algunos países occidentales están tendiendo al desplazamiento de la clase trabajadora y ciertamente al divorcio de ella de su rol productivo. Minería, construcción de barcos, hilado, industrias manufactureras y pueblos enteros son cerrados y la gente es forzada a empleos de servicio como acomodados de aparcamientos o asistentes de supermercados los cuales no son productivos y no llevan músculo industrial.
Cuando el proletariado industrial se desarrolló, el movimiento Anarquista se desarrolló en el anarcosindicalismo, algo que venía de los mismos trabajadores, contrario a la idea de que necesitaban un líder de afuera de la clase o que pudiera no pensar más allá de la lucha de salario. El Anarco-sindicalismo es la organización en los lugares de trabajo para llevar en la lucha presente y eventualmente quedarse a cargo de los lugares de trabajo. De este modo sería más efectiva que los movimientos sindicales ortodoxos y al mismo tiempo ser capaces de circunvalar una economía lograda por el Estado en lugar del capitalismo.
Ni el Anarquismo ni el Marxismo han alguna vez idealizado a la clase trabajadora (¡excepto algunas veces por un hecho de licencia poética en la propaganda!) — esta era una característica de los Socialistas Cristianos. Ni era sugerido que no podía ser reaccionario. De hecho, la privación de la educación hace a la clase más pobre en el todo la más resistente al cambio. Estaría tentando la paciencia del lector mucho en reiterar todas las declaraciones de que la ‘clase trabajadora no son ángeles’ pretendiendo refutar que la clase trabajadora no podría gestionar sus propios lugares de trabajo. ¡Solamente en el cielo, así estoy informado, será necesario que los ángeles se hagan cargo de las funciones de administración!
Organización y anarquismo
Aquellos que pertenecen o provienen de partidos autoritarios encuentran difícil aceptar que uno puede organizarse sin ‘alguna forma’ de Gobierno. Por tanto concluyen, y es un argumento general contra el Anarquismo, que ‘los Anarquistas no creen en la organización’. Pero el Gobierno es de gente, la organización es de cosas.
Hay la creencia que los Anarquistas ‘rompen la organización de otras personas pero son incapaces de construir la suya propia’, frecuentemente expresado donde organizaciones peligrosas, jerárquicas o inútiles dominan y evitan a las libertarias ser creadas. Puede ser bien admitido que gente particular en lugares particulares han fallado en la tarea de construir organizaciones anarquistas pero muchas partes del mundo sí existen.
Una organización puede ser democrática o dictatorial, puede ser autoritaria o libertaria, y hay muchas organizaciones libertarias, no necesariamente anarquistas, que prueban que toda organización no necesita ser gestionada de arriba para abajo.
Muchos sindicatos, particularmente si son exitosos, con el fin de mantener su movimiento disciplinado y una parte integral de la sociedad capitalista, se vuelven (si es que no comienzan así) autoritarios; ¿pero cuántas organizaciones de empleados imponen una disciplina similar? Si lo hacen, sus afiliados se separarían si no les parecen sus intereses. Deben venir al acuerdo libre porque algunos tienen los medios para resistir la intimidación. Incluso cuando recurren al fascismo para mantener a los empleados abajo, los jefes retienen su propia independencia y poder financiero; el Nazismo va muy lejos para los pequeños capitalistas en que después de haber aplastado a los trabajadores también limita, o todavía niega, la independencia de la clases que la puso en el poder.
Solamente los sindicatos más revolucionarios del mundo han aprendido alguna vez cómo mantener la forma de la organización de los movimientos masivos laborales en una base informal, con una administración central mínima, y con cada decisión referida a los trabajadores en la planta de fabricación.
El rol de un anarquista en la sociedad autoritaria
“El único lugar para un hombre libre en una sociedad esclava es en prisión”, dijo Thoreau (pero él solo estuvo una noche ahí). Es una afirmación excitante pero no una por la cual vivir, aún así es verdad. Los revolucionarios deben estar preparados para la persecución y la prosecución, pero solo los masoquistas le dan la bienvenida. Debe siempre permanecer como una acción individual y la decisión de qué tan lejos uno puede ser consistente en la rebelión de uno: no es algo que puede ser fijado. Los Anarquistas han liderado o participado en muchas formas de rebelión social y reconstrucción, tales como la educación libertaria, la formación de movimientos laborales, colectivización, acción directa individual en muchas formas y muchas cosas más.
Cuando se propugnan tácticas anarcosindicalistas, es porque los cambios sociales para toda la sociedad solamente pueden suceder a través de un cambio de la economía. La acción individual puede servir a ciertos procesos liberadores, es verdad. Los individuos, por ejemplo, se pueden retirar a una comuna de la zona, rodearse de gente con las mismas ideas e ignorar al mundo tanto como este los pase por alto. Definitivamente pueden mientras tanto vivir en una economía libre si pueden derrotar ciertos problemas básicos, pero no provocaría el cambio social.
Esto no es condenar la acción individual, nada de eso. Naciones enteras pueden vivir bajo la dictadura y el sacrificio, personas enteras una por una, y nadie haría nada al respecto hasta que un individuo aparezca y corte la cabeza de la hidra, en otras palabras, mate al tirano. Pero el genocidio puede tomar lugar antes que el individuo con el coraje, la habilidad y la suerte requeridas lleguen.
En tales casos, vemos esperar por la acción masiva formándose en fila para la cámara de gas (puede ser literalmente así). No pensamos “el proletariado no puede hacer nada incorrecto” por encima de todo; por obediencia sí puede. Pero la organización es fuerza. Proponemos la acción masiva porque es efectiva y porque el proletariado tiene en sus manos los medios para destruir la vieja economía y construir una nueva. La Sociedad Libre ocurrirá a través de los consejos de control de los trabajadores quedándose a cargo de los lugares de trabajo y por destrucción consciente de la estructura autoritaria. Pueden ser construidos dentro del sindicalismo de las fuerzas de trabajo de la época presente.
El control de los trabajadores
Cuando se aboga por el control de los trabajadores de los lugares de trabajo, discrepamos de aquellos quienes solamente abogan por una porción de gerencia o imagina que puede haber una usurpación sobre la función gerencial por los trabajadores dentro del capitalismo. La autogestión dentro de una sociedad capitalista es una reforma grande, y es ocasionalmente alcanzable cuando la fuerza de trabajo está en una posición particularmente fuerte, o más frecuentemente cuando el trabajo es suficientemente peligroso para desafiar una inspección de fuera. Eso es todo lo que es, sin embargo, y no es para que se confunda con el sindicalismo, excepto en el sentido que el sindicalismo piensa la sociedad futura debe ser autocontrolada. No queremos autoridad suprema a la de los trabajadores, ni siquiera para uno de sus delegados.
Esto probablemente signifique romper la industria en pequeñas unidades, y aceptamos esto. Rechazamos la ‘nacionalización’ = control de Estado.
No debería ser necesario (pero desafortunadamente lo es) explicar que hay, por supuesto, caminos de liberación personal distintos que la acción de clase, y en algunos casos serían necesarios no sea que uno pase hambre. Pero ninguno de estos puede en el presente ayudar a cambiar la sociedad. El artesano autoempleado ya no juega una parte importante como en la época de Proudhon (y a lo mejor esto será revivido con una nueva sociedad). Uno puede obtener satisfacción trabajando por cuenta de uno, uno podría tener que hacerlo por necesidad económica, pero los medios de cambiar la sociedad descansan en aquellos quienes están trabajando en la economía básica.
Las tendencias sobre los años recientes muestran la importancia del artesano autoempleado. Mientras las industrias mayores son diezmadas por la clase dominante porque no son necesarias ya más para el capitalismo, un medio de integrar a aquellos que trabajan fuera de la corriente principal del capitalismo necesitarán cada vez más ser encontrados si vamos a lograr el cambio. Era la necesidad de encontrar esto en un revés previo de la tendencia capitalista que dirigió a la formación original del anarcosindicalismo.
El anarquista como rebelde
No es desconocido para el individuo Anarquista pelear solo, postulando sus ideas en un ambiente hostil. Hubo muchos ejemplos en el pasado de Anarquistas peleando solos, algunas veces solamente uno en la región. Es menor el caso en la época actual cuando hay usualmente mucha gente llamándose a sí mismos Anarquistas, aunque quizás solamente uno o dos en la localidad quienes realmente lo son, y no adoptan solamente la etiqueta para describir la rebelión cuando son jóvenes.
Los Anarquistas en tales circunstancias pueden pelear solos por el principio del Anarquismo, pero usualmente participan en otras luchas, tales como el antimilitarismo, antiimperialismo, antinacionalismo o solamente dentro del contenido de la lucha de clases o pueden formar organizaciones por su cuenta.
No es parte del caso del Anarquismo decir que la declaración de sus ideas cambia el carácter de la gente; o que el movimiento invita a sí mismo a ser juzgado en cualquiera quien haya estado andando por ahí en cualquier momento. Las organizaciones que ellos crean pueden volverse reformistas o autoritarias; la gente misma puede corromperse por dinero o poder. Todo lo que podemos decir es que básicamente tal corrupción normalmente los lleva a dejar el nombre de ‘Anarquista’ mientras esté en su camino. Si alguna vez el término se volvió ‘respetable’, no hay duda que hubiéramos escogido uno fresco, igualmente connotativo de la rebelión libertaria — en el presente puede seguir siendo descriptivo aunque cada vez más usado incorrectamente.
En todas las organizaciones, las personalidades juegan parte y puede ser que en diferentes países diferentes cismas puedan ocurrir. Algunos dicen que hay diferentes tipos de Anarquismo. Sindicalismo, Comunismo, individualismo, pacifismo, han sido todos citados como tales. Esto no es así. Si uno quiere causar un cisma, puramente en razones personales o porque uno desea volverse más quietista o reformista, es sin duda conveniente tomar un nombre como ‘estandarte’. Pero en realidad no hay diferentes formas de Anarquismo. El Anarcocomunismo, en cualquier definición (normalmente la de Kropotkin), significa un método de socialismo sin Gobierno, no un diferente estilo de Anarquismo. Una idea alternativa, llamada Anarcocolectivismo, alguna vez favorecida por los Anarquistas españoles, se encontró que en la práctica era exactamente la misma. Si uno no va a tener ninguna ley por encima, uno no puede fijar un plan económico preciso para el futuro, y el Comunismo y la colectivización controlados desde abajo hacia arriba probó no ser distinta una de la otra, o desde el sindicalismo, unos medios permanentes de lucha hacia el mismo objetivo.
El comunismo, en el sentido usado por los Anarquistas, es una sociedad basada en la comunidad. El Colectivismo es una división de la comuna en unidades económicas. A menos que la comuna sea muy pequeña —basada en la villa— debe ser dividida en unidades más pequeñas, colectivos, de modo que todos pueden participar y no solo sus representativos electos. De lo contrario solamente sería democracia industrial. Mientras el Comunismo libre es un objetivo, el sindicalismo es un método de lucha. Es la unión de los trabajadores dentro del sistema industrial intentando transformarlo en una sociedad comunista libre.
El Comunismo de Estado no es una alternativa de Comunismo al Comunismo libre, sino la opuesta. Es la substitución del Estado o del Partido por la clase capitalista. El Comunismo no es necesariamente Anarquista, aún si no es Comunismo de Estado pero la genuina forma autoritaria del Comunismo (control de Estado total sin haber degenerado en poder absoluto desde arriba, o incluso socialización gubernamental dominada). El Sindicalismo no es necesariamente revolucionario y aún el sindicalismo revolucionario (la idea de que los trabajadores pueden apoderarse de los lugares de trabajo a través de la organización de la fábrica) no necesita ser libertario, pues puede ir mano a mano con la idea de un partido político ejerciendo el control político. Esto es por qué usamos el palabro: anarcosindicalismo. El control de los trabajadores de la producción, el control de la comunidad desde abajo, no Gobierno desde arriba.
No violencia
¿Es el pacifismo una tendencia dentro del Anarquismo? Aunque el Anarquismo farsante contiene un gran rasgo de pacifismo, siendo militante del liberalismo y renunciando a cualquier forma de acción positiva por el Anarquismo, el pacifismo (implicando extrema no violencia y no solo el antimilitarismo) es autoritario. El culto de la no violencia extrema siempre implica una élite, los Satyagrahi de Gandhi, por ejemplo, quien mantiene a los otros checados ya por fuerza o por persuasión moral. La historia general de los movimientos pacifistas ortodoxos es que intentan atenuar un incremento revolucionario pero tampoco descender del lado de la fuerza en una guerra imperialista o por condonar acciones agresivas de los gobiernos que apoyan.
Ambos, India e Israel, fueron alguna vez la realización de ideales pacifistas; la bomba atómica fue en gran parte desarrollada y creada por entusiastas pacifistas no violentos y entusiastas de la Liga de Naciones; los Cuaqueros son notorios como ciudadanos amantes de la paz pero tiranos comerciales y colonialistas. En tiempos recientes, muchos de quienes rechazaron las acciones anarquistas de la Resistencia Española (aunque reclamando ser “Anarquistas no violentos”) no tuvieron dificultad después en apoyar acciones todavía más “violentas” de diferentes movimientos nacionalistas.
Es verdad decir que hay Anarquistas quienes consideran el pacifismo compatible con el Anarquismo en el sentido que abogan por el uso de métodos no violentos generalmente en nuestros días defendiendo esto en las bases de la propia conveniencia o en las tácticas en lugar de los principios. Pero no debe confundirse con el llamado “Anarquismo Tolstoyano” (ni Tolstoyano ni Anarquista). Tolstoy consideró que los Anarquistas estaban en lo correcto en todo menos en que creían en la revolución para lograrlo. Su idea de cambio social estaba “dentro de uno” (lo cual es decir en el cielo). Él no abogó por la revolución no violenta, él instó la no-resistencia como un a camino de vida compatible con la enseñanza cristiana aunque no practicada como tal.
Uno tiene que decir que esto refiere al pacifismo en el sentido angloamericano, en cierto modo peor en la Gran Bretaña donde el concepto de objeción legalizada concienzuda llevó a un diálogo entre el pacifismo y el Estado. En países donde la oposición al servicio militar se mantuvo como un acto totalmente ilegal, el concepto de pacifismo no es necesariamente extrema no violencia.
Objetivos inmediatos del anarquista
Un “reformista” no es alguien que trae consigo reformas (generalmente no lo hacen, desvían su atención a las maniobras políticas): es alguien quien puede ver no más lejos que la mejora de cierta parte del sistema. Es necesario agitar por la abolición de ciertas leyes o por la inmediata reforma de algunas, pero idealizar la agitación por las reformas, o aún los intereses en la reforma de las minorías o incluso de comunidades enteras, es reformista. Este reformismo ha permeado todo de lo que ahora es llamado el ala izquierda. Crea nuevas industrias en el interés de burócratas aspirantes presuntamente protegiendo los intereses de la minoría, previniendo gente en aquellas minorías de actuar por su propia cuenta. Esto es notable incluso en las luchas de las mujeres las cuales la izquierda marginaliza como si fuere un asunto minoritario.
Algunas veces las leyes son más dañinas que los delitos contra los que legislan. Ninguna ley vale la pena pasar incluso con la esperanza de que sean benéficas socialmente en la superficie, desde que están seguros de interpretar equivocadamente y sean frecuentemente usadas para reforzar la opinión personal de jueces que las llevan a cabo. La antigua costumbre británica de sentenciar a las clases pobres a muerte por robos menores arriba de un valor pecunario pequeño no fue abolida por el Parlamento ni por los jueces, sino la negativa final de los jurados de admitir cuando forzados a un veredicto culpable que los bienes estaban por encima de aquel valor.
Los Anarquistas pueden como individuos o en grupos presionar por reformas pero como Anarquistas buscan cambiar la mentalidad y las actitudes, no hacer pasar leyes. Cuando la mentalidad es cambiada, las leyes se vuelven obsoletas y, pronto o más tarde, los responsables de la ley son incapaces de operarlas. La Prohibición en E.U.A., la Votación de Impuestos en Gran Bretaña son ejemplos. En ese punto la ley tiene que adaptarse a la opinión pública.
El Acto de Brujería permaneció en los códigos de leyes hasta hace 40 años y era cumplida hasta el tiempo de su abolición aunque el fiscal solamente se atreviera a usar unas pocas de sus cláusulas por miedo al ridículo. Fue abolida por razones políticas pero el igualmente ridículo Acto de Blasfemia fue retenido, siendo incuestionable por el Parlamento hasta la agitación de Musulmanes de que era claramente injusto de que uno pudiera ser multado por ofender a la Cristiandad mientras uno no podía ser ejecutado por ofender al Islam.
La ley ‘1381’ fue útil para ocupantes ilegales de persuadir a la gente que podían ocupar edificios abandonados sin delito, la cosa rara era que la ley no existía. El mito fue suficiente para que la gente creyera en él.
Uno tiene que continuar una resistencia a cualquiera y cada forma de tiranía. Cuando los gobiernos usan sus privilegios amenazados, dejan la simulación de democracia y benevolencia que la mayoría de los políticos prefiere. Los Anarquistas son forzados a volverse lo que los políticos describen como: ‘agentes del desorden’, aunque haya mucho más para eso para los Anarquistas, y todos los ‘agentes del desorden’ no son necesariamente Anarquistas.
Un Marxista-leninista diría, “los Anarquistas pueden provocar el desorden pero no pueden tomar el poder. Por tanto son incapaces de tomar ventaja de la situación que crean, y los burgueses, reagrupando su fuerza, se vuelven al fascismo”.
Un Conservador diría que los Marxistas-leninistas son Anarquistas “porque desean crear la Anarquía para crear las condiciones en las cuales tomen el poder”. Ambos son absurdos. Los Anarquistas pueden, por supuesto, “tomar el poder” nada menos que cualquier otro abstemio puede quedarse ciego borracho, pero muy difícilmente ameritarían el nombre. Los Anarquistas en el poder no serían necesariamente mejores o peores que cualquier otro, incluso pueden ser tan malos como los Comunistas o los fascistas. No hay límite de degradación a lo que el poder puede llevar a cualquiera incluso con los principios más idealistas. Esperanzaríamos que estando impreparados para el poder, sean inefectivos. Su tarea no es “tomar el poder” (aquellos quienes usan este término muestran que buscan poder personal para sí mismos) sino abolir las bases del poder. Poder para todos significa poder para nadie en particular.
Si uno deja la bestia salvaje del poder del Estado parcialmente herida, se vuelve más feroz que nunca, una furiosa bestia salvaje que destruirá o será destruida. Esto es el porqué los Anarquistas forman organizaciones para llevar a cabo el cambio revolucionario. La naturaleza del Anarquismo como un credo individual en el sentido verdadero frecuentemente ha causado que muchos digan que tales organizaciones pueden bien ser dejadas a la ‘espontaneidad’, ‘deseo voluntario’ y etcétera —en otras palabras, que no puede haber organización (excepto por propaganda solamente) hasta que la comunidad entera forme sus propias organizaciones. Esto es una receta para un tipo de Anarquismo de pacotilla que nunca deja el suelo, pero al mismo tiempo con un argumento que no puede ser ignorado— hasta que toda la comunidad tenga control de sus organizaciones, tales cuerpos no pueden y no deben quedarse a cargo de los medios económicos y sociales de la vida.
Es mostrado por eventos que la unidad de la resistencia es necesaria contra la represión, que puede haber formas unidas de acción. Incluso cuando los concejos de trabajadores son formados, puede haber representantes políticos de facciones políticas, unidos hacia el exterior en líneas de partido y dispuestos a ofrecer un frente unido dentro de tales concejos y por consiguiente dominar y finalmente destruirlos. Es por eso que necesitamos un movimiento organizado para destruir tales esfuerzos de totalitarismo. En algunos casos uno podría necesitar la sanción definitiva de actos de terrorismo individual para ser usados contra el liderazgo desde el interior tantos como sean impuestos desde arriba. Esta forma específica de terrorismo no tiene nada en común con el terrorismo nacionalista, el cual por su naturaleza es tan indiscriminado como el terrorismo de Estado, por todo eso es juzgado en una luz más severa. El terrorismo Anarquista está contra los déspotas individuales, gobernando o intentando gobernar. El terrorismo nacionalista es una forma de guerra contra la gente. El terrorismo de Estado es el abuso de poder.
Autodefensa de los trabajadores
Los Marxistas-leninistas en tiempo de la revolución confiaron en la formación del Ejército Rojo. Bajo el control de un partido, el Ejército “Rojo” es el antiguo ejército bajo la bandera roja. Hemos visto muchas veces como se puede volver un mayor instrumento de represión, justo como un ejército nacionalista bajo una nueva bandera se puede volver uno, algunas veces incluso antes de tener el poder.
La mera formación de un ejército para sustituir las milicias de los trabajadores destruirá la Revolución (España 11,936). El Che Guevara introdujo nuevas ideas románticas del Ejército Rojo como la guardia de avanzada de un ejército de campesinos — combinando la espontaneidad de un ejército campesino makhnovista (Ucrania 11,917) y zapatista/magonista (Anarquistas mexicanos) con las ideas disciplinadas de los intelectuales del Partido. En tales casos, después que el entusiasmo inicial lleva a cabo la victoria, el disciplinado liderazgo se hace cargo; si falla, los líderes salen corriendo a donde sea.
Las nociones de autodefensa de los anarcosindicalistas son que los trabajadores usan los brazos en su propia defensa contra el enemigo inminente, y que la noción democrática de las milicias de trabajadores prevalece. Mientras pueda haber liderazgo técnico, la instrucción y los deberes tales como están en el presente en las manos de oficiales no comisionados hasta el rango de sargento, no debería haber oficiales cuyo trabajo sea comandar o suboficiales de bajo rango de transmitir la cadena de mando.
La idea de gente armada es ridiculizada por muchos de los llamados expertos militares y políticos, pero es solamente usada por los trabajadores en su propio interés. Si pequeñas naciones la usan exitosamente, admiten que un ejército de ciudadanos —esto es, uno no profesional que puede colgar sus rifles y regresar al trabajo, saliendo cuando son llamados— es posible provisto solo eso, como en el caso de (por decir) Israel o Sudáfrica, obedecen políticas nacionalistas y agresivas desde arriba. Proveyendo no mantienen la fuerza en los intereses de clase internacional, los “expertos” están preparados para admitir la eficiencia de tal ejército manteniéndose democráticamente controlado dentro de sus propios rangos.
¿Cómo sucederá la revolución?
No lo sabemos. Cuando una situación revolucionaria se presenta a sí misma — como pasó con la ocupación de fábricas en Francia, 11,936 y 11,968; como pasó en España, 11,936 con el levantamiento fascista; o con la ruptura de los Ejércitos Rusos, 11,917; o en muchas otras épocas y lugares; estamos listos para ello o no lo estamos (y generalmente no lo estamos). Muchas veces los trabajadores están parcialmente listos y dejan al “animal salvaje herido” del Estatismo más fiero que nunca. Puede ser puramente la acción individual que inicia la chispa. Pero solo si, en ese periodo, hay un movimiento conciente hacia una Sociedad Libre que deseche los grilletes del pasado, esa situación se volverá una revolución social. El problema de hoy que nos encara is que la mitad del mundo está preparado para levantarse casi en cualquier momento oportuno, pero no tiene poder militar para resistir la represión y ningún músculo industrial en qué sostenerse. La otra mitad del mundo tiene tal poder, pero no el deseo real de levantarse, siendo comprado por el capitalismo o sucumbiendo a la persuasión.
Ocasionar la nueva sociedad
¿Qué constituye una sociedad autoritaria?
Explotación —Manipulación— Represión. Los órganos de represión consisten de muchas ramas del Estado:
El Aparato de Gobierno: la legislatura, la judicatura, la monarquía, el Servicio Civil, las Fuerzas Armadas, la Policía, etc.
El Aparato de Persuasión: el sistema educativo, los medios, incluyendo la TV, la radio y la prensa, la Iglesia, e incluso formas de disconformidad aparente que en la realidad nos condicionan a aceptar el sistema presente — la oposición parlamentaria es la más obvia, pero muchas otras alternativas del sistema aceptado también, p. ej., la revolución presentada como simplemente una en el estilo de vida o preferencia musical, la enseñanza académica del Marxismo-leninismo, etc.
El Aparato de Explotación: el sistema monetario; el control financiero; los Bancos; la Bolsa; empleadores individuales, colectivos y del Estado; propiedad de la tierra. Bajo el capitalismo no hay escape de esto.
La mayoría de los reformadores políticos tienen una parte del sistema no libre que desean abolir, los Republicanos abolirían la monarquía, los Seculares abolirían o desinstituirían la Iglesia, los Socialistas abolirían (o acostumbraban abolir) el aparato de explotación; los pacifistas abolirían el Ejército. El Anarquismo es único en que dese abolirlos todos. Solamente la verdadera definición de un Anarquista es la de quien quiere y cree que es deseable abolirlos todos; quien cree posible abolirlos todos, mientras más pronto mejor; y quien trabaja para llevar a cabo tal abolición.
Hay muchos, generalmente en la izquierda, que lo piensan deseable pero imposible, muchos en la derecha que piensan que es solamente muy probable pero indeseable. Otros pueden ser simpatizantes del Anarquismo como ambos deseable y posible pero se abstienen de la acción en su favor. Para tomar prestada una frase de otra parte del bosque, ellos pueden ser viajeros colegas del Anarquismo.
La Policía es el pilar del Estado (aunque algunas veces, en casos extremos, el Gobierno actual necesita usar las fuerzas armadas en su lugar, o incorporándolas a la policía — en algunos países esto ha llevado al reemplazo o el control del Gobierno por el ejército siempre que los oficiales estén firmemente en control).
Solamente el Anarquismo cree en la abolición de la Policía, y este es el argumento más disputado del Anarquismo. La fuerza de policía como la conocemos es comparativamente un fenómeno moderno, ferozmente resistida cuando presentada por razones las cuales han sido probadas hasta el cansancio, tales como la habilidad de la Policía de presentar o apoyar una dictadura, conocida ciertamente como policía de Estado. Sin control de la Policía, los debates en Westminster se vuelven tan estériles de resultado como los debates en la West Kensington Debating Society (y probablemente menos interesantes).
Con dinero alemán, aportado por Helphand-Parvus, Lenin fue capaz de regresar a Rusia y pagar mercenarios letones para actuar como policía. Él era el único político en tal posición para hacerlo y de esta forma el éxito Bolchevique fue logrado. Los Nazis por su parte crearon brigadas de asesinato que deambulaban las calles, los cuales eran tácitamente tolerados por la Policía Republicana, pero su victoria llegó cuando controlaron la Policía por medios legales.
¿Puede uno arreglárselas sin el Estado?
Parece ser generalmente acordado que podemos arreglárnoslas sin algunos órganos del Estado: ¿podemos arreglárnoslas sin todos ellos, al mismo tiempo? Cierto es que algunos son inútiles, algunos decorativos, algunos tienen intenciones imposibles, otros son necesariamente para gobernar la clase, algunos podrían bien ser útiles y llevar a cabo funciones esenciales para cualquier sociedad.
Uno no puede hacer el trabajo de otro. !Si la monarquía no tiene Ejército no te puede salvar de una invasión extranjera no más que si la policía te lleve al paraíso si no tienes una Iglesia! Cualquier codificación de sentido común de la conducta sería mejor que el fárrago de leyes que tenemos en el presente, las cuales ocupan tanto a los abogados como a los políticos, el uno interpretando los aparentes deseos del otro.
Es verdad que el Gobierno puede y algunas veces se encarga de ciertas funciones sociales necesarias, como lo hace cada órgano del Estado aunque represivo. Las vías férreas no fueron siempre gestionadas por el Estado sino que pertenecieron a los capitalistas, y pueden igualmente en una sociedad futura pertenecer a los trabajadores. Sería tonto decir que si las minas pertenecieron al Estado, eso prueba que el Estado es necesario, o no tendríamos ningún carbón de ellas. Al Ejército le es dado frecuentemente trabajos, tales como socorro en casos de inundación o terremoto; es algunas veces usado como una fuerza de trabajo de esquirol, tal como en las huelgas; algunas veces más es usado como fuerza de policía. Esto es porque el Estado no quiere la ruptura de la sociedad que lo apoya.
Incluso la policía a veces llena ciertas funciones necesarias — uno va a la estación de policía y encuentra un perro perdido simplemente porque ella pasa por ahí y se encarga de esa función. No sigue que por ende no encontraríamos ningún perro perdido si no hubiera policía, y que necesitamos ser aporreados en la cabeza en tiempos de agitación social para que las damas mayores no puedan perder sus perros. Debido a los propósitos del seguro, todos los dueños de carros reportan sus carros perdidos o robados a la Policía, pero no significa que la fuerza de policía es indispensable como tal.
Justo como las compañías aseguradoras encontraría alguna forma de ver que no paguen declaraciones fraudulentas si no hubiera fuerza de policía, la sociedad vería que puede protegerse a sí misma. Desafortunadamente, tener una fuerza de policía atrofia la habilidad de la sociedad para defenderse a sí misma. La gente ha perdido todo el sentido de organización social y control. Pueden ser aterrorizados por unos pocos niños corriendo salvajemente, a pesar de ser jóvenes. La única reacción es acudir a la Policía, y la Policía no puede hacer frente.
Había una vieja superstición de que si la Iglesia excomulgaba un país, este estaba bajo un desastre terrible. Uno no podía casarse, ser enterrado, dejar propiedad, hacer negocios con seguridad, ser educado, ser cuidado durante la enfermedad en un país que estaba excomulgado. La superstición no era una improductiva, mientras la gente creyera en la Iglesia. Si el país era proscrito de la comunión de los creyentes, los hospitales (gestionados por la Iglesia) eran cerrados; no habría confianza en los negocios (los clérigos administraban los juramentos y sin ello ninguna promesa necesitaba mantenerse); no habría educación (ellos gestionaban las escuelas); los niños podían ser engendrados ciertamente (¡no hay modo de que la Iglesia lo previniera!), pero no bautizados, tenían por tanto la entrada negada a la comunidad de creyentes y bajo un peligro, como pensaban, de condenación eterna, mientras que los padres no casados no podían dejar propiedad a sus hijos “ilegítimos”. La realidad física del Infierno no era necesaria para hacer la excomunión efectiva. Somos más sabios ahora. Pero una superstición ha sido reemplazada por otra. Se ha transferido la creencia en el Estado. Si vamos a rechazar el Gobierno no habría educación (ya que el Gobierno, nacional o local, controla las escuelas — con excepciones obvias), no habría hospitales (ídem), nadie podría llevar un trabajo porque el Gobierno regula su conducta, etcétera. La verdad todo el tiempo ha sido no que la Iglesia ni que el Estado, sino nosotros, la gente, hemos trabajado por todo lo que hemos tenido, y si no lo hubiéramos hecho así no nos hubieran proveído. Incluso los privilegiados han sido mantenidos por nosotros no por ellos.
El mito del dinero
Con el mito del Estado viene un segundo mito —el mito del dinero. El valor del dinero depende de la fuerza del Estado. Cuando los Gobiernos colapsan, su dinero no vale. Por años estafadores norteamericanos viajaron por Europa ofreciendo cambiar dólares confederados, que valían nada ya que los Estados del Sur habían perdido la Guerra Civil, presentándolos a los desprevenidos europeos como dólares norteamericanos válidos— ¡hasta que se volvieron piezas de coleccionistas y valían más que varios dólares norteamericanos! En ese punto el gobierno Federal utilizó las máquinas de imprimir originales para publicar dólares confederados y donarlos con goma de mascar, no sea que su propia moneda se devaluara.
Cuando el Kaiser de Alemania colapsó, las marcas imperiales fueron inútiles. Cuando la República Española fue derrotada, los bancos simplemente cancelaros el valor de su dinero. La historia es sinfín. Aún de acuerdo con la leyenda muchos todavía creen, el valor del país se encuentra en los trabajos de impresión de Waterlow. Como las notas salen de la prensa, nuestro valor es creado, ¡y si esto cesara seríamos empobrecidos! Los bancos han llegado con una alternativa de imprimir sus propias tarjetas de crédito. Otro mito alternativo, ahora anticuado, era que el dinero impreso tenía que corresponder con una cantidad de oro estrechamente vigilado escondido en una misteriosa bóveda, después de haber desenterrado bajo estrecha seguridad de minas de miles de millas de distancia. Sin embargo, los Gobiernos han incumplido las premisas detrás de este mito (aunque todavía continúan el ritual). El nuevo mito gubernamental is que si muchas notas son impresas tendríamos inflación lo que nos haría pobres a todos, así para prevenir esto debemos estar preparados para superar condiciones de severidad y pobreza, perder empleos y casas, o en otras palabras volvernos pobres.
Durante la guerra, racionar la comida y la ropa significó que lo que era contado como cupón, por lo que era esperanzado asegurar que había partes justas de lo que había disponible. Como el sistema de dinero continuó, un mercado negro de mercancías era inevitable, pero el racionar dio la idea de lo que el Socialismo de Estado —sin dinero— sería. Si había muchos cupones impresos no habría caso para el esquema. El dinero es otra forma de racionar, por el cual un conjunto de gente obtiene más que otro. Las luchas de salario son luchas para obtener una rebanada más grande del pastel. Los ricos son aquellos quienes tienen el primer acceso a rebanar el pastel. Pero ni el dinero ni los cupones hacen alguna diferencia al tamaño del pastel, son simplemente medios de tratar con su distribución, ya sean justos —o más probablemente— injustos. Así, esencial es el dinero para obtener bienes en la sociedad de Estado, suena humorístico decir que el dinero es un mito —“No me importa si es mítico, dame más”— pero es mito.
Mucha gente rica cree que si la Señora X no gastara su dinero en un yate, ese dinero podría ser de alguna manera transformado en una aparato de rayos X para el hospital. Ellos no entienden, como parece, que los constructores de yates no pueden producir máquinas de rayos X. Otros piensan que aquellos en la Asistencia Nacional son apoyados por aquellos que trabajan — pero el margen de desempleo es esencial para el Estado como una dificultad para hacer que los incentivos sean seguidos. Otros creen que hay una relación entre sus salarios en aumento y los salarios recibidos por otra gente volviéndose menores. En una sociedad competitiva, sin embargo, uno obtiene lo que uno puede comandar.
El mito del impuesto
Hay un absurdo patente en suponer que aquellos quienes trabajan y producen son ayudados por aquellos quienes se benefician del sistema y no hacen nada. Es igualmente absurdo suponer que la gente rica ayuda a los pobres al proveer trabajo o caridad. Como Brendan Behan comentó a alguien quien señaló cuanto ha hecho la familia Guiness por los pobres de Dublín — “No es nada comparado a lo que la gente pobre de Dublín ha hecho por la familia Guinness”. Los impuestos perpetúan el mito de que aquellos con más dinero ayudan a los que tienen menos. Los impuestos toman dinero de los bolsillos de los que menos tienen incluso antes de que tengan oportunidad de mirarlo. Los ricos visten sus cuentas por medios de consejeros profesionales. Pero aparte de eso, el dinero no crea el valor, es el músculo, el cerebro y los recursos naturales que lo producen. El dinero es usado para restringir la aplicación del comportamiento humano. Es posible imprimir dinero, o acordar un crédito, cuando es en el interés de los manipuladores del dinero hacerlo. Cuando desean ir a la recesión, lo hacen retirando dinero y crédito. La recesión no es un desastre natural como la hambruna, la sequía o los terremotos aunque se presente como tal.
El efecto de la inmigración
El empleado de gran escala buscando una ganancia más grande o el modo de cortar costos tiene varias opciones abiertas, la más fácil y la más floja es cortar salarios. Si los trabajadores están bien organizados pueden resistirse así hay dos opciones abiertas a los capitalistas mayores. O llevan las fábricas a donde la labor es barata o llevan la labor barata a donde están las fábricas. La primer opción conlleva gran contaminación, como regla —no que se preocupen por eso— y en algunos casos tienen que ir a áreas de inestabilidad política. Es más barato mover la labor barata.
Por consiguiente teniendo la inmigración alentada, vistiendo el sombrero financiero como esté, el capitalista en la capacidad de un político del ala derecha, se viste el sombrero político y denuncia la inmigración. Esto tiene la ventaja de poner al trabajador contra el trabajador, alimentado por antipatías religiosas o raciales las cuales pueden persistir por generaciones, y tienen el bono añadido de inducir al trabajador a apoyar a la derecha electoralmente. No le hace daño al capitalismo tener una fuerza de trabajo odiada por aquellos que los rodean, o con miedo a la deportación si se salen de la línea. Ni tampoco daña al capitalista, en un contexto político, tener asuntos tales como la inmigración que remplacen el tema básico del sistema de salario y del sistema monetario. Solamente se vuelve dañino desde ese punto de vista cuando una fuerza fascista como la Hitler gana tal poderío armado que puede ignorar los deseos de los capitalistas que le dieron ese poder y lucha por su propia superioridad.
La abolición de los sistemas de salario y monetario
El “Socialismo” se ha vuelto un término difuso actualmente que es usado por casi cualquier reformista o movimiento contrarrevolucionario positivamente que desea usar el término y cubre una multitud de ideas desde el liberalismo hasta la tiranía, pero en realidad lo esencial de cualquier teoría socialista son la abolición del sistema de salario y del sistema monetario. Esto es porque el movimiento socialista genuino debe ser de la clase trabajadora y planeado para su propia emancipación desde la esclavitud de salario. Los sistemas monetario y de salario son las cadenas de esa esclavitud que necesitan romperse.
Algunas formas modificadas de salario o algunos medios de intercambio pueden ser consistentes con una sociedad comunista libre, especialmente entre una sociedad post-revolucionaria acostumbrada a alguna forma de cálculo de gratificación de la labor, pero la forma presente de sistema monetario es una en la cual el dinero no es un sirviente (un medio de intercambio) sino un jefe en su propio derecho. Los salarios son un medio de denotar la posición en el picudo orden de una sociedad en la cual una persona es considerada que mantenga. No es siquiera justo como mira el cálculo que hace. Tales sistemas deben ser ser hechos a un lado.
En el presente, como se indica antes, el Gobierno o el controlador efectivo el cual puede en algunos casos estar sobre el Gobierno (los bancos, por ejemplo) calculan el valor nacional. Un número correspondiente de notas de banco es impreso, el dinero es acuñado, los créditos son otorgados a casas financieras. Según el grado de eficiencia o ineficiencia de un Gobierno actual (el cual es el tema de abuso de eslóganes de la prensa política día a día y no necesita interesarnos) el cálculo o presupuesto puede ser correcto o incorrecto. Según su cálculo, el Ministro del Tesoro Público puede ser “generoso” o “tacaño” en compartir el “pastel” nacional y distribuir nuestras rebanadas. Pero en la realidad los salarios y los sueldos son determinados por convención social, tradición, patrocinio del Gobierno, competencia económica, poder hereditario, negociaciones sindicales, iniciativa individual y huelgas ilegales. De acuerdo con su efectividad es la “rebanada del pastel” que cada uno recibe. Aquellos incapaces de usar cualquier de las presiones son simplemente excluidos del ajuste de cuentas y deben estar contentos con lo que les es dado en orden de sobrevivir solamente. El “pastel” es el mismo sea lo que sea que haga el Gobierno de él.
¿Es el anarquismo compatible con el capitalismo?
Solamente es posible concebir el Anarquismo en una forma en la cual es libre, comunista y ofrezca ninguna necesidad económica de represión o la contrarreste. El sentido común muestra que la sociedad capitalista puede dejar de lado un “Estado” (en el sentido norteamericano de la palabra) pero no podría dejar de lado el Gobierno organizado, o una forma privatizada de este, si hubiera gente acumulando dinero y otros trabajando para acumularlo por ellos. La filosofía de “anarco-capitalismo” fantaseada por la Nueva Derecha “libertaria”, no tiene nada que ver con el Anarquismo como es conocido por el movimiento anarquista apropiado. Es una mentira que cubre una realidad desagradable en su modo —tal como el Socialismo Nacional lo hace por otra parte. Evidentemente el capitalismo desenfrenado, ni siquiera obstaculizado por un Estado reformista, que ha puesto algunos límites en la explotación para prevenir choques violentos, necesita alguna fuerza a su disposición para mantener los privilegios de clase, ya sea por parte del Estado mismo o por Ejércitos privados. En los que ellos creen es de hecho en un Estado limitado— que es, uno en el cual el Estado tiene una función, para proteger la clase gobernante, no interfiere con la explotación, y viene tan barato como es posible para la clase gobernante. La idea también sirve otro propósito más allá de su cumplimiento —una justificación moral para las conciencias burguesas en evitar los impuestos sin sentirse culpables por ello— justo como el pacifismo algunas veces sirve como una excusa para las conciencias burguesas en evitar el daño sin sentirse culpables.
Control de la comunidad
La historia del control colectivo en una sociedad capitalista es uno bastante deprimente. Ha habido muchos intentos de evitar que el sistema forme “comunidades” las cuales porque son menos que el total, la comunidad real, está destinada al final a no prosperar. Sociedades cooperativas no menos que pequeños negocios raramente resisten la presión del monopolio capitalista. Granjas colectivas —empresas colectivas en las cuales uno trabaja por menos que el salario normal por el beneficio de la independencia— como negocios de oficio, nunca despegan bastante y siempre desciende al monopolio del mercado. Todo podría florecer si el sistema fuera libre, pero no lo es.
Sin embargo, uno puede notar que muchos productos comunales son igualmente accesibles a todos, ya sea con el pago de una suma fija o libre. Las carreteras son libres —ni el Estado ni el capitalismo han tenido tiempo (ya) de hacer todas las carreteras carreteras de cuota para entrar en las cuales uno debe pagar (pero han tenido tiempo de mantener autopistas en el continente). Probablemente no habría diferencia económica si el metro fuera también libre, teniendo en cuenta el costo de recolectar los boletos. Se acostumbraba que el agua era libre— incluso cuando las tarifas de agua llegaron, uno podía sacar tanta como uno quisiera del grifo. Ahora hay medidores de agua, como si viviéramos en el Sahara donde el agua ha sido racionada hace mucho. Hasta ahora no han dado un rodeo para hacernos pagar por el aire.
El Anarquismo presupone que todos los argumentos basados en la economía son tonterías. Los servicios que llegan naturalmente o son producidos por la gente deben pertenecer a la gente.
¿Necesita haber una sociedad transicional?
Una sociedad transicional al Anarquismo no es necesaria. La idea pedida por los Leninistas era que el Estado se disiparía después de años de la más severa dictadura — originalmente se aseguró ser solamente tanto como fuera necesario para salvar a la joven República Soviética pero que duró por setenta años hasta que la gente se hartó de ello. Todo eso disipado era gente lo suficientemente temeraria para querer avanzar al socialismo libre. La perspectiva de ‘decaimiento del Estado’ después de años de fortalecerlo es ilógico. Los Leninistas justifican esto diciendo que el Estado es solamente aquella parte del aparato de Estado que favorece la clase capitalista al suprimir la clase trabajadora. Esto se puede disipar (aunque no lo hizo así en los años del Comunismo de Estado). Lo que no se puede disipar es el resto del aparato de Estado, a menos que el Estado sea destruido de raíz.
El hecho de que una sociedad transicional al Anarquismo no sea necesaria no significa necesariamente que no habrá una. ¿Quién lo puede decir? Después de todo, cambiar las actitudes a tales materias como dominación racial, discriminación sexual, orientación religiosa, conformidad, y etcétera pueden ser parte de una transición a una Sociedad Libre existiendo ya. Puede haber una ocupación de los lugares de trabajo sin una revolución de conciencia, la cual en sí misma sería un periodo transicional.
Uno puede incluso visualizar un periodo transicional curioso en el cual parte de la sociedad estaba evolucionando a un sistema nuevo y parte se quedaba en el viejo —con el control de los trabajadores coexistiendo con el capitalismo privado en el mercado la manera que coexistieron estilos de rígidas familias de antaño con las relaciones libres en la misma calle. Pero claramente a la larga uno o el otro sistema tendría que irse. El Capitalismo no podría existir si la gente pudiera ser libre de escoger el camino que trabajen sin ser compelidos por conscripción o necesidad— por lo tanto o necesita reforzar su autoridad (posiblemente por brigadas fascistas, como durante la ocupación de fábricas en Italia) o irse a pique (la cual es la elección de los capitalistas italianos en un tiempo, incluso aunque muchos tuvieran puntos de vista democráticos, fueron forzados a aceptar).
Una sociedad libre
Una sociedad no puede ser libre si no solo no hay las restricciones gubernamentales, sino que lo esencial de la vida es libre en ese sentido también.
Es cierto que si algunos productos tuvieran pocos suministros, a pesar de liberar la sociedad, el acceso a ellos tendría que ser racionado por algunos medios. Puede ser por tarjetas de ‘valor-trabajo’, por ‘racionamiento justo’ ordinario, podría implicar la retención de un sistema monetario diferente (pero ningún dinero como un fin en sí mismo, en el cual el dinero tiene un valor más allá de intercambiar bienes).
No podemos fijar la economía para una Sociedad Libre la cual es por naturaleza libre de rechazar o aceptar cualquier cosa que le guste. El economista autoritario puede hacerlo (“siempre que yo, o mi partido, esté en el poder, haremos esto o lo otro”).
Una sociedad anarquista es por definición una Sociedad Libre, pero una Sociedad Libre no es necesariamente Anarquista. Puede no alcanzar ciertos respectos. Algunos defectos pueden limitar su conveniencia. Por ejemplo, una Revolución lograda por hombres en una sociedad dominada por hombres, puede perpetuar la discriminación sexual, la cual limitaría la libertad y minaría la Revolución al dejando que sea posible que las actitudes agresivas sean fomentadas. La ilusión liberal de que las fuerzas represivas deben ser toleradas las cuales finalmente aniquilarían toda libertad —no sea que el derecho de disentir sea puesto en peligro— pueden bien destruir la revolución.
Una Sociedad Libre dirigida a liberarse a sí misma o a instituciones represivas y algunas pueden durar más tiempo que otras. La Iglesia es un ejemplo — también las creencias religiosas, las cuales continúan bajo las dictaduras más represivas y brutales pueden seguramente continuar bajo Ningún Gobierno. Solamente aquellos credos a los cuales no les han cortado las garras y demandado supresión de otras religiones o la incredulidad, matrimonios o conversiones forzadas, censura por ellos mismos y obediencia a sus propias leyes de aquellos no queriendo hacerlo, tienen algo que temer de una Revolución Anarquista.
Los empleadores no dan trabajo
Es pensamiento socialista básico primitivo, al cual el Anarquismo se suscribe, que el trabajo no es dado por el empleador. El empleador puede tener el derecho legal de distribuir el trabajo, pero el valor de un país es debido a los trabajadores y a los recursos naturales, no a un empleador o a un Estado. Tienen la oportunidad de prevenir el valor que es creado.
Es el caso Anarquista que las fluctuaciones del dinero del mercado, la inflación, la recesión, el desempleo, además de la guerra, son artificialmente creadas y no desastres naturales como una inundación, la hambruna, un terremoto, una sequía — y como uno sabe actualmente, incluso algunos de estos son creados por abuso de los recursos naturales.
Puede ser que en una sociedad tecnológica del futuro, gestionada por el Estado, en un cierto modo utopía del jefe, la clase trabajadora sería desplazada como clase productiva. Vemos signos de eso incluso ahora como una parte grande de la economía está cerrada como improductiva y gente desarraigada. Hay una tecnología, sigue en su infancia pero dando grandes zancadas, que nos reducirá, como clase productiva, a encargados de interruptores y porteros de las puertas de los científicos; a secretarias y recepcionistas; a conserjes y empleados; a sirvientes domésticos del rico. Los Anarcosindicalistas piensan que tal sociedad debe ser resistida. No adoran el trabajo como fetiche en sí pero combaten la deshumanización y la alienación. En esto difieren de otros Anarquistas quienes piensan que el trabajo no tiene fin y que se convierten en dependientes del Estado por convicción.
Objeciones al anarquismo
Cada vez que los Anarquistas atacan la sociedad del día presente, tocan en los miedos y prejuicios de la gente común quien sabe que la sociedad es una jungla actualmente y no puede visualizar la vida sin las salvaguardas necesitadas en la jungla. Cuando oyen del Anarquismo adelantan objeciones las cuales son, de hecho, críticas del sistema presente que no admiten otra manera de pensar en el carácter de las objeciones como para una Sociedad Libre del futuro.
Tienen miedo de lo que se conoce en el lenguaje estatista como un “estado de Anarquía” —piensan que el asesinato, la violación, el robo, los ataques violentos se produciría si no existiera Gobierno para prevenirlo. Y sin embargo sabemos que el Gobierno no puede ciertamente prevenirlo. Uno solamente debe tomar los papeles para aprender que prospera aunque el Gobierno sea fuerte, y es también donde el Gobierno es débil, y más aún quizás donde hay numerosos organismos compitiendo en cuanto a qué es el Gobierno y se dice que el Gobierno ha dejado de funcionar. “Un estado de Anarquía” no existe en ninguna parte— en el sentido de una sociedad en la que no hay gobierno y no solo un Gobierno débil o dividido.
Lo más que un Gobierno en funciones puede hacer no es la prevención sino el castigo —cuando se entera, algunas veces equivocadamente o no— quienes son los culpables, sus propios métodos de acción represiva pueden causar más daño que los crímenes originales — la “cura” es peor que la enfermedad.
“¿Qué harías sin una fuerza de policía?” La sociedad nunca toleraría el asesinato, si tuviera una fuerza de policía o no. La institucionalización de un organismo para ocuparse del crimen significa que no solamente “se ocupa” del crimen y nutre el crimen, pero que el resto de la sociedad es absuelta de hacerlo. El razonamiento es que un asesinato al lado es un asunto de Estado, ¡no mío! La responsabilidad por el vecino de uno es reducida en una sociedad autoritaria, en la cual el Estado es el solo responsable de nuestro comportamiento.
“¿Quién hará el trabajo sucio?” Esta es una pregunta que la sociedad, no solo los apologistas del Anarquismo, debe preguntarse a sí misma. Hay trabajos sucios que son socialmente inaceptables y pagados pobremente, de modo que nadie quiere hacerlos. La gente ha sido esclavizada a hacerlos o hay una competencia en una economía de mercado y los trabajos se vuelven mejor pagados (y por tanto socialmente aceptables), o hay un reclutamiento de tales trabajos, ya sea por la dirección política o las presiones del desempleo. Algunas veces el capitalista introduce la inmigración con la esperanza de mano de obra barata, postergando así el problema por una generación o dos. O puede ser que los trabajos no se hacen y, por decir, las calles ya no están barridas y así nos inundamos con agua disparada desde carros manejados por psicólogos graduados y cautelosamente pisamos delante de la basura, aferrando nuestras tesis de sociología.
Lo que hace el Estado en tales circunstancias parece depender de factores políticos. Lo que una sociedad anarquista haría solamente puede ser predicho por un clarividente. Es claro lo que no podría hacer — usar la fuerza, ya que no tendría maquinaría represiva o los medios económicos de coerción. La cuestión implica una crítica de la prosperidad y la libertad, la cual trae problemas en su fila. ¿Vamos a rechazar la prosperidad y la libertad por esa razón?
“Si los Anarquistas no toman el poder y han suplantado otras formas de socialismo que hubieran tomado el poder, objetivamente se abren paso por el fascismo”. Este alegato presupone la disolución del anarquismo con el pacifismo, ya que siempre hay, en cualquier circunstancia, una forma segura de evitar la dictadura, ya sea desde la derecha, la izquierda o en los rangos de uno mismo, y eso es por destitución del dictador. Esto se convierte solamente en un gesto simbólico cuando el dictador está en el poder con toda la maquinaría de comanda-y-obedece a la disposición de la cabeza de Estado.
Cualquiera tomaría el poder si le dan la oportunidad. Los Anarquistas no proclaman ser una élite privilegiada y no pueden ciertamente afirmar que serían mejores en resistir la tentaciones del poder o de ejercerlo más exitosamente que cualquier otro.
Liderazgo
¿Los Anarquistas creen en el liderazgo? Siempre niegan que lo hacen, pero sin lugar a dudas muchos Anarquistas han emergido como líderes, algunas veces incluso de ejércitos (como Buenaventura Durruti y Nestor Makhno) o de ideas o de organizaciones. En cualquier agrupamiento alguna gente naturalmente “da la guía”, pero esto no significa que son una clase aparte. Lo que ellos siempre rechazan es la responsabilidad del liderazgo. Eso significa que sus simpatizantes se vuelven seguidores ciegos y el liderazgo no uno ejemplar u original sino de la aceptación irreflexiva.
Genios musicales, artistas, los científicos pueden ser de una “élite” sin ser elitistas —no hay razón para sobresalir en ciertas esferas debe hacerlo a uno mejor autorizado para los bienes del mundo o de más consideración en asuntos en los cuales uno no tiene consideración especializada (la correspondencia entre Freud y Einstein en la cual debaten si la guerra puede ser prevenida es un clásico ejemplo de futilidad— Einstein viendo a Freud por un liderazgo psicológico en el pacifismo y Freud explicando que está en la naturaleza del Hombre. Al final, los científicos que eran pacifistas o creyentes los entusiastas de la Liga de Naciones o —como Einstein— ambos, inventaron la bomba atómica).
De la misma manera, la gente puede trabajar en una oficina sin ser burócratas: un burócrata es una persona cuyo poder se deriva de la oficina que mantiene. Mantener un cargo en una organización puede traer poder supremo al estar al principio de la cadena de comanda-y-obedece (como fue en el caso de Iósif Stalin). En la jerga es un término dado a cualquiera quien es eficiente, lo que está lejos de ser la misma cosa. Del mismo modo, ningún Anarquista verdadero —a diferencia de alguien que pretende serlo o quedar como uno— estaría de acuerdo de ser parte de un liderazgo institucionalizado. Tampoco un Anarquista esperaría por el liderazgo, sino que daría uno. Esta es la marca de ser un Anarquista, no una declaración formal de ser uno. Lo que por encima de todo es la maldición de liderazgo no es la maldición de liderazgo, sino el acuerdo de ser liderado ciegamente — no las faltas del pastor sino la mansedumbre de las ovejas. ¿Cuál sería la cantidad de crímenes de Hitler si los hubiera llevado a cabo él mismo?
¿Puede la opinión pública por sí misma ser autoritaria?
Sí. ¿Incluso en una Sociedad Libre? Ciertamente. Pero no es un argumento contra la Sociedad Libre, es una razón por la cual la opinión pública no debe ser moldeada por una fuerza de fuera. Puede bien haber una sociedad controlada económicamente por los trabajadores donde el prejuicio contra algunas minorías, o las actitudes de familia tradicional, o reglas fijadas or religiones enraizadas en el pasado, pueden aún existir. La sociedad sería libre en una sola cosa — económicamente.
Pero sin algún medio de codificar los prejuicios; ninguna maquinaría represiva contra los inconformistas; sobre todo, ningún medio de represión por persuasión cuando los medios son controlados desde arriba; la opinión pública puede volverse superior a sus prejuicios. La mayoría no está automáticamente en lo correcto. La manipulación de la idea de una mayoría es parte de la técnica del Gobierno.
Unidad
Una última objeción es hecha contra el Anarquismo, generalmente por aquellos que están a punto de “unirse” — ¿Por qué la desunión en las filas de aquellos quienes tienen una opinión similar sobre muchos temas? ¿Por qué no podemos ser una izquierda libertaria? ¿Por qué las divisiones?
Si creamos consejos de acción —proto-uniones industriales de los trabajadores— como intentamos hacer dada la oportunidad de acuerdo de los trabajadores, incluso si como primer paso formamos grupos sociales basados en la actividad o el apoyo industrial, obviamente vamos a estar unidos a otros no solo de la izquierda libertaria, o ciertamente (en el caso de los consejos de los trabajadores) con la gente de los puntos de vista reformistas, reaccionarios o autoritarios. Nos mezclamos con ellos cada día de nuestras vidas de cualquier modo. La expresión de las opiniones anarquistas y las actitudes no nos hace ermitaños. Los grupos anarquistas necesitan mantener viva su identidad, pero solamente una máquina de partido los llevaría a las murallas contra conocer otros afuera.
Es ciertamente la maldición de la actualidad que pseudoanarquistas, ya liberales o “lifestylist”, creen sus propios “ghettos” dentro de la “izquierda”, la cual se ha convertido a sí misma en un ghetto, en la cual la aceptación de un conjunto de ideas es obligatoria. Este aislamiento endémico, en el nombre de la juventud, sexo, raza, nacionalidad, cultura alternativa o lo que sea, no tiene nada que ver con el Anarquismo aunque ha sido deseado por la presión de la propaganda periodística.
Las críticas marxistas del anarquismo
Las críticas marxistas del Anarquismo son las primeras con las que la mayoría de la gente con un serio interés en la política tiene contacto. De ahí sigue la crítica marxista-leninista y las objeciones socialdemócratas. Los Marxistas-leninistas, opuestos al Anarquismo, encuentran que por su naturaleza mina toda las suposiciones básicas del Marxismo. El Marxismo fue tendido como la filosofía básica de la clase trabajadora (una creencia que ha arruinado completamente el movimiento de la clase trabajadora en todas partes). Mantiene en teoría que el proletariado industrial no puede deber su emancipación a nadie sino a sí mismos solamente. Es difícil retroceder en aquello y decir que la clase trabajadora no está lista ya para dispensar con autoridad por alguien fuera de la clase.
El Marxismo normalmente trata de abstenerse de su crítica al Anarquismo como tal —a menos que sea impulsado en hacerlo, cuando expone su propio autoritarismo (“¿cómo pueden los trabajadores gestionar las vías férreas, por ejemplo, sin dirección— es decir, sin autoridad?”) y concentra su ataque no en el Anarquismo, sino en los Anarquistas. Esto está basado en un doble estándar: los Anarquistas son tenidos como responsables por el pensamiento y las acciones de todas las personas, vivas o muertas, llamándose a sí mismas Anarquistas, incluso solamente temporalmente, o personas referidas como Anarquistas por otros, incluso si ellos están en desacuerdo, o cuyas acciones pueden ser consideradas anarquistas por los no-anarquistas, incluso en una premisa incorrecta, o son referidos por otros como Anarquistas. Los Marxistas se responsabilizan por los Marxistas que mantienen su tarjeta de partido particular en ese momento.
El Marxismo tiene —ya sea que uno esté de acuerdo o no— una crítica válida de los Anarquistas es preguntar cómo uno puede (ahora) prescindir de la acción política — o si uno debe desechar un arma tan vital. Pero esta crítica varía entre las escuelas del Marxismo, ya que algunos lo han usado para justificar la participación completa en toda la estructura de poder capitalista, mientras otros hablan vagamente solamente de “usar el Parlamento como plataforma”. Lenin reconoció las deficiencias del Marxismo en este respecto e insistió que los trabajadores anarquistas no podían ser criticados por rechazar un Marxismo tan filisteo que usó la participación política por su propio bien y esperar que el Estado capitalista deje ser votado fuera de la existencia pacíficamente. Él entonces se concentró en otro aspecto, del cual Marx fue pionero, a saber la crítica de los Anarquistas, y esta ha dominado todo el pensamiento leninista desde entonces.
Por la falta de cualquier otra crítica de los Anarquistas, los Leninistas —especialmente los Trotskistas— hasta el día de hoy usan el método de crítica personal. Pero como Lenin seleccionó solamente unas pocas personalidades bien conocidas quienes por unos cuantos años estuvieron por debajo de las ideas que predicaron, los Leninistas actuales tienen que mantener que todos los Anarquistas son responsables de cada uno que se hace llamar a sí mismo un Anarquista — o incluso, tales como los Revolucionarios Socialistas Rusos en Rusia, solamente fueron llamados así (si es así) por otros.
Esta arruga en el Leninismo ha producido otra crítica del Anarquismo (generalmente limitada a los Trotskistas y Maoístas); los Anarquistas son responsables no solo por todos los referidos como Anarquistas, sino por todos los trabajadores influenciados por las ideas anarquistas. La C. N. T. siempre es citada aquí, pero significativamente toda su historia antes y después de la guerra civil nunca es mencionada, solamente el periodo de participación en el Gobierno. Por esto, ¡los Anarquistas deben por siempre tomar responsabilidad! Pero los Trotskistas pueden respaldar el sindicato reformista U. G. T. sin aceptar cualquier periodo en toda su historia. En todos los países (en caso de los trabajadores), supuestamente se unen o (en el caso de los estudiantes) aceptan los sindicatos reformistas. Eso está bien. Pero un sindicato revolucionario debe por siempre ser condenado por cualquier desviación. Además, si se rompe nunca debe ser reconstruido; el sindicato reformista debe ser reconstruido de preferencia. Esta es la consecuencia lógica de todo el pensamiento trotskista sobre España u otros países donde tales sindicatos existen, probando su preferencia por el carácter negativo de los sindicatos reformistas, el cual se presta a un liderazgo que ellos pueden capturar; como en contra de un sindicato descentralizado el cual no se puede capturar.
Burgueses baladís
A pesar de esta preferencia por los sindicatos no-revolucionarios y la condena de los Anarquistas por los sindicatos formados desde abajo, todos los Marxistas-leninistas tienen aparentemente una crítica contradictoria de los Anarquistas, a saber, “son burgueses baladís”.
Esto los lleva a otra dificultad —cómo puede uno reconciliar la existencia de sindicatos anarcosindicalistas con orígenes “burgueses baladís”— y ¿cómo se recupera uno del hecho que la mayoría de los Marxistas-leninistas de hoy son damas y caballeros profesionales estudiando o perteneciendo a profesiones conservadoras? La respuesta es generalmente dada que porque anarquistas son “burgueses baladís” aquellos que lo acojan “cualquiera que sea su ocupación u origen social” debe ser también un “burgués baladí”; y porque el Marxismo es la clase trabajadora, sus seguidores deben ser la clase trabajadora “al menos subjetivamente”. Este es un absurdo sociológico, como si la “clase trabajadora” significara un punto de vista ideológico. Es también una cláusula inherente de evasión.
Marx no fue un tonto como sus seguidores. “Burgués baladí” en sus días no significaba un abogado o un contador, un gerente de fábrica, sociólogo, o algo similar (eran “burgueses” —el término era “petit” o pequeño no “baladí” eso calificaba el adjetivo— y significaba precisamente que estos no eran los mismos que la burguesía). El pequeño burgués era uno que tenía menos privilegios, económicamente, que los ricos pero tenía algunos privilegios por virtud de su oficio. El Anarquismo, dijo Marx, fue el movimiento del trabajador artesano —es decir, el artesano autoempleado con algún tiempo libre para pensar y hablar, no sujeto a las horas de fábrica y la disciplina, de mente independiente y difícil de amenazar, no retraído como el campesinado. En Inglaterra, esta gente tendió a convertirse en Radicales, tal vez porque el Estado era menos opresivo y menos obviamente necesario. En muchos países, sin embargo, fueron mucho más extremos en su radicalismo y en la Jura suiza el Anarquismo de los fabricantes de relojes prosperó. Se extendió a París— y la Comuna de París fue, por encima de todo, un levantamiento de los artesanos que habían sido reducidos a la miseria por Napoleón II y su guerra. Son estos artesanos individuales entrando a la industrialización quienes se volvieron Anarquistas, señalan los sucesivos Marxistas. No están condicionados a la disciplina de la fábrica que produce buen orden, a diferencia del proletariado preparado para aceptar un liderazgo y un partido, y trabajar por siempre en la fábrica provista se viene bajo el control del Estado.
Que esta observación fuera verdad es vista por el aplastamiento de la comuna en París y en España y en todas parte del mundo, especialmente en lugares como Italia, Bulgaria, en los límites de los asentamientos judíos en Rusia, etcétera. Debe ser la tarea de un movimiento sindical anarquista apropiarse de las fábricas, pero solo con el fin de romper la producción en masa y regresar a la artesanía. Esto es lo que Marx quiso decir por la perspectiva de “pequeño burgués” y el término habiendo cambiado de significado totalmente, los Marxistas —como creyentes aceptando el Mandato Divino— lo malinterpretan totalmente.
Vanguardias
La reticencia de los Marxistas-leninistas de aceptar el cambio es, sin embargo, sobre todo lo visto en la aceptación de la concepción de Lenin del Partido. (No es el caso de Marx.) Lenin vio que Rusia era una enorme masa de inercia, con un campesinado que no se movería pero tomó todo su sufrimiento con una paciencia “asiática”. Vio al “proletariado” para empujarlo. Pero el “proletariado” era solamente una pequeña parte de Rusia en esa época. Aún así él lo reconoció como la única clase con un interés en el progreso — provisto, él sintió, estaba dirigida por gente inteligente, calculadora, implacable y bien educada (que solamente podría venir de las clases altas en la Rusia de aquella época). El partido que crearon se convertiría, en lo posible, el partido del proletariado en el cual aquella clase pudiera organizar y tomar el poder. Tenían entonces el derecho y el deber de barrer a los otros partidos.
La idiotez de aplicar esto ahora en, por decir, un país como Bretaña es increíble. Uno tiene solamente que ver los partidos que se ofrecen a sí mismos como los variados partidos del proletariado del cual, incidentalmente, solamente puede haber uno. Compáralos con la gente de alrededor. Las membresías de los partidos están lejos en inteligencia y entendimiento políticos. Están ampliamente compuestos de entusiastas superficiales y sin experiencia que entienden mucho menos de lucha de clases que el trabajador promedio.
Habiendo traducido la Revolución Rusa en una mitología que pone gran énfasis en las cualidades poseídas por su liderazgo, entonces pretenden poseer ese carisma de liderazgo. Pero ya que no lo tienen, hay un divorcio total entre la clase trabajadora y la llamada Nueva Izquierda que tiene, por tanto, que cubrirse a sí misma con pura palabrería en la esperanza esto pasará por aprendizaje. En el “Movimiento” más amplio con las definiciones de segunda mano del Marxismo-leninismo, rasguñan al rededor para encontrar alguien realmente tan retrasado y desposeído como el campesino ruso, y recurrir a la mitología del “Tercer Mundo”.
La única crítica, aplicada por los Marxistas-leninistas, del Anarquismo con cualquier seriedad a considerarse es, por lo tanto, solamente aquella de si la acción política debe ser considerada o no. Donde quiera que ha sido emprendida fuera de la clase ha probado ser solamente benéfica para los líderes de fuera de la clase.
La crítica social-demócrata del anarquismo
Los primeros Socialistas no entendieron que sería necesaria una diferencia entre Anarquismo y Socialismo. Ambos eran socialistas, pero mientras el segundo esperaba lograr el socialismo por medios parlamentarios, el primero sintió que los medios revolucionarios eran necesarios. Como resultado, muchos de los primeros grupos Anarquistas y socialistas (especialmente en la Gran Bretaña) fueron intercambiables en la membresía de la clase trabajadora. Algo podía venir de la acción política; algo por métodos industriales; la Revolución debía ser peleada tan pronto como fuera posible; la primera por lo tanto era complementaria de la otra aunque fuera reconocido que podrían tener que seguir caminos separados. Al menos así se pensaba.
Esto, sin embargo, cambió porque la cara del socialismo cambió. Dejó sus ideas libertarias por el Estatismo. El “Socialismo” gradualmente vino a significar Control de Estado de todo y, por tanto, muy lejos de ser otra cara del Anarquismo, fue su opuesto directo. Al decir originalmente que “los Anarquistas eran muy impacientes”, por lo tanto, los Socialistas parlamentarios se voltearon a una crítica de los Anarquistas apuntada a ellos por gente que no tenía deseo de cambiar la sociedad por completo, ya fuera más pronto o tarde. Tomaron lo que es esencialmente la crítica conservadora del Anarquismo la cual es esencialmente que el Estado es el árbitro de la legalidad y el orden económico presente es el único que estableció orden legal. ¡Una sociedad sin Estado —o incluso su defensa— es por consiguiente mirada como criminal en sí misma! No es, como una ley, pero hasta el día de hoy un agente de policía en la corte —o un periodista— se referirá por esta razón al Anarquismo como si fuese evidentemente criminal.
La mayoría de los defensores de cualquier sistema parlamentario deliberadamente confunden parlamentarismo con democracia como un sistema ideal de igual representación, como si ya existiera. Por consiguiente el ultra-parlamentarismo es “antidemocrático, sugiriendo que unos pocos cientos de hombres y unas pocas docenas de mujeres seleccionadas al azar y solas tienen el derecho de ejercer el control sobre el resto del país”.
Desde la rusificación del “Comunismo”, abandonando el parlamentarismo y la democracia, los Social-demócratas se han adaptado a criticar desde el lado revolucionario como ser necesariamente de aquellos que quieren la dictadura. Los Anarquistas, quienes pueden ser difícilmente acusados de dictadura —excepto por periodistas políticamente iletrados que no comprenden las diferencias entre partidos— por lo tanto deben ser “criminales” y movimientos laborales completos han sido estigmatizados por la Segunda Internacional. Esto fue tomado por el Gobierno de los E. U. A. con su legislación de “sindicalismo criminal” la cual era similar a aquella de países más abiertamente fascistas.
No más que los Marxistas-leninistas, los Social-demócratas (en el sentido de Laboristas ortodoxos) son incapaces de establecer que su objeción real al Anarquismo es el hecho que está contra el poder y el privilegio y así mina todo su caso. Sacan el tema, si retados, de que es “imposible”. Si es “imposible”, ¿de qué tienen miedo? ¿Por qué, en países como España y Portugal, donde el único caso de resistir la tiranía fue el Movimiento Anarquista, los Social-demócratas prefirieron ayudar al Partido Comunista? En España, hasta la aparición del Partido Socialista cuando era políticamente beneficiable cambiarse a él, el Partido Laboral Británico ayudó a las facciones de liderazgo comunista pero no hizo nada por la resistencia Anarquista.
La dictadura del proletariado es “posible”, y muy posible. Cuando venga barrerá a los socialistas. Pero si los Anarquistas resisten, los Socialistas al menos sobrevivirán para postular su alternativa. Solamente temen las consecuencias de esa alternativa siendo rechazada decisivamente — ¿puesto que quién escogería el Socialismo de Estado fuera del cenicero por nada si pueden tener Socialismo Sin Estado en su lugar?
En el mundo capitalista, el Social-demócrata objeta los métodos revolucionarios, la “impaciente” y alegada “criminalidad” de los Anarquistas. Pero en el mundo comunista, la social-democracia era por la misma señal conservadora igualmente “criminal” (ciertamente más) desde que presuntamente postulaba la conexión con los poderes enemigos, como ahora es probado. El cargo de “impaciencia” puede difícilmente ser nivelado cuando no había forma de efectuar un cambio legalmente y toda la idea de cambio por medios parlamentarios era un sueño. La Social-democracia, en el sentido del Laborismo, desiste la pelea sin esperanza cuando la tiranía triunfa (a menos que pueda llamar a la intervención extranjera, como en la ocupada Europa en tiempo de guerra). No tiene nada que ofrecer. No hay lucha contra el fascismo o el Leninismo desde la social-democracia porque no se ofrecen métodos constitucionales. En la antigua Unión Soviética y sus satélites, no tenían ideas de cómo cambiar y esperanzaron que disidentes nacionalistas y religiosos aprobaran un poco de liberalismo para bajar la presión. Sabemos ahora qué tan desastrosa ha sido esa política. Sin embargo el anarquismo ofrece un ataque revolucionario sobre los países comunistas que no solo es rechazado por los Social-demócratas; poderosos, ellos se unen con otros poderes capitalistas para hostigar y reprimir ese ataque.
La objeción liberal-demócrata al anarquismo
La liberal-democracia, o el conservadurismo no fascista, tiene miedo de hacer críticas directas del Anarquismo porque el hacerlo mina todo el razonamiento de la Liberal-democracia. Por eso recurre a la falsificación: los Anarquistas son equiparados con los Marxistas (y por tanto toda la crítica marxista del anarquismo es ignorada). El objetivo más frecuente de ataque es sugerir que el Anarquismo es alguna forma de Marxismo más la violencia o alguna forma extrema de Marxismo.
La razón por la que la Liberal-democracia no tiene defensa que ofrecer contra un argumento anarquista real es porque la Liberal-democracia está usándolo como su apología, en la defensa de la “libertad”, pero colocando muros circunscritos a su alrededor. Pretende que el parlamentarismo es alguna forma de democracia, pero algunas veces preparada para admitir (bajo presión) no es una forma de democracia por completo, ocasionalmente busca encontrar caminos para democratizarlo más. El indudable proceso dictatorial de que poca gente una vez electa por medios justos o repugnantes tiene el derecho de tomar decisiones por una mayoría es cubierta por una defensa de los derechos constitucionales o incluso la libertad individual de los miembros del Parlamento solamente. La máxima de Burke de que ellos son representantes, no delegados, es citada ad nauseam (como si este político reaccionario haya atado al pueblo británico por siempre, aunque como él mismo admitió, no buscó pedir sus opiniones para el tema alguna vez).
La economía liberal está casi tan muerta como el dodo. Lo que domina es el monopolio de las grandes firmas o del Estado. La economía de laissez-faire mantiene aspiraciones encarnadas del Partido Conservador las cuales nunca implementaron. Objetan la intervención del Estado en los negocios, pero nunca se preocupan por llevar el espíritu de competición muy lejos. No hay razón lógica de por qué debería haber cualquier restricción en el movimiento de la moneda — y esta es buena política conservadora (¡aunque nunca implementada! ¡No hasta la crisis, cualquier crisis, ya terminó!). Desde este punto de vista, ¿por qué no deberíamos ser capaces de tratar en piezas de oro o en dólares estadounidenses o en taleros de María Teresa o en francos o en marcos alemanes o incluso en los devaluados marcos alemanes? La libra esterlina pronto encontrará su propio nivel, y si se devalúa, mucho peor para ésta. ¿Pero por qué para ahí? Si podemos escoger cualquier moneda que queramos, el socialismo libre puede coexistir con el capitalismo y expulsaría el capitalismo.
Una vez que el socialismo libre compite con el capitalismo —como lo haría si optáramos por ignorar el dinero simbólico del Estado y negociar en una de nuestra propia elección, que refleje los valores reales del trabajo— ¿quién escogería ser explotado? Es evidente que ningún economista de laissez-faire quien tenga que combinar su rol con aquél de político de partido permitiría que las cosas vayan tan lejos.
La Liberal-democracia toma uno de los argumentos normales contra el Anarquismo el cual inicia en el ala derecha: específicamente, comienza con las objeciones contra el socialismo —eso es el Estatismo— pero si hay un socialismo antiestatista que es de hecho más liberal que sí mismo, entonces es “criminal”. Si no es así, entonces se busca la ley para que así sea.
Este argumento es de hecho bajo menosprecio, sin embargo es uno que influye en la prensa, la policía y la judicatura en un grado sorprendente. De hecho el Anarquismo como tal (a diferencia de organizaciones anarquistas específicas) no puede ser ilegal, porque ninguna ley puede hacer que la gente ame al Estado. Es solamente hecho por ideas falsas tales como describir el Estado como “país”.
El hecho es que la Liberal-democracia raras veces expresa argumentos contra el Anarquismo como tal —otra que depender del prejuicio— porque sus objeciones son puramente autoritarias y desenmascaran el Estatismo innato y el autoritarismo del liberalismo. En la actualidad a los conservadores les gusta apropiarse del nombre “liberalismo” para describirse a sí mismo como si estuviese más dispuestos a la libertad que los socialistas. Pero su liberalismo está confinado a mantener el Estado fuera de interferir en sus asuntos. Una vez que el anarquismo deja claro que es posible tener ambas justicia social y prescindir del Estado ellos se muestran en sus verdaderos colores. Sus argumentos contra el socialismo de Estado y el Comunismo puede sonar “libertario”, pero sus argumentos contra el Anarquismo revelan que son esencialmente autoritarios. Eso es por qué prefieren confiar en insinuaciones, calumnias y la presentación de informes falsos, que es parte de la clase dirigente antianarquista, fielmente apoyada por los medios de comunicación.
La objeción fascista al anarquismo
La objeción fascista del Anarquismo es, curiosamente suficiente, más honesta que la del Marxista, el liberal o el Social-demócrata. La mayoría de ellos dirán, si presionados, que el Anarquismo es un ideal, tal vez imperfectamente comprendido, pero ya sea imposible de lograr o posible solamente en un futuro distante. El fascista, por el contrario, admite su posibilidad; lo que es negado es su deseabilidad.
La derecha autoritaria (cuyo término incluye a muchos más allá de aquellos llamando a sí mismos fascistas) adoran las mismas cosas que son anatema para los Anarquistas, especialmente el Estado. Aunque la concepción del Estado es idealizada en la teoría fascista, no se niega que se podría prescindir de él. Pero el “primer deber del ciudadano es defender el Estado” y es alta traición oponerse o defender su abolición.
Algunas veces el Estado se disfraza como la “gente corporativa” o la “nación”, dando una idea mística del Estado más allá del mero aparato burocrático de gobierno. Las fuerzas de militarismo y la opresión son idealizadas (después del emperador alemán que dijo que la paz universal era “solamente un sueño y no un buen sueño”). Correr a través del patriotismo de derecha es un sentimiento místico sobre el “país”, pero aunque los Nazis en particular algunas veces han recurrido a una idealización de la “gente” (esta es más una connotación racial que popular en alemán), es en realidad la tierra actual que se considera sagrada, así llevando el mito del Estado a su lógica conclusión. Para los Anarquistas eso, por supuesto, es un sinsentido. El sinsentido puede ser visto en su forma más fuerte con los seguidores de Franco que mataron muchos españoles incluso después que la Guerra Civil terminara, mientras se añora la estéril roca de Gibraltar: especialmente en General Milán de Astrray, quien quería matar “malos españoles” y erradicar Catalanes y Vascos en el nombre de la España unitaria, por consiguiente (como Unamuno señaló) hacer de España “un manco y un tuerto, como era el General mismo”.
El Anarquismo es claramente visto por los fascistas como una amenaza directa no una puramente filosófica. No es meramente la acción directa de los Anarquistas sino la cosa en sí misma que representa el mal. Los medios de comunicación “democráticos” finalmente sortearon tomar estos hilos en el pensamiento fascista, planchándolos amablemente, y presentándolos en las historias de “noticias”. Hitler miró el Estado Autoritario que había construido como milenario (el Estado de mil años) pero él sabía que podía ser desmembrado y rechazado. Su tema constante era el peligro de esto y mientras concentró (por razones políticas) los ataques en un rival totalitario, el Comunismo de Estado (ya que Rusia presentaba una amenaza militar), sus ataques al “cosmopolitismo” tenían el reiterado tema del antianarquismo.
El “Cosmopolitismo” y el “No-Estado” son los “crímenes” que el Nazismo asoció con los Judíos, aunque desde la época de Hitler muchos de ellos habían vuelto al nacionalismo y a un Estado fuerte. El tema de la “dominación judía” va mano a mano con la “destrucción anarquista de la autoridad, la moral y la disciplina”, desde que el fascismo mira a la libertad personal como mala en sí misma y solamente es permisible la libertad nacional. Desde el momento en que uno puede hacer cualquier sentido de los discursos de Hitler (los cuales son algunas veces engañosos ya que siguió diferentes líneas de pensamientos de acuerdo a la forma en que podía influir en una audiencia), él creyó que “hundir en la Anarquía” a un país (abolición de las restricciones de Estado) llevaría al caos, lo cual haría posible para una dictadura que no sea la de los intereses del pueblo para tener éxito.
Hitler no confundió el Comunismo de Estado con el Anarquismo (como Franco lo hizo deliberadamente) por razones de propaganda, para tratar de erradicar el Anarquismo de la historia. Él equiparó el Comunismo con la “dominación judía”, y el caso contra los judíos (en el pensamiento original nazi) que son un pueblo racialmente puro que ganará conquista sobre ilotas como los alemanes.
Una “Raza Superior” debe controlar a los alemanes para mantener fuera el Estado rival. En una condición de libertad los alemanes “ilotas” se volverían a la Anarquía, justo como los racialmente “inferiores” Celtas de Francia rechazaron expulsó a los nórdicos señores normandos (la versión Houston Chamberlain de la Revolución Francesa). Después, por supuesto, cuando el Nazismo se volvió un Partido de masas fue conveniente cambiar esto diciendo que los alemanes eran la Raza Superior, pero esta no era la filosofía nazi original, ni era aceptada en privado por los líderes nazis (“el pueblo alemán no es digno de mí”). Pero difícilmente podían decir en los mítines masivos que eran todos “ilotas”. Al menos no hasta que su poder fuera completo. Esta idea de que todo un pueblo (cualquiera que fuera) puede nacer “ilota” no podía ser mejor expresado como el opuesto del Anarquismo, ya que en este caso sería de hecho imposible.
Esta propaganda Nazi es repetida por los medios de comunicación hoy; “hundir el país en la Anarquía sería seguida por una dictadura comunista o de extrema derecha” es la jerga actual de los periódicos.
Para resumir la objeción fascista al Anarquismo: no se niega que la abolición del Estado puede suceder, pero si así es, dadas las libertades económicas, sociales y políticas, los “ilotas” —que están “naturalmente inclinados” a aceptar la subordinación de razas superiores— buscarán dueño. Tendrán nostalgia por el “mando fuerte”.
En el pensamiento nazi, el mando fuerte solamente puede venir (en teoría) de miembros racialmente puros de la “Raza Maestra” (algo un poco más que una clase y menos que un pueblo), los cuales pueden ser jefes constructivos (por ejemplo, los “arios”) o una raza que no ha tenido contacto con el “suelo” y será así destructiva.
En otros tipos de pensamiento fascista, dada la libertad, el pueblo desechará todas las lealtades patrióticas y nacionalistas y así el “país” cesará de ser grande. Esta es la base del fascismo de Mussolini, y, por supuesto es perfectamente verdad, teniendo en cuenta que “el país” es su sinónimo de Estado y su sola concepción de grandeza es militarista. El más sincero de todos es el tipo de fascismo español el cual buscó imponer la dominación de clase de la forma más brutal y dejar claro que su oposición al Anarquismo era simplemente en orden de mantener abajo a la clase trabajadora. Si era necesario, la clase trabajadora podía ser, y era, diezmada en orden de aplastar el Anarquismo.
¡Es verdad de todas las filosofías políticas y patente con la fascista, que su relación con el Anarquismo lanza luz sobre sí misma!
La objeción de una persona promedio al anarquismo
Hablando generalmente, la gente ordinaria toma su objeción al Anarquismo de la prensa, que a su vez es influenciada por lo que la clase dirigente quiere. Por muchos años hubo una conspiración de silencio de la prensa contra el Anarquismo, seguida en 11,960 c. h. por un fallo en transcribir Anarquismo y Marxismo, o Anarquismo y nacionalismo, de modo que uno debería ser referido al otro con el fin de confundir. Esto nació en muchas exposiciones en muestras* de la Bandera Negra donde los Marxistas declarados estaban en los turbulentos sesentas descritos en la prensa como “Anarquistas” mientras Anarquistas declarados eran descritos como “Marxistas” o “nacionalistas”. En algunas ocasiones los nacionalistas eran llamados “Anarquistas”, pero generalmente cuando la palabra “Anarquistas” era usada como si describiera uno mismo como un Anarquista, era hacer una confesión de culpabilidad. Esto, como hemos visto, es tomado de la actitud liberal-demócrata al Anarquismo. Pero tiene un sabor muy fuerte con la actitud fascista también. Por eso, la frase “Anarquista confeso” vino a ser usada por la prensa para describir a una persona que es un Anarquista en oposición a alguien que han meramente etiquetado Anarquista con el fin de confundir.
Esto ha cambiado de alguna manera con la explotación del Anarquismo por la explotación comercial de la música y la explotación académica de la filosofía, dando surgimiento a una versión liberal de la clase media de un Anarquismo como un filósofo de mente liberal, un excéntrico inofensivo, chicos sin estudios, o una persona vistiendo a la moda ropas pasadas de moda.
Como opuesta a esta cada vez mayor y popular idea equivocada, la persona promedio toma el punto de vista fascista del anarquismo —como tomada en su totalidad por los oficiales de policía y otros— como genuino, pero atenuada por el hecho de que no se toma muy en serio. Algunas veces confunden la palabra “revolucionario” y asumen que todo el que protesta es Anarquista. Esta ignorancia, sin embargo, es más seguido mostrada por los periodistas que por el público general.
Cuando se trata de una objeción al Anarquismo como es éste, a diferencia de las objeciones a un Anarquismo mitológico como imaginado o caricaturizado por los Partidos autoritarios o la clase dirigente, o practicado por la clase dirigente alternativa, no hay muchas objeciones serias del público general. Ellos pueden pensarlo no posible de realización si se presenta en una forma positiva para ellos, pero generalmente lo hacen si se presenta en una manera negativa — por ejemplo, describiendo la tiranía del Estado. El hecho de que podríamos prescindir de los partidos autoritarios, la inutilidad de los políticos, entre otras cosas es generalmente acordado. La sola objeción principal es tal vez el sentimiento de que quieren sacar el máximo provecho de la vida tal como es: y ellos no se sienten lo suficientemente fuertes para retar al Estado o para hacer frente la lucha involucrada en provocar una Sociedad Libre, o tolerar las muchas vicisitudes (mayores y menores) que hacen la vida de un militante o alguien razonablemente comprometido a un ideal. Las tentaciones son grandes para conformarse y aceptar los sobornos que la clase capitalista puede tender ahora. Solamente cuando el Estado quiere su última gota de sangre la gente despierta a la necesidad de la resistencia, pero entonces es muy tarde y también, por supuesto, el Estado entonces pasa a tener la pretensión de ser “el país” con el fin de ser amado en lugar de ser odiado o que no fuera de su agrado.
La reducción del anarquismo a la marginación
Pero métodos astutos, no usados contra otras teorías políticas, es intentando por la propaganda estatista marginar el Anarquismo a nada. Es confundido por los periodistas, profesores e “investigadores” subsidiados mostrar que los Anarquistas son idénticos a los bohemios, drogadictos, asesinos nacionalistas, viajeros del New Age, disidentes políticos, militantes sindicalistas, jóvenes rebeldes, teóricos de la clase media, soñadores, conspiradores, comediantes, reformadores frustrados, pacifistas extremos, asesinos, escolares rebeldes y criminales. Algunos Anarquistas, uno supone, puede ser cualquiera pero difícilmente todos estos —como puedes los miembros de todas las persuasiones políticas— pero ninguno puede ser descriptivo de la causa. Por mal uso de la palabra “Anarquista” o por añadido de “presunto” o “confeso” Anarquista; o por conjuntar la palabra con una contradicción obvia, el Anarquismo puede ser marginado y, por implicación, las teorías estatistas hechas para parecer la norma.
Albert Meltzer
Anarchism: Arguments for and against
Introduction
The Historical Background to Anarchism
It is not without interest that what might be called the anarchist approach goes back into antiquity; nor that there is an anarchism of sorts in the peasant movements that struggled against State oppression over the centuries. But the modern anarchist movement could not claim such precursors of revolt as its own more than the other modern working class theories. To trace the modern Anarchist movement we must look closer to our own times. While there existed libertarian and non-Statist and federalist groups, which were later termed anarchistic in retrospect, before the middle of the nineteenth century, it was only about then that they became what we now call Anarchists.
In particular, we may cite three philosophical precursors of Anarchism, Godwin, Proudhon, and perhaps Hegel. None of these was in fact an Anarchist, though Proudhon first used the word in its modern sense (taking it from the French Revolution, when it was first used politically and not entirely pejoratively). None of them engaged in Anarchist activity or struggle, and Proudhon engaged in parliamentary activity. One of the poorest, though ostensibly objective, books on Anarchism, Judge Eltzbacher’s Anarchism, describes Anarchism as a sort of hydra-headed theory some of which comes from Godwin or Proudhon or Stirner (another who never mentions anarchism), or Kropotkin, each a different variation on a theme. The book may be tossed aside as valueless except in its description of what these particular men thought. Proudhon did not write a programme for all time, nor did Kropotkin in his time write for a sect of Anarchists. But many other books written by academics are equally valueless: many professors have a view of anarchism based on the popular press. Anarchism is neither a mindless theory of destruction nor, despite some liberal-minded literary conceptions, is it hero-worship of people or institutions, however liberated they might be.
Godwin is the father of the Stateless Society movement, which diverged into three lines. One, that of the Anarchists (with which we will deal). Two, that of classic American Individualism, which included Thoreau and his school, sometimes thought of as anarchistic, but which equally gives rise to the ‘rugged individualism’ of modern ‘libertarian’ capitalism and to the pacifist cults of Tolstoy and Gandhi which have influenced the entire hippy cult. Individualism (applying to the capitalist and not the worker) has become a right-wing doctrine.
The second line of descent from Godwin is responsible for the ‘Pacifist Anarchist’ approach or the ‘Individualist Anarchist’ approach that differs radically from revolutionary anarchism in the first line of descent. It is sometimes too readily conceded that ‘this is, after all, anarchism’. Pacifist movements, and the Gandhian in particular, are usually totalitarian and impose authority (even if only by moral means); the school of Benjamin Tucker — by virtue of their individualism — accepted the need for police to break strikes so as to guarantee the employer’s ‘freedom’. All this school of so-called Individualists accept, at one time or another, the necessity of the police force, hence for Government, and the definition of anarchism is no Government.
The third school of descent from Godwin is simple liberalism, or conservative individualism.
Dealing here with the ‘first line of descent’ from Godwin, his idea of Stateless Society was introduced into the working class movement by Ambrose Cuddon (jun). His revolutionary internationalist and non-Statist socialism came along the late days of English Chartism. It was in sympathy with the French Proudhonians. Those who in Paris accepted Proudhon’s theory did not consider themselves Anarchists, but Republicans. They were for the most part self-employed artisans running their own productive businesses. The whole of French economy was geared both to the peasantry and to the artisan — this, the one-person business of printer, bookbinder, wagon and cart maker, blacksmith, dressmaker, goldsmith, diamond polisher, hat maker as distinct from the factory or farm worker of the time, who worked for an employer. Independent, individualistic and receiving no benefit from the State but the dubious privilege of paying taxes and fighting, they were at that time concerned to find out an economic method of survival and to withstand encroaching capitalism.
Marx described them as ‘petty bourgeois’, which had a different meaning in the nineteenth century. He justifiably claimed that these ‘petty bourgeois’ were not as disciplined as the then factory workers (he despised farm workers) and said that when they were forced into industry they did not faithfully follow the line laid down by a disciplined party from outside the class, but were independent of mind and troublesome to organisation imposed from above, their frustration often leading to violence. They moved to anarchism and through syndicalism spread it through the working class. (This claim is echoed by Marxists nowadays, when the term ‘petty bourgeois’ means something utterly different — solicitors and chartered accountants — and thus makes Marx’s quite sensible analysis sound utterly ridiculous.)
These French and English movements came together in the First International. The International Workingmen’s Association owed its existence to Marx, indirectly to Hegelian philosophy. But within the International, there was not only the ‘scientific socialism’ of Marx, but also Utopian Socialism, Blanquism (working-class republicanism), English Trade Unionism, German-authoritarian and opportunistic socialism, and Spanish, Swiss, and Italian stateless socialism, as well as national Republicanism and the various federalistic trends.
Bakunin was not the ‘father’ of anarchism, as often described. He was not an anarchist until later in life. He learned his federalism and socialism from the Swiss workers of the Jura, and gave expression to the ideas of the Godwinian and Proudhonian ‘federalists’, or non-State socialists. In many countries, Spain and Italy in particular, it was Bakunin’s criticism of the ideas of Marx that gave the federalist movement its definition. (While to Anarchists, Marx is of course “the villain of the piece” in the International, it must be granted that without Marx defining one form of socialism there would have been no clash, no Bakunin defining the opposite.)
There had grown up by 1869 a very noticeable trend within the International that was called ‘Bakuninist’ which was in one line from Godwin and another from Proudhon. When the Paris Commune exploded in the face of the International, it was the parting of the ways (though this was deferred a little longer and seemed to follow personal lines). From the non-Anarchists and Marxists knew by their different analyses and interpretations and actions during the Paris Commune, that they were separate.
All the same, for many years Anarchists continued to form part of the Socialist Movement that included Marxists and Social-Democrats. Marx had not succeeded in building a mass movement. The German socialist movement was more influenced by Lassalle; English socialism by reformist and Christian traditions of radical nonconformity. Only after Marx’s death, when Marxism was the official doctrine of German social-democracy, were Anarchists finally excluded from Socialist Internationals; social-democracy marched on to its own schism, that between English Liberalism on the one hand, and social-democracy on the other; and that between ‘majority’ Social-Democrats (Bolsheviks, actually never more than a minority) and reformism.
There were no such schisms at that time in the anarchist movement as such. Popular opinion made such figures as Tolstoy into (what he never claimed to be) an anarchist (he was not; neither in the normal sense of the words was he a Christian or a Pacifist, as popularly supposed, but his idolators always know better than he), but derived from the ‘second line’ of Godwinism like many other caricature-Anarchists. What we may call ‘mainstream’ anarchism was coherent and united, and was given body by the writings of a number of theoreticians, such as Peter Kropotkin.
After the bloody suppression of the Paris Commune, and repression in many parts of the world — notably Tsarist Russia, Anarchism passed into its well-known stage of individual terrorism. It fought back and survived and gave birth to (or was carried forward in) the revolutionary syndicalist movement which began in France. It lost ground after the First World War, because of the revival of patriotic feeling, the growth of reformist socialism, and the rise of fascism; and while it made a contribution to the Russian Revolution, it was defeated by the Bolshevik counterrevolution. It was seen in both resistance and in a constructive role in the Spanish Revolution of 1936.
By the time of the Second World War, Anarchism had been tried and tested in many revolutionary situations and labour struggles. Alternative forms had been tried and discarded; the German Revolution had introduced the idea of Workers Councils. The experience of the American IWW had shown the possibilities of industrial unionism and ‘how one can build the new society in the shell of the old’. In the ‘flint against flint’ argument against Marxist Communism, the lesson of what socialism without freedom meant in Russia, and the failure of reformist socialism everywhere, the anarchist doctrine was shaped.
There were never theoreticians of Anarchism as such, though it produced a number of theoreticians who discussed aspects of the philosophy. Anarchism has remained a creed that has been worked out in practice rather than from a philosophy. Very often, a bourgeois writer comes along and writes down what has already been worked out in practice by workers and peasants; he is attributed by bourgeois historians as being a leader, and by successive bourgeois writers (citing the bourgeois historians) as being one more case that proves the working class relies on bourgeois leadership.
More often, bourgeois academics borrow the name ‘Anarchism’ to give expression to their own liberal philosophies or, alternatively, picking up their cue from journalists, assorted objects of their dislike. For some professors and teachers, ‘Anarchism’ is anything from Tolstoyism to the IRA, from drug-taking to militant-trade unionism, from nationalism to bolshevism, from the hippy cult to Islamic fundamentalism, from the punk scene to violent resistance to almost anything! This is by no means an exaggeration but a sign of academic illiteracy, to be distinguished from journalists who in the 1960s obeyed a directive to call anything Marxist-Leninist that involved action as ‘Anarchist’ and anything Anarchist as ‘nationalist’.
Inalienable Tenets of Anarchism
That Mankind is Born Free
Our rights are inalienable. Each person born on the world is heir to all the preceding generations. The whole world is ours by right of birth alone. Duties imposed as obligations or ideals, such as patriotism, duty to the State, worship of God, submission to higher classes or authorities, respect for inherited privileges, are lies.
If Mankind is Born Free, Slavery is Murder
Nobody is fit to rule anybody else. It is not alleged that Mankind is perfect, or that merely through his/her natural goodness (or lack of same) he/she should (or should not) be permitted to rule. Rule as such causes abuse. There are no superpeople nor privileged classes who are above ‘imperfect Mankind’ and are capable or entitled to rule the rest of us. Submission to slavery means surrender of life.
As Slavery is Murder, so Property is Theft
The fact that Mankind cannot enter into his/her natural inheritance means that part of it has been taken from him or her, either by means of force (old, legalised conquest or robbery) or fraud (persuasion that the State or its servants or an inherited property-owning class is entitled to privilege). All present systems of ownership mean that some are deprived of the fruits of their labour. It is true that, in a competitive society, only the possession of independent means enables one to be free of the economy (that is what Proudhon meant when, addressing himself to the self-employed artisan, he said “property is liberty”, which seems at first sight a contradiction with his dictum that it was theft). But the principle of ownership, in that which concerns the community, is at the bottom of inequity.
If Property is Theft, Government is Tyranny
If we accept the principle of a socialised society, and abolish hereditary privilege and dominant classes, the State becomes unnecessary. If the State is retained, unnecessary Government becomes tyranny since the governing body has no other way to maintain its hold. “Liberty without socialism is exploitation: socialism without liberty is tyranny” (Bakunin).
If Government is Tyranny, Anarchy is Liberty
Those who use the word “Anarchy” to mean disorder or misrule are not incorrect. If they regard Government as necessary, if they think we could not live without Whitehall directing our affairs, if they think politicians are essential to our well-being and that we could not behave socially without police, they are right in assuming that Anarchy means the opposite to what Government guarantees. But those who have the reverse opinion, and consider Government to be tyranny, are right too in considering Anarchy, no Government, to be liberty. If Government is the maintenance of privilege and exploitation and inefficiency of distribution, then Anarchy is order.
The Class Struggle
Revolutionary Anarchism is based on the class struggle, though it is true that even the best of Anarchist writers, to avoid Marxist phraseology, may express it differently. It does not take the mechanistic view of the class struggle taken by Marx and Engels that only the industrial proletariat can achieve socialism, and that the inevitable and scientifically-predictable victory of this class represents the final victory. On the contrary: had anarchism been victorious in any period before 1914, it would have been a triumph for the poorer peasants and artisans, rather than among the industrial proletariat amongst whom the concept of anarchy was not widespread.
As we have said, Marxists accuse the Anarchists of being petty bourgeois. Using the term in its modern sense, it makes Marx look ridiculous. Marx was distinguishing between the bourgeois (with full rights of citizens as employers and merchants) and the minor citizens — i.e. self-employed workers). When Marx referred to the Anarchists being ‘petty bourgeois’ who when they were forced by monopoly capitalism and the breakdown of a peasant-type society into industry, and being therefore ‘frustrated’ and turning to violence, because they did not accept the discipline taken for granted by the industrial proletariat, he was expressing something that was happening, especially after the breaking up of the independent Communes of Paris and Barcelona, and the breakdown of the capitalist economy, in his day. But, with the change of meaning, to think of today’s Anarchists as frustrated bowler-hatted bank managers turning to violence because they have been forced into industry is straining one’s sense of the ridiculous.
Marx thought the industrial proletariat was not used to thinking for itself — not having the leisure or independence of the self-employed — and was therefore capable ‘of itself’ of a ‘trade union mentality, needing the leadership of an ‘educated class’ coming from outside, and presumably not being frustrated. This in his day was thought of as the scholars as an elite, in later times the students.
Marx certainly did not foresee the present day, when the students as a frustrated class, having absorbed the Marxist teachings, are being forced into monotonous jobs or unemployment and create the New Left with its own assumptions and preoccupations, but are clearly not a productive class. Any class may be revolutionary in its day and time; only a productive class may be libertarian in nature, because it does not need to exploit. The industrialisation of most Western countries meant that the industrial proletariat replaced the old ‘petty bourgeois’ class and what is left of them became capitalist instead of working class, because it had to expand and therefore employ in order to survive. But recent tendencies in some Western countries are tending to the displacement of the working class and certainly the divorcing of them from their productive role. Mining, shipbuilding, spinning, manufacturing industries, and whole towns are closed down and people are forced to into service jobs like car-park attendants or supermarket assistants which are not productive and so carry no industrial muscle.
When the industrial proletariat developed, the Anarchist movement developed into anarcho-syndicalism, something coming from the workers themselves, contrary to the idea that they needed a leadership from outside the class or could not think beyond the wage struggle. Anarcho-syndicalism is the organisation at places of work both to carry on the present struggle and eventually to take over the places of work. It would thus be more effective than the orthodox trade-union movement and at the same time be able to bypass a State-run economy in place of capitalism.
Neither Anarchism nor Marxism has ever idealised the working class (except sometimes by way of poetic licence in propaganda!) — this was a feature of the Christian Socialists. Nor was it ever suggested that they could not be reactionary, In fact, deprivation of education makes the poorer class on the whole the more resistant to change. It would be trying the reader’s patience too much to reiterate all the ‘working class are not angels’ statements purporting to refute that the working class could not run their own places of work. Only in heaven, so I am informed, will it be necessary for angels to take over the functions of management!
Organisation and Anarchism
Those belonging to or coming from authoritarian parties find it hard to accept that one can organise without ‘some form’ of Government. Therefore they conclude, and it is a general argument against Anarchism, that ‘Anarchists do not believe in organisation’. But Government is of people, organisation is of things.
There is a belief that Anarchists ‘break up other people’s organisations but are unable to build their own’, often expressed where dangerous, hierarchical, or useless organisations dominate and prevent libertarian ones being created. It can well be admitted that particular people in particular places have failed in the task of building Anarchist organisations but in many parts of the world they do exist
An organisation may be democratic or dictatorial, it may be authoritarian or libertarian, and there are many libertarian organisations, not necessarily anarchist, which prove that all organisation need not be run from the top downwards.
Many trade unions, particularly if successful, in order to keep their movement disciplined and an integral part of capitalist society, become (if they do not start so) authoritarian; but how many employers’ organisations impose similar discipline? If they do, their affiliates would walk out if it did not suit their interests. They must come to free agreement because some have the means to resist intimidation. Even when they resort to fascism to keep the workers down, the employers retain their own independence and financial power; Nazism goes too far for smaller capitalists in that after having crushed the workers it also limits, or even negates, the independence of the class that put it in power.
Only the most revolutionary unions of the world have ever learned how to keep the form of organisation of mass labour movements on an informal basis, with a minimum of central administration, and with every decision referred back to the workers on the shop floor.
The Role of an Anarchist in an Authoritarian Society
“The only place for a free man in a slave society is in prison,” said Thoreau (but he only spent a night there). It is a stirring affirmation but not one to live by, however true it is. The revolutionary must be prepared for persecution and prosecution, but only the masochist would welcome it. It must always remain an individual action and decision as to how far one can be consistent in one’s rebellion: it is not something that can be laid down. Anarchists have pioneered or participated in many forms of social rebellion and reconstruction, such as libertarian education, the formation of labour movements, collectivisation, individual direct action in its many forms and so on.
When advocating anarcho-syndicalist tactics, it is because social changes for the whole of society can only come about through a change of the economy. Individual action may serve some liberatory process, it’s true. Individuals, for example, may retire to a country commune, surround themselves with like-minded people and ignore the world so long as it overlooks them. They might certainly meanwhile live in a free economy if they could overcome certain basic problems, but it would not bring about social change.
This is not to decry individual action, far from it. Whole nations can live under dictatorship and sacrifice whole peoples one by one, and nobody will do anything about it until one individual comes along and cuts off the head of the hydra, in other words, kills the tyrant. But genocide can take place before the individual with the courage, ability, and luck required comes along.
In such cases, we see waiting for mass action as queuing up for the gas chamber (it can be literally so). We do not think “the proletariat can do no wrong” and most of all; by submission, it can. But organisation is strength. We advocate mass action because it is effective and because the proletariat has in its hands the means to destroy the old economy and build anew. The Free Society will come about through workers’ control councils taking over the places of work and by conscious destruction of the authoritarian structure. They can be built within unionisation of the work-forces of the present time.
Workers Control
When advocating workers’ control for the places of work, we differ from those who are only advocating a share of management or imagine there can be an encroachment upon managerial function by the workers within capitalism. Self-management within a capitalist society is a sizeable reform, and is occasionally attainable when the work-force is in a particularly strong position, or more often when the work is sufficiently hazardous to defy outside inspection. That is all it is, however, and is not to be confused with syndicalism, except in the sense that the syndicalist thinks the future society should be self-controlled. We want no authority supreme to that of the workers, not even one of their delegates.
This probably means breaking industry down into small units, and we accept this. We reject ‘nationalisation’ = State control.
It should not be (but unfortunately is) necessary to explain that there are, of course, ways of personal liberation other than class action, and in some cases these may be necessary lest one starve. But none of these can at present help to change society. The self-employed artisan no longer plays an important part as in Proudhon’s day (and perhaps this will be revived with a new society). One can get satisfaction working on one’s own, one may have to do so by economic necessity, but the means of changing society rest with those who are working in the basic economy.
Trends over recent years show the importance of the self-employed artisan. As major industries are decimated by the ruling class because no longer necessary to capitalism, a means of integrating those working outside mainstream capitalism will increasingly need to be found if we are to achieve change. It was the necessity of finding this in a previous reversal of capitalist trends that led to the original formation of anarcho-syndicalism.
The Anarchist as Rebel
It is not unknown for the individual Anarchist to fight on alone, putting forward his or her ideas in a hostile environment. There were many examples in the past of Anarchists struggling on alone, sometimes only one in the country. It is less the case at the present time when there are usually many people calling themselves Anarchists, though perhaps only one or two in a locality who really are so, and not just adopting the label to describe rebellion when young.
Anarchists in such circumstances may fight alone for the principle of Anarchism, but usually participate in other struggles, such as anti-militarism, anti-imperialism, anti-nationalism or solely within the content of the class struggle or they may form organisations of their own.
It is no part of the case for Anarchism to say that the profession of its ideas changes peoples’ character; or that the movement invites itself to be judged on anyone who happened to be around at any one time. Organisations they create may become reformist or authoritarian; people themselves may become corrupted by money or power. All we can say is that ultimately such corruption normally leads them to drop the name ‘Anarchist’, as standing in their way. If ever the term became ‘respectable’, no doubt we would have to choose a fresh one, equally connotative of libertarian rebellion — at present it can still stand as descriptive though increasingly misused.
In all organisations, personalities play a part and it may be that in different countries different schisms may occur. Some say that there are different types of Anarchism. Syndicalism, Communism, individualism, pacifism, have all been cited as such. This is not so. If one wishes to cause a schism, purely on personal reasons or because one wishes to become more quietist or reformist, it is no doubt convenient to pick a name as a ‘banner’. But in reality there are not different forms of Anarchism. Anarchist-Communism, in any definition (usually that of Kropotkin), means a method of socialism without Government, not a different style of anarchism. An alternative idea, called Anarchist-Collectivism, once favoured by Spanish Anarchists, was found in practice to be exactly the same. If one is going to have no rule from above, one cannot lay down a precise economic plan for the future, and Communism and collectivisation controlled from below upwards proved to be no different from each other, or from syndicalism, a permanent means of struggle toward the same goal.
Communism, in the sense used by Anarchists, is a society based on the community. Collectivism is a division of the commune into economic units. Unless the commune is very small — based upon the village — it has to be divided into smaller units, collectives, so that all can participate and not just their elected representatives. Otherwise it would merely be industrial democracy. While free Communism is an aim, syndicalism is a method of struggle. It is the union of workers within the industrial system attempting to transform it into a free Communistic society.
State Communism is not an alternative Communism to free Communism, but its opposite. It is the substitution of the State or the Party for the capitalist class. Communism is not necessarily Anarchist, even if it is not State Communism but the genuine authoritarian form of Communism (total State control without having degenerated into absolute power from above, or even governmental dominated socialisation). Syndicalism is not necessarily revolutionary and even revolutionary syndicalism (the idea that workers can seize places of work through factory organisation) need not be libertarian, as it can go hand-in-hand with the idea of a political party exercising political control. This is why we use the mouthful: anarcho-syndicalism. Workers control of production, community control from below, no Government from above.
Nonviolence
Is pacifism a trend within Anarchism? Though phoney Anarchism contains a large streak of pacifism, being militant liberalism and renouncing any form of positive action for Anarchism, pacifism (implying extreme nonviolence, and not just anti-militarism) is authoritarian. The cult of extreme nonviolence always implies an elite, the Satyagrahi of Gandhi, for instance, who keeps everyone else in check either by force or by moral persuasion. The general history of the orthodox pacifist movements is that they attempt to dilute a revolutionary upsurge but come down on the side of force either in an imperialist war or by condoning aggressive actions by governments they support.
Both India and Israel were once the realisation of the pacifist ideals; the atom bomb was largely developed and created by nonviolent pacifists and by League of Nations enthusiasts; the Quakers as peace-loving citizens but commercial tyrants and colonialists are notorious. In recent times, many who rejected Anarchist actions of the Spanish Resistance (though claiming to be “nonviolent Anarchists”) had no difficulty late in supporting far more “violent” actions of different nationalist movements.
It is true to say that there are Anarchists who consider pacifism compatible with Anarchism in the sense that they advocate the use of non-violent methods though usually nowadays advocating this on the grounds of expediency or tactics rather than principle. But this should not be confused with the so-called “Tolstoyan Anarchism” (neither Tolstoyan or Anarchist). Tolstoy considered the Anarchists were right in everything but that they believed in revolution to achieve it. His idea of social change was “within one” (which is to say in the sky). He did not advocate nonviolent revolution, he urged nonresistance as a way of life compatible with Christian teaching though not practised as such.
One has to say also that this refers to pacifism in the Anglo-American sense, somewhat worse in Great Britain where the concept of legalised conscientious objection led to a dialogue between pacifism and the State. In countries where objection to military service remained a totally illegal act, the concept of pacifism is not necessarily extreme nonviolence.
Immediate Aims of the Anarchist
A “reformist” is not someone who brings about reforms (usually they do not, they divert attention to political manoeuvring): it is someone who can see no further than amelioration of certain parts of the system. It is necessary to agitate for the abolition of certain laws or for the immediate reform of some, but to idealise the agitation for reforms, or even the interests in reform of minorities or even whole communities, is reformist. This reformism has permeated the whole of what is now called the left wing. It creates new industries in the interests of aspiring bureaucrats allegedly guarding over minority interests, preventing people in those minorities from acting on their own behalf. This is noticeable even in women’s struggles which the left marginalises as if it were a minority issue.
Sometimes laws are more harmful than the offences they legislate against. No law is worth passing even to hope which are socially beneficial on the surface, since they are sure to be interpreted wrongly and are often used to bolster the private opinion of judges who carry them out. The old British custom of sentencing poorer classes to death for minor thefts above a small pecuniary value was not abolished by Parliament nor by the judges, but by the final refusal of juries to admit when forced to a guilty verdict that the goods were above that value.
The Anarchists can as individuals or in groups press for reforms but as Anarchists they seek to change minds and attitudes, not to pass laws. When minds are changed, laws become obsolete and, sooner or later, law enforcers are unable to operate them. Prohibition in America, the Poll Tax in Britain, are instances. At that point the law has to adapt itself to public opinion.
The Witchcraft Act remained on the statute books until some 40 years ago and it was enforced right up to the time of its abolition though the Public Prosecutor only dared to use a few of its clauses for fear of ridicule. It was abolished for political reasons but the equally ridiculous Blasphemy Act was retained, being unquestioned by Parliament until the agitation by Muslims that it was clearly unfair that one could be fined for offending Christianity while one could not be executed for offending Islam.
The ‘1381’ law was useful for squatters to persuade people they could occupy neglected buildings without offence, the odd thing being that the law did not exist. The myth was enough provided people believed in it.
One has to carry on a resistance to any and every form of tyranny. When governments use their privileges threatened, they drop the pretence of democracy and benevolence which most politicians prefer. Anarchists are forced to become what politicians describe them as: ‘agents of disorder’, though there is a lot more to Anarchism to that, and all ‘agents of disorder’ are not necessarily Anarchists.
A Marxist-Leninist would say, “Anarchists are able to bring about disorder but cannot seize power. Hence they are unable to make take advantage of the situations they create, and the bourgeoisie, regrouping its strength, turns to fascism”.
A Tory would say that Marxist-Leninists are Anarchists “because they wish to create Anarchy to create the conditions in which they would seize power”. Both are absurdities. Anarchists can, of course, “seize power” no less than anyone just as a teetotaler can get blind drunk, but they would hardly continue to merit the name. Anarchists in power would not necessarily be any better or worse than anyone else, and they might even be as bad as Communists or fascists. There is no limit of degradation to which power cannot bring anyone even with the loftiest principles. We would hope that being unprepared for power, they would be ineffective. Their task is not to “seize power” (those who use this term show that they seek personal power for themselves) but to abolish the bases of power. Power to all means power to nobody in particular.
If one leaves the wild beast of State power partially wounded, it becomes more ferocious than ever, a raging wild beast that will destroy or be destroyed. This is why Anarchists form organisations to bring about revolutionary change. The nature of Anarchism as an individualistic creed in the true sense has often caused many to say such organisations might well be left to ‘spontaneity’, ‘voluntary will’ and so on — in other words, there can be no organisation (except for propaganda only) until the entire community forms its own organisations. This is a recipe for a sort of armchair Anarchism which never gets off the ground, but at the same time with a point that cannot be ignored — until the whole community has control of its own organisations, such bodies cannot and should not take over the social and economic means of life.
It is shown by events that unity of resistance is needed against repression, that there must be united forms of action. Even when workers’ councils are formed, there may be representatives on them from political factions, united outside on party lines and able to put forward a united front within such councils and thus to dominate and ultimately destroy them. That is why we need an organised movement to destroy such efforts at totalitarianism. In some cases one may need the ultimate sanction of acts of individual terrorism to be used against leadership from within quite as much as that imposed from above. This form of specific terrorism has nothing in common with nationalist terrorism, which by its nature is as indiscriminate as State terrorism, for all that it is judged in a far harsher light. Anarchist terrorism is against individual despots, ruling or endeavouring to rule. Nationalist terrorism is a form of war against peoples. State terrorism is the abuse of power.
Workers’ Self-Defence
The Marxist-Leninists in time of revolution rely upon the formation of a Red Army. Under the control of one party, the “Red” Army is the old army under a red flag. We have seen many times how this can become a major instrument of repression, just as a nationalist army under a new flag can also become one, sometimes even before it attains power.
The very formation of an army to supersede workers’ militias will destroy the Revolution (Spain 1936). Che Guevara introduced a new romantic ideas of the Red Army as the advance guard of a peasants army — combining the spontaneity of a Makhnovista (Ukraine 1917) and Zapatista/Magonista (Mexican-Anarchistic) peasant army with the disciplined ideas of Party intellectuals. In such cases, after the initial enthusiasm carries through to victory, the disciplined leadership takes over; if it fails, the leaders run off elsewhere.
The self-defence notions of anarcho-syndicalists are that workers use arms in their own defence against the enemy at hand, and that the democratic notion of workers’ militias prevails. While there may be technical leadership, instruction and duties such as are at present in the hands of noncommissioned officers up to the rank of sergeant, there should be no officers whose job is to command, or lower-ranking NCOs to transmit the chain of command.
The idea of an armed people is derided by many so-called military and political experts, but only is used by workers in their own interests. If smaller nations use it successfully, they admit that a citizens’ army — that is to say, a nonprofessional one that can hang up its rifles and go back to work, coming out when called upon — is possible provided only that, as in the case of (say) Israel or South Africa, they obey nationalistic and aggressive policies from above. Providing they don’t maintain the force in international-class interests, the “experts” are prepared to admit the efficiency of such an army remaining democratically controlled within its own ranks.
How Will a Revolution Come About?
We do not know. When a revolutionary situation presents itself — as it did with the occupation of factories in France, 1936 and 1968; as it did in Spain, 1936 with the fascist uprising; or with the breakdown of the Russian Armies, 1917; or in many other times and places; we are ready for it or we are not (and usually not). Many times the workers are partially ready and leave the “wounded wild animal” of Statism fiercer than ever. It may be purely individual action that sets off the spark. But only if, at that period, there is a conscious movement towards a Free Society that throws off the shackles of the past, will that situation become a social revolution. The problem today that faces us is that half the world is prepared to rise almost at any opportune time, but have no military power to resist repression and no industrial muscle to sustain it. The other half of the world has such might, but no real desire to rise, being either bought off by capitalism or succumbing to persuasion.
Bringing About the New Society
What Constitutes an Authoritarian Society?
Exploitation — Manipulation — Suppression. The organs of repression consist of many arms of the State:
The Apparatus of Government: The legislature, the judicature, the monarchy, the Civil Service, the Armed Forces, the Police etc.
The Apparatus of Persuasion: The educational system, the media, including TV, radio and the press, the Church, and even forms of apparent dissent that in reality condition us to accept the present system — the parliamentary Opposition is the most obvious, but many other alternatives to the accepted system too, e.g., revolution presented as merely one in lifestyle or musical preference, academic teaching of Marxist-Leninism etc.
The Apparatus of Exploitation: The monetary system; financial control; the Banks; the Stock Exchange; individual, collective, and State employers; land ownership. Under capitalism there is no escaping this.
Most political reformers have some part of the unfree system they wish to abolish Republicans would abolish the monarchy, Secularists would abolish or disestablish the Church, Socialists would (or used to) wish to abolish the apparatus of exploitation; pacifists would abolish the Army. Anarchism is unique in wishing to abolish all. The only true definition of an Anarchist is one who wishes to believes it desirable to abolish all; who believe it possible to abolish all, the sooner the better; and who works to bring such abolition about.
There are many, usually on the left, who think it desirable but impossible, many on the right who think it only too probable but undesirable. Others may be sympathetic to Anarchism as both desirable and possible but refrain from action in its favour. To borrow a phrase from another part of the forest, they may be fellow travelers of Anarchism.
The Police are the cornerstone of the State (though sometimes, in extreme cases, the Government of the day needs to use the armed forces in lieu of, or in addition to the police — in some countries this has led to replacement or control of the Government by the army so long as the officers are tightly in control).
Only Anarchism believes in abolition of the Police, and this is the most hotly-disputed argument of Anarchism. Yet the police force as we know it is a comparatively modern phenomenon, fiercely resisted when introduced for reasons which have since been proved up to the hilt, such as the ability of the Police to introduce or bolster up a dictatorship, known indeed as a police state. Without control of the Police, debates at Westminster become as sterile of result as debates in the West Kensington Debating Society (and probably less interesting).
With German money, supplied by Helphand-Parvus, Lenin was able to return to Russia and pay Lettish mercenaries to act as Police. He was the only politician in a position to do so and in this way Bolshevik success was achieved. The Nazis in their turn created murder gangs that roamed the streets, which were tacitly tolerated by the Republican Police, but their victory came when they controlled the Police by legal means.
Can One Do Without the State?
It seems to be generally agreed that we can do without some organs of the State: can we do without them all, altogether? Some are admittedly useless, some decorative, some have impossible intentions, others are necessary for class rule, some may well be useful and carry out functions essential to any society.
One cannot do the work of another. If the monarchy has no Army it cannot save you from foreign invasion any more than the police will get you into heaven if you do not have a Church! Any commonsense codification of conduct would be better than the farrago of laws we have at present, which occupy both the lawyers and politicians, the one interpreting the apparent desires of the other.
It is true that the Government can and sometimes does take over certain necessary social functions, as do every organ of the State however repressive. The railways were not always run by the State but belonged to capitalists, and could equally in a future society belong to the workers. It would be foolish to say that if mines belonged to the State, that proves the State is necessary, or we would have no coal without it. The Army is often given socially necessary jobs, such as flood or earthquake relief; it is sometimes used as a scab labour force, such as in strikes; it is sometimes used as a police force. This is because the State does not want the breakup of a society that supports it.
Even the police at times fulfill some necessary functions — one goes to the police station to find lost dogs simply because it happens to be there and has taken over that function. It does not follow that we should never find lost dogs if there were no Police, and that we need to be clubbed over the head in times of social unrest so that old ladies can need not lose their dogs. For insurance purposes, all car owners report their lost or stolen cars to the Police, but it does not mean that the police force as such is indispensable.
Just as insurance companies would find some way of seeing they could not pay out on fraudulent claims if there were no police force, society would see to it that it could protect itself. Unfortunately, having a police force atrophies the ability of society to defend itself. People have lost all sense of social organisation and control. They can be put in terror by a few kids running wild, however young. The only reaction is to run to the Police, and the Police cannot cope.
There was an old superstition that if the Church excommunicated a country, it was under a terrible disaster. One could not be married, buried, leave property, do business in safety, be educated, be tended while sick, in a country which was excommunicated. The superstition was not an idle one, so long as people believed in the Church. If the country was banned from the communion of believers, the hospitals (run by the Church) were closed; there could be no trust in business (the clerics administered oaths and without them no promises need be kept); no education (they ran the schools); children could indeed be begotten (no way of preventing that by the Church!), but not christened, and were therefore barred from the community of believers and under a threat, as they thought, of eternal damnation, while unmarried parents could not leave property to their “illegitimate” children. The physical reality of Hell was not necessary to make excommunication effective. We are wiser now. But one superstition has been replaced by another. It has been transferred to belief in the State. If we were to reject Government there would be no education (for Government, national or local, controls the schools — with obvious exceptions), no hospitals (ditto), nobody could carry one working because the Government regulates its conduct, and so on. The truth all the time has been that not the Church and not the State but we the People have worked for everything we’ve got, and if we have not done so they have not provided for us. Even the privileged have been maintained by us not them.
The Money Myth
With the State myth comes a second myth — the money myth. The value of money is dependent on the strength of the State. When Governments collapse, their money is worthless. For years American crooks travelled Europe offering to change Confederate dollars, worth nothing since the Southern States had lost the Civil War, presenting them to unsuspecting Europeans as valid U.S. dollars — until they became collectors’ pieces and were worth more than several U.S. dollars! At that point the Federal Government utilised the original printing plants to publish Confederate dollars and gave them away with bubble-gum, lest their own currency became devalued.
When the Kaiser’s Germany collapsed, Imperial marks were useless. When the Spanish Republic was defeated, the banks simply canceled the value of its money. The story is endless. Yet according to a legend many still believe, the wealth of the country is to be found at Waterlow’s printing works. As the notes roll off the press, so our wealth is created, and if this ceased we should be impoverished! The banks have come up with an alternative in printing their own credit cards. Another alternative myth, now dated, was that the money printed had to correspond with a quantity of closely-guarded gold buried in a mysterious vault, after having been dug up under tight security from mines thousands of miles away. However, Governments have long since defaulted on the premises behind this myth (though they still continue the ritual). The newer governmental myth is that if too many notes are printed we shall have inflation which will make us all poor, so to prevent this we must be prepared to endure conditions of stringency and poverty, lose jobs and homes, or in other words become poor.
During the war, rationing of food and clothes meant that what counted was coupons, by which it was hoped to ensure there were fair shares of what was available. As the money system continued, a black market in commodities was inevitable, but rationing gave an idea of what State Socialism — without money — would be like. If there were too many coupons printed there would be no point in the scheme. Money is another form of rationing, by which one set of people get more than another. Wage struggles are fights to get a bigger slice of the cake. The wealthy are those who have first access to slicing the cake. But neither money nor coupons make any difference to the size of the cake, they are simply means of dealing with its distribution, whether fairly — or more likely — unfairly. So essential is money to the obtaining of goods in a State society, it sounds humorous to say money is a myth — “I don’t care if it’s mythical, give me more” — but myth it is.
Many worthy people believe if Lady X did not spend her money on a yacht, that money could somehow be transformed into an x-ray apparatus for the hospital. They do not understand, it would seem, that yacht builders cannot produce x-ray machines. Others think that those on National Assistance are supported by those at work — yet the margin of unemployment is essential to the State as a pitfall to make the incentives to work stick. Others believe there is a relation between their wages going up and the wages received by other people going down. In a competitive society, however, one gets what one is able to command.
The Myth of Taxation
There is a patent absurdity in supposing that those who work and produce are helped by those who profit from the system and do nothing. It is equally absurd to suppose that the rich help the poor by providing work or charity. As Brendan Behan commented to someone who pointed out how much the Guinness family had done for the poor people of Dublin — “It’s nothing compared to what the poor people of Dublin have done for the Guinness family”. Taxation perpetuates the myth that those with more money help those with less. Taxation grabs money out of the pockets of the less well-off even before they have a chance to look at it. The rich dress up their accounts by means of professional advisors. But aside from that, money does not create wealth, it is muscle, brain, and natural resources that do. Money is used to restrict the application of human endeavour. It is possible to print money, or arrange credit, when it is in the interests of money manipulators to do so. When they wish to go into recession, they do so by withdrawing money and credit. Recession is not a natural disaster like famine, drought, floods, or earthquakes though it is presented as such.
The Effect of Immigration
The large scale employer looking at greater profitability or the way to cut costs has several options open, the easiest and laziest being to cut wages. If the workers are well-organised they can resist this so there are two options open to the major capitalist. Either take the factories to where the cheap labour is or take the cheap labour to where the factories are. The first option entails great pollution, as a rule — not that they ever care about that — and in some cases they have to go into areas of political instability. It is cheaper to move the cheap labour.
Having thus encouraged immigration, wearing the financial hat as it were, the capitalist in the capacity of a right-wing politician, dons the political hat and denounces immigration. This has the advantage of setting worker against worker, fuelled by religious and/or racial antipathies which can persist for generations, and have the added bonus of inducing the worker to support the right wing electorally. It does the capitalist no harm to have a work force hated by those who surround them, or in fear of deportation if they step out of line. Nor does it harm the capitalist, in a political context, to have issues such as immigration replace the basic issue of the wage and monetary system. It only becomes harmful from that point of view when a fascist force such as Hitler’s gains such armed might that it can ignore the wishes of the capitalists which gave them that power and strives for its own superiority.
The Abolition of the Wage and Monetary Systems
“Socialism” has become so diffused a term today that it is used of almost any reformist or indeed positively counter-revolutionary movement that wishes to use the term and covers a multitude of ideas from liberalism to tyranny, but in reality the essentials of any socialistic theory are the abolition of the wage and monetary systems. This is because a genuine socialistic movement should be of the working class and intended for its own emancipation from wage slavery. The wage and monetary systems are the chains of that slavery that need to be broken.
Some modified form of wage or some means of exchange might be consistent with a free communistic society, especially among a post-revolutionary society accustomed to some form of labour-rewarding assessment, but the present form of monetary system is one in which money is not a servant (a means of exchange) but a boss in its own right. Wages are a means of denoting the position in society’s pecking order which a person is deemed to hold. It is not even fair as regards the assessment it makes. Such systems must be swept aside.
At present, as indicated above, the Government, or the effective controller which may in some cases be over the Government (the banks, for instance) assess the national wealth. A corresponding number of bank notes are printed, coin is struck, credits are granted to financial houses. According to the degree of efficiency or inefficiency of a current Government (which is the stuff of day-to-day press political sloganeering and need not concern us) the assessment, or budget may be correct or incorrect. According to his or her assessment, the Chancellor of the Exchequer may be “generous” or “niggardly” in sharing out the national “cake” and apportioning our slices. But in reality salaries and wages are determined by social convention, tradition, Government patronage, economic competition, hereditary power, trade union bargaining, individual enterprise and wildcat strikes. According to their effectiveness, so is the “slice of cake” each receives. Those unable to use any of the pressures are simply left out of the reckoning and must be content with what is given them in order solely to survive. The “cake” is the same whatever the Government does about it.
Is Anarchism Compatible with Capitalism?
It is only possible to conceive of Anarchism in a form in which it is free, communistic, and offering no economic necessity for repression or countering it. Common sense shows that any capitalist society might dispense with a “State” (in the American sense of the word) but it could not dispense with organised Government, or a privatised form of it, if there were people amassing money and others working to amass it for them. The philosophy of “anarcho-capitalism” dreamed up by the “libertarian” New Right, has nothing to do with Anarchism as known by the Anarchist movement proper. It is a lie that covers an unpleasant reality in its way — such as National Socialism does in another. Patently unbridled capitalism, not even hampered by a reformist State, which has to put some limits on exploitation to prevent violent clashes in society, needs some force at its disposal to maintain class privileges, either from the State itself or from private Armies. What they believe in is in fact a limited State — that is, one in which the State has one function, to protect the ruling class, does not interfere with exploitation, and comes as cheap as possible for the ruling class. The idea also serves another purpose beyond its fulfillment — a moral justification for bourgeois consciences in avoiding taxes without feeling guilty about it — just as pacifism sometimes serves as an excuse for bourgeois consciences in avoiding danger without feeling guilty.
Community Control
The history of collective control in a capitalist society is a pretty dismal one. There have been many attempts to bypass the system by forming “communities” which because they are less than the whole, real community, are bound in the end not to prosper. Cooperative societies no less than small businesses rarely withstand the pressure of monopoly capitalism. Collective farms — collective enterprises at which one works at less than the normal wage to for the sake of independence — like craft businesses, never quite get off the ground and it always comes down to the monopoly market. All could flourish if the system were free, but it is not.
Nevertheless, one can note that many communal products are equally available to all, either on payment of a fixed sum, or free. The highways are free — neither State nor capitalism has got round (yet) to making all roads toll roads to enter which one must pay (but they’ve got round to it on main motorways on the Continent). It would probably make no economic difference if the underground railway was also free, bearing in mind the cost of ticket collecting. Water used to be free — even when water rates came in one could draw as much as one liked from the tap. Now there are water meters, as if we were living in the Sahara where water has long been rationed. So far they have not got round to making us pay for air.
Anarchism presupposes that all these arguments based on economics are bunkum. Services which come naturally or are produced by the people should belong to the people.
Need There be a Transitional Society?
A transitional society to Anarchism isn’t necessary. The idea touted by Leninists was that the State would fade away after years of the harshest dictatorship — originally claimed to be only as much as was necessary to save the infant Soviet Republic but which lasted for seventy years until the people got fed up with it. All that faded away was people rash enough to want to go forward to free socialism. The prospect of ‘withering away of the State’ after years of strengthening it is illogical. Leninists justify this by saying the State is only that part of the State apparatus which favours the capitalist class by suppressing the working class. This might fade away (though it did not do so in the years of State Communism). What cannot fade away is the rest of the State apparatus, unless the State is destroyed root and branch.
The fact that a transitional society to Anarchism isn’t necessary does not necessarily mean there will not be one. Who can say? After all, changing attitudes to such matters as racial domination, sexual discrimination, religious orientation, conformity, and so on might be part of a transition to a Free Society already existing. There might be an occupation of the places of work without a conscious revolution, which in itself would be a transitional period.
One could even visualise a curious transitional period in which part of society was evolving to a new system and part was sticking to the old — with workers’ control coexisting with private capitalism in the market the way rigid old-time family styles coexist with free relationships in the same street. But clearly in the long run one or the other system would have to go. Capitalism could not exist if people could be free to choose the way they work without being compelled by conscription or necessity — therefore it would either need to reinforce its authority (possibly by fascist gangs, as during the occupation of the factories in Italy) or go under (which is the choice the Italian capitalists as a while, even though many had democratic viewpoints, were forced to take).
A Free Society
A society cannot be free unless not only are there no governmental restraints, but the essentials of life are free in that sense too.
It is true that if some products were in short supply, however free the society, access to them would have to be rationed by some means. It could be by ‘labour-value’ cards, by ordinary ‘fair rationing’, it might imply retention of a different monetary system (but not money as an ends in itself, in which money has a value beyond that of exchanging goods).
We cannot lay down the economics for a Free Society which by its nature is free to reject or accept anything it fancies. The authoritarian economist can do so (“so long as I, or my party, is in power, we will do this or that”).
An anarchist society is by definition a Free Society, but a Free Society is not necessarily Anarchist. It might fall short in several respects. Some failings might seriously limit its desirability. For instance, a Revolution carried out by men in a male-dominated society, might perpetuate sex discrimination, which would limit freedom and undermine the Revolution by leaving it possible for aggressive attitudes to be fostered. The liberal illusion that repressive forces must be tolerated which will ultimately wipe out all freedom — lest the right to dissent be imperilled — could well destroy the revolution.
A Free Society head to rid itself or repressive institutions and some might long last longer than others. The Church is one instance — yet religious beliefs, which continue under the most repressive and brutal dictatorships, could surely continue under No Government. Only those creeds which have not had their claws cut and demand suppression of other religions or unbelief, forced conversions or marriages, censorship by themselves and obedience to their own laws from those not wishing to do so, have anything to fear from an Anarchist Revolution.
The Employers Do Not Give Work
It is Primitive basic socialist thinking, to which Anarchism subscribes, that work is not something that is given by the employer. The employer may have the legal right to distribute work, but the wealth of a country is due to the workers and to natural resources, not to an employer or a State. They have the chance of preventing wealth being created.
It is the Anarchist case that fluctuations of the money market, inflation, recesssion, unemployment, as well as war, are artificially created and are not natural disasters like flood, famine, earthquake, drought — and as one knows nowadays, even some of these are created by abuse of natural resources.
It may be that in some technological society of the future, run by the State, in a sort of boss utopia, the working class will be displaced as a productive class. We see signs of that even today as large part of the economy are closed down as unprofitable and people uprooted. There is a technology, still in its infancy but making great strides, which will reduce us, as a productive class, to turners of switches and openers of the scientists’ doors; to secretaries and receptionists; to janitors and clerks; to domestic servants of the rich. Anarcho-syndicalsts think such a society must be resisted. They do not worship work as a fetish in itself but fight dehumanisation and alienation. In this they differ from some other Anarchists who think work has no purpose and who become state-dependent by conviction.
Objections to Anarchism
Whenever Anarchists attack present-day society, they touch on the fears and prejudices of average people who know that society is a jungle today and cannot visualise life without the safeguards needed in the jungle. When they hear of Anarchism they bring forward objections which are, in fact, criticisms of the present system they do not otherwise admit but think of as objections to a Free Society of the future.
They fear what is known in the Statist language as a “state of Anarchy” — they think murder, rape, robbery, violent attack would ensue if there were no Government to prevent it. And yet we all know that Government cannot, certainly does not., prevent it. One has only to pick up the papers to learn that it flourishes though Government is strong, and also where Government is weak, and more so perhaps where there are numerous bodies competing as to which is the Government and Government is said to have broken down. “A state of Anarchy” nowhere exists — in the sense there a society where there is no Government and not just a weak or divided Government.
The most a functioning Government can do is not prevention but punishment — when it finds out, sometimes wrongly or not at all — who the culprits are, its own methods of repressive action can cause far more damage than the original crimes — the “cure” is worse than the disease.
“What would you do without a police force?” Society would never tolerate murder, whether it had a police force or not. The institutionalisation of a body to look after crime means that it not only “looks after” crime and nourishes crime, but that the rest of society is absolved from doing so. The reasoning is that a murder next door is the State’s business, not mine! Responsibility for one’s neighbour is reduced in an authoritarian society, in which the State is solely responsible for our behaviour.
“Who will do the dirty work?”. This is a question society, not just the apologist for Anarchism, has to ask itself. There are dirty jobs which are socially unacceptable and poorly paid, so that nobody wants to do them. People have therefore been enslaved to do them, or there is competition in a market economy and the jobs become better paid (and therefore socially acceptable), or there is conscription for such jobs, whether by political direction or the pressures of unemployment. Sometimes the capitalist introduces immigration in the hope of cheap labour, thus putting off the problem for a generation or two. Or it can be that jobs don’t get done and, say, the streets aren’t swept anymore and so we get deluged with water shooting out from cars driven by graduate psychologists and step gingerly past refuse, clutching our theses on sociology.
What the State does in such circumstances seems to depend on political factors. What an Anarchist society would do could only be foretold by a clairvoyant. It is plain what it could not do — use force, since it would lack repressive machinery or the means of economic coercion. The question implies a criticism of prosperity and freedom, which bring problems in their train. Are we to reject prosperity and freedom for that reason?
“If the Anarchists do not seize power, and have superseded other forms of socialism that would, they objectively make way for fascism”. This allegation presupposes the dilution of anarchism with pacifism, for there is always, in any circumstances, one sure way of avoiding dictatorship, whether from the right, left, centre or within one’s own ranks, and that is by personal removal of the dictator. This only becomes a symbolic gesture when the dictator is in power with all the machinery of command-and-obey at the disposal of the head of State.
Anyone will seize power if given the opportunity. Anarchists do not claim to be a privileged elite and cannot truthfully assert they would be better able to resist the temptations of power, or to wield it more successfully, than anyone else.
Leadership
Do Anarchists believe in leadership? They always deny they do, but undoubtedly many Anarchists have emerged as leaders, sometimes even of armies (like Buenaventura Durruti and Nestor Makhno) or of ideas, or of organisations. In any grouping some people do naturally “give a lead”, but this should not mean they are a class apart. What they always reject is responsibility for leadership. That means their supporters become blind followers and the leadership not one of example or originality but of unthinking acceptance.
Musical geniuses, artists, scientists can be of an “elite” without being elitist — there is no reason why excelling in certain spheres should make one better entitled to the world’s goods or more worthy of consideration in matters in which one does not have specialised consideration (the correspondence between Freud and Einstein in which they discuss whether war can be prevented is a classic example of futility — Einstein looking to Freud for a psychological lead in pacifism and Freud explaining it is in the nature of Man. In the end, scientists who were pacifists, or believers in the League of Nations enthusiasts, or — like Einstein — both, invented the atom bomb).
In the same way, people can work in an office without being bureaucrats: a bureaucrat is a person whose power is derived from the office they hold. Holding an office in an organisation can bring supreme power by being at the head of a chain of command-and-obey (as it did in the case of Joseph Stalin). In slang it is a term flung at anyone who happens to be efficient, which is far from being the same thing. v In the same way, no real Anarchist — as distinct from someone pretending to be or remain one — would agree to be part of an institutionalised leadership. Neither would an Anarchist wait for a lead, but give one. That is the mark of being an Anarchist, not a formal declaration of being one. What above all is the curse of leadership is not the curse of leadership, but agreement to being led blindly — not the faults of the shepherd but the meekness of the sheep. What would the crimes of Hitler have amounted to, had he had to carry them out by himself?
Can Public Opinion Itself be Authoritarian?
Yes. Even in a Free Society? Certainly. But this is not an argument against a Free Society, it is a reason why public opinion should not be molded by an outside force. There might well be a society controlled economically by the workers where prejudice against some minorities, or traditional family attitudes, or rules laid down by religions rooted in the past, might still exist. The society would be free in one respect only — economically.
But without any means of codifying prejudices; no repressive machinery against nonconformists; above all, no means of repression by persuasion when the media is controlled from above; public opinion can become superior to its prejudices. The majority is not automatically right. The manipulation of the idea of a majority is part of the Government technique.
Unity
One last objection is made against Anarchism, usually by those about to “come over” — Why disunity in the ranks of those who take up a similar position on many stands? Why cannot we be all one libertarian left? Why any divisions at all?
If we create councils of action — workers’ industrial proto-unions — as we intend to do given the chance and agreement of workers, even if as a first step we form social groups based upon industrial activity or support, obviously we are going to be united to others not only of the libertarian left, or indeed (in the case of workers’ councils) with people of reformist, reactionary, or authoritarian points of view. We mix with them in everyday life anyway. The expression of Anarchist views and attitudes does not make us hermits. Anarchist groups need to keep alive their identity, but only a party machine would make them into walls against meeting others outside.
It is certainly the curse of the present day that pseudo-Anarchists, whether liberal or “lifestylist”, create their own “ghettos” within a “left”, which has become itself a ghetto, in which acceptance of a package deal of ideas is obligatory. This endemic isolation, in the name of youth, sex, race, nationality, alternative culture, or whatever, has nothing to do with Anarchism though it has been wished on it by journalistic propaganda pressure.
The Marxist Criticism of Anarchism
The Marxist criticism of Anarchism is the first with which most people with a serious interest in politics come in contact. There follows from it the Marxist-Leninist critique and the Social-Democratic objections. vMarxist-Leninists, faced with Anarchism, find that by its nature it undermines all the suppositions basic to Marxism. Marxism was held out to be the basic working-class philosophy (a belief which has utterly ruined the working-class movement everywhere). It holds in theory that the industrial proletariat cannot owe its emancipation to anyone but themselves alone, It is hard to go back on that and say that the working class is not yet ready to dispense with authority placed over it by someone outside the class.
Marxism normally tries to refrain from criticising Anarchism as such — unless driven to doing so, when it exposes its own authoritarianism ( “how can the workers run the railways, for instance, without direction — that is to say, without authority?”) and concentrates its attack not on Anarchism, but on Anarchists. This is based on a double standard: Anarchists are held responsible for the thought and actions of all persons, live or dead, calling themselves Anarchists, even only temporarily, or persons referred to as Anarchists by others, even if they disagree, or whose actions could be held to be Anarchistic by non-Anarchists. even on a faulty premise, or are referred to by others as Anarchists. Marxists take responsibility for Marxists holding their particular party card at the time.
Marxism has — whether one agrees with it or not — a valid criticism of the Anarchists in asking how one can (now) dispense with political action — or whether one should throw away so vital a weapon. But this criticism varies between the schools of Marxism, since some have used it to justify complete participation in the whole capitalist power structure, while others talk vaguely only of “using Parliament as a platform”. Lenin recognised the shortcomings of Marxism in this respect and insisted that the anarchist workers could not be criticised for rejecting so Philistine a Marxism that it used political participation for its own sake and expected the capitalist state to let itself be voted out of existence peacefully. He therefore concentrated on another aspect, which Marx pioneered, viz. criticism of particular Anarchists, and this has dominated all Leninist thinking ever since.
Because of the lack of any other criticism of the Anarchists, Leninists — especially Trotskyists — to this day use the personal criticism method. But as Lenin selected only a few well-known personalities who for a few years fell short of the ideas they preached, the latter-day Leninists have to hold that all Anarchists are responsible for everyone who calls himself or herself an Anarchist — or even, such as the Russian Socialist-Revolutionaries in Russia, were only called such (if indeed so) by others.
This wrinkle in Leninism has produced another criticism of Anarchism (usually confined to Trots and Maoists); Anarchists are responsible not only for all referred to as Anarchists, but for all workers influenced by Anarchist ideas. The C.N.T. is always quoted here, but significantly its whole history before and after the civil war is never mentioned, solely the period of participation in the Government. For this, the Anarchists must for ever accept responsibility! But the Trots may back the reformist union U.G.T. without accepting any period in its entire history. In all countries (if workers), they presumably join or (if students) accept the reformist trade unions. That is all right. But a revolutionary trade union must for ever be condemned for any one deviation. Moreover, if broken it must never be rebuilt; the reformist union must be rebuilt in preference. This is the logical consequence of all Trot thinking on Spain or other countries where such unions exist, proving their preference for reformist unions’ negative character, which lends itself to a leadership they may capture; as against a decentralised union which a leadership cannot capture.
Petty Bourgeois
Notwithstanding this preference for non-revolutionary unions, and condemnation of Anarchists for unions built from the bottom up, all Marxist-Leninists have a seemingly contradictory criticism of Anarchists, namely “they are petty bourgeois”.
This leads them into another difficulty — how can one reconcile the existence of anarcho-syndicalist unions with “petty-bourgeois” origins — and how does one get over the fact that most Marxist-Leninists of today are professional ladies and gentlemen studying for or belonging to the conservative professions? The answer is usually given that because anarchism is “petty bourgeois” those embracing it “whatever their occupation or social origins” must also be “petty bourgeois”; and because Marxism is working class, its adherents must be working class “at least subjectively”. This is a sociological absurdity, as if “working class” meant an ideological viewpoint. It is also a built-in escape clause.
Yet Marx was not such a fool as his followers. “Petty bourgeois” in his day did not mean a solicitor or an accountant, a factory manager, sociologist ,or anything of that sort (they were “bourgeois” — the term was “petit” or small not “petty” that qualified the adjective — and meant precisely that these were not the same as bourgeoisie). The small burgher was one who had less privileges, economically, than the wealthy but had some privileges by virtue of his craft. Anarchism, said Marx, was the movement of the artisan worker — that is to say, the self-employed craftsman with some leisure to think and talk, not subject to factory hours and discipline, independently-minded and difficult to threaten, not backward like the peasantry. In England, these people tended to become Radicals, perhaps because the State was less oppressive and less obviously unnecessary. In many countries, however, they were much more extreme in their Radicalism and in the Swiss Jura the clockmakers’ Anarchism prospered. It spread to Paris — and the Paris Commune was, above all, a rising of the artisans who had been reduced to penury by Napoleon III and his war. As the capitalist technique spread throughout the world, the artisans were ruined and driven into the factories. It is these individual craftsmen entering industrialisation who became Anarchists, pointed out successive Marxists. They are not conditioned to factory discipline which produces good order, unlike a proletariat prepared to accept a leadership and a party, and to work for ever in the factory provided it comes under State control.
That this observation was true is seen by the crushing of the commune in Paris and in Spain and throughout the world, especially in places like Italy, Bulgaria, in the Jewish pale of settlement in Russia, and so on. It should be the task of an Anarchist union movement to seize the factories, but only in order to break down mass production and get back to craftsmanship. This is what Marx meant by a “petit bourgeois” outlook and the term having changed its meaning totally, the Marxists — like believers accepting Holy Writ — misunderstood him totally.
Vanguards
The reluctance of Marxist-Leninists to accept change is, however, above all seen in the acceptance of Lenin’s conception of the Party. (It is not that of Marx.) Lenin saw that Russia was a huge mass of inertia, with a peasantry that would not budge but took all its suffering with “Asiatic” patience. He looked to the “proletariat” to push it. But the “proletariat” was only a small part of the Russia of his day. Still he recognised it as the one class with an interest in progress — provided, he felt, it was led by shrewd, calculating, ruthless, and highly-educated people (who could only come from the upper classes in the Russia of the time). The party they created should become, as much as possible, the party of the proletariat in which that class could organise and seize power. It had then the right and the duty to wipe out all other parties.
The idiocy of applying this today in, say, a country like Britain is incredible. One has only to look at the parties which offer themselves as the various parties of the proletariat of which, incidentally, there could be only one. Compare them with the people around. The parties’ memberships are far behind in political intelligence and understanding. They are largely composed of shallow and inexperienced enthusiasts who understand far less about class struggle than the average worker.
Having translated the Russian Revolution into a mythology which places great stress on the qualities possessed by its leadership, they then pretend to possess that leadership charisma. But as they don’t have it, there is a total divorce between the working class and the so-called New Left which has, therefore, to cover itself up with long-winded phrases in the hope that this will pass for learning. In the wider “Movement” with the definitions at second hand from Marxist-Leninism, they scratch around to find someone really as backward and dispossessed as the moujik, and fall back on the “Third World” mythology.
The one criticism, applied by Marxist-Leninists, of Anarchism with any serious claim to be considered is, therefore, solely that of whether political action should be considered or not. Whenever it has been undertaken outside the class it has proved of benefit only to leaders from outside the class.
The Social-Democratic Critique of Anarchism
The early Socialists did not understand that there would be necessarily a difference between Anarchism and Socialism. Both were socialist, but whereas the latter hoped to achieve socialism by Parliamentary means, the latter felt that revolutionary means were necessary. As a result many early Anarchist and socialist groups (especially in Britain) were interchangeable in working-class membership. Something might come from political action; something by industrial methods; the Revolution had to be fought as soon as possible; the one therefore was complementary to the other though it was recognised that they might have to follow separate paths. At least. so it was thought.
This, however, changed because the face of socialism changed. It dropped its libertarian ideas for Statism. “Socialism” gradually came to mean State Control of everything and, therefore, so far from being another face of Anarchism, was its direct opposite. From saying originally that “the Anarchists were too impatient”, therefore, the parliamentary Socialists turned to a criticism of the Anarchists leveled at them by people who had no desire to change society at all, whether sooner or later. They picked up what is essentially the conservative criticism of Anarchism which is essentially that the State is the arbiter of all legality and the present economic order is the only established legal order. A Stateless society — or even its advocacy — is thus regarded as criminal in itself! It is not, as a law, but to this day a police constable in court — or a journalist — will for this reason refer to Anarchism as if it were self-evidently criminal.
Most upholders of any parliamentary system deliberately confuse parliamentarism with democracy as an ideal system of equal representation, as if it already existed. Thus ultra-parliamentarism is “undemocratic, suggesting that a few hundred men and a few dozen women selected at random and alone had the right of exercising control over the rest of the country.
Since the Russianisation of “Communism”, turning away from both parliamentarism and democracy, it has suited the Social-Democrat to speak of criticism from the revolutionary side as being necessarily from those wanting dictatorship. The Anarchists, who can hardly be accused of dictatorship — except by politically illiterate journalists who do not understand the differences between parties — must therefore be “criminal” and whole labour movements have been so stigmatised by the Second International. This was picked up by the U.S. Government with its “criminal-syndicalism” legislation which was similar to that in more openly fascist countries.
No more than the Marxist-Leninists, the Social-Democrats (in the sense of orthodox Labourites) are unable to state that their real objection to Anarchism is that fact that it is against power and privilege and so undermines their whole case. They bring up, if challenged, the objection that it is “impossible”. If “impossible”, what have they to fear from it? Why, in countries like Spain and Portugal, where the only chance of resisting tyranny was the Anarchist Movement, did Social-Democrats prefer to help the Communist Party? In Spain, up to the appearance of the Socialist Party when it was politically profitable to switch, the British Labour Party helped the Communist-led factions but did nothing for the Anarchist resistance.
Dictatorship of the proletariat is “possible”, only too much so. When it comes it will sweep the socialists away. But if the Anarchists resist, the Socialists will at least survive to put forward their alternative. They fear only the consequences of that alternative being decisively rejected — for who would choose State Socialism out of the ashcan for nothing if they could have Stateless Socialism instead?
In the capitalist world, the Social Democrat objects to revolutionary methods, the “impatient” and alleged “criminality” of the Anarchists. But in the Communist world, social-democracy was by the same conservative token equally “criminal” (indeed more so) since it presumably postulated connection with enemy powers, as is now proved. The charge of “impatience” could hardly be leveled when there was no way of effecting a change legally and the whole idea of change by parliamentary methods was a dream. Social-democracy, in the sense of Labourism, gives up the fight without hope when tyranny triumphs (unless it can call on foreign intervention, as in occupied war-time Europe). It has nothing to offer. There is no struggle against fascism or Leninism from social-democracy because no constitutional methods offer themselves. In the former Soviet Union and its satellites, they had no ideas on how to change and hoped that nationalists and religious dissidents would put through a bit of liberalism to ease the pressure. We know now how disastrous that policy has been. Yet anarchism offers a revolutionary attack upon the communist countries that is not only rejected by the Social-Democrats; powerful, they unite with other capitalist powers to harass and suppress that attack.
The Liberal-Democratic Objection to Anarchism
Liberal-Democracy, or non-fascist conservatism, is afraid to make direct criticisms of Anarchism because to do so undermines the whole reasoning of Liberal-Democracy. It therefore resorts to falsification: Anarchists are equated with Marxists (and thereby the whole Marxist criticism of anarchism ignored). The most frequent target of attack is to suggest that Anarchism is some form of Marxism plus violence, or some extreme form of Marxism.
The reason Liberal-Democracy has no defence to offer against real Anarchist argument is because Liberal-Democracy is using it as its apologia, in the defence of “freedom”, yet placing circumscribing walls around it. It pretends that parliamentarism is some form of democracy, but though sometimes prepared to admit (under pressure) that parliamentarism is no form of democracy at all, occasionally seeks to find ways of further democratising it. The undoubtedly dictatorial process that a few people, once elected by fair means or foul, have a right to make decisions for a majority, is covered up by a defence of the constitutional rights or even the individual liberty of members of Parliament only. Burke’s dictum that they are representatives, not delegates, is quoted ad nauseam (as if this reactionary politician had bound the British people for ever, though he as himself admitted, did not seek to ask their opinions of the matter once).
Liberal economics are almost as dead as the dodo. What rules is either the monopoly of the big firms, or of the State. Yet laissez-faire economics remain embodied aspirations of the Tory Party which they never implement. They object to the intervention of the State in business, but they never care to carry the spirit of competition too far. There is no logical reason why there should be any restriction on the movement of currency — and this is good Tory policy (though never implemented! Not until the crisis, any crisis, is over!). From this point of view, why should we not be able to deal in gold pieces or U.S. dollars, or Maria Theresa tales, or Francs, or Deutschmarks, or even devalued Deutschmarks? The pound sterling would soon find its own level, and if it were devalued, so much the worse for it. But why stop there? If we can choose any currency we like, free socialism could coexist with capitalism and it would drive capitalism out.
Once free socialism competes with capitalism — as it would if we would choose to ignore the State’s symbolic money and deal in one of our own choosing, which reflected real work values — who would choose to be exploited? Quite clearly no laissez-faire economist who had to combine his role with that of party politician would allow things to go that far.
Liberal-Democracy picks up one of the normal arguments against Anarchism which begin on the right wing: namely, it begins with the objections against socialism — that is Statism — but if there is an anti-Statist socialism that is in fact more liberal than itself, then it is “criminal”. If it is not, then it seeks law to make it so.
This argument is in fact beneath contempt, yet it is one that influences the press, police, and judiciary to a surprising extent. In fact Anarchism as such (as distinct from specific Anarchist organisations) could never be illegal, because no laws can make people love the State. It is only done by false ideals such as describing the State as “country”.
The fact is that Liberal-Democracy seldom voices any arguments against Anarchism as such — other than relying on prejudice — because its objections are purely authoritarian and unmask the innate Statism and authoritarianism of liberalism. Nowadays conservatives like to appropriate the name “liberalism” to describe themselves as if they were more receptive to freedom than socialists. But their liberalism is confined to keeping the State out of interfering in their business affairs. Once anarchism makes it plain that it is possible to have both social justice and to dispense with the Statethey are shown in their true colours. Their arguments against State socialism and Communism may sound “libertarian”, but their arguments against Anarchism reveal that they are essentially authoritarian. That is why they prefer to rely upon innuendo, slanders. and false reporting, which is part of the establishment anti-anarchism, faithfully supported by the media.
The Fascist Objection to Anarchism
The fascist objection to Anarchism is, curiously enough, more honest than that of the Marxist, the liberal or the Social-Democrat. Most of these will say, if pressed, that Anarchism is an ideal, perhaps imperfectly understood, but either impossible of achievement or possible only in the distant future. The fascist, on the contrary, admits its possibility; What is denied is its desirability.
The right-wing authoritarian (which term includes many beyond those naming themselves fascists) worships the very things which are anathema to Anarchists, especially the State. Though the conception of the State is idealised in fascist theory, it is not denied that one could do without it. But the “first duty of the citizen is to defend the State” and it is high treason to oppose it or advocate its abolition.
Sometimes the State is disguised as the “corporate people” or the “nation,” giving a mystical idea of the State beyond the mere bureaucratic apparatus of rule. The forces of militarism and oppression are idealised (after the German emperor who said that universal peace was “only a dream and not even a good dream”). Running throughout right-wing patriotism is a mystical feeling about the “country”, but though Nazis in particular sometimes have recourse to an idealisation of the “people” (this has more of a racial than popular connotation in German), it is really the actual soil that is held sacred, thus taking the State myth to its logical conclusion. For the Anarchist this, of course, is nonsense. The nonsense can be seen in its starkest form with the followers of Franco who killed off so many Spaniards even after the Civil War was ended, while hankering for the barren rock of Gibraltar: especially in General Milan de Astrray, who wanted to kill off “bad Spaniards” and eradicate Catalans and Basques in the name of unitary Spain, thus (as Unamuno pointed out) making Spain as “one-armed and one-eyed, as the General was himself”.
Anarchism is clearly seen by fascists as a direct menace and not a purely philosophical one. It is not merely the direct action of Anarchists but the thing itself which represents the evil. The “democratic” media finally got around to picking up these strands in fascist thinking, ironing them out nicely, and presenting them in the “news” stories. Hitler regarded the Authoritarian State he had built as millennial (the thousand-year state) but he knew it could be dismembered and rejected. His constant theme was the danger of this and while he concentrated (for political reasons) attacks on a totalitarian rival, State Communism (since Russia presented a military menace), his attacks on “cosmopolitanism” have the reiterated theme of anti-Anarchism.
“Cosmopolitanism” and “Statelessness” are the “crimes” Nazism associated with Jews, though since Hitler’s day large numbers of them have reverted to nationalism and a strong state. The theme of “Jewish domination” goes hand in hand with “anarchist destruction of authority, morals, and discipline”, since fascism regards personal freedom as bad in itself and only national freedom permissible. Insofar as one can make any sense of Hitler’s speeches (which are sometimes deceptive since he followed different strands of thought according to the way he could sway an audience), he believed “plunging into Anarchy” of a country (abolition of State restraints) will lead to chaos, which will make it possible for a dictatorship other than the one in the people’s interests to succeed.
Hitler did not confuse State Communism with Anarchism (as Franco did deliberately) for propaganda purposes, to try to eradicate Anarchism from history. He equated Communism with “Jewish domination”, and the case against the Jews (in original Nazi thinking) that they are a racially-pure people who will gain conquest over helots like the Germans.
A “Master Race” must control the Germans to keep the rival State out. In a condition of freedom the German “helots” would revert to Anarchy, just as the racially “inferior” Celts of France threw out the Norman Nordic overlords (the Houston Chamberlain version of the French Revolution). Later, of course, when Nazism became a mass Party it was expedient to amend this to saying the Germans were the Master Race, but this was not the original Nazi philosophy, nor was it privately accepted by the Nazi leaders (“the German people were not worthy of me”). But they could hardly tell mass meetings that they were all “helots”. At least not until their power was complete. This idea that a whole people (whichever it was) can be born “helots” could not be better expressed as the contrary opposite of Anarchism, since in this case it would indeed be impossible.
This Nazi propaganda is echoed by the media today; “plunging the country into Anarchy would be followed by a Communist or extreme right-wing dictatorship” is current newspaper jargon.
To sum up the fascist objection to Anarchism: It is not denied the abolition of the State can come about, but if so, given economic, social, and political freedom, the “helots” — who are “naturally inclined” to accept subjection from superior races — will seek for masters. They will have a nostalgia for “strong rule”.
In Nazi thinking, strong rule can only come from (in theory) racially-pure members of the “Master Race” (something a little more than a class and less than a people), which can be constructive masters (i.e., the “Aryans”), or a race which has had no contact with the “soil” and will be thus destructive.
In other types of fascist thinking, given freedom, the people will throw off all patriotic and nationalistic allegiances and so the “country” will cease to be great. This is the basis of Mussolini’s fascism, and, of course, it is perfectly true, bearing in mind that “the country” is his synonym for the State and his only conception of greatness is militaristic. The frankest of all is the Spanish type of fascism which sought to impose class domination of the most brutal kind and make it plain that its opposition to Anarchism was simply in order to keep the working class down. If necessary, the working class may be, and was, decimated in order to crush Anarchism.
It is true of all political philosophies and blatant with the fascist one, that its relationship to Anarchism throws as clear light upon itself!
The Average Person’s Objection to Anarchism
Generally speaking, the ordinary people pick up their objection to Anarchism from the press, which in turn is influenced by what the establishment wants. For many years there was a press conspiracy of silence against Anarchism, followed in the 1960 by a ruling on transcribing Anarchism and Marxism, or Anarchism and nationalism, so that the one must be referred to the other, in order to confuse. This was bourn out in many exposures in Black Flag showing where avowed Marxists were in the turbulent Sixties described in the press as “Anarchists” while avowed Anarchists were described as “Marxists” or “nationalists”. On some occasions nationalists were called “Anarchists,” but usually when the word “Anarchist” was being used as if to describe oneself as an Anarchist, it was to make a confession of guilt. This, as we have seen, is picked up from the Liberal-Democratic attitude to Anarchism. But it is flavoured strongly with the fascist attitude, too. Because of it, the phrase “self-confessed Anarchist” came to be used by the Press to describe a person who is an Anarchist as opposed to someone who they have merely labeled Anarchist in order to confuse.
This has altered somewhat with the commercial exploitation of Anarchism by commercial exploitation of music and academic exploitation of philosophy, giving rise to a middle-class liberal version of an Anarchist as a liberal-minded philosopher, a harmless eccentric, a drop out, or a person wearing fashionably unfashionable clothes.
As opposed to this increasingly popular misconception, the average person takes the fascist view of anarchism — as picked up in its entirety by police officers and others — as genuine, but tempered with the fact that they do not take it quite seriously. Sometimes they confuse the word “revolutionary”, and assume all who protest are thereby Anarchist. This ignorance, however, is more often displayed by journalists than it is by the general public.
When it comes down to an objection to Anarchism as it is, as distinct from objections to a mythological Anarchism as imagined or caricatured by the authoritarian Parties or establishment, or practised by the alternative establishment, there are not many serious objections from the general public. They may not think it practical of realisation if presented in a positive way to them, but they usually do so if presented in a negative way — i.e. describing the tyranny of the State. The fact that we could dispense with authoritarian parties, the worthlessness of politicians, and so on is generally agreed. The sole main objection is perhaps the feeling that they want to make the best out of life as it is: and they do not feel strong enough to challenge the State or to face the struggle involved in bringing about a Free Society, or put up with the many vicissitudes (major and minor) that make up the life of a militant or someone reasonably committed to an ideal. The temptations are greatto conform and to accept the bribes which the capitalist class can now hold out. Only when the State wants its last ounce of blood do people wake up to the need for resistance, but then it is too late and also, of course, the State then takes on the pretence of being “the country”, in order to be loved instead of hated or disliked.
The Reduction of Anarchism to Marginalisation
By crafty methods, not used against other political theories, it is endeavoured by Statist propaganda to marginalise Anarchism to nothing. It is confused by journalists, professors, and subsidised “researchers” to show that Anarchists are identical to dropouts, drug-takers, nationalist assassins, New-Age travelers, political dissidents, militant trade unionists, young rebels, middle-class theorists, dreamers, plotters, comedians, frustrated reformers, extreme pacifists, murderers, schoolboy rebels, and criminals. Some Anarchists, one supposes, could be any but hardly all of these — as could members of all political persuasions — but none could be descriptive of the cause. By misuse of the word “Anarchist”, or by added “alleged” or “self-confessed” Anarchist; or by conjoining the word with an obvious contradiction, Anarchism can be marginalised and, by implication, Statist theories made to seem the norm.
— Albert Meltzer
Albert Meltzer, anarchist
Albert Meltzer was one of the most enduring and respected torchbearers of the international anarchist movement in the second half of the twentieth century. His sixty-year commitment to the vision and practice of anarchism survived both the collapse of the Revolution and Civil War in Spain and the Second World War; he helped fuel the libertarian impetus of the 1960s and 1970s and steer it through the reactionary challenges of the Thatcherite 1980s and post-Cold War 1990s.
Fortunately, before he died, Albert managed to finish his autobiography, I Couldn’t Paint Golden Angels, a pungent, no-punches pulled, Schvejkian account of a radical twentieth century enemy of humbug and injustice. A life-long trade union activist, he fought Mosley’s Blackshirts in the battle of Cable Street, played an active role in supporting the anarchist communes and militias in the Spanish Revolution and the pre-war German anti-Nazi resistance, was a key player in the Cairo Mutiny [after] the Second World War, helped rebuild the post-war anti-Franco resistance in Spain and the international anarchist movement. His achievements include Cuddon’s Cosmopolitan Review, an occasional satirical review first published in 1965 and named after Ambrose Cuddon, possibly the first consciously anarchist publisher in the modern sense, the founding of the Anarchist Black Cross, a prisoners’ aid and ginger group and the paper which grew out of it – Black Flag.
However, perhaps Albert’s most enduring legacy is the Kate Sharpley Library, probably the most comprehensive anarchist archive in Britain.
Born in 1920 into a mixed marriage in the London of Orwell’s Down and Out in which there were few homes for heroes, but many heroes fit only for homes, Albert was soon enrolled into political life as a private in the awkward squad. His decision to go down the road of revolutionary politics came, he claimed, in 1935 at the age of 15 – as a direct result of taking boxing lessons. Boxing was considered a “common” sport, frowned upon by the governors of his Edmonton school and the prospective Labour MP for the area, the virulently anti-boxing Dr Edith Summerskill. Perhaps it was the boxer’s legs and footwork he acquired as a youth which gave him his lifelong ability to bear his considerable bulk. It certainly induced a lifetime’s habit of shrewd assessment of his own and opponents’ respective strengths and weaknesses.
The streetwise, pugilistic but bookish schoolboy attended his first anarchist meeting in 1935 where he first drew attention to himself by contradicting the speaker, Emma Goldman, by his defence of boxing. He soon made friends with the ageing anarchist militants of a previous generation and became a regular and dynamic participant in public meetings. The anarchist-led resistance to the Franco uprising in Spain in 1936 gave a major boost to the movement in Britain and Albert’s activities ranged from organising solidarity appeals, to producing propaganda, working with Captain J R White to organise illegal arms shipments from Hamburg to the CNT in Spain and acting as a contact for the Spanish anarchist intelligence services in Britain.
Albert’s early working career ranged from fairground promoter, a theatre-hand and occasional film extra. Albert appeared briefly in Leslie Howard’s Pimpernel Smith, an anti-Nazi film that did not follow the line of victory but rather of revolution in Europe. The plot called for communist prisoners, but by the time Howard came to make it, in 1940, Stalin had invaded Finland, and the script was changed to anarchist prisoners. Howard decided that none of the actors playing the anarchists seemed real and insisted that real anarchists, including Albert, be used as extras in the concentration camp scenes. One consequence of this meeting was Howard’s introduction to Hilda Monte, a prominent but unsung hero of the German anarchist resistance to Hitler, which may have contributed to his subsequent death en route to Lisbon.
Albert’s later working years were spent mainly as a second-hand bookseller and, finally, as a Fleet Street copytaker. His last employer was, strangely enough, The Daily Telegraph.
While by nature a remarkably gentle, generous and gracious soul, Albert’s championship of anarchism as a revolutionary working class movement brought him into direct and sustained conflict with the neo-liberals who came to dominate the movement in the late 1940s. Just as people are drawn to totalitarian movements like fascism and communism because of their implicit violence and ideological certainties, many otherwise politically incompatible people were drawn to anarchism because of its militant tolerance. Albert was vehemently opposed to the re-packaging and marketing of anarchism as a broad church for academia-oriented quietists and single-issue pressure groups. It was ironical that one of this group, the late Professor George Woodcock, should publicly dismiss anarchism as a spent historical force in 1962, blissfully unaware of the post-Butskellite storm which was about to break and the influence anarchist and libertarian ideas would have on this and generations yet to come. It was his championship of class-struggle anarchism, coupled with his scepticism of the student-led New Left in the 1960s which earned Albert his reputation for sectarianism. Paradoxically, as friend and Black Flag cartoonist Phil Ruff points out in his introduction to Albert’s autobiography, it was the discovery of class struggle anarchism through the “sectarianism” of Black Flag under Albert’s editorship that convinced so many anarchists of his and subsequent generations to become active in the movement’. The dynamic and logic of Albert’s so-called sectarianism continued to bring countless young people into the anarchist movement then and for a further thirty years until his untimely stroke in April 1996.
It is difficult to write a public appreciation of such an inscrutably private man. Albert Meltzer seemed often like a member of a tug-of-war team; you never quite knew if he was there simply to make up numbers or if he was the anchor-man of the whole operation. To Albert, all privilege was the enemy of human freedom; not just the privileges of capitalists, kings, bureaucrats and politicians but also the petty aspirations of opportunists and careerists among the rebels themselves. Much of what he contributed to the lives of those who knew him must go unrecorded, but he will be remembered and talked about fondly for many years to come by those of us whose lives he touched.
Stuart Christie
Albert Meltzer, anarchist, born London, January 7, 1920; died, Weston-Super-Mare, North Somerset, May 7, 1996.
An edited version of this obituary was published in The Guardian under the title ‘Anarchy’s torchbearer’.
From: Black Flag, no. 208, June 1996..