Crónica en Memoria de Jorge Saldivia por Mate amargo.
El día estaba caluroso y el sol golpeaba sobre nuestra cabezas, nada insoportable, así son los días de Octubre. Llegamos a las cercanías de la población La Victoria, recorrimos un rato la feria que se pone los domingos en el sector y nos adentramos en los angostos pasajes que dan a Departamental. Al final de una de esas calles vimos una aglomeración de personas. Ese era el lugar donde estaban velando a Jorge Saldivia, el Wena Wena como le decían. La verdad yo no tuve la oportunidad de conocerlo muy en profundidad, pero en un par de ocasiones compartí con él y en más de una ocasión con sus cercanos. Toda gente muy hermosa y que pese a la adversidad sigue resistiendo y luchando.
Yo me enteré de la noticia por una llamada, ahí recién entendí que aquellos hombres que la televisión llamaba “delincuentes” eran en realidad combatientes y que lo sucedido no era simplemente un asalto, sino una expropiación armada a un camión Brinks, de esos que reparten la asquerosa plata en los cajeros y bancos. Saldivia había recibido tres balas en el pecho en el momento en que participaba de la acción y así fue que falleció mientras dos de sus acompañantes eran detenidos.
Sobre el ataúd del Wena Wena había una orgullosa bandera del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, grupo político que resistió y combatió tenazmente a la dictadura y al cual el fallecido combatiente perteneció. Eso sí lo sabía. Había escuchado hablar que Saldivia sostuvo toda una vida de lucha y que conocía la frialdad y la dureza de la prisión política, de la cual había salido no hace mucho tiempo.
Sin duda el solo nombre del Frente nos lleva inmediatamente a recordar parte de su historia, acciones como la Operación Siglo XX, el secuestro del hijo de Agustín Edwards, la fuga de la Cárcel de Alta Seguridad y la Cárcel Pública, el inconcluso traspaso de armas en Carrizal Bajo, el ajusticiamiento de Jaime Guzmán y un sinfín de expropiaciones, sabotajes y ataques a cuarteles, por mencionar algo. De esa historia de lucha fue parte este hombre.
Ahora me parece tan curioso el hecho de haber querido hacerle una entrevista a Saldivia en algún momento, de hecho, un par de días antes del asalto al Camión Brinks le pregunté a un conocido si él creía posible que el Wena Wena me relatara sus días de combate y sus diversas experiencias en el Frente. Quiero empezar a hacer eso, le mencioné, recopilar entrevistas a combatientes para que sus vivencias y relatos no se pierdan ni queden en el olvido. Y de pronto sucede esto, la cruda confirmación de que ese trabajo no sólo era buena idea, sino que también era estrictamente necesario.
Al interior de la pieza donde descansaba el cuerpo del rodriguista había varios viejos con los ojos llenos de lágrimas que pasaban a verlo, susurraban algunas palabras y se retiraban, no sin antes besar el cristal del ataúd. Muchos de ellos debieron ser compañeros de lucha de Saldivia. Cuántas historias paseaban ese día por el lugar, cuántas acciones y experiencias, cuánta historia que por seguridad nunca se contará y quedará para siempre en el silencio de esos viejos guerreros.
Cuando sacaron el ataúd para ponerlo en la carroza los gritos y consignas llenaron el aire. Él lucho hasta vencer o morir, se escuchaba por todo el pasaje. En los medios de comunicación se hablaba de delincuentes y antisociales, pero en ese lugar el ambiente era distinto y todo indicaba que se asistía al funeral de un luchador que con sus 52 años permaneció con sus convicciones totalmente intactas.
Para nosotros se dispuso de un bus para que nos llevara al Cementerio Metropolitano, donde enterrarían el cuerpo. El vehículo tenía varios afiches pegados en el exterior para que los vieran todos los transeúntes que se toparan con la caravana. Por la ventana asomaba un lienzo negro que decía con letras blancas: Memoria Activa, Presente Combativo. Y así nos fuimos, gritando infinidad de veces el nombre del combatiente muerto.
Cuando llegamos al cementerio había más gente esperando en la entrada a que llegara la caravana. Comenzamos a caminar hacia el interior, entre las tumbas, los árboles y las consignas. Al frente iban dos viejos sosteniendo una bandera del Frente, orgullosos y decididos portadores de la historia.
Pese al calor, el día estaba bonito y más aún porque en aquella procesión había muchos compañeros anarquistas, muchas caras y voces que me eran conocidas. La presencia ácrata se ha hecho cada vez más común en este tipo de situaciones, ya que hemos aprendido a reconocer la historia de los antiguos luchadores, sus experiencias, sus vivencias y acciones hoy son parte de nuestro imaginario. Fuimos a despedir a un compañero que tomó en sus propias manos la decisión de expropiar al capital, de hacerle frente a siglos de explotación y asumir las consecuencias.
Cuando llegamos al lugar donde se enterraría el cuerpo, los más cercanos emitieron un conmovedor discurso donde se habló de la vida que escogió Saldivia, de su irreductible lucha y su digna muerte. Luego se escucharon algunas canciones que el Wena Wena solía oír, entre ellas estaba El Necio de Silvio Rodríguez. Yo me muero como viví, decía una y otra vez el coro mientras las lágrimas caían por la cara de quienes más lo querían.
Entre las palabras del discurso se citó al anarquista Severino Di Giovanni quien dedicó toda su vida a la acción y la propaganda. Da alegría darse cuenta que no sólo nosotros reconocemos la lucha de otros combatientes, muchos de ellos también han visto en la lucha anarquista hermosos ejemplos de rebeldía. El texto citado era el siguiente:
“No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí elegí la lucha. Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita, la rebelión del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso.”
Entre varios tomaron el ataúd y lo bajaron. La bandera del Frente seguía allí y sobre ella alguien colocó un grueso libro de color rojo. Severino Di Giovanni, el Idealista de la Violencia, era el título. Quienes permanecían alrededor comenzaron a arrojar claveles rojos sobre la madera del ataúd, luego de eso empezaron a caer una a una las paladas de tierra.
– ¡Compañero Jorge Saldivia! – gritó alguien con la voz desgarrada y conmovida.
– ¡Presente! – contestaron todos al unísono.