Y EL SEGUNDO DE LOS ARTÍCULOS QUE ALGUNOS DE NUESTROS AMIGOS LECTORES NOS HAN ENVIADO EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS. MUCHAS GRACIAS.
Introducción:
El cometido de este artículo es ilustrar el parecer de los libertarios españoles, a través de su prensa, sobre el Estado.
Preocupados por la periclitación de su discurso, hemos concluido retomarlo a través de sus periódicos y examinarlo desde su posición central: el Estado, para saber si su parecer aún es vigente. Y para eso tenemos en cuenta la opinión de pensadores postmodernos como Foucault y Deleuze.
Nos hemos apoyado en la prensa anarquista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX sacada del “Internationaal Instituut Sociale Geschiedenis” de Amsterdam para dilucidar el juicio de los anarquistas españoles, a través de su prensa, sobre el Estado.
Finalmente, esbozamos el juicio de pensadores postmodernistas, como Foucault y Deleuze para saber si el discurso antiestatista sirve en el mundo postmoderno que nos encontramos y que es una prolongación del discurso anarquista decimonónico.
Crítica de los ácratas españoles al Estado
Para los libertarios españoles el Estado tenía un carácter de clase, y no era más que el aparato armado y administrativo que ejercía los intereses de la clase social dominante.
El periódico El Rebelde (1908. Número 21) se expresaba así:
Contra lo que muchos creen todavía, la ley nunca fue necesaria porque no respondió a una necesidad sentida por todos, sí en cambio por unos cuantos que en ella vieron un arma y al mismo tiempo un escudo para continuar impunemente despojando y dilapidando el producto del constante trabajo de los que desde un principio viéronse ya sometidos al yugo esclavizador de la miseria.
La ley, pues, es el fruto de la aberración y del crimen […]
El noticiero El grito del pueblo (1886. Número 1) se expresaba de esta manera al respecto
[…] pero esta necesidad no se hace sentir más que para los que poseen algo, y que tienen necesidad de una fuerza para guardar esto –de que se han apoderado- de las reclamaciones de aquellos a quienes han desposeído. Pero el trabajador que no tiene nada que guardar, se pasaría fácilmente sin todo ese boato, siendo él el único en sufragarlos gastos de su conservación, no solamente sin sacar algún provecho, sino que está instituido más que para aprisionarlo si da señales de reclamación. Si se declarasen en huelga, el ejército y la policía están allí para hacerles respetar la libertad del trabajo; si después de una gran temporada sin trabajo rechazados en los talleres y arrastrados por el hambre toman un pan con que saciar ésta, la Magistratura está allí para informarle que en medio de tanta abundancia que el trabajador mismo ha creado, éste tiene la libertad de morirse de hambre; pero que ante todo, debe de respetar la propiedad; y, cuando en tristes días en que la miseria es general, y arrastrados por la necesidad salen en masa a la calle, es cuando estas instituciones sociales, se levantan delante de ellos para impedir cualquier exceso. Es preciso, por tanto, destruirlas y guardarse muy bien volverlas a construir
La Idea Libre (1894-9. Número 25) asevera lo siguiente respecto al Estado:
No hay que darle vueltas. La ley es y ha sido siempre la expresión de la voluntad fundada en la conveniencia de los que mandan. La lógica va más lejos aún. Si la ley ha preceptuado como justo lo que perjudicaba a los sometidos, si éstos dominan un día por un esfuerzo revolucionario legislan tenedlo por seguro ocurrirán […], darán nueva forma a la iniquidad: en ese supuesto ya puede lamentarse el provenir de futuras víctimas
Al mismo tiempo, para los ácratas españoles, que se expresaban a través de sus periódicos, el Estado era tiranía, opresión; y restringe la libertad humana.
Así se lee en el Germinal (1904. Número 8) :
Ella [la autoridad] es la perturbación del orden, es el sustentáculo de la opresión y la tiranía; ella es la que persigue a honrados ciudadanos que defienden ideas nobles y generosas.
En El productor (1887. Número 25) hallamos la siguiente reflexión:
El Estado, representante del principio de autoridad, no puede existir sin que los individuos a él supeditados abdiquen una parte más o menos grande de su libertad, y solo a cambio de esta abdicación promete aquél hacernos felices; y en este punto conciben, así el Estado más absolutista como el más radical
En La anarquía (1890. Número 226) también se opina lo mismo, diciendo que:
Mi lógica demuéstrame que todo gobierno es tiranía, que toda autoridad es un dique que se opone a la libertad
Y es que como sostiene Aníbal D’Auria (2008: 16) la teoría anarquista de la justicia no es una versión jusnaturalista sino una concepción que imposibilita cualquier asociación entre derecho y justicia, ya que para ellos la justicia era ausencia de derecho positivo, es decir, ausencia del Estado.
Reiterando en lo dicho, José Casasola (Almanaque de la revista Blanca para 1903) dice que el Estado es represor para con los oprimidos porque oprime su espíritu de rebeldía impidiendo la construcción de una sociedad equitativa.
Este pensador anarquista asegura que el Estado nunca ha favorecido el progreso social; antes bien, lo ha entorpecido gracias a sus ejércitos y cuerpos de mercenarios para perseguir a los que sustentan ideas generosas.
José Casasola repite lo que hemos dicho: que el Estado es la expresión de la lucha de clases y que está a disposición de los acaudalados, de los opresores:
El Estado, fiel depositario y guardados de las prerrogativas de las clases cuyos intereses representa y defiende se ha opuesto, empleando todos los medios de resistencia de que dispone, que como es sabido no son pocos, consistentes en cárceles, presidios, deportaciones, etc., y en los tiempos que corremos ya sabéis los viles procedimientos que los agentes de los gobiernos ponen en práctica para fraguar complots y simular explosiones de petardos, a fin de tener un pretexto para perseguir y amilanar a los hombres que profesan el ideal que simboliza la emancipación integral de la humanidad. […] Siendo la misión del Estado garantir los interesas de las clases directoras, llámense gobernantes o burguesas, fundados en la explotación del pueblo, mediante las centenares de leyes que rigen la vida social hechas en su favor, ¿no sería suma candidez esperar de semejante organismo nada que signifique reciprocidad de derechos y deberes, igualdad o fusión de clases en una sola de hombres dignos y libres?
También señala que el Estado no distribuye justicia, y que ésta solo existe en las sociedades que se apoyan mutuamente:
En las sociedades regidas autoritariamente el equilibrio social, como corolario obligado de un orden de cosas que tuviese por norma la justicia, no ha existido jamás ni podrá existir, porque legislación y autoridad encargada de ejecutarla, implican necesariamente dominio, es decir, tiranía, y donde hay dominio hay dominadores y dominados, tiranos y tiranizados, poseedores y desposeídos, y por consecuencia, explotadores y explotados¸ por el contrario, donde hay igualdad de condiciones no es necesaria ninguna ley que garantice lo que virtual e implícitamente por la igualdad misma queda garantizado, a saber: el perfecto derecho al goce de todo lo que sirve para conservar, enaltecer y embellecer la vida en justa reciprocidad de nuestra cooperación para producir lo concerniente a conservarla, enaltecerla y embellecerla
Aduce que hay quienes piensan que el Estado es una creación divina y que así justifican el capitalismo:
Hay quien aceptando a priori la existencia de un Dios personal, separado y aparte del mundo objetivo, autor y creador de todas las cosas, proclama que el Estado como todo lo creado es obra de ese Dios, que a ser cierta tal doctrina, habría que declararse el tirano más abominable de todos los tiranos, pues que se habría complacido en crear a sabiendas, ya que para él nada hay oculto, una institución que, así en los tiempos antiguos como en los presentes, ha sido la causa de todas las hecatombes que han ensangrentado la superficie de este miserable planeta que nos sirve de morada. Las guerras antiguas y modernas entre pueblos hermanos, entre hombres que no se han inferido ni la más pequeña ofensa personal entre semejantes que ni siquiera se conocen, ¿por quién han sido fomentadas sino por el Estado para satisfacer bastardas ambiciones de dominación, de orgullo y de lucro? […]. Y si a estas víctimas sacrificadas directamente por el Estado en las guerras, se agregan las que produce la explotación en las fábricas, en los campos, en las minas y en todo lugar en que el hombre trabaja en condiciones detestables para satisfacer la codicia del capitalismo, amparado y defendido por la legalidad del Estado, la cifra resulta aterradora, y más si se tiene en cuenta el sumando considerable que aporta la miseria
También afirma que hay quienes le dan una explicación materialista, esto es: que es creación de un estadista para apartar al ser humano del estado natural:
Otros, apartándose de este origen ultraterreno, suponen que el Estado es obra de los hombres, y en esto sí que no se equivocan, solo que sus conclusiones están en desacuerdo con las investigaciones de la moderna sociología. El filósofo Hobbes parte del principio de que la guerra más encarnizada era el estado natural de los hombres primitivos, y que éstos, para librarse de semejante plaga y poder afianzar su seguridad y libertad personales que estaban a merced de los más astutos y fuertes, convinieron en fundar la sociedad civil, nombrándose directores que dirimieran sus cuestiones lográndose por este medio la paz y prosperidad social. El error de esta teoría estriba en considerar si no está dirigida por alguien que asuma en sí la facultad de señalar a cada hombre la órbita que le es permitido moverse a fin de no perturbar el movimiento de los demás, teoría que se opone a nuestros días a la concepción anarquista de una sociedad sin gobierno
Resumiendo, para José Casasola en un primer momento, y en las sociedades primitivas, no existía Estado: éste surgió junto con la opresión cuando finalizó la etapa en que imperaba el apoyo mutuo:
En esta remota época prehistórica los hombres estaban agrupados en familias que formaron tribus y sucesivamente en grupos de tribus que practicaban el trabajo en común, participando todos por igual de sus beneficios; pero este relativo bienestar que bastaba a satisfacer las rudimentarias necesidades, todavía no muy desarrolladas, del hombre de la edad de bronce, no tardó en verse trastornado por las acometidas invasiones de otras tribus holgazanas que entregadas a la ruda terea de la caza y careciendo de hábitos de trabajo, cayeron sobre las tribus de trabajadores de vida sedentaria y pacífica y los sometieron a esclavitud, obligándoles a trabajar para ellos. Para consolidar semejante estado de violencia y rapiña y a fin de vigilar constantemente a los sometidos, se nombraron jefes y bandas de mercenarios que vivían a costa de los trabajadores, y cuantas veces eran sometidos, poniendo en práctica los medios más atroces que les sugería su más refinada crueldad.
He aquí la primera aparición del Estado, personificado en aquellos brutales dominadores que huyendo del trabajo echaron los cimientos de una institución que ha llegado a nuestros brutales días más o menos modificada y perfeccionada en razón del progreso de los tiempos en lo que afecta a la forma, pero conservando en el fondo el carácter originario de opresión y tiranía que hizo posible su existencia
Finaliza con la argumentación de que en la actualidad el Estado bendice la sociedad desigual y opresora:
Aún podría objetársenos que el estado moderno se funda en la ley igual para todos hecha por los representantes del pueblo en virtud del sufragio universal; pero ya sabemos que esos representantes del pueblo lo son por virtud del pucherazo electoral, y que en su gran mayoría se componen de privilegiados y aventureros que tienen especial cuidado de hacer las leyes en todo rigor, siempre que esas leyes tengan por objeto reconocer y defender el principio de autoridad y la propiedad privada de la tierra y de los instrumentos de trabajo, serán injustas, como basándose en la usurpación de funciones políticas y económicas que no pueden delegarse sopena de quedar desposeído de los que constituye el complemento de nuestra personalidad.
Y es que como sostiene Francis Dupuis-Deri (2007: 19) la coerción es sinónimo de violencia, y toda la autoridad es coercitiva.
Anselmo Lorenzo (Almanaque de la revista Blanca para 1903) dice que el Estado es autoritario y que no se extrae nada bueno de él:
La preocupación autoritaria, la acción del poder: ahí radica el origen del mal que todos lamentamos, burgueses y trabajadores, nosotros con harto más motivo, y preciso es arrancar de cuajo esa funestísima preocupación político-autoritaria que lleva a todo el que no es anarquista a pedir a ese mismo Estado, a ese mismo poder, que el olmo de peras, o lo que es lo mismo, que causas malas den resultados buenos
Para este anarquista, es necesario destruir el Estado y todo órgano político:
Estado monárquico, Estado republicano, Estado burgués obrero, todo es lo mismo; en todas y en cada una de esas formas autoritarias se encarna el despotismo de arriba y la esclavitud de abajo, y por tanto es preciso salir de la evolución que según las teorías oportunistas vaya preparando reformas paulatinas que consuman generaciones en la opresión y la miseria, sino en el periodo plenamente revolucionario; pero para esto preciso es destruir el Estado y todo el organismo político
Y es que como dice Aníbal D’Auria (2008: 16 y 18) el anarquismo ataca el Estado porque su idea de justicia es opuesto a todo derecho positivo. Y que para los ácratas el derecho o el Estado es coacción física, superstición y violencia.
Recapitulamos con los argumentos de Ricardo Mella (Almanaque de la revista Blanca para 1903) cuando piensa que:
La tiranía del Estado siempre produjo los mismos lamentables efectos, traduciéndose en una encadenación infinita de despojos arbitrarios y onerosidades abominables. –Los hombres y las clases que dan vida y que viven de la monopolización del Estado, ejercen sin escrúpulos de conciencia todo género de injusticias legales, sancionando y promulgando caprichosamente leyes, códigos y constituciones que hagan posible sus felonías y desafueros. Vinculada en ellos toda la fuerza del poder social por la acción centralizadora del Estado, de cuyos magnos resortes disponen a placer las clases directoras, todo les es posible a los de arriba en perjuicio evidente de los de abajo.- Por eso, precisamente por eso, jamás el Estado contribuirá con su poder y omnipotencia a producir la emancipación de los desheredados
[…] El Estado es la sociedad organizada oficialmente para defender los intereses de los grandes propietarios y fomentar por medio de la fuerza el influjo y poderío de los potentados y nobles: es una fuerza formidable. Realmente el Estado es un poder avasallador y despótico que infunde miedo, y lo que infunde pavor, lo que aniquila y aterra, claro está que debe ser nocivo para la salud social. Esto es indudable
[…] Mal que pese a los demócratas mediocres, la acción disolvente que el Estado ejerce sobre la sociedad, jamás se trocará en acción benéfica; como no procuren los pueblos su derogación definitiva, siempre serán esclavos ya que hasta el presente momento histórico, la fuerza del poder social organizado, solo ha tendido a secularizar el poderío y prepotencia de las clases elevadas, a cuyo servicio están adscritas con rendido servilismo los que explotan la gobernación de las naciones. Por algo ha dicho la sabiduría moderna que a medida que decrece el poder avasallador del Estado, aumenta la felicidad de los pueblos y que el súmmum de la libertad y prosperidad de la raza humana, llegará, precisa e indefectiblemente, cuando el poder del Estado sea reducido a lo que en toda operación matemática, representa un cero a la izquierda
[…] porque el Estado no significa otra cosa que el soporte formidable en que se apoyan los privilegiados para eternizar el odioso imperio de su dominación inexplicable, el mortífero cerco de hierro en que la explotación tiene constantemente sitiados a los augustos hijos del trabajo
[…] Procurar la derogación del Estado por los incorregibles defectos de que adolece, ya que solo plantel de infamias y atropellos supone, es trabajar en pro de la justicia, en afanarse noblemente en levantar, con sanas enervaciones, el abatido espíritu de los hombres para que se purifiquen y regeneren combatiendo por la causa augusta de su emancipación
[…] El Estado autoritario ha venido siendo hasta el día el complaciente patrocinador de todo despojo, fuerza será que en lo sucesivo deje su puesto al socialismo para que este estado novísimo, moralizador y libertador con su justicia incorruptible y moralizadora ponga fin a la era azarosa y arbitraria del autoritarismo absorbente que tantas injusticias, despojos, alevosías y bandolerismos ha perpetrado en bien y para saciar la omnímoda avaricia y bandolerismo ha perpetrado en bien y para saciar la omnímoda avaricia de las clases dominadoras
Otra mirada del Estado para ver la opresión del poder actual en la sociedad postmoderna
Foucault, interesado en una reconceptualización del poder que supere su concepción jurídico-negativa y que intente su formulación positiva como tecnología del poder que encarna la sociedad occidental contemporánea juzga que éste se ha desarrollado a partir de la disciplina y la educación como tecnologías que están dirigidas al control de los individuos y del hallazgo del concepto de población como tecnología orientada al control colectivo y social.
La disciplina, entendida como el mecanismo del poder por el cual alcanzamos a controlar, en el cuerpo social, hasta los elementos más tenues de los átomos sociales, o sea, los individuos, éstos si los vigilamos controlamos su conducta, su comportamiento, sus aptitudes, encontramos la concreción en la praxis de una educación disciplinada en las notas cuantitativas, los exámenes, los concursos, etc. (Ferrer, 1985: 31).
Por último, este pensador entiende que en la tecnología de poblaciones, la sociedad disciplinaria se completa en una didáctica en la que el poder no se ejerce simplemente sobre los individuos entendidos como sujetos-súbditos, sino que se descubre en aquello sobre lo que se ejerce el poder, lo cual quiere decir un grupo de seres vivos que son atravesados, comandados, regidos por procesos biológicos (Ferrer, 1985: 32).
De esta forma, el poder se hace materialista, deja de ser esencialmente jurídico, y ahora debe lidiar con esas cosas reales que son el cuerpo y la vida.
Deleuze, articula su reflexión al constatar que estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia (Ferrer, 1985: 18, t. II). Y que del lenguaje analógico que les es común pasamos, en las sociedades de control, a un lenguaje numérico.
Este pensador, también caracteriza a las nuevas sociedades de control como el lugar en donde, a diferencia de las sociedades disciplinarias, nunca se termina nada. Y que en las sociedades de control, la dominación es un continuum que corresponde a una mutación fundamental del capitalismo contemporáneo actual
Conclusiones
Pensamos que el Estado, para los anarquistas decimonónicos, es autoridad, fuerza, despliegue ostentoso y engreído del poder: es el violador legal de la voluntad de los de abajo y la negación permanente de toda libertad.
Como indagación somera de la sociedad presente, que es postmoderna, hay que decir que, según Foucault y Deleuze, el Estado no se puede analizar fuera de la microfísica del poder. Y que éste, ejercido por el Estado, es un efecto de conjunto donde juega un papel importante las relaciones de poder, pues el Estado no es una fuente autónoma de poder, ya que está en todas partes: es una red de relaciones de poder.
Bibliografía citada
D’AURIA, A., (2008) “Ciencia del derecho y crítica del Estado: Kelsen y los anarquistas” enAcademia. Revista de enseñanza del Derecho, Año 6, número 12, pp. 9-21
DUPIS_DERI, F., (2007) L’anarchies dans la philosophie politique. Réflexions anarchists sur la typologie traditionnelle des régimes politiques, Québec
Ferrer, Ch (compilador), (1985) El lenguaje libertario, Montevideo, Piedra Libre, II t.