El hecho de que vivimos en un mundo de mierda donde el Estado y el Capital nos imponen, básicamente sin problemas, todo tipo de monstruosidades está más que claro. También es cierto que sólo una pequeña minoría de la población intenta oponerse, de forma más o menos consciente, a la supresión de todos los espacios de autonomía y libertad que hacen que valga la pena vivr la vida. Como parte de esta pequeña minoría, nosotrxs lxs anarquistas, conscientes de la necesidad de destruir lo que nos oprime: ¿por qué no somos más determinadxs e incisivxs?.
Uno de los frenos más grandes y serios a nuestra acción es, seguramente, el miedo a poner, realmente, nuestras vidas en juego. Muy a menudo, este es un aspecto central de la lucha revolucionaria que no se aborda lo suficiente, porque nos obliga a sacar cuentas con nosotrxs mismxs y con nuestras debilidades. Exaltamos a las llamadas “pequeñas acciones”, fácilmente reproducibles, que seguramente no asustan a la “gente” y, aunque seamos conscientes de la urgencia y la necesidad del ataque destructivo al sistema autoritario-tecnológico, somos reacixs a involucrarnos hasta el fondo, a considerarnos en guerra y actuar en consecuencia.
Seguramente, es más fácil encontrarse junto a cientos/miles de personas para defender un territorio amenazado por alguna ecomonstruosidad que esperar solxs a su diseñador por fuera de casa. No hablo de valor, todxs y cada unx de nosotrxs tiene miedo y pone en práctica sus estrategias para controlarlo y gestionarlo; incluso lxs que participan en una llamada “lucha social” están arriesgando la cárcel o resultar heridxs (hay cientos de ejemplos en este sentido), no considero que sea esta la distinción, sino algo más complicado, o sea, la decisión de emprender prácticas de lucha que no contemplan ninguna posibilidad de mediación con el Poder, que expresan el completo rechazo a lo existente.
Participamos en asambleas en las que nos hacemos ilusiones de contribuir a tomar alguna decisión aunque, por lo general, nos ajustamos a lo que sugieren lxs compañerxs dotadxs de más carisma; inevitablemente, el compromiso es siempre hacia abajo, después de todo, tenemos que crecer todxs juntxs (siempre) y no asustar a nadie. Nos hacemos ilusiones con contribuir a un proyecto colectivo, aunque muy a menudo no sea el nuestro; el hecho de que estemos “entre la gente” nos crea la ilusión de estar trabajando concretamente por la insurrección, la próxima aventura.
Podemos compartir nuestras responsabilidades con lxs demás y confiar en no quedarnos solos si las cosas se ponen feas. No nos damos cuenta de cuánto de nuestra libertad individual perdemos, es más, nos sentimos segurxs por los límites impuestos por la asamblea, podemos esconder nuestra indecisión detrás del riesgo de que nuestra impaciencia sea perjudicial para el proyecto común.
Pero sólo cuando decidimos poner totalmente en juego nuestra vida e, individualmente o con nuestros afines, golpeamos el Poder donde más le pueda doler, sólo entonces, tendríamos el control real y podríamos afirmar con alegría y serenidad que estamos haciendo nuestra revolución. Poner en práctica una perspectiva de ataque directo nos libera de los grilletes de las luchas defensivas, nos permite infinitas perspectivas de acción y libertad.
No estoy haciendo la simple exaltación estética del acto individual, soy consciente de que la insurrección es un hecho colectivo, que estallará cuando lxs oprimidxs se levanten en armas, pero el tema es el método con el que contribuir a provocarla, nuestra vida es demasiado breve y el trabajo de demolición, demasiado grande y necesario como para que se pueda esperar hasta que todxs estén preparadxs. Es más, estoy convencido de que sólo soplando el fuego y con el ejemplo de la acción, nos podremos acercar a tal momento.
Otro freno que veo a la posibilidad de ataque de lxs anarquistas es la forma en la que muchxs compañerxs se acercan a lo social, a las llamadas “luchas sociales”. A mi entender, a menudo se parte de una consideración equivocada, se subestima a la gente, esto nos lleva a ver lo social como algo que trabajar, a lo que hay que acercarse con cautela para no asustarlo y, poco a poco, llevarlo a posiciones más avanzadas hasta que, una vez preparado, nos encontremos juntxs en las barricadas de la insurrección.
Yo estoy convencido de que lxs anarquistas forman parte de lo social y de que deben relacionarse como iguales con lxs “otrxs”, combatiendo todas estas actitudes “paternalistas” que, inevitablemente, desembocan en la política. Lxs anarquistas deben golpear y atacar con todas sus fuerzas, otrxs con tensiones similares tomarán ejemplo de nuestra acción, encontrarán nuevxs cómplices y, cuando finalmente también lxs demás explotadxs decidan levantarse, estallará la insurrección.
Debemos ser nosotrxs quienes dictemos los plazos y los momentos de lucha, cuanto más incisivxs y capaces de golpear en los puntos exactos seamos, mayores serán las posibilidades que tendremos de que se propaguen las prácticas de ataque directo. Esto no quiere decir que no hay que participar en las luchas que surgen de forma espontánea, sino que lo tenemos que hacer con nuestros métodos: el sabotaje y la acción directa.
Si en cierta localidad las personas salen a la calle para oponerse a una cierta nocividad, no es necesario que tratemos de conocerlas una por una, que preparemos comida con ellxs y, pasito a pasito, tratar de conseguir que suban algunos centímetros la barricada que han construido. Esto no acercará la prospectiva insurreccional, es más, debilitará nuestras fuerzas, debemos golpear a la empresa que la construye, a quienes la diseñan, a quienes la financian.
Debemos dejar claro que cualquiera puede tomar las riendas de su vida y destruir aquello que lx destruye. Debemos enfrentarnos a la policía, no sólo cuando intenta desalojar la concentración de turno, sino provocarla y atacarla, hacer ver que es posible, que se puede/se debe golpear primero a los que nos oprimen. Algunx podría argumentar que mi manera de ver las cosas y entender el accionar puede incubar los gérmenes del autoritarismo o del vanguardismo.
Al contrario, creo que contiene, en sí mismo, el antídoto a estos dos males que afligen a la acción revolucionaria. No se disfrazan los propios deseos, se dice claramente lo que se es y lo que se quiere y, sobre todo, en una relación de igualdad con lxs demás, se demuestra que armando las propias pasiones, cualquiera puede oponerse concretamente a este estado de cosas. La política, en mi opinión, se oculta justo en el limitarse para seguir el ritmo a lxs demás, en dejar de lado ciertos discursos para no “asustar” a las personas que no se sienten preparadas para entenderlos.
Debe quedar claro que lxs anarquistas buscan cómplices con lxs que sublevarse y no una opinión pública moderadamente favorable a vagos discursos sobre la libertad y la autogestión. Otra de las críticas que a menudo se les hace a lxs que practican el ataque contra el Estado y el Capital, de forma más o menos inteligente, más o menos acertada, es la de meterse en una espiral de acción/represión con los aparatos del Poder sin dar pasos adelante en el camino de la insurrección.
Ciertamente, es difícil negar que cuanto más representemos un peligro para el Poder, más se emperrará este en reprimirnos, pero esto, por desgracia, es natural y tal concatenación de causa-efecto solamente se detendrá cuando la multiplicación y la propagación de los ataques provoque la ruptura insurreccional.
Pensar que la revolución será sólo el resultado de la toma de conciencia de lxs explotadxs, después de décadas de “entrenamiento” en el gimnasio de las luchas intermedias, guiadxs por una minoría de iluminados que lxs llevan de la mano, yendo a penas un paso por delante de ellas, y aplazando continuamente el momento del conflicto armado, es pura ilusión.
Esta práctica es dos veces perdedora porque, renunciando a la acción directa, renunciamos a vivir plenamente nuestra vida, a hacer aquí y ahora nuestra revolución. En segundo lugar, es perdedora porque deja entender que el Estado dará tiempo a lxs oprimidxs a que se den cuenta de su condición, de conocerse, de organizarse y luego, tal vez, de sublevarse, antes de aplastarlxs.
Un pequeño ejemplo de ello sería la República libre de la Maddalena [de la lucha No Tav de Val Susa]: barrida antes de que nadie pudiese creerse que representaba un peligro real para la autoridad estatal. Además, el Estado, tal vez, más poderoso que la fuerza militar, dispone de un arma eficacísima: la recuperación. Un ejemplo, cuando el problema de la vivienda es apremiante, las luchas y okupaciones se multiplican y si los desalojos no resuelven el problema, el Poder puede jugar la carta de la legalización. ¿Qué harán lxs explotadxs con lxs que hemos luchado codo con codo una vez que tengan un techo sobre la cabeza?
Quizá pidan más, continúen rebelándose, pero se contentarán más fácilmente y nosotrxs estaremos obligadxs a tirarnos de cabeza a la próxima lucha esperando que esta vez nos vaya mejor… Solamente cuando nuestra acción no prevé la posibilidad de mediaciones, cuando nuestra lucha va directa a destruir lo que nos oprime, el Estado no nos podrá engañar con la recuperación: o tiene la fuerza para aplastarnos o deberá sucumbir.
Si tenemos la capacidad de tratar de difundir la práctica del ataque y de la acción directa, si sabemos echar gasolina al fuego de las tensiones sociales, avivándolas e intentando evitar la recomposición, tal vez, consigamos realmente incendiar el terreno. Antes de concluir, querría detenerme en otro aspecto que, a veces, parece ser un freno para nuestra acción: el análisis de los efectos y las transformaciones del dominio.
Con demasiada frecuencia, parece que esta no sirva para darnos mayor capacidad de incidir en la realidad, sino para alimentar miedos y sensación de impotencia frente a la magnitud del desafío y la monstruosidad de las nocividades que afrontar. Cuanto más analizamos los aspectos totalitarios y perjudiciales de la tecnología, más denunciamos los proyectos autoritarios del Estado y menos afilamos nuestras armas.
Aterrorizamos a lxs que les gustaría actuar con investigaciones más o menos profundas sobre los últimos descubrimientos del control. No estoy sosteniendo que no sirvan los análisis y las profundizaciones, sino que no deben convertirse en fines en sí mismos, ejercicios de capacidad intelectual separados de la acción directa. ¿Para qué sirve publicar listas interminables de empresas responsables de la destrucción de la naturaleza si nadie las ataca? Ya por sí solos, la inmensidad y lo imponente a de los aparatos estatales y económicos, a menudo, nos hacen dudar de la posibilidad de golpearles con eficacia.
Desastres ambientales como la marea de petróleo en el Golfo de México o Fukushima parecen decir que no se puede hacer nada para detener la guerra de la sociedad industrial contra el ser humano y la naturaleza. A pesar de todo, no somos indefensxs, mínimxs instrumentos de análisis, la acción directa y la decisión de unxs pocxs pueden demostrar que no todxs nos resignamos a aceptar pasivamente y, al mismo tiempo, indicar a lxs demás explotadxs que todavía es posible oponerse. Por ejemplo, la acción de lxs compañerxs del núcleo Olga de la FAI/FRI nos dice que es posible solidarizarse con lxs afectadxs por la catástrofe nuclear, también desde el otro lado del mundo, y golpear concretamente a la industria del átomo.
Espero que mis reflexiones sirvan para iniciar un debate entre compañerxs cara a aclarar y quitarse de encima todo lo que nos limita en la acción anarquista. Coraje y fuerza para lxs compañerxs que practican la acción anónima, coraje y fuerza para aquellxs que dan nombre a su propia rabia, coraje y fuerza para aquellxs que, con sus acciones, dan vida a la FAI/FRI: Hay todo un mundo por demoler.
Nicola Gai
Casa Circondariale di Ferrara
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44122 Ferrara
Italia
Fuente: Revista Terra Selvaggia/Páginas anticivilizadoras, nº 27, julio de 2013. Pág. 33