«Hay períodos en los que uno no puede hacer nada, salvo no perder la cabeza.»
Louis Mercier-Véga, La Chevauchée anonyme [1]
Cuando los proletarios se ven obligados a encargarse de sus propios asuntos para asegurar su propia supervivencia, abren la posibilidad de un cambio social.
Los kurdos se ven forzados a actuar en las condiciones en las que se encuentran, y que intentan crear para sí en el marco de una guerra internacionalizada poco favorable a la emancipación.
Nosotros no estamos aquí para «juzgarlos», ni tampoco para perder la cabeza.
Auto (defensa)
En distintas regiones del mundo los proletarios se ven abocados a una autodefensa que pasa por la autoorganización:
«Una vasta nebulosa de “movimientos” —armados o no, que oscilan entre el bandidismo social y la guerrilla organizada— actúan en las zonas más desfavorecidas del vertedero capitalista mundial y presentan rasgos similares a los del PKK actual. De una forma u otra, intentan resistirse a la destrucción de economías de subsistencia residuales, al saqueo de los recursos naturales o minerales locales o incluso a la imposición de una propiedad territorial capitalista que limita o impide el acceso o su uso; […] podemos citar desordenadamente el caso de la piratería en los mares de Somalia, del MEND en Nigeria, de los naxalistas en la India, de los mapuches en Chile. […] es fundamental comprender su contenido común: la autodefensa. […] uno siempre se autoorganiza en función de lo que es en el modo de producción capitalista (obrero de tal o cual empresa, habitante de tal o cual barrio, etc.), mientras que el abandono del terreno defensivo («reivindicativo») coincide con la interpenetración de todos esos sujetos y la desaparición de las distinciones, puesto que comienza a deshacerse la relación que las estructura: la relación capital/trabajo asalariado.»[2]
¿Ha desembocado (o puede desembocar) la autoorganización en Rojava en pasar de la necesidad de sobrevivir a cambiar radicalmente las relaciones sociales?
Es inútil volver aquí sobre la historia del potente movimiento independentista kurdo en Turquía, Irak, Siria e Irán, o sobre las rivalidades entre estos países y la represión que han sufrido los kurdos desde hace décadas. Tras la descomposición de Irak en tres entidades (suníes, chiíes y kurdos), la guerra civil en Siria ha liberado un territorio donde la autonomía kurda ha adquirido una forma nueva. Se ha constituido una unión popular (es decir, interclasista) para administrar este territorio y defenderlo contra un peligro militar: el Estado Islámico (EI) ha servido como agente de ruptura. La resistencia combina viejos lazos comunitarios y nuevos movimientos, de mujeres sobre todo, mediante una alianza de hecho entre proletarios y clases medias con «la nación» como cemento. «La transformación que está teniendo lugar en Rojava se apoya en cierta medida en una identidad kurda radical y en una intensa participación de las clases medias que, a pesar de la retórica radical, siempre tienen cierto interés en la perpetuación del Estado y el capital.»[3]
¿Revolución democrática?
En política las palabras dicen mucho: cuando Rojava elabora su constitución y la llaman Contrato social, se trata de un guiño a las Luces del siglo xviii. Una vez olvidados Lenin y Mao, los actuales dirigentes kurdos leen a Rousseau, no a Bakunin.
El Contrato social proclama «la coexistencia y comprensión mutuas y pacíficas de todas la capas sociales» y reconoce «la integridad territorial de Siria». Es lo que dice toda constitución democrática y no hay que esperar de ella una apología de la lucha de clases, ni la reivindicación de la abolición de las fronteras, y por tanto, tampoco de los Estados.[4]
Es el discurso de una revolución democrática. En la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789, el derecho a «resistirse a la opresión», expresamente recogido, iba de la mano del de la propiedad. Existía una libertad completa, pero definida y limitada por la ley. También en Rojava la «propiedad privada» es un derecho reconocido en el marco de la ley. Aunque opte por el calificativo de «región autónoma», el Contrato social prevé una administración, policía, cárceles, impuestos (y por tanto un poder central que recaude dinero).
Ahora bien, estamos a principios del siglo xxi: la referencia a «Dios todopoderoso» se codea con el «desarrollo sostenible», la paridad casi completa (40% de mujeres) y la «igualdad de sexos» (ligada, no obstante, a la «familia»).
Si a esto le añadimos la división de poderes, la separación entre la religión y el Estado, una magistratura independiente, un sistema económico que garantice el bienestar general y los derechos de los trabajadores (entre ellos, el derecho a huelga), la limitación del número de mandatos políticos, etc., lo que tenemos es un programa de la izquierda republicana.
Si en Europa y Estados Unidos determinadas personas ven en esos objetivos el presagio de una revolución social, la culpa la tiene sin duda el «relativismo cultural». En París, este programa solo provocaría burlas en el medio radical, pero «para allí, no está tan mal…»
Quienes establecen paralelismos entre Rojava y la revolución española deberían comparar este Contrato social con el programa adoptado por la CNT en mayo de 1936 (y con la forma en que se concretó dos meses más tarde).
Nuevo nacionalismo
Al igual que cualquier movimiento político, un movimiento de liberación nacional se dota de las ideologías, los medios y los aliados que puede, y los cambia cuando más le conviene. Si la ideología es nueva, es porque refleja un cambio de época.
«No se puede entender el devenir actual de la cuestión kurda, ni la trayectoria de sus expresiones políticas —empezando por el PKK— sin tener en cuenta el fin del ciclo dorado del «nacionalismo desde abajo» —socialista o «progresista»— en las zonas periféricas o semiperiféricas del sistema capitalista». [5]
El PKK no ha renunciado al objetivo natural de todo movimiento de liberación nacional. Aunque en lo sucesivo evite un término que suena demasiado autoritario, lo que pretende, tanto hoy como ayer, es la creación de un aparato central de gestión y decisión política sobre un territorio, y no hay mejor palabra para designar algo así que Estado. La diferencia, más allá de la calificación administrativa, es que supuestamente será tan democrático y estará tan en manos de sus ciudadanos, que ya no merecerá el nombre de Estado. Eso en cuanto a la ideología.
En Siria, el movimiento nacional kurdo (bajo la influencia del PKK) ha reemplazado la reivindicación de un Estado de pleno derecho por un programa más modesto y más de base: autonomía, confederalismo democrático, derechos del hombre y de la mujer, etc. En lugar de la ideología de un socialismo dirigido por un partido único obrero-campesino que desarrolle la industria pesada, en lugar de las referencias «de clase» y «marxistas», lo que se pone en primer plano son la autogestión, la cooperativa, la comuna, la ecología, el antiproductivismo y, para completar el lote, el género.
El objetivo de una gran autonomía interna con una vida democrática de base no es en absoluto utópico: diversas regiones del Pacífico viven así; los gobiernos dejan un amplio margen de autoadministración a poblaciones que no interesan a nadie (salvo cuando están en juego intereses mineros: en ese caso envían al ejército). En África, Somalilandia posee los atributos de un Estado (policía, moneda, economía) salvo que nadie lo reconoce como tal. En Chiapas (que mucha gente compara con Rojava), los habitantes sobreviven en el marco de una semiautonomía regional que protege su cultura y sus valores sin que eso incomode a demasiada gente. Por lo demás, la insurrección zapatista, la primera de la era altermundialista, no aspiraba a obtener la independencia ni a transformar la sociedad, sino a preservar un modo de vida tradicional.
Por su parte, los kurdos viven en el corazón de una región petrolífera codiciada, desgarrada por conflictos interminables y dominada por dictaduras. Esto deja poco margen a Rojava, pero quizá, al menos, un poco de espacio: pese a que su viabilidad económica sea escasa, gracias a un poco de maná petrolífero, no es del todo inexistente. El oro negro ya ha creado Estados-títere como Kuwait, y permite sobrevivir al mini-Estado kurdo iraquí. Lo cual equivale a decir que el futuro de Rojava depende menos de la movilización de sus habitantes que del papel de las potencias dominantes.
Si el abandono del proyecto de Estado-nación por parte del PKK es real, hay que preguntarse qué sería una confederación de tres o cuatro zonas autónomas a través de las fronteras de al menos tres países, ya que la coexistencia de muchas autonomías no tiene por qué abolir la estructura política central que las une. En Europa, las regiones transfronterizas (como por ejemplo, alrededor de la línea Oder-Neisse) no disminuyen el poder del Estado.
Otra vida cotidiana
Como a veces sucede en casos parecidos, la solidaridad contra un enemigo ha hecho borrarse provisionalmente las diferencias sociales: gestión de los pueblos por parte de los colectivos, lazos entre combatientes (hombres y mujeres) y población, difusión del saber médico (comienzo de una superación de los poderes especializados), reparto y gratuidad de ciertos productos alimenticios durante los peores momentos (los combates), tratamiento innovador de los problemas psíquicos, vida colectiva de los estudiantes (de ambos sexos), justicia impartida por un comité mixto (elegido en cada pueblo) que arbitra en los conflictos, decide las penas y busca reinsertar y rehabilitar, integración de las minorías étnicas de la región y salida de las mujeres del hogar mediante su propia autoorganización.[6]
¿Se trata de «una democracia sin Estado»? Nuestra intención no es oponer una lista de puntos negativos a la lista de puntos positivos redactada por los entusiastas: hay que ver de dónde procede esa autoorganización y cómo puede evolucionar, porque ningún Estado se ha disuelto jamás en una democracia local.
Una estructura social idéntica
Nadie sostiene que el conjunto de «los kurdos» tenga el privilegio de ser el único pueblo del mundo que vive desde siempre en armonía. Los kurdos, como todos los demás pueblos, están divididos en grupos con intereses opuestos, en clases, y si «clase» suena demasiado marxista, en dominantes y dominados. Ahora bien, a veces leemos que se está produciendo o se está preparando una revolución en Rojava. Puesto que sabemos que las clases dirigentes jamás ceden voluntariamente el poder, ¿dónde y cómo han sido derrotadas? ¿Qué intensa lucha de clases ha tenido lugar en Kurdistán para desencadenar este proceso?
Sobre esto no se nos dice nada. Si las consignas y los grandes titulares hablan de revolución, los artículos afirman que los habitantes de Rojava combaten al Estado Islámico, al patriarcado, al Estado y al capitalismo… pero, en relación a esto último, nadie explica en qué y de qué manera son anticapitalistas el PYD y el PKK… y nadie parece haberse fijado tampoco en esta «ausencia».
La supuesta revolución de julio de 2012 coincide con la retirada de las tropas de Assad del Kurdistan. Cuando el poder administrativo o de seguridad desapareció, fue reemplazado por otro, y tomó las riendas una autoadministración que se hace llamar revolucionaria. Pero, ¿de qué «auto» se trata? ¿De qué revolución?
Si bien se habla de buena gana de toma del poder por la base y de cambios en el ámbito doméstico, jamás se trata de transformación de las relaciones de intercambio y explotación. En el mejor de los casos, nos describen las cooperativas, pero sin el menor rasgo de un inicio de colectivización. El nuevo Estado kurdo ha puesto en funcionamiento pozos y refinerías, y produce electricidad: nada se dice sobre quienes trabajan en ellos. El comercio, la artesanía y el mercado funcionan, y el dinero sigue cumpliendo su papel. Citemos a Zaher Baher, visitante y admirador de la «revolución kurda»: «Antes de marcharnos de la región, hablamos con comerciantes, hombres de negocios y con la gente en el mercado. Todo el mundo tenía una opinión bastante positiva sobre la DSA [la autoadministración] y Tev-dem [la coalición de organizaciones que gira en torno al PYD]. Estaban satisfechos con la paz, la seguridad y la libertad, y podían llevar a cabo sus actividades sin sufrir la ingerencia de ningún partido o grupo.»[7] Por fin, una revolución que no asusta a la burguesía.
Soldados
Bastaría con cambiar los nombres. Muchas de las alabanzas que se dedican hoy en día a Rojava, incluidas las referidas a las cuestiones de género, ya se dedicaban hacia 1930 a los grupos pioneros sionistas en Palestina. En los primeros kibutzs, más allá de su ideología a menudo progresista y socialista, se daban condiciones materiales (precariedad y necesidad de defenderse) que obligaban a no privarse de la mitad de la fuerza de trabajo: las mujeres también debían participar en las actividades agrícolas y en la defensa, lo cual implicaba liberarlas de las tareas «femeninas», especialmente mediante la crianza colectiva de los niños.
Nada de esto ocurre en Rojava. Armar a las mujeres no lo es todo (como bien muestra Tsahal). Z. Bahler manifiesta: «Observé algo curioso: no he visto a una sola mujer trabajando en una tienda, en una gasolinera, en un mercado, un café o un restaurante.»[8] Los campos de refugiados «autogestionados» de Turquía están llenos de mujeres que se ocupan de los críos mientras los hombres van a buscar curro.
El carácter subversivo de un movimiento o de una organización no se mide por el número de mujeres armadas. Su carácter feminista tampoco. Desde los años sesenta, en todos los continentes, la mayoría de las guerrillas estaban compuestas o se componen por un gran número de mujeres combatientes; Colombia es un ejemplo. Más todavía en las guerrillas de inspiración maoísta (Nepal, Perú, Filipinas, etc.) que aplican la estrategia de «guerra popular»: la igualdad entre hombres y mujeres debe contribuir a abatir los marcos tradicionales, feudales o tribales (todos patriarcales). No cabe duda de que la fuente de lo que los especialistas califican como «feminismo marcial» está en los orígenes maoístas del PKK-PYD.
Pero, ¿por qué pasan las mujeres en armas por un símbolo de la emancipación? ¿Por qué se ve tan fácilmente en ello una imagen de libertad, hasta el punto de olvidar por qué luchan?
Si una mujer armada con un lanzacohetes puede aparecer en la portada del Parisien-Magazine o de un periódico militante, es que se trata de una figura clásica. El monopolio del uso de armas ha sido un privilegio masculino, su inversión debe probar la excepcionalidad y la radicalidad de un combate o de una guerra. De ahí las fotos de las bellas milicianas españolas. La revolución está en la punta de un Kalashnikov… en manos de una mujer. A esta imagen se añade a veces otra, más feminista, de la mujer armada vengadora que va a freír a tiros a los tíos chungos, a los violadores, etc.
Nótese que el Estado Islámico y el régimen de Damasco también han constituido algunas unidades militares compuestas enteramente por mujeres. Pero sin criticar las distinciones de género, a diferencia del YPJ-YPG, no parece que hagan uso de ellas en primera línea, sino que las relegan a misiones policiales o de apoyo.
A las armas
Durante las manifestaciones parisinas de apoyo a Rojava, la pancarta del cortejo anarquista unitario pedía «armas para la resistencia kurda». Dado que el proletario medio no dispone de rifles de asalto ni granadas que enviar clandestinamente a Kurdistán, ¿a quién le pedían las armas? ¿Hay que contar con los traficantes de armas internacionales o con las entregas de armas de la OTAN? Estas últimas ya han empezado, con cierta prudencia, pero no se ven banderas anarquistas por ningún lado. A parte de las del Estado Islámico, nadie prevé que haya nuevas Brigadas Internacionales. Entonces, ¿de qué apoyo armado se trata? ¿Se trata de pedir más bombardeos aéreos occidentales, con los «daños colaterales» que todos conocemos? Evidentemente, no. Por tanto, se trata de una fórmula vacía, y quizá lo peor del asunto es que esta supuesta revolución sirva de pretexto a movilizaciones y consignas que nadie espera seriamente que tengan efecto. Nos encontramos de lleno en la política como representación.
Sorprende menos que gente siempre dispuesta a denunciar el complejo militar industrial apele ahora a él, si recordamos que ya en 1999, ciertos libertarios apoyaron los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo… para impedir un «genocidio».
Libertario
Más que a las organizaciones que siempre han apoyado a los movimientos de liberación nacional, lo que entristece es que esta exaltación afecta a un medio más amplio de compañeros anarquistas, okupas, feministas o autónomos, a veces a amigos generalmente lúcidos.
Si la política del mal menor penetra en estos medios, es que su radicalismo no está vertebrado (lo que no es obstáculo ni para el coraje ni para la energía).
Hoy en día es tanto más fácil entusiasmarse con el Kurdistán (como sucedía hace veinte años con Chiapas), ahora que Billancourt desespera a los militantes[9]: «allí», al menos, no hay proletarios resignados que empinan el codo, votan al Frente Nacional y no sueñan más que con ganar la lotería o encontrar un empleo. «Allí» hay campesinos (pese a que la mayoría de los kurdos vivan en ciudades), montañeses en lucha, llenos de sueños y esperanzas… Este aspecto rural-natural (y por tanto ecologista) se mezcla con una voluntad de cambio aquí y ahora. Se acabó el tiempo de las grandes ideologías y de las promesas de nuevos amaneceres: se construye algo, se «crean lazos»; pese a la escasez de medios, se cultivan huertos, se hace un jardincito público (como el que menciona Z. Baher). Eso recuerda a las ZAD[10]: arremanguémonos y pongámonos a trabajar en cosas concretas, aquí, a pequeña escala. Igual que hacen ellos «allí», con un AK-47 a la espalda.
Ciertos textos anarcos no evocan a Rojava más que desde el punto de vista de los logros locales, de las asambleas de barrio, casi sin hablar del PYD, del PKK, etc. Como si no se tratara más que de acciones espontáneas. Un poco como si, al analizar una huelga general, no se hablara más que de las asambleas generales de huelguistas o de los piquetes, sin tener en cuenta a los sindicatos locales, las maniobras de sus cúpulas, las negociaciones entre el Estado y la patronal…
La revolución cada vez se ve más como una cuestión de comportamiento: la autoorganización, el interés por el género, la ecología, la creación de lazos, el debate, la afectividad. Si a eso le añadimos el desinterés, la indiferencia respecto al Estado y el poder político, es lógico ver en Rojava una revolución de buena ley, y por qué no, «una revolución de mujeres». ¿Qué más da que las clases, o la lucha de clases, estén ausentes del discurso del PKK-PYD cuando nosotros mismos hablamos cada vez menos de ellas?
¿Qué crítica del Estado?
Si lo que incomoda al pensamiento radical en relación con la liberación nacional es el objetivo de crear un Estado, basta con renunciar a él y considerar que en el fondo, la nación —siempre y cuando sea sin Estado— es el pueblo. ¿Y cómo estar en contra del pueblo? Somos poco más o menos todos, en fin casi el 99%. ¿O no?
El anarquismo tiene como característica (y como mérito) su hostilidad de principios al Estado. Dicho esto, y no es poca cosa, su gran debilidad consiste en considerarlo ante todo un instrumento de coacción –lo que sin duda es– sin preguntarse por qué y cómo desempeña ese papel. Por consiguiente, basta que se eclipsen las formas más visibles del Estado para que los anarquistas (no todos) concluyan que su desaparición ya se ha producido o está al caer.
Por esta razón, el libertario se encuentra desarmado ante aquello que se parece demasiado a su programa: tras haber estado siempre en contra del Estado pero a favor de la democracia, el confederalismo democrático y la autodeterminación social gozan naturalmente de su favor. El ideal anarquista consiste en reemplazar al Estado por miles de comunas (y colectivos de trabajo) federadas.
Sobre esta base, el internacionalista puede apoyar a un movimiento nacional por poco que practique la autogestión generalizada, social y política, llamada hoy en día «apropiación de lo común». Cuando el PKK finge que ya no aspira al poder, sino a un sistema en el que todo el mundo se lo reparta, a los anarquistas les resulta fácil reconocerse en ese discurso.
Perspectivas
El intento de revolución democrática en Rojava, y las transformaciones sociales que lo acompañan, sólo han sido posibles debido a condiciones excepcionales: la desintegración de los Estados iraquí y sirio, y la invasión yihadista de la región, amenaza que ha favorecido una radicalización.
Hoy parece probable que, gracias al apoyo militar occidental, Rojava pueda subsistir como entidad autónoma (a semejanza del Kurdistan iraquí) al margen de un caos sirio persistente pero mantenido a distancia. En tal caso, cuando se normalice, este pequeño Estado, por muy democrático que pretenda ser, no dejará intactas las conquistas ni los avances sociales. En el mejor de los casos subsistirán un poco de autoadministración local, una enseñanza progresista, una prensa libre (siempre que evite las blasfemias), un Islam tolerante y, por supuesto, la paridad. Y nada más. Pero suficiente para que quienes quieran creer en una revolución social sigan creyendo en ella, deseando evidentemente a la vez que la democracia se democratice más todavía.
En cuanto a esperar un conflicto entre la autoorganización de la base y las estructuras que la controlan, eso equivale a imaginar que en Rojava existe una situación de «doble poder». Supone olvidar la fuerza del PYD-PKK, que ha impulsado él mismo esta autogestión, y que conserva el poder real, político y militar.
Por volver sobre la comparación con España, en 1936 fueron las «premisas» de una revolución las que fueron devoradas por la guerra. En Rojava, la guerra vino primero, y por desgracia, no hay nada que anuncie que esté a punto de surgir de ella una revolución «social».
G. D.& T. L.
[1] Nota de la traducción en inglés: Nacido en Bruselas en 1914 como Charles Cortvint, Louis Mercier Vega fue un periodista anarquista que fue muy activo en el movimiento obrero francés. Después de luchar con la Columna Durruti en la Guerra Civil Española, Mercier regresó a Francia, donde se unió en 1938 (como Charles Ridel) a un grupo de jóvenes anarquistas llamado Révision, que demandó un proceso radical de repensamiento ideológico y estratégico radical. Durante la Segunda Guerra Mundial Vega vivió en América Latina, continente que después analizó en algunas de sus obras. A fines de los años 50 Mercier se convirtió en co-editor de Volontà, un periódico italiano de la corriente anti-organizacional en el anarquismo que defendía la espontaneidad creativa y la experimentación libre en esferas como la educación, la cultura y estética. En 1958 creó junto a Helmut Rüdiger la Commission Internationale de Liaison Ouvrière (CILO), una red alrededor de un boletín del mismo nombre publicado en Paris hasta 1965, que buscaba redefinir el rol del sindicalismo libertario en los nuevos contextos de producción. Su última tentativa fue Interrogations, una publicación trimestral fundada en 1974 y escrita en francés, inglés, italiano y español, actualizando conceptos claves del pensamiento político anarquista, en especial el rol del estado y la clase dominante. La publicación duró hasta 1979, dos años después Mercier se suicidó.” De (http://www.blackwellreference.com/public/tocnode?id=g9781405184649_yr2010_chunk_g97814051846491752)
[2] Il Lato Cattivo, «La cuestión kurda, el Estado Islámico, Estados Unidos y otras consideraciones». En inglés aquí
[3] Rebecca Coles, Una revolución en la vida diaria. En castellano aquí
[4] El Contrato social. En castellano aquí
[5] Il lato cattivo, op. cit.
[6] Eclipse relativo de las desigualdades sociales, porque los kurdos más ricos se han librado de participar en la autogestión de los campos refugiándose en países donde las condiciones son más confortables.
[7] Zaher Baher, «Vers l’autogestion au Rojava?». Versión en castellano aquí
[8] Ídem.
[9] Billancourt es el nombre del mítico extrarradio obrero de París, donde se alzaban las fábricas de automóviles Renault, fortaleza de la clase obrera, y epónimo de esta en su conjunto. «No hay que desesperar a Billancourt» fue lo que replicó Sartre a los críticos de izquierda, estando en pleno gremio obrero con el PCF en los años cincuenta, refiriéndose a que no era obligatorio decirle la verdad a los obreros, por miedo a desmoralizarles.
[10] Zone d’Aménagement Différé (Zona de Ordenamiento Diferido): Una ZAD es un sector del interior en el que se ejerce, a beneficio de la colectividad pública, un derecho de tanteo sobre todas la cesiones a título oneroso de bienes inmobiliarios o de derechos sociales. (N. del t.)
Traducido y corregido por Editorial Klinamen a partir del original francés
Kurdistan ?
« Il y a des périodes où l’on ne peut rien,
sauf ne pas perdre la tête »
Louis Mercier-Véga, La Chevauchée anonyme
Quand les prolétaires sont contraints de prendre leurs affaires en mains pour assurer leur survie, ils ouvrent la possibilité d’un changement social.
Des Kurdes sont forcés d’agir dans les conditions qu’ils trouvent et qu’ils tentent de se créer au milieu d’une guerre internationalisée peu favorable à l’émancipation.
Nous ne sommes pas là pour les « juger ».
Ni pour perdre la tête.
Auto (défense)
Dans diverses régions du monde, les prolétaires sont conduits à une auto-défense qui passe par l’auto-organisation :
« Une vaste nébuleuse de « mouvements » – armés ou non, balançant entre banditisme social et guérilla organisée – agissent dans les zones les plus déshéritées du dépotoir capitaliste mondial, et présentent des traits similaires à ceux du PKK actuel. Ils tentent, d’une manière ou d’une autre, de résister à la destruction d’économies de subsistance désormais résiduelles, au saccage des ressources naturelles minérales locales, ou encore à l’imposition de la propriété foncière capitaliste qui en limite ou empêche l’accès ou/et l’utilisation ; […] on peut citer pêle-mêle les cas de piraterie dans les mers de Somalie, du MEND au Nigeria, des Naxalistes en Inde, des Mapuches au Chili. […] il est essentiel de comprendre le contenu qui les réunit : l’autodéfense. […] on s’auto-organise toujours sur la base de ce que l’on est à l’intérieur du mode de production capitaliste (ouvrier de telle ou telle entreprise, habitant de tel ou tel quartier, etc.), alors que l’abandon du terrain défensif (« revendicatif ») coïncide avec le fait que tous ces sujets s’interpénètrent et que les distinctions s’évanouissent, puisque commence à se défaire le rapport qui les structure : le rapport capital/travail salarié.»[1]
Au Rojava, l’auto-organisation a-t-elle conduit (ou peut-elle conduire) d’une nécessité de survie à un bouleversement des rapports sociaux ?
Inutile de revenir ici sur l’histoire du puissant mouvement indépendantiste kurde en Turquie, Irak, Syrie, et Iran. Les rivalités entre ces pays, et la répression qu’ils y subissent déchirent les Kurdes depuis des décennies. Après l’explosion de l’Irak en trois entités (Sunnite, Chiite et Kurde), la guerre civile syrienne a libéré en Syrie un territoire où l’autonomie kurde a pris une forme nouvelle. Une union populaire (c’est-à-dire transclassiste) s’est constituée pour gérer ce territoire et le défendre contre un danger militaire : l’Etat islamique (EI) a servi d’agent de rupture. La résistance mêle liens communautaires anciens et nouveaux mouvements, en particulier de femmes, par une alliance de fait entre prolétaires et classes moyennes, avec « la nation » comme ciment. « La transformation qui se déroule à Rojava repose dans une certaine mesure sur une identité kurde radicale et sur un important groupe représentatif de la classe moyenne qui, en dépit de la rhétorique radicale, a toujours quelque intérêt à la pérennité du Capital et de l’Etat. »[2]
Révolution démocratique ?
En politique, beaucoup est dans les mots : quand le Rojava élabore sa constitution et la nomme Contrat social, c’est en écho aux Lumières du 18e siècle. Lénine et Mao oubliés, les actuels dirigeants kurdes lisent Rousseau, non Bakounine.
Le Contrat social proclame « la coexistence et la compréhension mutuelles et pacifiques entre toutes les couches de la société » et reconnaît « l’intégrité territoriale de la Syrie » : c’est ce que dit toute constitution démocratique, et il n’y a pas à en attendre l’apologie de la lutte des classes, ni la revendication de l’abolition des frontières, donc des états.[3]
C’est le discours d’une révolution démocratique. Dans la Déclaration des droits de l’Homme et du Citoyen de 1789 aussi, le droit de « résistance à l’oppression » explicitement prévu allait de pair avec celui de propriété. La liberté était complète mais définie et limitée par la Loi. Au Rojava, de même, la « propriété privée » est un droit dans le cadre de la loi. Bien qu’optant pour le qualificatif de « région autonome », le Contrat social prévoit une administration, une police, des prisons, des impôts (donc un pouvoir central récoltant de l’argent).
Mais nous sommes début 21e siècle : la référence à « Dieu tout puissant » côtoie « le développement durable », la quasi parité (40 % de femmes), et « l’égalité des sexes » (quoique liée à la « famille »).
Ajoutons la séparation des pouvoirs, celle de l’église et de l’Etat, une magistrature indépendante, un système économique devant assurer « le bien-être général » et garantissant les droits des travailleurs (dont le droit de grève), la limitation du nombre de mandats politiques, etc. : un programme de gauche républicaine.
Si certaines personnes en Europe et aux Etats-Unis voient dans de tels objectifs une annonce de révolution sociale, faute en est sans doute au « relativisme culturel ». A Paris, ce programme ne provoquerait que moqueries dans le milieu radical, mais « là-bas, c’est déjà pas mal… ».
Ceux qui font un parallèle entre Rojava et révolution espagnole devraient comparer ce Contrat social au programme adopté par la CNT en mai 1936 (et à la manière dont il s’est concrètement traduit deux mois plus tard).
Nationalisme nouveau
Comme tout mouvement politique, un mouvement de libération nationale se donne les idéologies, les moyens et les alliés qu’il peut, et il change quand cela l’arrange. Si l’idéologie est nouvelle, c’est qu’elle reflète un changement d’époque.
« On ne peut comprendre le devenir de la question kurde, ni la trajectoire de ses deux expressions politiques – le PKK en premier – sans prendre en considération la fin de la période d’or des « nationalismes d’en bas » – socialistes ou progressistes – dans les zones périphériques et semi-périphériques du système capitaliste. »[4]
Le PKK n’a pas renoncé à l’objectif naturel de tout mouvement de libération nationale. Quoiqu’il évite désormais un mot qui sonne trop autoritaire, c’est la création d’un appareil central de gestion et de décision politique sur un territoire que vise le PKK, aujourd’hui comme hier ; et il n’y a pas de meilleur mot qu’Etat pour désigner la chose. La différence, outre la qualification administrative, c’est qu’il serait tellement démocratique, tellement aux mains de ses citoyens, qu’il ne mériterait plus le nom d’Etat. Voilà pour l’idéologie.
En Syrie, le mouvement national kurde (sous l’influence du PKK) a donc remplacé la revendication d’un Etat de plein droit, par un programme plus modeste et plus « basiste » : autonomie, confédéralisme démocratique, droits de l’homme et de la femme, etc. Au lieu de l’idéologie d’un socialisme dirigé par un parti unique ouvrier-paysan développant l’industrie lourde, au lieu des références « de classe » et « marxistes », ce qui est mis en avant, ce sont l’autogestion, la coopérative, la commune, l’écologie, l’anti-productivisme et, en prime, le genre.
L’objectif d’une forte autonomie interne avec vie démocratique de base n’est pas absolument utopique : diverses régions du Pacifique vivent ainsi, les gouvernements laissant une large marge d’auto-administration à des populations qui n’intéressent personne (sauf quand des intérêts miniers sont en jeu : alors, on envoie l’armée). En Afrique, le Somaliland a les attributs d’un Etat (police, monnaie, économie) sauf qu’il n’est reconnu par personne. Au Chiapas (auquel beaucoup comparent le Rojava), les habitants survivent dans une semi-autonomie régionale protectrice de leur culture et de leurs valeurs sans que cela ne gêne grand monde. L’insurrection zapatiste, la première de l’ère altermondialiste, ne visait d’ailleurs pas à obtenir une indépendance ou à transformer la société, mais à préserver un mode de vie traditionnel.
Les Kurdes, eux, vivent au cœur d’une région pétrolifère convoitée, déchirée par des conflits sans fin et dominée par des dictatures. Cela laisse peu de marge au Rojava… mais peut-être une petite place quand même : quoique sa viabilité économique soit faible, elle n’est pas inexistante grâce à une menue manne pétrolière. L’or noir a déjà créé des Etats fantoches comme le Koweit, et permet la survie du mini-Etat kurde irakien. Autant dire que l’avenir d’un Rojava dépend moins de la mobilisation de ses habitants que du jeu des puissances dominantes.
Si l’abandon du projet d’Etat-nation par le PKK est réel, il faut se demander ce que serait une confédération de trois ou quatre zones autonomes sur au moins trois pays, à travers les frontières, car la coexistence de plusieurs autonomies n’abolit pas la structure politique centrale qui les réunit. En Europe, les régions transfrontalières (par exemple autour de l’Oder-Neisse) ne diminuent pas le pouvoir étatique.
Une autre vie quotidienne
Comme parfois en pareil cas, la solidarité contre un ennemi a provoqué un effacement provisoire des différences sociales : gestion des villages par des collectifs, liens entre combattants (hommes et femmes) et population, diffusion du savoir médical (amorce de dépassement des pouvoirs spécialisés), partage et gratuité de certaines denrées durant les pires moments (combats), traitement innovant des troubles mentaux, vie collective des étudiants et étudiantes, justice rendue par un comité mixte (élu par chaque village) arbitrant les conflits, décidant des peines, cherchant à réinsérer et réhabiliter, intégration des minorités ethniques de la région, sortie des femmes hors du foyer avec auto-organisation entre elles. [5]
S’agit-il d’ « une démocratie sans Etat » ? Notre intention n’est pas d’opposer une liste du négatif à la liste du positif dressée par les enthousiastes : il faut voir d’où vient cette auto-administration et comment elle peut évoluer. Car on n’a encore jamais vu l’Etat se dissoudre dans la démocratie locale.
Une structure sociale inchangée
Personne ne soutient que l’ensemble « les Kurdes » aurait le privilège d’être le seul peuple au monde vivant depuis toujours en harmonie. Les Kurdes, comme tous les autres peuples, sont divisés en groupes aux intérêts opposés, en classes, et si « classe » sent trop le marxisme, divisés en dominants et dominés. Or, on lit parfois qu’une « révolution » serait en cours ou en préparation au Rojava. Sachant que jamais les classes dirigeantes ne cèdent volontiers le pouvoir, où et comment ont-elles été mises en échec ? Quelle intense lutte de classe a donc eu lieu au Kurdistan pour déclencher ce processus ?
De cela on ne nous dit rien. Si les slogans et les gros titres parlent de révolution, les articles affirment que les habitants du Rojava combattent l’EI, le patriarcat, l’Etat et le capitalisme… mais, sur ce dernier point, personne n’explique en quoi ni comment le PYD-PKK serait anticapitaliste… et personne ne semble remarquer cette « absence ».
La dite révolution de juillet 2012 correspond en fait au retrait des troupes d’Assad du Kurdistan. Le précédent pouvoir administratif ou sécuritaire ayant disparu, un autre l’a remplacé, et une auto-administration appelée révolutionnaire a pris les choses en mains. Mais de quel « auto » s’agit-il ? De quelle révolution ?
Si l’on parle volontiers de prise de pouvoir à la base et de changement dans la sphère domestique, il n’est jamais question de transformations des rapports d’échange et d’exploitation. Au mieux, on nous décrit des coopératives, sans le moindre indice d’un début de collectivisation. Le nouvel état kurde a remis en fonction des puits et centres de raffinage et produit de l’électricité : rien n’est dit sur ceux qui y travaillent. Commerce, artisanat et marchés fonctionnent, l’argent continue à jouer son rôle. Citons Zaher Baher, un visiteur et admirateur de la « révolution » kurde : « Avant de quitter la région, nous avons parlé avec des commerçants, des hommes d’affaires et des gens sur le marché. Tout le monde avait une opinion plutôt positive sur la DSA [l’auto-administration] et le Tev-Dem [coalition d’organisations dont le PYD est le centre de gravité]. Ils étaient satisfaits de la paix, de la sécurité et de la liberté et pouvaient gérer leurs activités sans subir l’ingérence d’un parti ou d’un groupe. »[6] Enfin une révolution qui ne fait pas peur à la bourgeoisie.
Soldates
Il suffirait de changer les noms. Beaucoup de louanges adressées aujourd’hui à Rojava, y compris sur la question du genre, étaient adressées vers 1930 aux groupes de pionniers sionistes en Palestine. Dans les premiers kibboutz, outre l’idéologie souvent progressiste et socialiste, c’étaient les conditions matérielles (précarité et nécessité de se défendre) qui obligeaient à ne pas se priver de la moitié de la force de travail : les femmes devaient participer elles aussi aux activités agricoles et à la défense, ce qui impliquait de les libérer des tâches « féminines », notamment par l’élevage collectif des enfants.
Aucune trace de cela au Rojava. L’armement des femmes ne fait pas tout (Tsahal le montre bien). Z. Baher témoigne : « j’ai fait une curieuse observation : je n’ai pas vu une seule femme travaillant dans un magasin, une station-service, un marché, un café ou un restaurant. » Les camps de réfugiés « autogérés » en Turquie sont remplis de femmes s’occupant des gamins pendant que les hommes vont chercher du boulot.
Le caractère subversif d’un mouvement ou d’une organisation ne se mesure pas au nombre de femmes en arme. Son caractère féministe non plus. Depuis les années 60, sur tous les continents, la plupart des guérillas ont comporté ou comportent de très nombreuses combattantes, en Colombie par exemple. C’est encore plus vrai dans les guérillas d’inspiration maoïste (Népal, Pérou, Philippines, etc.) appliquant la stratégie de « Guerre populaire » : l’égalité hommes/femmes doit contribuer à mettre à bas les cadres traditionnels, féodaux ou tribaux (toujours patriarcaux). C’est bien dans les origines maoïstes du PKK-PYD que se trouve la source de ce que les spécialistes qualifient de « féminisme martial ».
Mais pourquoi les femmes en armes passe-t-elle pour un symbole d’émancipation ? Pourquoi y voit-on si facilement une image de liberté, jusqu’à en oublier pour quoi elles combattent ?
Si une femme armée d’un lance-roquettes peut figurer en couverture du Parisien-Magazine ou d’un journal militant, c’est qu’elle est une figure classique. Le monopole de l’usage des armes étant un privilège masculin traditionnel, son renversement doit prouver l’exceptionnalité et la radicalité d’un combat ou d’une guerre. D’où les photos de belles miliciennes espagnoles. La révolution est au bout de la Kalachnikov… tenue par une femme. A cette vision s’ajoute parfois celle, plus « féministe », de la femme armée vindicative, qui va flinguer les sales mecs, les violeurs, etc.
A noter que l’EI et le régime de Damas ont constitué quelques unités militaires entièrement féminines. Mais ne critiquant pas la distinction de genre, ils ne semblent pas, contrairement aux YPJ-YPG, en faire usage en première ligne, et les cantonnent dans des missions de soutien ou de police.
Aux armes
Lors de manifestations parisiennes de soutien au Rojava, la banderole du cortège anarchiste unitaire demandait « des armes pour la résistance kurde ». Le prolétaire moyen n’ayant pas de fusils d’assaut ou de grenades à envoyer clandestinement au Kurdistan, à qui demander des armes ? Faut-il compter sur les trafiquants d’armes internationaux ou sur les livraisons d’armes de l’OTAN ? Ces dernières ont prudemment débuté mais les banderoles libertaires n’y sont pour rien. A part l’EI, nul n’envisage de nouvelles Brigades Internationales. Alors, de quel appui armé s’agit-il ? S’agit-il de demander davantage de frappes aériennes occidentales avec les « victimes collatérales » que l’on sait ? Evidemment pas. C’est donc une formule creuse et c’est peut-être le pire de l’affaire : cette prétendue révolution sert de prétexte à mobilisations et à slogans dont personne n’attend sérieusement qu’ils soient suivis d’effet. On est en plein dans la politique comme représentation.
On s’étonnera moins que des gens toujours prêts à dénoncer le complexe militaro-industriel y fassent maintenant appel, si l’on se souvient qu’en 1999 déjà, pour le Kosovo, certains libertaires avaient soutenu les bombardements de l’OTAN… pour empêcher un « génocide ».
Libertaire
Plus que les organisations qui ont toujours soutenu les mouvements de libération nationale, ce qui peine, c’est que cette exaltation touche un plus large milieu, des camarades anarchistes, squatters, féministes ou autonomes, parfois des amis généralement plus lucides.
Si la politique du moindre mal pénètre ces milieux, c’est que leur radicalisme est invertébré (cela n’empêche ni le courage personnel ni l’énergie).
Il est d’autant plus facile de s’enthousiasmer pour le Kurdistan (comme il y a 20 ans pour le Chiapas) qu’aujourd’hui c’est Billancourt qui désespère les militants : « là-bas », au moins, il n’y a pas ces prolos résignés qui picolent, votent FN et ne rêvent que de gagner au loto ou de trouver un emploi. « Là-bas », il y a des paysans (bien que la majorité des Kurdes vivent en ville), des montagnards en lutte, pleins de rêves et d’espoir…. Cet aspect rural-naturel (donc écologique) se mêle à une volonté de changement ici et maintenant. Fini le temps des grandes idéologies et des promesses de Grand Soir : on édifie quelque chose, on « crée du lien », malgré la faiblesse des moyens, on cultive un potager, on réalise un petit jardin public (comme celui dont parle Z. Baher). Cela fait écho aux ZAD : retroussons nos manches et faisons du concret, ici, à petite échelle. C’est ce qu’ils font « là-bas », l’AK 47 en bandoulière.
Certains textes anars n’évoquent le Rojava que sous l’angle des réalisations locales, des assemblées de quartier, quasiment sans parler du PYD, du PKK, etc. Comme s’il ne s’agissait que d’actions spontanées. Un peu comme si, pour analyser une grève générale, on ne parlait que des AG de grévistes, des piquets de grève, sans s’occuper des syndicats locaux, des manœuvres de leurs états-majors, des négociations avec l’Etat et le patronat…
La révolution est de plus en plus vue comme une question de comportement : l’auto-organisation, l’intérêt pour le genre, l’écologie, la création du lien, la discussion, les affects. Si on y ajoute le désintérêt, l’insouciance quant à l’Etat et au pouvoir politique, il est logique de voir bel et bien une révolution, et pourquoi pas « une révolution des femmes » au Rojava. Puisqu’on parle de moins en moins de classes, de lutte des classes, qu’importe que cela soit aussi absent des discours du PKK-PYD ?
Quelle critique de l’Etat ?
Si ce qui gêne la pensée radicale dans la libération nationale, c’est l’objectif de créer un Etat. Il suffirait d’y renoncer et de considérer qu’au fond, la nation – pourvu qu’elle soit sans Etat – c’est le peuple, et le peuple, comment être contre ? C’est un peu nous tous, enfin presque : 99%. Non ?
L’anarchisme a pour caractéristique (et pour mérite) son hostilité de principe à l’Etat. Ceci posé, et qui n’est pas rien, sa grande faiblesse est de le considérer avant tout comme un instrument de contrainte – ce qu’il est assurément – sans se demander pourquoi et comment il joue ce rôle. Dès lors, il suffit que s’effacent les formes les plus visibles de l’Etat pour que des anarchistes (pas tous) en concluent à sa disparition advenue ou proche.
Pour cette raison, le libertaire se trouve désarmé devant ce qui ressemble trop à son programme : ayant toujours été contre l’Etat mais pour la démocratie, confédéralisme démocratique et auto-détermination sociale ont naturellement sa faveur. L’idéal anarchiste est bien de remplacer l’Etat par des milliers de communes (et de collectifs de travail) fédérées.
Sur cette base, il est possible à l’internationaliste de soutenir un mouvement national, pour peu que celui-ci pratique l’autogestion généralisée, sociale et politique, appelée aujourd’hui « appropriation du commun ». Quand le PKK prétend ne plus vouloir le pouvoir, mais un système où tout le monde partagera le pouvoir, il est facile à l’anarchiste de s’y reconnaître.
Perspectives
La tentative de révolution démocratique au Rojava, et les transformations sociales qui l’accompagnent, n’ont été possibles qu’en raison de conditions exceptionnelles : l’éclatement des Etats irakien et syrien, et l’invasion jihadiste de la région, menace qui a eu pour effet de favoriser une radicalisation.
Il semble aujourd’hui probable que, grâce à l’appui militaire occidental, le Rojava puisse (à l’image du Kurdistan irakien) subsister en tant qu’entité autonome en marge d’un chaos syrien persistant mais tenu à distance. En quel cas, ce petit Etat, quelque démocratique qu’il se veuille, en se normalisant ne laissera pas intactes les conquêtes ou avancées sociales. Au mieux subsisteront un peu d’auto-administration locale, un enseignement progressiste, une presse libre (à condition d’éviter le blasphème), un Islam tolérant et, bien sûr, la parité. Pas plus. Mais quand même assez pour que ceux qui veulent croire à une révolution sociale continuent d’y croire, en souhaitant évidemment que la démocratie se démocratise davantage.
Quant à espérer un conflit entre l’auto-organisation à la base et les structures qui les chapeautent, c’est imaginer qu’existe au Rojava une situation de « double pouvoir ». C’est oublier la puissance du PYD-PKK qui a lui-même impulsé cette auto-administration, qui conserve le pouvoir réel, politique et militaire.
Pour revenir sur la comparaison avec l’Espagne, en 1936 ce sont les « prémisses » d’une révolution qui ont été dévorées par la guerre. Au Rojava, il y a d’abord la guerre et, malheureusement, rien n’annonce qu’une révolution « sociale » soit sur le point d’en naître.
G. D. & T. L.
[1] Il Lato Cattivo, « Question Kurde, Etat islamique, USA et autres considérations ».
[2] Becky, “A revolution in daily life” une traduction ici.
[3] Le Contrat social de Rojava. l
[5] Eclipse relative des disparités sociales puisque les plus riches des Kurdes se sont dispensés de participer à l’auto-administration des camps en se réfugiant dans des pays et conditions plus confortables.
[6] Zaher Baher, « Vers l’autogestion au Rojava ? », Où est la révolution au Rojava ?, n°1, juillet-novembre 2014 p. 21