Nota: Pequeño folleto repartido durante la Actividad “Mi Memoria un Puñal”. El fanzine en cuestión fue editado el año pasado, al cumplirse 120 años de la Muerte en Combate del compañero.
A 120 años de la ejecución de Sante Geronimo Caserio
La Idea No Muere
Momentos después del magnicidio, la viuda del presidente Sadi Carnot recibió por correo en su casa una foto de Ravachol con el siguiente escrito:
Il est bien vengé.
(Está bien vengado)
La puñalada del joven fue tan enérgica que el puñal penetró hasta la empuñadora, quedando allí clavada. La primera impresión de los acompañantes fue que alguien había lanzado un objeto al presidente, pero al recibir la puñalada, Carnot apenas pudo exclamar con voz débil “¡Estoy herido!”, desvaneciéndose en el acto.
El doctor Poncet declaró haberle encontrado “la cara exangüe, el pulso imperceptible y las manos heladas”. El presidente parecía un cadáver. Trató de reanimarle dándole unos golpes suaves en las mejillas y pellizcándole, pero inmediatamente pudo observar el color rojo de la sangre que emanaba de la camisa blanca. Rápidamente el doctor Poncet descubrió el pecho y abdomen observando a nivel del hígado, bajo el reborde costal, una pequeña herida de dos centímetros de anchura por la que salía una sangre negruzca que se estancó con la presión de un pañuelo. El ruedo de los caballos, el galope de la escolta, el clamor de la muchedumbre ajena a lo que estaba pasando dentro del coche presidencial, no le permitía escuchar la respiración del herido.
Al llegar a la prefectura, el general Vorius, el prefecto, el alcalde y los porteros sacaron al herido con gran dificultad del vehículo, lo transportaron a través del vestíbulo y las escaleras hasta el primer piso y le tendieron en una cama de campaña en la habitación que servía de alojamiento al presidente, observaron entonces que aún respiraba.
Poco después, el doctor Poncet se lavó las manos con sublimado, intro dujo un dedo en la herida para explorar su profundidad y utilizando los instrumentos que le acababan de llegar urgentemente del hospital, agrandó la herida practicando una incisión de arriba hacia abajo, con el objeto de abrir campo y averiguar la profundidad de la lesión. Observó que el hígado había sido atravesado, que la hemorragia interna era intensa y que la vena porta estaba abierta. La sangre había invadido el peritóneo. El pronóstico era fatal en breve.
Como buen burgués, recibió todo lo que podía hacerse con los medios al alcance a finales del siglo XIX se hizo. La incisión permitió introducir un taponamiento de gasa yodofórmica y practicar una compresión contínua, deteniendo temporalmente la hemorragia. El dolor producido por la incisión realizada por Poncet tuvo la virtud de hacer revivir al herido que exclamó varias veces: “¡Ay, doctor, que daño me hace! ¡Oh, Dios mío…cómo sufro! ¿No terminará esto nunca?”. Luego añadió en voz clara: “Tenga cuidado, tengo una tiflitis desde el año pasado”. El presidente Carnot había tenido en efecto, desde hacía un año, no una enfermedad del hígado como se creyó al principio, sino una inflamación del ciego, una tiflitis de la que le trataron los doctores Brouardel, Potain y Planchon. Luego exclamó dirigiéndose al doctor Poncet: “¿Ha terminado?”. Más tarde, Poncet diría en su informe:
“Una vez abierta y ampliada la herida examinamos, el doctor Ollier (el eminente cirujano) y yo, el fondo de la herida, comprobando la necesidad de un taponamiento hemostático… desbridé por dentro hacia la línea media en una longitud de 5 a 6 centímetros. Los bordes de la herida doblados hacia fuera con pinzas hemostáticas que servían como tracción, introduje lo más profundo posible una mecha de gasa yodofórmica, rellenado lo más metódicamente posible… la herida había sido producida en un movimiento de
inspiración… el hígado, de pequeño volumen, estaba completamente sano, excepto la herida…”.
Al parecer, la compresión detuvo la hemorragia y el presidente recobró la conciencia, contestando con claridad a las preguntas que le hacían los cirujanos. Poncet estaba acompañado a demás por los doctores Ollier, Thasson, Lepin, Gailleton, Kelsh, Gangolphe y Monoyer. Después de la operación, se transportó al herido hasta su lecho quedando uno de los médicos realizando la compresión manual contínua a fondo. De vez en cuando se le administraban cucharadas de champagne y café frío, administrándosele además una inyección de éter (anestésico) subcutánea.
Hacia la medianoche, a Carnot le sobrevinieron dolores muy violentos en la región lumbar y epigástrica, aplicándosele dos inyecciones de morfina. En aquel momento el herido exclamó, al verse rodeado de tantas atenciones, “Estoy emocionado por la presencia de tantos amigos y les agradezco todo lo que hacen por mí”. El arzobispo Pedro, de Lyon, que se encontraba a su lado, estrechó su mano y le dio la última unción.
Después tuvo otra hemorragia, perdiendo nuevamente el conocimiento. Sufrió algunas convulsiones y entró en un periodo de agonía que fue de corta duración, muriendo tras una larga agonía a las 0:45 del 25 de junio en el Hotel de la Prefectura. Algunas personas pensaron más tarde que la intervención quirúrgica, la herida hecha por el doctor Poncet había sido inútil y que se había hecho sufrir al presidente sin necesidad.
Poncet se defendió de esta crítica probando que la incisión y la compresión interna realizada habían prolongado tres horas la vida del presidente Carnot. Sin duda fueron tres horas de sufrimiento, pero todos consideraron que el presidente al menos pudo hablar antes de morir. Ni una sola palabra salió de su boca contra su agresor.
La señora de Carnot, que se encontraba en París, al tener noticia del atentado se dispuso a partir para Lyon. A su llegada se le dijo que la ley exigía practicar la autopsia, pero ella insistió en que no se hiciese. Entonces, M. Fouchier, procurador de la república, preguntó a los médicos si le era posible describir exactamente la herida sin un nuevo examen. Ante la negativa de estos, el Consejo de Ministros, reunido urgentemente, declaró que para que el defensor del asesino en el juicio no crease problemas al faltar este requisito legal, se “hiciese una autopsia local y parcial” que fue practicada a las 14:30 y decía:
“El fallecido presenta una herida que penetra inmediatamente por debajo de las falsas costillas del lado derecho, a 3 centímetros del apéndice xifoides. Mide 20 a 25 milímetros de longitud y ha sido producida por un arma blanca cuya hoja, al penetrar, seccionó completamente el cartílago costal correspondiente, penetrando en el lóbulo izquierdo del hígado a 5 o 6 milímetros del ligamento suspensor. Perforó el órgano de izquierda a derecha y de arriba abajo, hiriendo a su paso la vena porta que aparecía abierta por dos lugares. El trayecto de la herida en el interior del hígado era de 11 a 12 centímetros. Una hemorragia intraperitoneal fatalmente mortal, fue la consecuencia de esta doble perforación venosa
Dr. Alexandre Lacassagne, especialista en medicina forense ayuda-
do por los doctores Henry Coutage, Ollier, Rebatel, Poncet, Michel
Gandolphe y Fabre.
Lyon, 25 de junio de 1894”
Expedida el acta de defunción, a las dos de la tarde del día siguiente del atentado, el cadáver de Carnot fue conducido a un tren especial para ser trasladado a París. La señora Carnot que le acompañaba, se había opuesto también enérgicamente a que el cadáver fuera embalsamado, permitiendo solamente que se le aplicaran una serie de inyecciones antisépticas con las que se intentó obtener un efecto similar. Monseñor Coublier rezó las últimas oraciones y los cañones tronaron con las salvas de honor reglamentarias de la época, partiendo el fúnebre cortejo hacia la capital francesa por
vía férrea a las siete de la tarde.
Las honras fúnebres tuvieron lugar en París al domingo siguiente (1 de julio), celebrándose el servicio religioso en la Catedral de Notre Dame, siendo enterrado el cuerpo en la Cripta del Panteón después de haber permanecido en el Eliseo el día anterior. Fue elegido como sucesor de Carnot, Casimir Perier, mediante la elección de la Asamblea en sesión urgente.
Con lo que respecta al joven asesino, fue detenido inmediatamente después del atentado y conducido al puesto de policía de la rue Molière. Allí pudieron verle los periodistas de pie, junto a la pared. Con las muñecas esposadas y la cabeza baja, joven, imberbe, vestido con un traje de lana color marrón claro y una gorra del mismo color.
Interrogado por el prefecto de policía, el comisario especial y otras autoridades, declaró fríamente que era de origen italiano y tenía 22 años. Al ser consultado por su nombre, respondió fuerte y claro: Sante Geronimo Caserio.
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