Decimos que una revolución es necesaria, que queremos una, y que estamos dedicando nuestras energías a despertar y unir las voluntades con intención de este fin.
En la práctica, al menos en la mayoría de los casos, esta objeción supone nada más que una polémica, o un recurso político. Sólo porque una cosa no se desea se afirma que es imposible; el poder de la voluntad es negado cuando se hace el llamado a hacer un esfuerzo en una dirección no conveniente; y, (ya que hoy casi todos los que se saben el alfabeto presumen de científicos y filósofos) el deseo mismo es racionalizado y se invoca a la ciencia y la filosofía para hacer de mediadoras a favor de las argucias de individuos y partidos. Por otra parte cuando una cosa es interesante y agradable, se olvidan todas las teorías, se hace el esfuerzo necesario y, si se necesita la concurrencia de otros, se apela a su disposición y se exalta el poder de la voluntad en vez de negarlo.
De esta necesidad de comprensión y de adaptación mental, se han originado los sistemas tanto teológicos como naturalistas de filosofía. De esta necesidad nacen las preguntas y discusiones respecto al problema de la voluntad, es decir, del poder del ser humano (o de todo ser consciente) de influir en el curso de los eventos. Este es el problema fundamental de toda filosofía — ha fatigado, y sigue fatigando, a pensadores de todas las escuelas.
Así fueron inventados Dios y el Alma Inmortal; así fueron inventados la Materia, la Fuerza, la Energía (todas con mayúscula) y todos los demás conceptos mentales diseñados para explicar por las palabras, el universo no comprendido.
Muy bien. Si, para la mente humana, esta parece ser una verdad necesaria y absoluta luego el razonamiento lógico es también una necesidad de la mente, y es cierto también que toda premisa conduce a su obvia conclusión. Ahora, la conclusión lógica del principio de causalidad, comprendido como principio universal e inevitable, es que, comenzando en la eternidad, todo es una concatenación necesaria de eventos que no podrían ser más que determinados, y que por ende, el ser humano no es más que un autómata consciente, la voluntad es una ilusión, y la libertad no existe y es imposible.
Es un hecho que, razonando en abstracto, muchos llegan por voluntad propia hasta las últimas consecuencias y dicen, con Laplace, que, si una persona pudiese conocer todas las fuerzas existentes en el universo en un momento dado, con todos sus puntos de aplicación, sus intensidades y direcciones, podría calcular todo lo que ha ocurrido, y todo lo que ocurrirá, en cualquier momento de la eternidad y en cualquier punto del espacio infinito — todo desde una estrella en su órbita al verso de un poeta, desde un terremoto a un artículo de periódico.
Hay también quienes buscan restringir y atenuar el significado del sistema y eludir sus consecuencias, intentando conciliar la idea de necesidad con la de libertad. Pero éstos son, como lo vemos, intentos vanos e ilógicos pues, una “necesidad” que no siempre es necesaria, que admite restricciones y excepciones, ya no puede denominarse por ese nombre.
Sin embargo, mientras toda persona más o menos piensa y actúa en base a la lógica determinista, no hay quienes realmente traduzcan su filosofía a la vida — o en todo caso, no conocemos a ninguna. Esto no es extraño pues, si hubiese alguien así deberá hallar inútil dar a conocer o propagar sus ideas (ni siquiera las payasadas cerebrales de cada cual), convencida, como debiese estarlo, de que lo que deba ocurrir ocurrirá fatalistamente en el momento determinado, y que nada puede posiblemente prevenirlo, ni retardarlo, ni apurarlo.
Obviamente los deterministas — que son, en general, estudiosos, activos y deseosos del progreso, y que se han vuelto deterministas no sólo mediante el razonamiento sino también mediante la reacción contra los prejuicios, las imposiciones, y el oscurantismo de las religiones — naufragan en una contradicción continua. Niegan la libre voluntad y, por ende, la responsabilidad, y luego se indignan contra el juez que castiga al que no es responsable. ¡Como si el juez no fuese también determinado y por lo tanto también irresponsable! Dicen que todas las cosas que ocurren (los fenómenos naturales, la historia humana, los actos, las pasiones, y los pensamientos individuales) lo hacen en ininterrumpida y necesaria secuencia de causa y efecto, reductibles a hechos físico-químicos que están sujetos a leyes mecánicas. ¡Y luego le asignan gran importancia a la educación y la propaganda! Son los apóstoles de la caridad, la tolerancia, y la libertad. Como si el mal, la intolerancia, y la tiranía no fuesen, ya que existen, ¡cosas necesarias que las leyes mecánicas debiesen explicar! Con frecuencia son revolucionarios, esforzándose y sacrificándose por algo que, de acuerdo a su sistema, ocurrirá y debe necesariamente ocurrir por sí solo, cuando llegue el momento.
Podremos no saber cómo negar el principio de causalidad pero tampoco podemos vernos a nosotros mismos como autómatas. Y tampoco, si buscamos y deseamos la explicación de las cosas, negamos su existencia simplemente porque no logramos explicarlas. ¡Pues hay muchas más cosas en el universo que en todos los sistemas de filosofía! La ciencia y la filosofía no son sino intentos, aún infinitamente imperfectos, de explicar el universo. Y mientras la ciencia busca y la filosofía silogiza, debemos vivir — vivir como personas que obtendrán de la vida el máximo de satisfacción posible.
Pero queremos vivir una vida consciente y creativa, y tal vida requiere, en ausencia de conceptos positivos, ciertas presuposiciones necesarias que pueden ser inconscientes pero que están siempre sin embargo, en el alma de todos. La más importante de estas presuposiciones es la eficacia de la voluntad. Todo lo que puede útilmente buscarse es las condiciones que limitan o aumentan el poder de la voluntad.
Traducción al castellano: @rebeldealegre Un texto incluido en el proyecto de traducción en curso de «The Method of Freedom: An Errico Malatesta Reader» [El Método de la Libertad: Una Antología de Errico Malatesta] (artículo no. 49), aparecido en Man! (San Francisco) 3, no. 2 (febrero de 1935), traducido al inglés por Eli J. Boche y originalmente publicado como “Libertà e fatalità: Determinismo e volontà,” en Volontà(Ancona) 1, no. 24 (22 de noviembre de 1913).