Ni Dios ni Amo… Entre el acto y la palabra

fuegoalaiglesia

Frente a lo expuesto públicamente sobre un escenario particular de la realidad carcelaria en Santiago, es que se hace necesario levantar la voz. No buscamos alimentar un debate virtual, ni entrar en un diálogo desgastante, sino simplemente reivindicar y dignificar posiciones de combate antiautoritario.

Muy deprisa algunas miradas van totalizando la realidad carcelaria chilena, como si una situación puntual o particular fuese extensiva a cada prisión y lo que es peor, a cada prisionerx en estas latitudes.

Ciertas actitudes muy puntuales han sido agrupadas bajo supuestas nociones “generacionales”, desparramando en el ambiente una estela que tiende a homogeneizar a la fuerza, invisibilizando incluso gestos de confrontación. El análisis además se está haciendo con memoria irónicamente cortoplacista.

La historia (antigua y reciente) registra cientos de detenciones, persecuciones, encarcelamientos e incluso ejecuciones de compañerxs de corta edad que se mantuvieron coherentes hasta el final, aún solxs y en la abierta condena social y familiar.

El espíritu de lucha nada tiene que ver con el año de nuestro nacimiento, hacer definiciones a partir de este dato sólo erige una frontera, una línea divisoria entre compañerxs, a la vez que totaliza el panorama, como si los gestos de desafío o acomodo de algunxs, fuesen extensivos a todxs lxs de su misma edad. Y aquello por cierto no es así, ni dentro de las jaulas, ni fuera de ellas.

Reconocemos y valoramos el ejercicio de la experiencia de lucha, que a cada unx nos sitúa un piso para desenvolvernos de buena manera y aquello no es un tema de edad, sino de situaciones vividas.

El año en que nacimos, la generación de la cual “somos parte” ni nos define, ni nos vuelve homogénexs. La guerra, la insurrección no es un tema de veteranidad o “rebelde juventud” sino que de decisiones/acciones.

Nuestro llamado es a extender complicidades activas lejos de caricaturas, actitudes piadosas o totalizantes.

Recientemente, de manera superficial y con inesperadas argumentaciones, se ha expuesto la vinculación de algunos prisioneros con la iglesia.

La iglesia es la autoridad, está claro. Es un entramado autoritario y nos sorprende que haya quienes diciéndose anarquistas ingresen a sus filas, a la par que otrxs lo normalizan, comprenden y justifican. Ser parte de la iglesia tiene incluso una serie de nefastas connotaciones carcelarias que no se olvidan o desaparecen porque simplemente una mañana alguien decide salirse de ella.

La iglesia es la miseria que jerarquiza con la castración del Poder, no ahondaremos más en ello porque está más que claro, ser parte de la iglesia, de sus ritos y criterios está bien para un ciudadano, unx antiautoritarix no le canta a Dios Padre.

Pero incluso más allá del tema particular de la iglesia, nos parece importante reflexionar sobre la actitud sumisa con la que algunas personas se relacionan con diversas prácticas autoritarias, decidiendo ser parte de ellas, dejándose presionar en lugar de combatir. El miedo existe, no se trata de negarlo, pero que este no nos paralice, al contrario que nos de el impulso para superarlo y combatir en cualquier escenario.

La presión es una batalla psicológica, una puesta en escena, un chantaje emocional muchas veces, un despliegue de amenazas en otras ocasiones, no es agradable por cierto, pero es totalmente superable si nos ponemos de pie con dignidad. Si con miedo cedemos ante la presión de la masa, ¿qué podemos esperar frente a la agudización del conflicto?

Como antiautoritarixs no nos movemos al ritmo de la masa, no queremos ser parte de ella, ni nos dejamos avasallar por su presión… peleamos contra todo, porque la lucha es el único camino digno.

Y a veces la presión avanza y se desata la violencia, en forma de golpizas u sucesos similares, no es bello lo descrito, pero es real. Aún así siempre tenemos la posibilidad de responder, confiando por cierto en unx mismx y también en lxs compañerxs.

Hay que tener claro que a unx prisionerx ácrata no lx agreden ni carceleros, ni otros presos, no por el dictamen de alguna convención, sino porque lo decidimos cada unx de nosotrxs, desde dentro y desde fuera, cada uno de nuestros gestos aporta (y debemos darlos). Toda agresión se responde.

La certeza de esa respuesta nos da la confianza para caminar altivx en todos lados, frente a otros presos, frente a los carceleros, a los pacos afuera, al ciudadano policía, a los guardias privados, frente a quien encarne el poder. Por ello aunque podamos perder en un conflicto puntual, al hacerle frente ganamos en lo trascendente, en el espacio que no cedemos nunca. Ese respeto hay que saber ganarlo y defenderlo, no sólo para nosotrxs, sino que también para lxs demás compañerxs, entendiendo por cierto que en ese ejercicio debemos dar nuestro aporte.

Las prácticas anárquicas, la Anarquía, más que una ideología o simple consigna, es la materialización de la negación confrontacional a la masa, a los convenios, al acomodo sumiso y servil. Nosotrxs no relativizamos aquella dimensión frontal.

Sumarse a prácticas y dinámicas que reproducen y validan la autoridad no tiene justificación alguna, no se trata aquí de arrepentirse (que por lo demás sólo se entiende en la lógica cristiana/culposa) o de abandonar de pronto la práctica puntual que nos unió a lo más bajo de la sociedad que criticamos, porque la convicción anárquica no es un ritmo errático o un fueguito al que nos arrimamos cuando nos conviene.

Si porque alguien te presiona asumes prácticas ciudadanas/sumisas que luego abandonas porque otras personas te presionan para que lo hagas, toda la vida necesitarás a alguien que te guíe en el camino, porque simplemente no sabes dónde quieres llegar.

Cuando una persona no mantiene coherencia entre las palabras y las acciones, cuando la noción más básica (hasta instintiva) del camino antiautoritario no está presente, no es una responsabilidad colectiva. La sola enunciación de este argumento desenfoca el punto de interés a discutir, diluyendo responsabilidades y promoviendo el victimismo con miradas paternalistas. No nos hacemos parte de esa forma de entender el conflicto y nos resulta insultante para el camino anárquico.

La colectividad se diferencia de la masa porque está conformada por sujetxs que primero se reconocen y asumen de forma individual, solo así su aporte a la colectividad (al conjunto de otrxs individuxs) se produce de forma íntegra y no numérica.

Asumirse individualmente implica destacar el valor de la esencia y las características particulares de cada unx, entendiendo además la responsabilidad y la trascendencia de cada una de nuestras decisiones y de las consecuencias que de ellas devengan. La/el individux asumidx, no elude sus decisiones, no delega responsabilidades en lxs demás.

Frente a la adversidad, de cara a los momentos tensos y hostiles (aún en su punto más alto), la elección de nuestros pasos no puede escudarse en si tenemos apoyo colectivo o no, aquello es la muerte de la/del individux. La brújula de nuestro viaje son nuestras convicciones anárquicas y no el número de compañerxs que tengamos a nuestro lado. La decisión es siempre nuestra.

No nos hacemos parte del discurso que deja nuestra voluntad de guerra a merced del vaivén del apoyo que podamos recibir de la colectividad difusa o del grupo cercano de compañerxs, porque aquello vuelve errática nuestra conducta y nos deja como simples espectadores del conflicto llevado a cabo por otrxs.

En momentos donde se desata la cacería judicial/policial, en momentos de cárcel o interrogatorios unx está solx. Solx frente a un juez, un policía, un gendarme u otro prisionerx, solx frente a un sinnúmero de situaciones de hostilidad y seguir siendo quienes somos, seguir manteniendo la individualidad de nuestras decisiones/acciones, seguir en pie de guerra es la bravura con la que saludamos a todxs lxs compañerxs que antes que nosotrxs han estado en combate.

Unx está solx en momentos adversos y atravesar altivx y coherente esa adversidad tiene un valor, que excede cualquier cuenta estratégica, porque se relaciona con la dignidad y el orgullo. Y aquello es lo que estas letras quieren reivindicar, en abierta oposición al derrotismo y el abandono de la guerra contra toda forma de dominación.

No somos jueces, despreciamos su sola figura, no lanzamos dictámenes contra el resto, ni vamos por ahí con tono burlón hacia quienes están prisionerxs. Levantamos nuestras posiciones, sólo las decisiones y pasos trazados dan cuenta de quién es quién. Reivindicamos las palabras y actos antiautoritarios.

Si utilizamos la violencia Anárquica tenemos que hacernos cargo de darle un sentido y valor y no negar con nuestros gestos a todxs quienes nos antecedieron en el camino, a quienes incluso derramaron su sangre negra por dictamen del poder o en insumiso enfrentamiento con sus fuerzas policiales.

En los teatros de la inquisición democrática nuestrxs compañerxs no actúan de forma errática, besando la mano que los ahorca.

Nuestra dignidad frente al carcelero, frente a todo el entramado carcelario también es propaganda contra el poder y asumimos con orgullo ese protagonismo de ofensiva…

Ninguna renuncia, ningún arrepentimiento.

– Bastarda es la Policía –

Ni Dios ni Amo… Entre el acto y la palabra