Publicado originalmente en el periódico La Antorcha, Buenos Aires, Argentina, 31 de octubre de 1924.
Los partidarios de la dictadura tratan, frecuentemente, de apoyarse en sus afirmaciones, en las ideas de Bakunin, indicando que, aunque en teoría negaba Bakunin el Estado y la autoridad, en la realidad no combatió el período transitorio ni la dictadura del proletariado, porque él fue siempre partidario de la acción organizada de las masas obreras mismas y del derecho que les asistía de dirigir la revolución económica y social. Y muchos, que se denominan anarco-sindicalistas y pregonan la idea de lo inevitable de la dictadura de las organizaciones obreras, etc., afirman que ellos son los fieles portadores de las ideas de este gigante del pensamiento revolucionario, los verdaderos herederos de Bakunin.
Es imposible detenerse en un artículo de relativa extensión, no tan sólo en todas las ideas y conceptos de Bakunin, sino ni siquiera aclarar por completo su interpretación del papel del Estado en la sociedad y en la vida, ni sus conceptos sobre las relaciones entre la sociedad y el individuo.
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Bakunin afirmaba y demostró una infinidad de veces que “la verdadera escuela para el pueblo y para todas las personas adultas es la vida” (1). Y que la sociabilidad no es consecuencia de la unión artificial de los hombres ni de la imposición de los gobernantes, sino un estado natural de la especie humana.
“La fuerza del sentimiento colectivo o del espíritu de sociabilidad es aun ahora un asunto muy serio…” (2).
Un número infinito de datos y hechos de la vida diaria son, al creer de Bakunin, índices inequívocos “de la solidaridad natural e ineludible que une a todos los hombres”.
“Repito, — dice Bakunin — que es la vida, y no la ciencia, la que crea la vida; la actividad espontánea del pueblo mismo es la única capaz de crear la libertad. Sería, indudablemente, un caso muy feliz, si la ciencia pudiera desde ya alumbrar la marcha espontánea de la humanidad hacia su liberación. Pero es preferible la ausencia de luz, antes que una luz vacilante e incierta, que lo único que hace es confundir a los que la siguen” (3).
Y, realmente, nadie como él atacó tan acerbamente a los seudo-sacerdotes de la ciencia, quienes con el nombre de este vocablo incomprensible querían someter a las masas laboriosas, cuando los sacerdotes divinos resultaron ser impotentes de atajar la corriente de luz que empezó a iluminar los cerebros y los sentimientos de las masas.
Las masas buscan medios de salir, por sus propios esfuerzos, del atolladero en que las metieron y del que no las dejan salir el Estado y el Capital. Los que tienen más noción de sí mismos buscan estos medios constantemente, los menos conscientes, aunque en los períodos de reacción y de calma caen en la apatía, cobran ánimos en los momentos de despertar general e introdúcense impetuosamente, en los períodos revolucionarios, en el torrente de la vida y obran; y mediante su experiencia de la vida logran conocer el papel de la autoridad y de la coerción en la vida social. Son cada vez menos ahora los hombres que viven exclusivamente la vida de su círculo, su fábrica o su barrio. Pero tampoco existe todavía esta consciencia universal, que permitiera a cada uno dilucidar, él mismo, todos los problemas de la vida. Y es aquí donde surgen las hondas divergencias entre los revolucionarios. Unos, viendo la falta de preparación de las masas para pasar inmediatamente a la total reconstrucción de la sociedad y a la convivencia libre y recíproca, consideran que esto tiene que ser así, que esto es natural y normal. Y basándose en estas consideraciones enseñan que las masas tienen que sufrir, aguantar en nombre de la fatalidad histórica. Otros afirman que estos son fenómenos anti-naturales, anormales, y que son consecuencia de la vida que actualmente llevan las masas bajo la opresión constante del capitalismo y de la autoridad. E insisten, en que la destrucción de estas fuerzas extrañas a la sociedad, impuestas con artificios a los hombres, libertará la personalidad humana y dará principio a una nueva sociedad, libre y progresiva.
Estas ideas son las que Bakunin sostuvo toda su vida, con toda la fuerza de su voluntad.
Se entiende que con concepto semejante de la revolución no podía menos que haber un abismo infranqueable entre Bakunin y Marx, tanto en sus temperamentos como en sus ideas.
“Ya he expresado en varias oportunidades — dice Bakunin en “Dios y el Estado” — mi profunda aversión hacia la teoría de Lasalle y de Marx, que recomienda a los trabajadores — sino como su ideal definitivo, por lo menos como el objeto más inmediato — la fundación de un Estado popular, el cual, tal como lo explican ellos, no será otra cosa que “el proletariado, ascendido a categoría de clase dominante””. (4)
Y en pocas páginas de una belleza incomparable hace Bakunin el comentario de este horrible absurdo universal, el significado de la dictadura del proletariado y el papel que ella desempeña en la vida real.
“Pregunto — dice Bakunin — si el proletariado será la clase dominante, ¿a quién dominará? Esto significa que quedará algún otro proletariado, el cual estará sometido a este nuevo señor, el nuevo Estado…
“Si hay Estado, es inevitable el predominio y por consiguiente la esclavitud; Estado sin esclavitud abierta o encubierta es imposible — he ahí porque somos enemigos del Estado” (5).
Pero Bakunin no se contenta con esto. Examina la idea de la dictadura del proletariado, expone su esencia estatal y el papel que la dictadura del proletariado desempeñará en la vida real.
“¿Qué significa el proletariado elevado a condición de clase dominante? ¿Acaso todo el proletariado estará a la cabeza del gobierno? Hay cerca de 40 millones de alemanes. ¿Acaso todos ellos serán miembros del gobierno? Todo el pueblo será director y no habrá dirigidos. Entonces no habrá gobierno, no habrá Estado. Pero toda vez que haya Estado, habrá dirigidos, existirán esclavos.
“Este dilema se resuelve en la teoría marxista de modo muy simple. Por gobierno del pueblo entienden ellos el gobierno, sobre este mismo pueblo, de un pequeño número de representantes elegidos por el pueblo…” (6).
“De modo que — dice más adelante Bakunin — de cualquier punto de vista que se encare este problema, se llega siempre al mismo triste resultado, a la dirección de la inmensa mayoría de las masas populares por una minoría privilegiada. Pero esta minoría, dicen los marxistas, se compondrá de trabajadores. Sí, quizás de los que fueron trabajadores, pero que, tan pronto se conviertan en jefes o representantes del pueblo dejarán de ser obreros y contemplarán al pueblo laborioso desde la altura gubernamental; no representarán ya más al pueblo, sino que a sí mismos y sus pretensiones al gobierno del pueblo.
“Pero esos elegidos serán hombres convencidos y además socialistas científicos. La palabra “socialista científico”, “socialismo científico” que inunda los escritos y los discursos de los lassallianos y marxistas, demuestra de por sí que este pretendido gobierno del pueblo, no será más que una dirección harto despótica de las masas por una aristocracia nueva y limitada en número, compuesta por sabios, verdaderos o falsos. El pueblo es ignorante: será, por consiguiente, dispensado de los trabajos de gobernar, e incluido todo entero en el rebaño gobernado. Bonita liberación.
“Los marxistas ven esta contradicción y comprendiendo que el gobierno de los sabios — el más pesado, humillante y vil que el mundo haber puede, — será, a pesar de todas sus formas democráticas, una verdadera dictadura, se consuelan con la idea de que esa dictadura será transitoria y breve. Dicen que su única preocupación y objeto será la instrucción y elevación del pueblo, tanto económica como moral, a una altura tal en la que todo gobierno se hará innecesario, y el Estado, privado de su carácter político y, por ende, autoritario, se convertirá de por sí en una organización completamente libre de los intereses económicos y de las comunas.
“Es una contradicción evidente. Si el Estado que ellos pregonan, será realmente del pueblo, ¿para qué, pues, abolirlo? Y si su abolición es indispensable para la verdadera liberación del pueblo, ¿cómo se atreven ellos a llamarlo popular?” (7)
De lo transcripto se desprende que ya entonces conocía Bakunin el marxismo en el fondo y se ve su actitud hacia la dictadura del proletariado y el período transitorio.
Ya en aquel entonces era grande la lucha entre estos dos conceptos de la vida social: el concepto anarquista y el marxista, y ya entonces había entre ambos un profundo abismo. Es por eso que Marx, Engels, Liebknecht y Bebel — como ahora Plejanoff, Lenin, Trozky, Bujarin y los comunistas — no se detenían ante ningún medio para enlodar, denigrar y presentar como confidentes y agentes del gobierno a Bakunin y a sus compañeros. La historia ahora se repite. Y si Marx y Engels no podían matar a Bakunin y a sus compañeros, más que moralmente, lo cual era ya mucho, Lenin y Trozky, Kameneff y Zinovieff, no se contentan con matar moralmente a León Chorny y a los anarquistas rusos en general, sino que los matan, para mayor seguridad, también físicamente.
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Vemos, que ya entonces preveía Bakunin los frutos que daría la dictadura del proletariado y el período transitorio, y mantenía contra estas ideas la lucha más despiadada.
“Con nuestra polémica les hemos hecho comprender (a los marxistas) — dice Bakunin — que la libertad o la anarquía, o sea, la libre organización de las masas obreras de abajo a arriba, es el eslabón final de la evolución de la sociedad, y que todo gobierno, sin excluir el proletario que ellos pregonan, es un yugo que de un lado crea el despotismo y del otro la esclavitud.
“Ellos dicen — continúa Bakunin — que este yugo de la dictadura del Estado es un medio transitorio imprescindible para conseguir la liberación integral del pueblo: la anarquía o la libertad, es el fin, el gobierno o la dictadura, es el medio. De lo cual se deduce — concluye sarcásticamente Bakunin — que para emancipar a las masas trabajadoras, primero habrá que someterlas.” (8)
Vemos, entonces, que los problemas de la dictadura del proletariado y del período transitorio, una vez planteados, los rebate Bakunin con toda sencillez y claridad, de modo que su criterio al respecto no puede prestarse a interpretaciones torcidas ni deja lugar a dudas, en cuanto a su actitud como anarquista, hacia estos problemas de vital importancia para los momentos que atravesamos.
“Los marxistas afirman, — continua — que únicamente la dictadura — la de ellos, se entiende — puede dar la libertad al pueblo, a lo cual les respondemos: ninguna dictadura puede tener otro objeto que eternizarse, y que es capaz de hacer germinar y arraigar en el pueblo que la soporta sentimientos de esclavitud, y que la libertad puede únicamente ser fruto de la libertad, o sea, de la rebelión de las masas y de la libre organización de los trabajadores de abajo arriba” (9).
La respuesta de Bakunin sobre su actitud hacia la dictadura del proletariado y el período transitorio es tan claro que es de asombrarse que pueda haber anarquistas que atribuyan a este anarquista y revolucionario intransigente alguna simpatía hacia cualquier forma de gobierno, y especialmente hacia la dictadura del proletariado. Los renegados del anarquismo o los anarco-bolcheviques, quienes tienen todo el derecho de tener su criterio al respecto, mal pueden apoyarse en Bakunin o en cualquier otro precursor del anarquismo. En los únicos en quienes pueden apoyarse, es en distintos economistas burgueses, partidarios de las teorías de clases, y en Marx y Engels.
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Pero Bakunin se oponía no solamente a la dictadura política del proletariado; era enemigo de toda dictadura: de la de las organizaciones obreras y hasta de la dictadura de la Internacional, si a ésta se le antojara encargarse del gobierno y convertirse en Estado.
“Si la Internacional pudiera convertirse en Estado, nos convertiríamos, de adeptos convencidos y entusiastas que somos, en sus enemigos más encarnizados” (10).
Ya entonces mantenía Bakunin la lucha contra la tendencia de los jefes y de los elegidos, de predominar sobre las masas en la Primera Internacional.
“Nos dicen, — escribe Bakunin en el artículo «La organización de la Internacional» —que no todos los obreros, aunque ellos sean miembros de la Internacional, pueden ser sabios”. ¿Y no basta con que haya en la Internacional un grupo de hombres, que dominan, a la perfección, en la medida que esto es posible en nuestros días, la ciencia, la filosofía y la política del socialismo, para que la mayoría — las masas que integran la Internacional — confiándose a su dirección y a sus “preceptos fraternos”… no se salga del camino, que ha de conducirla a la liberación total del proletariado? “Estas son las reflexiones, que oímos frecuentemente pronunciar en voz baja… Siempre hemos luchado decididamente contra este razonamiento, porque estamos convencidos que si la Asociación Internacional de Trabajadores estará dividida en dos grupos: uno, compuesto por la inmensa mayoría de los miembros, cuyo saber consistirá en tener una fe ciega en la sabiduría teórica y práctica de sus jefes; y otro, compuesto por unas pocas decenas de dirigentes — esta institución, que tiene la misión de emancipar a la humanidad, se convertirá en una especie de gobierno oligárquico — el peor de los gobiernos. Esta minoría, perspicaz, científica y hábil, que cargará con toda la responsabilidad y todos los derechos del gobierno, tanto más absoluto, cuanto que su despotismo se oculta cuidadosamente bajo la máscara del respeto hacia la voluntad y las decisiones, aunque siempre por ellos dictadas, pero aparentemente de las masas del pueblo, esta minoría, repito, obedeciendo a la necesidad y a las condiciones de su situación privilegiada, y sufriendo el destino de todos los gobiernos, irá haciéndose paulatinamente cada vez más despótica, perjudicial y reaccionaria”.
“La Asociación Internacional de los Trabajadores — concluye Bakunin en su artículo «La organización de la Internacional» — recién podrá convertirse en instrumento de emancipación de la humanidad, cuando antes se emancipe a ella misma, y se emancipará recién cuando deje de dividirse en dos grupos: la mayoría de las máquinas inertes y la minoría de los maquinistas científicos, y cuando cada uno de sus asociados se compenetre íntegramente de la ciencia, la filosofía y la política del socialismo” (11).
He ahí a lo que llegaba Bakunin en su negación del autoritarismo y de la coerción. No quedaba contento con atacar el Estado y la dictadura social. Era el luchador más intransigente contra la servidumbre dentro de las organizaciones obreras mismas en las que defendía la autonomía completa de cada individuo y su derecho a la auto-actividad.
Bakunin era un adversario cerrado de toda autoridad aun en las organizaciones obreras. En la organización no debe haber máquinas ni maquinistas. Todos son iguales y todos tienen el derecho de juzgar la conducta de los elegidos y de los jefes.
Bakunin, el anarquista, se oponía a todo sometimiento del hombre por el hombre. Y sus razones quedaron incólumes y sin rebatir hasta el día de hoy.
Los partidarios de toda clase de dictadura, no solamente estatal, sino también dentro de las organizaciones obreras deberían meditar bien sobre la cita de Bakunin, que aparece al final, siendo posible, quizás, que entonces comprendieran que el anarquismo y la imposición son incompatibles bajo toda forma.
Únicamente la libertad y la tolerancia mutua y la renuncia de los dirigentes a toda imposición puede sacar el movimiento obrero del atolladero en que lo metieron diversos partidarios de la dictadura, de la dirección y de los “preceptos fraternales”. Estos mismos compañeros debieran comprender que están lejos del anarquismo, y que son, más vale, herederos de Marx que de Bakunin.
Bakunin era anarquista y adversario absoluto de toda coerción y dictadura; y no deja de ser extraño que las diversas clases de adeptos a la dictadura del bolchevismo y del anarquismo “obrero”, etc., se atrevan, en sus actitudes anti-anarquistas, a apoyarse en el incansable e intransigente luchador por la libertad de cada individuo en todas las organizaciones sociales y en la vida, en el pregonero de la Revolución Social — Bakunin.
Así como no pudieron convivir Bakunin y Marx, así tampoco pudieron ni podrán convivir la libertad y la coerción, la anarquía y la dictadura.
O Marx, o Bakunin.
O la Anarquía y la Libertad, o la dictadura y la coerción.
(Traducción por J. Company)
Anatol Gorélik
NOTAS:
(1 y 2) M. Bakunin — “Dios y el Estado”, pág. 4 (toda indicación de pág. o volumen es de la edición rusa, trad.)
(3) Idem, pág. 64.
(4) M. Bakunin — “Estatismo y anarquía”, pág. 233, Obras comp., tomo 1.
(5) Idem, pág. 233.
(6) Idem, pág. 234.
(7) Idem, pág. 234-235.
(8 y 9) Idem, pág. 235.
(10) M. Bakunin — “La organización de la Internacional”, véase Obras escogidas, tomo 4, pág. 72.
(11) Idem, pág. 74-75.
(Transcripción: @rebeldealegre)