It’s been four years since Zoé died (en/es/it/fr) 2012

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from non-fides

Four years. Difficult to know if it’s four years already or just four years. Four years and a long mourning which has only just begun several years after her death, after those who justice found necessary to punish directly for the accident which cost Zoé her life finished the prison sentences which they had been assigned, after those who remained outside prison were no longer listened in on, tailed, photographed, filmed, intimidated.

But anyway, that’s another story. After those who believe that seeing a friend die is not enough have satisfied themselves with our pain, have been sated enough by our sadness to leave again with a full belly and head held high, proud to have restored order and justice. This order and this justice which are after our friendships and our loves, and that seek to destroy them, because our friendships and loves are, among other things, born of our desires and our potential to create a space in which to grow and develop. Without passion, theory is but a dead letter. And cynicism is nothing revolutionary.

 

Zoé is not a martyr of “the cause.” She did not die for an ideology, for the people, or for “the revolution.” Zoé died of being free, or of wanting to be. She died of being in love, of being a friend, being DIY, a feminist, a traveler, of being dynamic, intelligent, radical, generous…. Zoé died of being who she was. Someone who did not want to suffer further or to endure the greyness, and who acted accordingly, for herself and for others. Someone who did not want to adapt to a world that horrified her, and for whom to merely be indignant was not enough. Zoé was not a hero, just someone who made choices. The choice to refuse, to resist, to not be indifferent to that which surrounded her and to how it surrounded her, to not let herself become absorbed in the tranquil decomposition of everyday life, to not want to stay at the window, railing against those whose attempts to make the world radically better have unfortunately failed. These are some choices that she and others have paid for dearly, here as elsewhere, today as yesterday.

There was a storm of sadness and anger that swept the days and the weeks that followed Zoé’s death. The sadness of losing a friend, the anger over not being able to be sad, of not having the respite. An anger directed against those who make their business on our deaths and our suffering, against this necrophagia elevated to the status of a social model. Yes, this sadness and this anger also have their toll, but the disaster would be much worse if we were used to it, if the ghosts of the struggle erased the sincerity of the continuing fight, if the feelings and affects were relegated to the limbo of ideology. We have been profoundly affected because we are in touch with the world.

A part of us has been devoured, and the monster is always hungry, always wanting more. But it is necessary to pry the memory from its jaws, to pull it out, in order to not forget. Not to erect monuments, because death is nothing glorious, but in order to prevent these passions and this love for freedom that animated Zoé from being swallowed in turn.

Four years have passed, but little water has passed under the bridge. And this water should not flow, because it is our lives, our deaths, and our struggles which slip away with it.

For a world without prisons or borders.

For a free and difficult life, toward an existence without exploitation or domination.

Solidarity to everyone, imprisoned or not, who struggle every day by any means necessary against what destroys them.

A thought for Mauricio Morales, who died in Santiago, Chile, the same month of May, 2009, for those close to him and all those who had to endure the Bombs Case, and whose stories have resonated in a number of heads here.

To Zoé.

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Hace cuatro años murió Zoé

Cuatro años. Difícil saber si cuatro años ya o si apenas cuatro años. Cuatro años y un largo duelo que no pudo comenzar hasta varios años después de su muerte, después de que aquellxs a los que la justicia estimó tener que castigar directamente por el accidente que le costó la vida a Zoé terminaran las penas de cárcel que les asignaron, después de que aquellxs que quedaron fuera de la cárcel dejaran de ser escuchadxs, fichadxs, fotografiadxs, grabadxs, intimidadxs. En cualquier caso, se acabó esta historia. Después de que aquellxs que piensan que ver morir a una amiga no es suficiente, se hayan saciado con nuestro dolor, se hayan cebado con nuestra tristeza, se hayan quedado con la tripa llena y la cabeza alta, orgullosos de haber restablecido el orden y la justicia. Éste orden y ésta justicia que han tenido a nuestras amistades y nuestros amores, y que intenta destruirlos, porque son entre otras, de donde nacen nuestros deseos y nuestras posibilidades de crear un marco mejor en el que poder crecer y desarrollarse. Sin pasión, la teoría no son más que palabras muertas. Y el cinismo no tiene nada de revolucionario.

 

Zoé no es una mártir de “la causa”. Ella no murió por una ideología, por el pueblo, o por “la revolución”. Zoé murió por ser libre, o por quererlo ser. Murió por ser amorosa, amiga, apañada, feminista, viajera, dinámica, inteligente, radical, generosa… Zoé murió por ser quien era. Una que no quería sufrir más o soportar ésta existencia gris, y que actuaba en consecuencia, por ella y por los demás. Una que nunca se quiso adaptar a un mundo que la horrorizaba, y para la que indignarse por ello no era suficiente. Zoé no fue una heroína, solamente una que tomó decisiones. La decisión de negarse, de resistir, de no quedarse indiferente ante lo que la rodeaba y cómo la rodeaba, la de no dejarse absorber por la tranquila descomposición de la cotidianeidad, la de no querer quedarse en la ventana echando pestes contra aquellas y aquellos cuyos intentos de hacer el mundo radicalmente mejor fueron desgraciadamente suspendidos. Éstas son decisiones que ella y otrxs han pagado caro, aquí como en otros lugares, tanto ayer como hoy.

Fue una tormenta de tristeza y de cólera la que se desplegó en los días y las semanas que siguieron a la muerte de Zoé. La tristeza de haber perdido a una amiga, la cólera de no poder estar tristes, de no tener tregua. Una cólera dirigida contra aquellos que hacen sus negocios sobre nuestrxs muertxs y nuestros sufrimientos, contra ésta necrofagia elevada al rango de modelo de sociedad. Sí, ésta tristeza y ésta cólera hicieron estragos, pero el desastre hubiera sido más grande si nos hubiéramos acostumbrado a él, si los fantasmas de la lucha borraran la sinceridad del combate que continúa, si los sentimientos y los afectos fueran relegados a los limbos de la ideología. Fuimos alcanzados profundamente porque fuimos tocados por la gente.

Una parte de nosotros fue devorada, y el monstruo siempre tiene hambre, y siempre quiere más. Pero hay que extirpar la memoria de sus mandíbulas, arrebatárselas, para no olvidar. No para erigir pedestales, pues la muerte no tiene nada de glorioso, sino para evitar que se traguen a su paso las pasiones y el amor por la libertad que animaban a Zoé.

Han pasado cuatro años, pero ha caído poco agua bajo sus puentes. Y éste agua no tiene que perderse, pues nuestras vidas, nuestrxs muertxs, nuestras luchas se pierden con ella.

Por un mundo sin cárcel ni fronteras.

Por una vida libre y difícil, hacia una existencia sin explotación, ni dominación.

Solidaridad con todxs aquellxs, presxs o no, que cada día luchan con todos los medios necesarios contra lo que los destruye.

Un recuerdo para Mauricio Morales, muerto en Santiago de Chile ese mismo mes de mayo de 2009, para su gente cercana y todxs aquellxs que tuvieron que pasar el Caso Bombas allí, y cuyas historias resonaron en cierto número de cabezas aquí.

Por Zoé.

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Francia: Quattro anni fa è morta Zoé

Quattro anni. Difficile sapere se quattro anni già o se solo appena quattro anni. Quattro anni e un lungo duello che non ha potuto iniziare fino a diversi anni dopo la sua morte, dopo che quellx a chi la giustizia stimò che dovevano essere punitx direttamente per l’incidente che ha ucciso Zoé finissero le pene di carcere che gli/le sono state assegnate, dopo che quellx che sono statx lasciatx fuori della prigioni hanno finito di essere ascoltatx, raccolte le impronte, fotografatx, registratx, intimiditx. In ogni caso, questa storia è finita. Dopo di chi pensa che vedere morire ad un’amica non è sufficiente, siano stati soddisfatti con il nostro dolore, siano stati saziati con la nostra tristezza e siano rimasti con la pancia piena e la testa alta, orgogliosi di aver riportato l’ordine e la giustizia. Questo ordine e questa giustizia che hanno tenuto ai/alle nostrx amici/che e i nostri amori, e che cerca di distruggerli, perchè sono tra le altre cose, di dove nascono i nostri desideri e le nostre possibilità di creare una situazione migliore in cui poter crescere e svilupparsi. Senza passione, le teorie no sono altro che parole morte. E il cinismo non ha niente di rivoluzionario.

 

Zoé non è una martire per “la causa”. Lei non è morta per una ideologia, per il popolo, o per “la rivoluzione”. Zoé è morta per essere libera, o perché voleva esserlo. È morta per essere amorevole, amica, volenterosa, femminista, viaggiatore, dinamica, intelligente, radicale, generosa… Zoé è morta a causa di chi era. Una che non voleva soffrire più o supportare questa esistenza grigia, e che agiva in conseguenza, per lei e per gli/le altrx. Una che non ha mai voluto adeguarsi a un mondo che la inorridiva, e per la quale indignarsi per questo non era sufficiente. Zoé non era una eroina, ma soltanto una che prese delle decisioni. La decisione di rifiutare, di resistere, di non rimanere indifferente davanti a ciò che la circondava, e come la circondava, di non lasciarsi assorbire per la tranquilla decomposizione della quotidianità, quella di non voler rimanere nella finestra maledicendo contro quelle e quelli i cui tentativi di rendere radicalmente migliore il mondo sono stati purtroppo sospesi. Queste sono decisioni che lei e altrx hanno pagato a caro prezzo, qui come altrove, sia ieri che oggi.

È stata una tempesta di tristezza e di rabbia quella che si è dispiegata nei giorni e nelle settimane che seguirono la morte di Zoé. La tristezza di perdere un’amica, la rabbia di non poter essere tristi, di non avere tregua. Una rabbia diretta contro coloro che fanno negozi sui/sulle nostrx mortx e la nostra sofferenza, contro questa necrofagia elevata a modello di società. Sì, questa tristezza e questa rabbia infuriavano, ma il disastro sarebbe stato più grande se ci avessimo abituato, se i fantasmi della lotta cancellassero la sincerità del combattimento che continua, se i sentimenti e gli affetti fossero stati relegati nel limbo delle ideologia. Siamo statx raggiuntx profondamente perché siamo statx toccatx per la gente.

Una parte di noi è stata divorata, e il mostro è sempre affamato, e vuole sempre di più. Ma è necessario rimuovere la memoria delle sue mascelle, strapparsela, per non dimenticare. Non per ergere piedistalli, giacché la morte non ha niente di glorioso, ma per evitare che ingeriscano al suo passo le passioni e l’amore per la libertà che incoraggiavano a Zoé.

Sono passati quattro anni, ma è caduta poca acqua sotto i ponti. E questa acqua non deve essere persa, giacché le nostra vite, i/le nostrx mortx, le nostre lotte si perdono con lei.

Per un mondo senza carceri né confini. Per una vita libera e difficile, verso una esistenza senza sfruttamento né dominazione.

Solidarietà con tuttx quellx detenutx o non, che ogni giorno lottano con tutti i mezzi necessari contro quello che li/e distrugge.

Un ricordo per Mauricio Morales, morto a Santiago del Cile lo stesso mese di maggio del 2009, per le persone vicine a lui e tuttx quellx che lì hanno dovuto passare per il Caso Bombas, e le cui storie hanno risuonato in un certo numero di teste qui.

per Zoé.

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Il y a quatre ans mourait Zoé

Quatre ans. Difficile de savoir si quatre ans déjà ou quatre ans à peine. Quatre ans et un long deuil qui n’a pu commencer que plusieurs années après sa mort, après que ceux que la justice a estimé devoir punir directement de l’accident qui lui a coûté la vie aient terminé les peines de prison qui leur ont été assignées, après que celles et ceux resté-e-s en-dehors des prisons n’aient plus été écouté-e-s, filé-e-s, photographié-e-s, filmé-e-s, intimidé-e-s. En tout cas plus pour cette histoire-là. Après que ceux qui estiment que voir une amie mourir ne suffit pas aient été rassasiés d’assez de notre douleur, qu’ils se soient repus d’assez de notre tristesse pour repartir le ventre plein et la tête haute, fiers d’avoir rétabli l’ordre et la justice. Cet ordre et cette justice qui en ont après nos amitiés et nos amours, et qui cherchent à les détruire, parce que ce sont entre autres de ceux-ci que naissent nos désirs et nos possibilités de créer un meilleur cadre dans lequel les faire croître et se développer. Sans passion, la théorie n’est que lettre morte. Et le cynisme n’a rien de révolutionnaire.

 

Zoé n’est pas une martyre de « la cause ». Elle n’est pas morte pour une idéologie, pour le peuple, ou pour « la révolution ». Zoé est morte d’être libre, ou de vouloir l’être. Elle est morte d’être amoureuse, amie, bricoleuse, féministe, voyageuse, dynamique, intelligente, radicale, généreuse… Zoé est morte d’être qui elle était. Quelqu’un qui ne voulait plus avoir à subir ou à supporter la grisaille, et qui agissait en ce sens, pour elle et pour les autres. Quelqu’un qui n’a pas voulu s’adapter à un monde qui lui faisait horreur, et pour qui ne faire que s’en indigner n’était pas suffisant. Zoé n’était pas une héroïne, seulement quelqu’un qui a fait des choix. Les choix de refuser, de résister, de ne pas être indifférente à ce qui l’entourait et à comment cela l’entourait, de ne pas se laisser absorber dans la tranquille décomposition du quotidien, de ne pas vouloir rester à la fenêtre à pester contre celles et ceux dont les tentatives de rendre le monde radicalement meilleur ont malheureusement échoué. Ce sont des choix qu’elle et d’autres ont payé cher, ici comme ailleurs, hier comme aujourd’hui.

C’est un orage de tristesse et de colère qui a déferlé dans les jours et les semaines qui ont suivi la mort de Zoé. La tristesse d’avoir perdu une amie, la colère de ne pas pouvoir être tristes, de ne pas avoir de répit. Une colère dirigée contre ceux qui font leurs affaires sur nos morts et nos souffrances, contre cette nécrophagie érigée au rang de modèle de société. Oui, cette tristesse et cette colère ont fait des ravages, mais le désastre serait bien plus important si l’on s’y habituait, si les fantasmes de la lutte effaçaient la sincérité du combat qui se poursuit, si les sentiments et les affects étaient relégués dans les limbes de l’idéologie. Nous avons été profondément atteint-e-s parce que nous sommes touché-e-s par le monde.

Une partie de nous a été dévorée, et le monstre a toujours faim, en veut toujours plus. Mais il faut extirper la mémoire de ses mâchoires, l’en arracher, pour ne pas oublier. Non pas pour ériger des piédestaux, car la mort n’a rien de glorieux, mais pour éviter que ne soient avalées à leur tour ces passions et cet amour pour la liberté qui animaient Zoé.

Quatre années se sont écoulées, mais peu d’eau a coulé sous les ponts. Et cette eau ne doit pas couler, car ce sont nos vies, nos morts, nos luttes qui coulent avec elle.

Pour un monde sans prison ni frontières.

Pour une vie libre et difficile, vers une existence sans exploitation ni domination.

Solidarité à tou-te-s celles et ceux, prisonnier-e-s ou non, qui chaque jour luttent par tous les moyens nécessaires contre ce qui les détruit.

Une pensée pour Mauricio Morales, mort à Santiago de Chile ce même mois de mai 2009, pour ses proches et tou-te-s celles et ceux qui ont dû traverser le Caso Bombas là-bas, et dont les histoires ont résonné dans un certain nombre de têtes ici.

À Zoé.