Taller de Investigaciones Subversivas UHP
Aceptemos entonces, que el eje alrededor del cual gira la sociedad postmoderna ya no es, tal y como fue en la modernidad, la producción, sino que ahora es la comunicación (en su sentido restringido de trasvase de información) y la rapidez con la que ésta pueda darse. El tránsito de un tipo de sociedad a otro se da cuando deja de ser posible hablar de la historia como algo unitario, cuando los acontecimientos dejan de ser ordenados entorno a un centro determinado. Se rompe entonces en pedazos el relato que organizaba el espacio teniendo como única referencia a Occidente (o incluso, a un Occidente concreto si se prefiere), y el tiempo basándose en una concepción lineal de la historia unitaria … la totalidad da paso a la fragmentación, a la disolución de los centros. Esta atención al fenómeno de dispersión, al adiós a la historia hegeliana con miras a una meta final reconocible y la desintegración consecuente de las legitimaciones modernas, son las obsesiones de los pensadores que hablan de postmodernidad.
Una de las transformaciones fundamentales que se producen en éste tránsito es la del saber: mientras que en la modernidad el saber está asociado a la formación del sujeto, en la postmodernidad ha pasado a ser una oferta más dentro de los productos listos para ser consumidos que presenta el mercado. Dado que tal y como se ha dicho, la sociedad postmoderna es la sociedad de la comunicación, el saber también acaba por definirse según los parámetros de este proceso en el que el valor que prima es el valor de cambio. Fuera ya del estadio histórico previo, y con el predominio absoluto de la pragmática (lo que viene a suponer, que la legitimidad de una acción vendrá dada exclusivamente por los efectos que produce, es decir: por lo que, en el rebuscado lenguaje de los amos, se ha llamado performatividad), el saber se constituye como principal fuerza de poder, como instrumento de control del medio y de las relaciones entre individuos o grupos dentro del sistema.
Al no poder evidentemente existir la comunicación desinteresada y horizontal (esa por la que hay que guerrear, y que es condición necesaria para acabar con la alienación) en una sociedad performativa, las relaciones entre las personas acaban por funcionar de manera tal, que detrás de cada mensaje emitido existe una determinada jugada, siendo la relación determinante entre los distintos jugadores la de competencia. Las jugadas son estrategias para ganar, los jugadores no son otra cosa que simples competidores y los actos comunicativos – en definitiva – son tan sólo actos pragmáticos. Lo que realmente importa es la eficacia que se desprenda de cada acción … si se es algo, se será por los beneficios que reporte y no por el placer de serlo.
Dentro de este contexto, una de las cosas que más nos interesa es el hecho de que la técnica se revela como el modelo de performatividad, el saber que prima es un saber aplicado y propio de expertos que construye mercancías (en el sentido más amplio del término, y no solamente teniendo en cuenta los artefactos) en función de su operatividad. Este saber se encuentra escindido totalmente de la vida cotidiana, nos es extraño, y anula esa capacidad que los obreros de tiempos pasados tenían para intuir desde sus propios oficios la posibilidad de autogestionar la vida entera; en definitiva, el saber con el que nos encontramos permite la división de la sociedad entre decididores y ejecutantes, una fina matización de la eterna relación entre explotadores y explotadas: el que hace está a las órdenes del que tiene posesión del saber. El hierro y la sangre provocaba indignación y revuelta; la anestesia informativa, la miseria sobre-equipada o la rutina grisácea del oficinista, dan lugar a un rentable planeta habitado por zombies. La relación descrita rompe de cuajo la contingencia de la acción, pretende que sea la necesidad quien la rija, asimilándola finalmente a la fabricación. La técnica se impone: la acción acaba por ser fabricar algo de la forma más eficiente y rentable. Al separarse cada vez más saber y hacer, domina aquello que tiene efectividad, no ya el “yo pienso”, sino el “yo puedo”.
En la llamada postmodernidad, la técnica se ha autonomizado como sistema, siguiendo en su desarrollo sus propias leyes. En tanto que la performatividad es su elemento clave, se trata de un sistema establecido de antemano y cuyos progresos están totalmente determinados … una y otra vez, la historia contradice a aquellos que se ocuparon – y aún hoy se ocupan – de proclamar el carácter liberador de la técnica: lejos de cumplir ninguna función emancipadora, se ha encargado de subyugar a la humanidad bajo sus preceptos de efectividad y rentabilidad. Que el desarrollo tecnológico de lugar a herramientas que puedan ser utilizadas en procesos de liberación, está lejos de significar que ese mismo desarrollo vaya a posibilitar la destrucción del sistema que lo ha propiciado. Los distintos desarrollos tecnológicos de los últimos 70 años son precisamente los que se han encargado de re-definir y optimizar los mecanismos de explotación y dominación. El análisis de estos desarrollos se hace imprescindible dentro del conflicto social, los caminos del enfrentamiento deberán tener en cuenta – por ejemplo – que los constantes adelantos tecnológicos ya no apuntan tanto a la facturación sin más de bienes como al desarrollo de medios para el control social y la producción inmaterial que permite la (siempre presunta, pero hasta el momento devastadora) expansión sin límites del capital.
Si bien es verdad que lo que nos ocupa no es otra cosa que la lucha histórica entre poseedores y desposeídos, habría que atender a la realidad actual de que las clases dominantes ya no se definen tanto por la posesión de los medios de producción e ingentes cantidades de bienes, sino por detentar un conocimiento especializado que les permite participar en el funcionamiento del poder. Este conocimiento tecnológico trabaja por la reducción de la potencia real de entendimiento de los explotados (los excluidos, al fin y al cabo, de dicho conocimiento), por la creación de un individuo operativo que sabe lo que hacer dentro del perímetro del cubil que le ha sido otorgado por el capital, pero que no entiende más allá … es decir: trabaja por el perfeccionamiento del espectáculo, por una sociedad falsificada que ha sido construida sobre imágenes, y en la que la sumisión del hombre se alcanza mediante satisfacciones que no son sino reflejos banales y distorsionados de la verdadera satisfacción de vivir una vida que no sea gobernada por autoridad alguna. Por otra parte, los efectos del desenfrenado abuso que los amos hacen del desarrollo tecnológico tiene evidentes y desastrosas consecuencias sobre el hábitat humano. Consideramos así, que ambas características de este conocimiento: tanto su contribución a la alienación como la expoliación salvaje del planeta entero que lleva a cabo, no son meras consecuencias resultantes de su “mal uso”, sino componentes esenciales de la definición del sistema tecnológico. Por eso no creemos en su reciclaje, y mucho menos en su potencialidad redentora …
No nos engañemos entonces, frente a la lógica del sistema no se podrán oponer sus propios productos. Las innovaciones tecnológicas por sí mismas no implicarán la crisis de la cultura occidental, sino más bien su afianzamiento, o en llegado caso, la aniquilación del planeta. Entrados en el s. XXI parece que el ciborg no ha sido el billete de salida de la pesadilla postmoderna – tal y como algunas pensadoras defendieron -, aquella predicción omitió que la tecnología existente posee su propio lenguaje, y que éste – independientemente de que fueran sujetos revolucionarios quienes hicieran uso de él – ha sido configurado para producir el mayor número de beneficios posible al poder de donde ha salido. Por eso mismo: porque en el reino de la performatividad no existe la inocencia, afirmar que el potencial tecnológico va a ser el propio desencadenante de la caída del Todo y su homogeneidad, es un acto de entusiasmada ignorancia … quienes en la lucha anticapitalista depositan todas sus esperanzas en las máquinas, ignoran que el mundo postmoderno (por estar definido según los parámetros que se han intentado explicar) jamás desencadenaría una potencia que en sí misma pudiese suponer su propia destrucción.
La verdadera subversión consiste en buscar el futuro no-previsible en un tiempo en el que se pretende preveer todo, consiste en dar con aquello que precisamente escapa a lo programado por sus máquinas. En esta guerra contra la totalidad se dará un valor de uso a todos aquellos materiales que sean susceptibles de ser utilizados en nuestro asalto a los cielos … ahora bien, no caeremos en errores pasados, y por tanto no sacralizaremos ningún medio de los que nos apropiemos (ni la gasolina y el fuego, ni las radios libres, ni la ocupación, ni la informática …), sólo así no construiremos un nuevo guetto del que ya no podamos – gracias a la ceguera que una y otra vez hemos aceptado ilusionados – salir. Al no depender estratégicamente de ningún elemento clave, y siendo capaces de jugar con todos ellos, nos haremos más fuertes y nuestras posibilidades a la hora de atacar se multiplicarán. Por otro lado combatiremos la especialización dentro de nosotras mismas, puesto que no dejaremos en la mano de ningún técnico nuestra capacidad ofensiva.
Dado que lo que legitima a día de hoy no es la argumentación que convence sino el poder que funciona, no nos equivocamos cuando afirmamos que han errado quienes defienden el diálogo y el consenso en nuestros días. La sociedad a la que se ha llegado no ha sido consecuencia de la capacidad de dialogar y argumentar de las mujeres y los hombres, y de la misma manera, su fin no vendrá de la mano de esa capacidad. El consenso hoy lo establece el propio funcionamiento del entramado capitalista, no se acepta porque se haya reflexionado y se haya llegado a la conclusión de que es “bueno”, sino porque las leyes del sistema dentro del cual se ha generado lo hacen funcionar sin que parezca haber lugar a su cuestionamiento. El avance y la consolidación de la pesadilla orwelliana, tiene su más clara ratificación en el despliegue que los medios capitalistas y su propaganda han realizado para afirmar que con la caída del muro, 1984 ya no podrá ser jamás. Como si habláramos de un amor adolescente, hoy es ya 1984, y sin embargo lo es menos que mañana. La democracia, valor absoluto e indiscutible de las sociedades postindustriales, no es más que un resultado de la propia dinámica del mercado y de las soluciones elegidas para la satisfacción de sus necesidades (de las cuales la primera es la estabilidad, lo que supone la ineludible supresión de la amenaza proletaria). Así funciona la pragmática mercantil: el equilibrio viene por la eliminación de las diferencias, cuanto más homogéneos son los elementos que configuran la sociedad, mejor funciona.
Una teoría y una práctica revolucionarias deben comprender el mundo al que se enfrentan para ser capaces de hacer saltar por los aires sus contradicciones y generar situaciones que permitan su aniquilación. Vivimos en medio de una circulación convulsiva de imágenes en las que no hay nada que ver, vivimos en un sistema que funciona menos gracias a la plusvalía de la mercancía que a la plusvalía estética del signo. La realidad es un ir y venir de representaciones que parecen condenar al hombre a la apatía más pura, que le hipnotizan a la vez que le mutilan, que imposibilitan el desarrollo de su propia autonomía. Nuestra intención no debe ser otra que conseguir desatar conflictos que planteen la posibilidad de comunicar fuera de todos esos códigos ya codificados, propagar dentro de la organización social existente una masa de deseos que ella misma no sea capaz de satisfacer.
Por lo tanto, nos parece claro que el mundo que queremos echar a pique debe dejar de ser afrontado en sus propios términos. Quién así lo sigue haciendo después de tantas hostias sufridas, sólo puede hacerlo por dos razones: o bien está tratando de escalar en la organización social y alcanzar algún privilegio gracias a su condición de contestatario (y todos sabemos bien de que lado está y lo que merece), o bien es un ignorante que desconoce una premisa básica de la revolución: El poder sólo dialoga con sus posesiones.
Nuestras posibilidades de victoria pasan por poner en juego un lenguaje y una lógica propios, construir un discurso que de verdad se configure como contrapoder y alteridad absoluta del discurso totalizador. Entre ambos no podrá darse ningún tipo de diálogo o transacción, pues al no existir ninguna homología no hay posibilidad de traducibilidad. El resultado – le asuste a quien le asuste – no puede ser otro que el choque entre los sujetos en rebeldía, armados en el proceso de autovaloración que han iniciado, y la prepotencia totalizadora de la realidad del consenso. Ese choque no podrá significar otra cosa que ruptura, seccionamiento sin la menor posibilidad de reforma y mejora … es decir: violencia, sabotaje, poesía. El uso de la diferencia, la vía de escape que nos permita salir de esta realidad consensuada.
La activación del disenso supone romper con la angustia de una sociedad en la que la auto-alienación ha acabado por ser la regla … vivir siendo conscientes de que nos encontramos involucrados en una guerra siempre será mejor que ejercer el oficio de existentes, que vivir un tiempo del que sólo se puede desear su fin. Queremos responder con un sí en llamas a esa pregunta que no sale de nuestras cabezas: ¿Habrá realmente vida antes de la muerte?. Frente a la totalidad, sólo siendo crueles podremos iniciar caminos de liberación y placer . ¡Adelante con los faroles!.
Conocemos de antemano el discurso de moda (made in Italia), que etiqueta a toda prisa la necesidad de la insurrección bajo el calificativo de “metafísica de la violencia”; precisamente quienes más apelan a la complejidad de la sociedad actual, parecen ser quienes ostentan una mayor simpleza mental … por más que parloteen los líderes de foros sociales y de bufones disfrazados, o por más sesudos artículos que escriban glorias intelectuales de revoluciones pasadas – en un desmedido afán de encontrar un protagonismo hoy – , no vamos a caer en la renuncia de nuestras propias posibilidades y potencias. No aceptaremos el pacifismo radical, ni la no-violencia de la sociedad civil, ni la resistencia legalista por la democracia, ni sandeces semejantes. La violencia no es nada, y mucho menos una etiqueta: es algo que siempre estuvo ahí, junto a nosotras. La mayor de las veces para sufrirla, y en ocasiones para practicarla, como defensa, como ataque; escapa por sí misma a los pretendidos discursos morales de aquellos que anhelan encauzar la revuelta allá donde se diera. Es algo que nos es inherente, y que por tanto no pensamos rechazar al igual que no rechazamos el uso de nuestro intelecto o de nuestra maltrecha creatividad. Sería lo que nos faltaba … amputarnos más y más, reproducir autónomamente (¿será esta la autonomía que persigue tanto líder antiglobalización?) la mutilación capitalista. No adoramos la violencia, no nos masturbamos frente a pistolas y bombas, ni creemos que ninguna banda armada vaya a transformar el presente. Tan sólo entendemos necesaria, la máxima eficacia en el uso de nuestra fuerza para destruir esta realidad.
Realmente es hora de hacer afiladas distinciones, y dejar claro de una vez por todas quien está por la destrucción del capitalismo y quién no. Hay que desenmascarar a todos los falsos detractores de la civilización burguesa … buenrollistas, negociadores, aprendices de político, oenegeistas, neo-socialdemócratas, apagafuegos … y no lo haremos ya porque nosotros tengamos la verdad revolucionaria y pensemos que sus “luchas” estén invalidadas, sino porque directamente los consideramos engranajes partícipes y conscientes del sistema miserable que combatimos, o lo que es lo mismo: ni siquiera nos creemos eso de que “luchen” contra algo. Lo decimos sin reparos, son nuestros enemigos. Estaba en lo cierto quien dijo que la pasividad siempre necesitó de guías y especialistas: quien grita que todavía no es tiempo de revuelta, nos revela de antemano la sociedad por la que de verdad está trabajando. Sabemos, porque la historia – la que nos queda más lejos en el tiempo, y aquella que es más reciente – nos da claras muestras del lado del que están, que llegado el momento y si las condiciones son propicias (si ven claramente cual es la tajada que se pueden llevar) nos venderán a los jueces, periodistas y policías sin el más mínimo de los escrúpulos. ¿Exageramos?, ¡Abran los ojitos señores … ! y podrán ver a todos esos luchadores sociales que cantan a los cuatro vientos las excelencias y bondades de luchas violentas y armadas lejanas en tiempo o espacio (o en tiempo y espacio simultáneamente) criticar y denunciar prácticas revolucionarias que se desarrollan en sus propias ciudades, en sus propios barrios, distinguiendo así entre violentos y no-violentos, inocentes y culpables, protestas legítimas e ilegítimas. Son los lacayos más eficientes, realmente van más allá de la especialización, y cumplen a la vez la función de la policía, de la televisión, la radio y la prensa … son los que despejan el camino a la represión, y sólo se merecen nuestro desprecio y nuestra rabia, todo lo demás sobra. Nuestra creatividad tiene el hermoso oficio de desenterrar viejos conflictos a la vez que se saca otros nuevos de las mangas, y es consciente, de que al trabajar al margen de la pragmática postmoderna está escrita en clave de ilegalidad: aceptamos de buen grado el hecho de que somos criminales y nos preparamos para actuar como tales. No entraremos en la farsa de autojustificarnos de ninguna manera, no tenemos que rendir cuentas de nuestros deseos frente a nadie, somos conscientes de que mientras nuestra lucha no sea recuperable – lo cual es y será la mejor de las señales que nos indique que vamos por el camino adecuado – será sistemáticamente perseguida por la ley en todas sus modalidades (policiales, estrictamente judiciales, mediáticas etc).
La rebeldía entiende la acción desde las antípodas de la postmodernidad, ya no acción como fabricación, sino acción como el único camino que queda para revelar nuestra cualidad de ser distintos. Nos atrae la idea de ver el mundo como un tablero de juego, ser los mejores jugadores dentro de él es a lo que puede quedar reducida la expresión de nuestra lucha. Hemos empezado por comprender las reglas que rigen los movimientos de los jugadores-competidores, y luego nos hemos puesto a jugar nosotras … determinamos nuestras propias estrategias de acuerdo a nuestros propios fines y vemos cómo saltarnos las normas que nos hemos encontrado al entrar en el juego. Somos conscientes de que venceremos la partida cuando el tablero
se haya hecho añicos, y empezamos a hacerlo determinando nuestros propios movimientos ajenos a cualquier modelo de eficiencia mercantil: actuamos por placer, un placer que apunta a una vida plena y llena de posibilidades. No queremos comunicarnos con esta sociedad, ya no hay nada que decirnos entre nosotras y ella, queremos verla agonizar. Por eso, nuestras acciones son su misma negación, no pueden ser reorganizadas dentro de las estructuras mercantiles, no pueden ser configuradas por el capital como fuerza productiva propia. Nuestra protesta no se podrá transformar en mercancías con las que traficar o pactar, buscamos sin más la satisfacción de nuestras desmedidas pretensiones. Son necesidades implícitas del ser humano, sólo que han quedado integradas en una sociedad falsa y han sido falseadas por ella. Nosotras las hemos intuido y no nos detendremos hasta dar con una vida que sea capaz de satisfacerlas.
En un mundo en el que el mercado se afirma como la única escena de la vida, el valor de cambio es el único valor posible y por tanto la identificación total entre la sociedad y el capital es algo consumado, la revolución sólo puede significar el desmantelamiento definitivo de la cotidianidad miserable y banal, la liberación total de las pasiones y los deseos reprimidos. Conformarse con menos es algo que no entra entre nuestros pensamientos, ya hemos tenido suficiente miseria …
No trataremos de responder todas las preguntas, jugaremos al juego de dejarlas todas planteadas … se trata de actuar cuando todos practican la espera, de decir aquello que el enemigo no puede prever, de estar donde no nos aguarda. La tarea revolucionaria a día de hoy no es ni más ni menos que arrancar los velos que cubren las condiciones reales de los explotados, la creación en definitiva de la situación que posibilite el tercer asalto proletario a la sociedad de clases.
En nuestra negación está la aurora …
Texto editado por el Taller de Investigaciones Subversivas UHP:
¡Unios hermanxs psiquiatriadxs en la guerra contra la mercancía!