Sobre los objetivos y los métodos de la crítica

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[Willful Disobedience]

El desarrollo de una práctica anarquista coherente basada en nuestro deseo de recuperar nuestras vidas requiere el uso continuo del análisis crítico a todos los niveles. Pero, como con la totalidad de la práctica anarquista, la crítica sólo es útil cuando uno tiene claros los objetivos de la práctica y desarrolla métodos consistentes con estos objetivos. Aquí como en todas las otras áreas de la práctica, nuestros medios tienen que englobar nuestros fines.

Por simplificar y clarificar, podemos hablar de tres áreas generales en las que el análisis crítico es necesario: 1) la crítica de la sociedad actual, de las instituciones, sistemas y relaciones que producen y mantienen la dominación y la explotación; 2) la crítica histórica, el examen crítico de las luchas, insurrecciones, teorías y prácticas revolucionarias del pasado; y 3) la crítica de las ideas y prácticas del movimiento anarquista contemporáneo.
La crítica de la sociedad actual, sus instituciones y relaciones de dominación, tiene un objetivo muy simple, conseguir una comprensión de nuestro enemigo que sea adecuada para el proyecto de destruirlo y abrir la posibilidad de una vida libre y autodeterminada. El método que mejor se ajusta a este objetivo el ataque incisivo, iconoclasta. Los eslóganes y las proclamaciones simplistas no son suficientes. Es necesario examinar profundamente las prácticas del estado, el capital y todas las otras instituciones de dominación. Este examen necesita empezar en nuestro deseo de recuperar nuestras vidas como individuos y de desarrollar relaciones basadas en la libre asociación, y en la consecuente necesidad de reapropiarnos de la vida a un nivel social también. Esto significa analizar la manera en que las instituciones dominantes penetran en y vienen a definir nuestras vidas cotidianas. De hecho, el examen de la vida cotidiana tiene una importancia fundamental, ya que es ahí donde uno puede desarrollar una práctica continua de conflicto con las fuerzas de la dominación, descubriendo sus puntos débiles que podemos atacar al vivir nuestra propia viada. También es donde uno puede encontrarse con los individuos que puede que no se llamen a sí mismos anarquistas o revolucionarios, pero que viven desafiando esta existencia y así pueden probar ser los cómplices más fiables en la revuelta. Por supuesto, en el desarrollo de esta crítica, podemos hacer uso de innumerables herramientas, incluidas aquellas que robamos de disciplinas científicas y académicas como la filosofía y la antropología.
Pero estas no deberían convertirse nunca en modelos de una futura sociedad o en el centro de nuestra crítica. Si lo hacen, se convierten en cadenas ideológicas más que en herramientas críticas de nuestro deseo de reapropiarnos de nuestras vidas y transformar la existencia según nuestras necesidades, deseos y aspiraciones.
El objetivo de la crítica histórica anarquista es reapropiarnos de la historia de la lucha contra la dominación como una tarea inacabada, examinar las insurrecciones y revoluciones del pasado como parte de nuestra lucha en curso de manera que podamos coger lo que nos es útil de ellas. El método apropiado para llevar a cabo este objetivo es la desmitificación de la historia. No quiero decir con esto reemplazar las visiones “objetivamente” falsas del pasado con otras “objetivamente” verdaderas. Más bien me refiero a la transformación de nuestra concepción de la historia. La “Historia” que nos enseñaron en la escuela es una sucesión de eventos (a menudo percibida como una progresión) puestos en exhibición como piezas de museo. Sea “correcto” o no, esto representa una mistificación en el sentido más amplio de la palabra, ya que define la Historia como algo que está sobre nosotros y que no puede ser tocada. La respuesta radical más común a esta visión es la desarrollada por algunos marxistas y hegelianos en la cual la influencia de la Historia no es el pasado muerto, sino un futuro determinado e inevitable.
Puesto que esto coloca a la historia por encima de nosotros en un dominio intocable, sagrado, es todavía una mistificación. La desmitificación de la historia es el reconocimiento de que esta es nada más y nada menos que la actividad de los seres humanos haciendo lo que sea necesario para crear sus vidas y su mundo. Debido a que esta actividad es principalmente inconsciente, los gobernantes son capaces de controlarla según sus propios intereses y crear la historia mistificada que apoya su control continuo. Las insurrecciones son los momentos en los que el aparato de la mistificación histórica se rompe y la gente comienza a verse como los protagonistas de su propia existencia, despertando la cuestión fundamental de cómo ocuparse de crear conscientemente nuestras vidas para nosotros mismos. Desde este punto de vista, todas las insurrecciones pasadas forman parte de una misma lucha en curso. Sus faltas y fallos no son cuentos de trágico heroísmo y derrota, sino más bien lecciones para incitar la lucha continua por la reapropiación de nuestras vidas. Así pues, la crítica histórica en un sentido anarquista y revolucionario es el examen de esos momentos en los que las mistificaciones históricas se derrumban y comienzan a surgir las preguntas fundamentales sobre cómo crear nuestras vidas para nosotros mismos, con el objetivo explícito de reabrir estas cuestiones ahora en nuestras propias vidas para estar mejor preparados cuando ocurra la siguiente ruptura insurreccional.
Por supuesto, sin ninguna ilusión de que pueda haber alguna solución garantizada cuando nos adentremos en el camino desconocido de la insurrección y la creación de una existencia libre.
La interacción crítica entre nosotros, tratando ideas y prácticas actuales, estaría dirigida idealmente a afilar nuestra teoría y nuestra práctica y a clarificar afinidades y diferencias reales para que cada uno de nosotros podamos desarrollar nuestros proyectos en asociación con otros con los que compartamos afinidad real. De este modo el objetivo es principalmente no conseguir una unidad táctica y teórica como proclaman algunos anarquistas, sino por el contrario mantener la vitalidad que surge de la inmersión en la lucha contra este orden social, una vitalidad capaz de tener una discusión intensa y un conflicto real de ideas sin la necesidad del rencor o el defensivismo de una posición atrincherada. El método apropiado para esta crítica es el debate profundo, apasionado e inteligente de ideas y prácticas llevado a cabo con transparencia. Para hacer esto, debemos mantener nuestro debate en el campo de las prácticas e ideas reales. De este modo queremos evitar en nuestros debates juicios estilísticos y caracterizaciones –describir una idea como “académica”, “arrogante”, “dogmática”, etc. no es una crítica de la idea, sino sólo de su estilo. Queremos evitar crear monolitos donde no existen, porque tales construcciones provocan que la cuestión a debate se pierda detrás de la secta inexistente que uno se ha creado. Esto también ocurre cuando alguien compromete a una persona o grupo ajeno en el debate y atribuye sus ideas a las del oponente. La cuestión original a debate desaparece otra vez detrás de una construcción ficticia.
Podría tratar más métodos usados para evitar el debate: insultos personales y acusaciones, la doctrina izquierdista de la culpa y la responsabilidad colectiva, discutir sobre la forma de alguien para desacreditar sus ideas, la “critica” de lo alguien no hizo en vez de aquello que hizo, etc., etc.
Todas estas prácticas sacan al debate de las ideas y prácticas reales y lo llevan a lo ficticio y a menudo a lo ideológico. Al hacer esto los objetivos de la crítica se pierden. Cuando las ideas y las prácticas reales de los individuos se pierden detrás de las batallas de los gigantes ideológicos, la teoría y la práctica se desafilan, se consumen totalmente para ajustarse a las diversas construcciones ideológicas que representan los bandos de esta batalla. Las afinidades y las diferencias reales se eclipsan por la necesidad de adherirse a un bando en estos falsos debates. E, indudablemente, somos instados a tomar partido por uno de los bandos, incluso cuando no encontramos llamativa ninguna de las opciones y más bien simplemente sigamos nuestro propio camino creando nuestros proyectos de revuelta como queramos. Y, por supuesto, solo distanciándonos de los falsos debates podremos volver a entrar en la interacción crítica real con aquellos que deseen rechazar conscientemente los métodos para evitar el debate real.
Por supuesto, esta división de la actividad crítica en tres áreas ha sido hecha sólo por motivos de simplicidad. De hecho, estos aspectos de la crítica esta íntimamente unidos fluyendo entre ellos como parte de la actividad transformadora de la lucha contra esta sociedad. Para mantener la vitalidad de nuestra actividad crítica, de nuestros análisis, nuestros debates y nuestra creación de teoría, debemos evitar cuidadosamente cualquier tendencia hacia la reificación de estas actividades. Debemos evitar la idea de que hemos hallado la respuesta, de que no necesitamos examinar o discutir más, sino sólo convencer a los otros de que tenemos razón y de que deberían seguir nuestra perspectiva (¿en qué se diferencia esto de ser lidere y autoridades?). No estoy sugiriendo que no debamos tener confianza en nuestras ideas, sino al contrario que debemos continuar analizando y discutiendo todo –incluida nuestras propias ideas y prácticas- con un ojo cruel e incisivo. Porque es nuestra vida y nuestra libertad lo que está en juego.