La relación entre los marginados y el proceso revolucionario es el fondo del debate en Italia sobre la delincuencia y sus implicaciones sociales.
Los compañeros de Milán tratan en su artículo sobre la marginación física y social, la legalidad del Poder, y la aceptación de las pautas culturales de la clase dominante por parte de los mismos discriminados.
Para afrontar el problema de la criminalidad, hace falta barrer del terreno dos concepciones de carácter respectivamente burgués y marxista: La primera, defensiva, indica que el “delincuente” es una persona peligrosa, asocial, de la que conviene alejarse; la otra, metafísica, según la cual sólo quien vive las condiciones de un asalariado es revolucionario.
La mayor parte de los llamados criminales (90 %) proviene de las clases bajas y particularmente de aquel sector de explotados comúnmente definido como lumpen, es decir, de aquellos que viven al margen de la sociedad, sea físicamente (relegados a barriosghetos en la periferia de las grandes metrópolis), sea socialmente (de hecho son las condiciones de los emigrados, los marginados, los desocupados, los subempleados).
Marginación física y marginación social
Examinemos detalladamente estos dos aspectos:
1) La marginación física. Se ha dicho (y es una afirmación constatable por todos aquellos que vivan en grandes ciudades) que el lumpen está relegado a los barrios-ghetos periféricos. Estos barrios tienen un aspecto terrorífico, aunque sólo se les contemple desde fuera (chabolas, falta absoluta de verde, etc.), pero si uno se adentra descubrirá un aspecto ulterior del control capitalista: la plaza principal es la de la iglesia y en la misma plaza se asenta una comisaría de la P.S. o de C.C. El condicionamiento ideológico y la represión del Estado. El habitante de estos barrios debe saber que ya hay quien le “cuide”, que espera sólo un primer error para poder hacerle pagar la culpa de no ser una persona privilegiada.
2) La marginación social. A estos barrios se envía naturalmente los emigrantes meridionales que, erradicados de su ambiente cultural, se encuentran incorporados a otro ambiente inhumano y deshumanizante. Muy a menudo no encuentran trabajo, o si lo encuentran, es el “trabajo negro”, con horarios masacrantes, peligro continuo de muerte o de infortunio. Pero frente a esta ilegalidad del sistema, muy pocos alzan la voz. Ninguno escribe titulares a nueve columnas llamando con nombres y apellidos (criminales y asesinos) a sus patrones. Es mucho más fácil gritar y desgañitarse cuando alguno, cansado de su situación, ha decidido reapropiarse del dinero robado cotidianamente con la violencia. Para el lumpen el contacto con la ilegalidad es continuo; pero mientras que por una parte existe la ilegalidad de los patrones (esa que para el arco constitucional es un problema a arreglar con el tiempo, esa de los 5.000 muertos al año), por otra parte está la ¡legalidad de los emigrados (esa que conviene combatir con las balas de las “fuerzas del orden- y con las leyes especiales, esas de los bancos y de los ricos expropiados) y se sabe que los millones de los patrones valen mucho más que la vida de los trabajadores y de los “delincuentes”.
Los delitos “gravísimos”
Pero la violencia del que manda no se detiene aquí: Falta naturalmente todo tipo de servicios sociales y lugares de esparcimiento, mientras que hay gran cantidad de traficantes de heroína que se preocupan de explotar hasta la muerte a los jóvenes del lumpen, esos criminales potenciales que cuando no basta la droga, son fusilados en las calles por los fieles siervos del Estado mientras cometen “delitos gravísimos” como robar un coche o una moto.
Dos tipos de legalidad
Abramos en este punto un paréntesis para subrayar cómo es ficticia para la misma burguesía la distinción entre legalidad e ¡legalidad, al tiempo que los compañeros plantean problemas de este tipo, olvidando que la ley es simplemente un instrumento utilizado por el Estado para reprimir a los compañeros que luchan y que la única distinción real es la de acciones útiles a los explotados y acciones útiles a los explotadores. También el robo, por ejemplo, puede ser un acto político revolucionario si se le entiende como una expropiación de los expropiadores, como una reapropiación de aquello a lo que se tiene derecho (así como las ocupaciones de casas, la autoreducción de entradas de cine, etc.). Se debe golpear a la clase dominante y no a los explotados, y lo conseguido no debe ser utilizado para el enriquecimiento personal y la creación de más explotación (como en algunos casos ha sucedido por ejemplo con secuestros, que servían para financiar nuevas empresas), sino para pagar las propias necesidades y para financiar el movimiento revolucionario. Partiendo de este concepto, no aceptamos mistificaciones del tipo “esperemos Navidad” (La Revolución Social) en cuanto que desde ya se debe establecer un acto de expropiación de los expropiadores.
Es natural que en este ambiente los jóvenes se organicen a menudo en bandas que de pequeños “trabajillos” en el barrio se agrandan cada vez más hasta el campo de acción de hurtos y pillajes que a menudo concluyen en su propia muerte, y que en general no son más que simples ejecutores que cubren, y a menudo pagan con la muerte o con decenas de años de cárcel, los encargos de algún parlamentario o algún gran industrial. Y es triste constatar la actitud con que muchos compañeros hablan de estas víctimas del estado actual de cosas acusándolos de ser fascistas, machistas, etc., sin hacerse ninguna autocrítica respecto al trabajo político no llevado a cabo en estos barrios ni entre esas personas. Nadie quiere mitificar al que practica la ilegalidad habitualmente como forma de sobrevivencia, pero aún es menos lícito lanzar anatemas a diestra y siniestra sin analizar correctamente los problemas.
La subordinación cultural
Que los oprimidos (mujeres, homosexuales, etc.) están doblemente explotados, lo demuestra el número de mujeres, muchachas homosexuales que se dejan prostituir por hombres que a menudo no trabajan: esto demuestra la adquisición de los valores impuestos por la clase dominante y la subordinación cultural e ideológica. Por esto es necesario reforzar la contrainformación entre los explotados para destruir el consenso que por una parte observa como los trabajadores se unen al unísono con los patrones contra la “criminalidad”, y por otra, cómo los que no están privilegiados aceptan totalmente las concesiones más discriminatorias como la inferioridad de la mujer, el culto a la riqueza, etc.
La prensa burguesa a menudo lanza discursos sobre la falta de respeto hacia la vida, la falta de conciencia, etc., cuando algún tirano es ajusticiado por los compañeros revolucionarios (Padovani, Noce, Croce), o bien describe como monstruos, capaces únicamente de odio, a los proletarios lumpen caídos en las redes de la justicia. Nosotros nos preguntarnos: ¿Qué respeto por la vida puede haber en uno que sólo ha conocido una vida miserable, inhumana, violenta y sin salidas?
Pero quisiéramos también añadir que es mejor que los burgueses estén atentos a hablar de estas cosas, de respeto por la vida, de conciencia, porque no deberían sentirse ni un ápice tranquilos con su propia conciencia cuando esconden bajo términos como “involuntario”, “debido a las circunstancias”, “por accidente”, “al orden de las cosas”, a las víctimas de sus propios crímenes (500 compañeros asesinados en 30 años por la PS y la CC) y sus propios fallos (5.000 muertos cada año en los puestos de trabajo).
Angela, Elena, Emilia y Luca, del Colectivo Libertario del barrio Ticinese de Milán.
Reprod. de A-Riv. Anarchica nº 60
(Artículo publicado en la revista Bicicleta número 9, año 1968)