El problema del dinero durante la autogestión española 1936-1939

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Inmersos, como estamos, en la sociedad de consumo y sus múltiples facetas, tanto en el mundo occidental, como en el oriental y en los países en vías de desarrollo, nos resulta difícil entender, y hacer comprender, el sistema organizativo monetario durante la guerra civil española.

Es importante, para empezar, conocer, al menos brevemente, las ideas propuestas por los militantes anarcosindicalistas, y de otras ideologías, antes del 19 de julio de 1936. Por lo que respecta al ala marxista no hay problema: al igual que la desaparición, el debilitamiento del Estado, se remite a una fecha imprecisa, el problema del dinero y las diferencias salariales se mantiene, tanto en Marx (indirectamente en «la producción de la plusvalía absoluta, capítulo sobre el trabajo y su valor», al final del mismo en la traducción integral de «El Capital»: «Esta fuerza de trabajo que se materializa, pues, durante los mismos períodos de tiempo, en valores relativamente más elevados, lo de valor superior a lo normal se traduce, lógicamente, por un trabajo superior. «El Capital». T.I, pág. 158, La Habana, 1965), como en los marxistas leninistas: «No se puede tolerar que un conductor de locomotora reciba el mismo salario que un copista. Marx y Lenin dicen que la diferencia entre el trabajo cualificado y el no cualificado existirá también en el sistema socialista, e incluso después de la supresión de las clases…» (Stalin, en 1931, en «Cuestiones del leninismo», Moscú, 1947, pág. 420-421; referencia citada por Zemliak, en «Kropotkine. Obras». Maspero, pág. 138-139).

Del lado libertario se advierten dos posiciones distintas. La primera es la de Kropotkin en «la conquista del pan», en la que se preconiza «la toma del montón» y la puesta en común de las riquezas, así como el rechazo de todas diferencias salariales. La segunda, mantiene la moneda al mismo tiempo que los bonos de consumo, a fin de suprimir el carácter especulativo del ahorro, el préstamo, etc. Pierre Besnard fue quien mejor elaboró esta teoría, pensando en un sistema de salario nacional, a partir de bonos y de intercambios internacionales, eventualmente basados en el oro.

La práctica revolucionaria de 1933 y 1934 clarificó los conceptos. Por ejemplo, cuando la tentativa insurreccional del comunismo libertario, en Aragón en diciembre de 1933, el dinero fue abolido (Macario Royo: «Cómo implantamos el comunismo libertario en Mas de las Matas”, Barcelona, 1934, pág. 19), lo que puede achacarse tanto a los artículos de Isaac Puente en torno al comunismo libertario, como a la influencia de Kropotkin (muy leído en España): es decir, a una tradición comunal y un rechazo visceral a la política burguesa (que, sin duda, hay que ligar con la tradición religiosa del dinero como fuente de perversión). En 1934, cuando la insurrección, voluntariamente limitada a Asturias, por culpa de obscuras maniobras políticas, como en las socialistas y comunistas del Bloque Obrero y Campesino (posteriormente, agrupado en el POUM, aglomerado de grupos marxistas disidentes antes de las elecciones de 1936), e incluso en las del PC, los comités crearon bonos para que la población pudiera aprovisionarse; bonos que, los comerciantes aceptaban.

Estas dos experiencias fueron ampliamente comentadas en toda España. Y los propios socialistas y comunistas del BOC y del PC, se extasiaron (a pesar de Marx y de Lenin-Stalin), ante la capacidad de los trabajadores asturianos en materia monetaria. Así, del lado anarquista, la visión de Besnard (y Leval) de un salario y una moneda privados de sus aspectos especulativos se acercaba a la de Kropotkin – Isaac Puente, que implica la supresión del dinero. El Congreso de la CNT de mayo de 1936, al adoptar una moción sobre el comunismo libertario, no toma postura, pronunciándose por una fórmula ambigua basada en el «carnet de productor». Por otra parte, las restantes mociones, citadas por Antonio Elorza en el número 32 de la Revista del Trabajo, van del rechazo declarado al rechazo velado. Puede por tanto, pensarse, que la madurez en la reflexión pre-revolucionaria según el proyecto de «reforma monetaria y esquema de circulación fiduciaria en una economía social» que cito en mi libro, según Valerio Mas (que fue quien me lo hizo conocer), no empezó hasta el comienzo de 1936, en Granollers.

LA APLICACIÓN EN LA PRACTICA

La guerra planteó tres tipos de reacciones en torno a los problemas del dinero. La primera, cronológicamente, es la que tuvo lugar en Barcelona desde el principio de los combates, ya que los servicios públicos (agua, gas, electricidad . . .) continuaron funcionando y el aprovisionamiento primario (pan, leche, etc.), continuó haciéndose, lo que implica la preparación de los anarcosindicalistas y la previsión de necesidades(«¡Pan, la revolución necesita pan! (…) Nuestra tarea será conseguir que desde los primeros días de la revolución, y mientras dure, no haya un solo hombre en el territorio insurrecto al que le falte el pan». Kropotkin en «La conquista del pan»).

Durante estos primeros días de fiebre, no hubo realmente reivindicaciones globales: cada colectivo hizo el inventario de sus recursos y, al mismo tiempo, pensó en qué medida podía contribuir a la revolución. Me parece que pueden distinguirse dos tendencias, partiendo de una actitud idéntica de reorganización del abanico de salarios (los altos salarios de directores, subdirectores y empleos honoríficos se suprimen (Los salarios superiores presentan todavía «sumas» injustificables; por ejemplo, cuando la ocupación en 1973 de la fábrica Lip en Besancon se supo que un ministro, actual eminencia gris de Giscard, Poniatowsky, recibía un salario como «ayuda para los consejos de gestión».), los salarios de ingenieros y cuadros se mantienen, y los de los trabajadores manuales se aumentan). La primera tendencia es la de trabajar menos y ganar más, que se ve estimulada por la Generalitat y su decreto de 24 de julio de 1936: es sintomático que, reducidos al estado de fantasma jurídico, los catalanistas decretaran la semana de 40 horas y el 15% de aumento en los salarios, a pesar de que las necesidades revolucionarias eran grandes y la Generalitat no tenía ningún poder sobre el Banco de España.

La segunda tendencia es la de aplicar el salario único (como en los transportes), lo que suponía que, globalmente, no podía darse inflación ni mercado negro, y fue inmediatamente el caso, no sólo de Cataluña, sino de toda la España republicana. Evidentemente, el salario único no estaba fijado con rigidez. sino concebido pensando en que también los precios se mantendrían fijos. La segunda fue la que adoptaron los colectivos agrarios, a partir del anuncio de la victoria en Barcelona, en lo que se designa normalmente como la España republicana. También ahí se dieron dos tendencias: el rechazo del dinero (quemado, incluso, en algunos casos) y la instauración de la «toma del montón”, y el establecimiento de una moneda local. Las variaciones locales y las discusiones en asambleas generales para modificar el sistema, son resumidas por un testigo de la época: «Todo lo que se ha hecho, se hizo inmediatamente y a titulo de ensayo. Durante los primeros días se repartían bonos permitiendo a la gente adquirir con ellos lo que necesitaba. Más tarde, se emitió papel-moneda, y ahora hemos adoptado el sistema del carnet de productor. Hasta el momento, este sistema es el mejor de los que hemos puesto en práctica» (Bujalance, provincia de Córdoba, 25-9-1936. Texto en mi libro, pág. 18).

No se da una evolución de recursos que permita cambiar el comunismo por la abundancia, ya que el racionamiento alcanzó a todos. Se dio también, la permanencia de la jerarquía machista. En una economía no racionada, la igualdad se instaura, de hecho, entre las personas y los sexos. Al establecer el carnet de productor, los colectivos rebajaban a la mujer, que siempre ganaba menos que los hombres. Gaston Leval dice en la edición italiana de su libro (1952): «En casi la mitad de las colectividades, el salario que se les adjudicaba (a las mujeres), era inferior al de los hombres; en la otra mitad, era equivalente; estas diferencias pueden explicarse por el hecho de que, raramente, una mujer joven vivía sola»(pág. 315). Por mi parte, y sin tener documentación de todos los salarios según las colectividades, no veo que ningún colectivo agrario aplicara la igualdad de salarios entre hombres y mujeres.

Estos datos permiten reagrupar las dos situaciones –colectivos de ciudad y de campo–, por medio de la adopción en ambos del salario familiar (según el número de miembros de la familia), lo que sobreentiende al bloque, el clan familiar, cuya evolución está sancionada por el matrimonio, la marcha de los hijos … Y, naturalmente, la escala de salarios era diferente para los hombres casados o solteros, las mujeres solteras, los niños y los viejos (a veces separados).

Otro aspecto que coincidía en ambas colectividades era el problema de los intercambios, la adquisición de bienes fuera de los colectivos. En todos los casos, la base, la estimación, se hacía en pesetas, y el acuerdo se llevaba a cabo tanto en dinero de colectividad a particular, como en trueque de colectividad a colectividad, cuando era posible. En este punto nos encontramos con la falta de datos estadísticos acerca de los productos disponibles tanto en el mercado (ciertamente trastornado), como en las colectividades de la región y en las propias ramas en autogestión.

Y así llegamos, naturalmente, al tercer aspecto: la banca, que se mantiene en manos de los (capitalistas) burgueses republicanos, a pesar de los deseos de tomarla y el ejemplo de la requisa de la Banca de Oviedo en 1934 (lo que Federica Montseny subraya al mostrar la gran conciencia revolucionaria en relación con la Comuna de Paris, en «La revolución de octubre. Quince días de comunismo libertario en Asturias» de Solano Palacio, si mi memoria no me falla). Se pueden añadir deseos, y quizá hasta intentos, anarcosindicalistas de apropiarse del oro del Banco de España en Madrid (ver, Santillán, García Oliver, y el «Durruti» de Abel Paz), pero la colaboración política impuesta por los dirigentes sindicalistas de CNT-UGT hizo fallar la operación.

HACIA LA AUTOGESTIÓN

En esta situación de doble poder, mortal y asesino para la autogestión como ya lo habían demostrado los ejemplos precedentes (Alemania e Italia en los años 1918-20, y la URSS de los años 1917-21), se advierte, sin embargo, una acentuación en el proceso autogestionario. En Cataluña, una ley de octubre de 1936, destruye completamente la experiencia desde el punto de vista industrial, al hacer depender las colectividades de los créditos gubernativos que se otorgan según el color político de los ministros y los responsables de las colectividades (En el Oeste ocurre todavía y en el Este también, pero bajo la fórmula de relaciones de corrupción o «tolkacs», «que tienen por misión sentarse en los ministerios o en las antesalas de empresarios – proveedores hasta que obtienen los créditos, los bonos de compra, los materiales o los equipos necesarios». (Panorama de la URSS, número de febrero – marzo 1979, en el «Correo de los países del Este», pág. 155, y siguientes, citando a «Pravda», 25-2-72, pág. 3 y a «Izvestia», 18-1-78, pág. 6).). En Aragón, una estadística regional de stocks y necesidades funcionó al día, pero en cambio en lo relativo e intercambios fuera de la región y con el extranjero, hubo ciertas competencias entre el organismo responsable de las compras en el exterior, y algunas colectividades lo suficientemente ricas como para comerciar directamente, a pesar de que existía una caja de compensación para las colectividades pobres. En la provincia de Valencia, la situación se hizo enseguida inextrincable «gracias» al PC que propuso una organización de exportación de cítricos, saboteando la de la CNT-UGT y llegándose a posiciones irreductibles: el rechazo del comercio entre los organismos autogestionados y los que dependían del PC.

Para paliar la inercia de los oponentes y los enemigos armados en torno a la autogestión, se establecieron relaciones económicas basadas en la política y no en la rentabilidad: Ascó (provincia de Tarragona) recibió una ayuda financiera del sindicato de peluqueros de Barcelona (porque un miembro de este sindicato se encontraba convaleciendo en la colectividad) para comprar una bomba eléctrica; y la misma colectividad empleó a compañeros del sindicato de ladrilleros de Granollers, para la recogida de aceituna. Se comprende que en una atmósfera de falta de confianza, las relaciones personales no ofrecen la garantía necesaria, pero se podría haber dado un mínimo de coordinación, en la misma provincia, en el caso de Ascó. Nos parece que este caso se pudo repetir, ya que las relaciones federativas entre las colectividades, no estaban suficientemente claras todavía.

La CNT, que no había querido autogestionar la banca, se vio en la necesidad de crear una para financiar los organismos económicos anarcosindicalistas. Aún reconociendo que «el ideal … la supresión del dinero (es) indiscutible», se propuso un banco con tres funciones: banco para los sindicatos; banco para los productores (análogo a las cajas de ahorros actuales); banco para el comercio exterior (según Amezcua en «Soli» 16-2-1937, pág. 2). El proyecto se realizó finalmente cuando el pleno económico ampliado de enero de 1938 (moción re-producida en «La CNT en la revolución española», de Peirats, T. 3, cap. 1), y me parece que, en la práctica, no fue, en absoluto, efectivo.

Al nivel de las colectividades, tanto industriales como agrícolas, mi impresión es que la situación cotidiana del salario interno por el carnet de productor, y el cambio del empleo de la peseta para las compras exteriores (peseta que sufrió el alza de precios de toda la zona republicana, mientras que los salarios agrícolas se mantuvieron, más o menos, al nivel de finales de 1936), no evolucionó sensiblemente entre 1937 y 1938 (para Aragón y Cataluña), y 1939 para el resto de las regiones. Era una situación bancaria estacionaria, que se movía en lo alto, pero nunca en la base. Las colectividades gestionaban su producción y participaban en el esfuerzo de la guerra, enviando gratuitamente al frente una parte de su producción, y a veces acogiendo refugiados. Este esfuerzo no era una inversión, en el sentido económico del término. Era necesario ganar la guerra para reforzar la revolución, y para los comunistas era, ganar la guerra para, eventualmente, comenzar la revolución y, de hecho, las pérdidas económicas generadas por el PC, tanto directamente (ataques a la autogestión en Aragón en el momento de la recolección del trigo), como indirecta-mente (sabotaje de la campaña de explotación de cítricos 1937-38), son difíciles de estimar. Pero será necesario hacerlo para tener una visión financiera global de la autogestión.

Este asentamiento, esta continuidad de la vida económica con o sin moneda, o con una moneda vaciada de su poder especulativo, es la característica más importante de la experiencia. Pero también hay otros aspectos importantes a estudiar: la transformación de ricos en pobres (por ejemplo, en los pueblos colectivizados de Aragón donde la moneda local o el carnet de productor, obligaban a los ricos a elegir entre entrar en la colectividad o dedicarse a vegetar); el atesoramiento eventual (regreso de la especulación) en ciertos colectivos, y a qué nivel (¿los dirigentes eran un embrión de nueva clase?) Por mi parte pienso que, si en las colectividades agrarias los ricos sufrieron un cambio de condición, fue en los casos en que la CNT y la UGT estaban unidas; pues, en los demás casos, el PC creaba una sección de la UGT (para su propio beneficio), que protegía a los ricos y los oponía a la autogestión. En las ciudades, a los ricos apenas se les tocó. También pienso que, en las colectividades agrarias los dirigentes eran, en su mayoría, conscientes de las posibles desviaciones y tomaban precauciones; y, por el contrario, en las colectividades industriales, tengo la impresión de que estaban menos protegidos, sin que me sea posible poder proporcionar ningún tanto por ciento.

Se puede señalar que los intercambios basados en el trueque siguen estando en vigor (países del Este-países del Oeste, en la mayoría de los casos), y que si los anarcosindicalistas hubieran podido poner en práctica su sistema (el ejemplo del proyecto monetario), habría podido funcionar. Por el contrario, el punto oscuro sigue siendo el del modelo patrón, la estimación a partir de la peseta, necesariamente sujeta a la inflación y dependiente de la banca; yo no tengo conocimiento de un intento de establecer intercambios a partir de otra forma de cálculo (la hora de trabajo de una colectividad agraria de tal región; los artículos fijos: pan, leche o carne). El asunto está todavía por explorar.

Frank Mintz
Autor de «La autogestión en la España revolucionaria»
(Ed. La Piqueta, Madrid) 
Artículo publicado en 1978 en la Revista Bicicleta
http://www.almeralia.com/bicicleta/bicicleta/ciclo/20/16.htm