Por Paul Watson
En el momento actual estamos viviendo en un era de extinción masiva. Cada año, más de 20.000 especies únicas desaparecen de este planeta para siempre. Esto representa más de dos especies por hora. La extinción de las especies es el combustible que sostiene el creciente progreso de la maquinaria de la civilización.
Los individuos humanos están en su mayor parte aislad@s de la realidad de la perdida de especies. Alienad@s del mundo natural, guiados por actitudes antropocéntricas, el ser humano medio no es consciente y no se preocupa por el holocausto biológico que tiene lugar cada día.
Los hechos son claros. Durante nuestra generación se extinguirán más especies de plantas y animales de las que se han perdido por causas naturales durante los últimos doscientos millones de años. Sólo nuestra generación humana, es decir todas las personas nacidas entre 1930 y 2010, asistirán a la destrucción completa de un tercio o hasta la mitad de todas las formas de vida de la Tierra, todas y cada una de ellas el producto de más de dos billones de años de evolución. Esto es una hecatombe biológica, y lo que esto significa realmente es el fin de la evolución vertebrada sobre el planeta Tierra.
La naturaleza está bajo asedio a una escala global. Los biotopos, es decir las regiones medioambientalmente distintas, desde las selvas tropicales y de clima templado hasta los arrecifes de coral y estuarios costeros, se están desintegrando ante la arremetida humana.
La destrucción de los bosques y la proliferación de la actividad humana eliminará más del 20 por ciento de todas las especies de plantas terrestres en los próximos cincuenta años. Dado que las plantas forman la base del conjunto de las actividades bióticas, su desaparición conllevará la extinción de un número exponencialmente mayor de especies animales – quizás diez especies de fauna por cada tipo de planta eliminada.
Hace sesenta y cinco millones de años, un cataclismo natural dio como resultado la extinción de los dinosaurios. Incluso con una base vegetal intacta, llevó más de 100.000 años el que se restableciera la diversidad biológica de la fauna. Aún más importante es que la resurrección de la diversidad biológica requiere de una zona intacta de bosques tropicales para proporcionar nueva especiación después de la extinción. Hoy, las selvas tropicales están desapareciendo más rápidamente que cualquier otra bio-región, asegurando que después de la era de los humanos, la Tierra quedará como un desierto biológico, (o incluso en un sentido literal), durante eones (millones de años). El actual curso de la civilización se dirige al ecocidio – la muerte de la naturaleza.
Como un tren a toda máquina, la civilización está acelerando por las vías de nuestra propia fabricación hacia el muro de piedra de la extinción. Los pasajeros humanos están sentados cómodamente en sus asientos, riendo, divirtiéndose, y eligiendo no mirar por la ventana. L@s ecologistas son los poc@s perspicaces que tienen sus caras apretadas contra el cristal, viendo los cuerpos de animales y plantas arrojados. L@s activistas ecológic@s son aquellas personas, aún menos, que están tratando desesperadamente de asaltar la máquina fortificada de codicia que impulsa este juggernaut destructivo, aniquilador de especies. Otr@s están arrojando anclas desesperadamente en un intento de reducir la velocidad del monstruo mientras las autoridades, ciegas a su propia destrucción inminente, están aporreando, disparando y encarcelando a quienes pretenden salvarnos a tod@s.
MEMORIAS CORTAS
L@s humanos civilizad@s ha estado caminando sobre la superficie de la tierra durante diez miel años, dejando desiertos tras sus pisadas. Debido a que tenemos una memoria tan corta, hemos olvidado la maravilla y el esplendor de una naturaleza virgen. Revisamos la historia y la hacemos encajar en nuestras percepciones actuales.
Por ejemplo, ¿sabías que hace sólo dos mil años, la costa del Norte de África era un vasto bosque? L@s Fenici@s y l@s Cartagineses construyeron poderosos barcos con las fuertes maderas de la región. Roma era una importante exportadora de madera a Europa. El templo de Jerusalén se construyó con titánicos troncos de cedro, cuya imagen adorna la bandera de Líbano hoy. Jesucristo no vivió en un desierto, era un hombre del bosque. Es bien conocido que los Sumerios clarearon los bosques de Mesopotamia para la agricultura.
Pero la destrucción de la franja costera de los bosques del Norte de África impidió que la lluvia avanzara al interior. Sin la lluvia los árboles murieron, y de este modo nació el amplio desierto del Sahara, engendrado por el hombre y que continúa creciendo hacia el sur a un ritmo de diez millas por año, avanzando a lo largo del continente de África.
Y así ocurrirá en Brasil. Las precipitaciones del Atlántico descargan en la selva costera y son absorbidas y enviadas de nuevo al cielo por los árboles, cayendo luego al interior. Doce veces cae la humedad y doce veces es devuelta al cielo – a lo largo de las montañas de los Andes. Destruir la franja costera y desertificar la Amazonia – es tan simple como eso. Crear una franja en cualquier parte entre la costa y las montañas hará que las lluvias se detengan. Lo hemos hecho antes, siendo relativamente primitivos. No hemos aprendido nada. Lo hemos olvidado.
Así, también hemos olvidado que la morsa en un tiempo se apareaba y criaba a lo largo de la costa de Nueva Escocia, que en un tiempo sesenta millones de bisontes deambulaban en las llanuras de Norte América. Hace cien años, el oso blanco vagaba por los bosques de Nueva Inglaterra y las provincias marítimas Canadienses. Ahora se le llama oso polar porque es donde tiene ahora su último reducto.
LA EXTINCIÓN ES DIFICIL DE APRECIAR
Se han ido para siempre el elefante, el león y el tigre Europeos. El pato Labrador, el mérgulo gigante, el periquito de Carolina nunca más adornarán este planeta nuestro. Para siempre se han perdido las ballenas grises Atlánticas, las ballenas de Biscayan y la vaca marina Estelar. Nuestr@s hij@s nunca contemplarán al cóndor de California en la naturaleza ni verán a la mariposa azul de Palos Verde saltar de flor en flor.
La extinción es un concepto difícil de apreciar plenamente. Lo que ha estado, ya no está y nunca más volverá a estar. Llevaría otra creación y billones de años recrear la paloma migratoria. Es la pérdida de billones de años de programación evolutiva. Es la destrucción de la belleza, la eliminación de la verdad, la supresión de la unicidad, la herida de la sagrada red de la vida.
Ser responsable de una extinción es cometer blasfemia contra lo divino. Es el mayor de todos los crímenes posibles, más perverso que el asesinato, más espantoso que el genocidio, más monstruoso que incluso las aparentemente ilimitadas perversidades de la mente humana. Ser responsable de la completa y absoluta destrucción de una forma de vida única y sagrada es una arrogancia malvada.
Y sin embargo, un periodista de California me dijo recientemente que “todas las secuoyas de California no valen la vida de un ser humano”. Que increíble arrogancia. El derecho de una especie, de cualquier especie, debe tener prioridad sobre la vida de un individuo de otra especie. Esto es una ley ecológica básica. No se puede alterar por primates que se han formado leyendas divinas en su propia mente. Todas y cada una de las más de treinta millones de especies que embellecen este hermoso planeta son esenciales para el bienestar continuado de lo que forman parte, el planeta Tierra – la entidad divina que nos condujo desde la fertilidad de su matriz sagrada.
Como capitán de barco me gusta comparar la integridad estructural de la biosfera con la del casco de un barco. Cada especie es un remache que mantiene al casco intacto. Si entrase en mi sala de máquinas y encontrase a mis maquinistas haciendo saltar afanosamente los remaches del casco, me enfadaría y naturalmente les preguntaría qué están haciendo.
Si me dijeran que han descubierto que puede hacer un dólar de cada remache, podría hacer una de estas tres cosas. Podría ignorarles. Podría pedirles que me incluyan para compartir los beneficios, o podría echarles de una patada de la sala de máquina y de mi barco. Si yo fuera un capitán responsable, haría esto último. Si no, encontraría pronto el océano entrando a raudales a través de los agujeros dejados por los remaches robados y muy poco después, mi barco, mi tripulación y yo mismo desaparecíamos bajo las olas.
Y este es el estado del mundo hoy. Los líderes políticos, es decir, los capitanes al timón de sus estados nación, están ignorando a los que quitan los remaches o están tomando parte ellos mismos para obtener beneficios. A muy pocos se les patea fuera de la sala de máquinas de la nave espacial Tierra.
Teniendo al mando a los que quitan los remaches, no pasará mucho tiempo hasta que la integridad biosférica de la Tierra se derrumbe bajo el peso de la presión ecológica y mareas de muerte entren a raudales. Y este será el precio del progreso –el colapso ecológico, la muerte de la naturaleza, y el espectro abrumador y horrible de la destrucción humana masiva.
¿Y donde nos deja eso, querid@ lector? ¿Piensas quedarte en tu sillón, ajeno a la inminente destrucción? ¿Tienes tu cara pegada contra el cristal, mirando los espantosos resultados del progreso? ¿O estás ocupado en echar anclas, sacrificando los placeres materialistas de la civilización y arriesgándolo todo, para que tu planeta y tus hij@s puedan vivir?
La elección es única para esta generación. Las generaciones futuras no tendrán la oportunidad y las que vinieron antes de nosotr@s no tuvieron la visión o el conocimiento. Nos toca a nosotr@s – tu y yo.
Sigue siendo un parásito O pasa a ser un Guerrero de la Tierra. Sirve a tu Madre y prospera O sirve a la civilización y mánchate con el crimen del ecocidio.
Traducción: Ecotopia
http://www.sindominio.net/ecotopia