Ricardo Flores Magón
Querer jefes y querer al mismo tiempo ser libres, es querer un imposible. Hay que escoger de una vez una de dos cosas: o ser libres, enteramente libres, negando toda autoridad, o ser esclavos perpetuando el mando del hombre sobre el hombre.
El jefe o gobierno son necesarios solamente bajo un sistema de desigualdad económica. Si yo tengo más que Pedro, temo, naturalmente, que Pedro me agarre por el cuello y me quite lo que él necesite. En este caso necesito que un gobernante o jefe me proteja contra los posibles ataques de Pedro; pero si Pedro y yo somos iguales económicamente; si los dos tenemos la misma oportunidad de aprovechar las riquezas naturales, tales como la tierra, el agua, los bosques, las minas y demás, así como la riqueza creada por la mano del hombre, como la maquinaria, las casas, los ferrocarriles y los mil y un objetos manufacturados, la razón dice que sería imposible que Pedro y yo nos agarrásemos por los cabellos para dísputarnos cosas que a ambos nos aprovechan por igual y en este caso no hay necesidad de tener un jefe.
Hablar de jefe entre iguales es un contrasentido, a no ser que se trate de iguales en servidumbre, de hermanos de cadenas, como somos actualmente los trabajadores.
Muchos son los que dicen que es imposible vivir sin jefe o gobierno; si son burgueses los que tal cosa dicen, les concedo razón, porque temen que los pobres se les echen al cuello y les arrebaten la riqueza que amasaron haciendo sudar al trabajador; pero ¿para qué necesitan los pobres al jefe o gobierno?
En México hemos tenido y tenemos centenares de pruebas de que la humanidad no necesita de jefe o gobierno sino en los casos en que hay desigualdad económica.
En los poblados o comunidades rurales, los habitantes no han sentido la necesidad de tener un gobierno. Las tierras, los bosques, las aguas y los pastos han sido, hasta fecha reciente, la propiedad común de los habitantes de la comarca. Cuando se hablaba de gobierno a esos sencillos habitantes, se echaban a temblar porque gobierno, para ellos, era lo mismo que verdugo; significaba lo mismo que tiranía. Vivían felices en su libertad, sin saber en muchos casos ni siquiera el nombre del Presidente de la República, y solamente sabían que existía un Gobierno cuando los jefes militares pasaban por la comarca en busca de varones que convertir en soldados, o cuando el recaudador de rentas del Gobierno hacía sus visitas para cobrar los impuestos. El Gobierno era pues, para una gran parte de la población mexicana, el tirano que arrancaba de sus hogares a los hombres laboriosos para convertirlos en soldados, o el explotador brutal que iba a arrebatarles el tributo en nombre del Fisco.
¿Podían sentir esas poblaciones la necesidad de tener un gobierno? Para nada lo necesitaban, y así pudieron vivir cientos de años, hasta que les fueron arrebatadas las riquezas naturales para provecho de los hacendados colindantes. No se comían unos a los otros, como temen que ocurra los que solamente han conocido el sistema capitalista en que cada ser humano tiene que competir con los demás para llevarse a la boca un pedazo de pan; no tiranizaban los fuertes a los débiles, como ocurre bajo la civilización capitalista, en que los más bribones, los más codiciosos y los más listos, tienen dominados a los honrados y los buenos. Todos eran hermanos en esas comunidades; todos se ayudaban, y sintiéndose todos iguales, como lo eran realmente, no necesitaban que autoridad alguna velase por los intereses de los que tenían, temiendo posibles asaltos de los que no tenían.
En estos momentos ¿para qué necesitan gobierno las comunidades libres del Yaqui, de Durango, del Sur de México y de tantas otras regiones en que los habitantes han tomado posesión de la tierra? Desde el momento en que se consideran iguales, con el mismo derecho a la madre Tierra, no necesitan un jefe que proteja privilegios en contra de los que no tienen privilegios, pues todos son privilegiados.
Desengañémonos, proletarios: el gobierno solamente debe existir cuando hay desigualdad económica. Adoptad, pues, todos, como guía moral, el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911.
(De Regeneración, N° 181 del 21 de marzo de 1914, región mexicana)