TESTIMONIO DE UN APRENDIZAJE REBELDE
Todo relato vivencial en nuestro caso, implica, necesariamente, abrir una ventana hacia una parte de la historia que nos ha tocado vivir como sujetos insertos en un proyecto de transformación social global y en su materialización concreta y cotidiana como expresión de subversión armada.
Dando cuenta de una considerable cantidad de años encarcelados, que significan una ardua pelea diaria (en el más amplio sentido) con el Estado-Empresa de Chile; hemos querido retratar, con estas letras, una acción militar específica de hostigamiento a las fuerzas policiales, bajo el gobierno de Aylwin, como una necesaria forma de reivindicar, desde la perspectiva humana esencialmente, todo acto revolucionario de un pasado cercano en este irrenunciable presente de resistencia.
Es importante señalar que el relato lo hacemos de modo sencillo, alejado del formato “parte operativo”, como una manera de transmitir, también las sensaciones que recorren al joven veinteañero común y corriente, militante de un partido marxista-leninista autoerigido como “una expresión de vanguardia del pueblo rebelde”. Aquí tampoco queremos establecer juicios a la vida y quehacer integral de dicha organización, pues para ello requeriríamos mucho más que unas cuantas páginas y porque, además, no es el sentido original del presente texto.
Para ubicarnos con mayor precisión en la vida interna, hablamos de una organización que mantiene su columna vertebral en la clandestinidad, siendo ésta conocida y perseguida por la seguridad del Estado; con un número superior a 50 militantes encarceladxs y otrxs tantxs caídxs como resultado de una intensa actividad de guerrilla urbana.
“Ayer murió el guatón. Tuvo la mala fortuna de encontrarse con la escolta de pacos que trabajan pa’ Pinochet y una manada de “verdes” sedientos de sangre; aunque les tiró hasta las granadas no pudo evadir el cerco policial siendo alcanzado por una ráfaga que dio de lleno en su espalda; se ensañaron hasta incrustarle más de 30 tiros”.
Hoy en la mañana, sin grandes titubeos o aprehensiones, decidimos responder cuanto antes a esta prepotente costumbre represiva. La idea es simple y clara: provocarle bajas a una institución enemiga por naturaleza, con tradición asesina, y romper el círculo de impunidad que les otorga el Estado burgués. Nada de amenazas o bravatas sin cumplir, se trata de acción directa cuanto antes.
Comenzamos a pensar rápidamente cuál sería la modalidad a utilizar. Había en carpeta varios objetivos como resultado de un largo recorrido de diario encuentro y enfrentamiento con una variedad creciente del aparataje policial. “Ella”, con una gran ascendencia entre nosotros, ya adelantaba una idea bastante enérgica que comprendía la utilización de material explosivo en altas cantidades destinado a volar la entrada lateral de una comisaría, conocida por la subversión como lugar de tortura, por la que habían pasado varixs compañerxs en dictadura y con plena vigencia en lo que iba de “transición democrática”. Al pasar los días la idea no prosperó, las ganas y los medios técnicos estaban, sin embargo nos encontramos con un obstáculo insoslayable que imposibilitaba seguir con esta alternativa; existía una alta probabilidad de provocar daños impredecibles en civiles, cuestión que jamás estuvimos dispuestos a hacer (aquí es necesario detenerse para comprender la dimensión revolucionaria de la actividad armada y la estrategia de guerra asumida como camino de transformación concreta de nuestra realidad y en las que atacar indiscriminadamente población civil o exponerla gratuitamente a las balas subversivas –aunque hay precedentes errores, por impericia o improvisación, en tal sentido- nunca se planteó o siquiera se insinuó como objetivo; es estúpido pensarlo así. Aquí reside el distanciamiento necesario con las variadas formas de terrorismo, del cual se habla y asigna, a una u otra expresión radical deliberadamente. Hoy ya es habitual escuchar cómo se internaliza el lenguaje del poder y de la represión en el común de la gente y en militantes e intelectuales “progresistas” de izquierda que, finalmente, representan una opción política totalitaria y excluyente, funcional y adaptada al sistema que dicen combatir, pues cualquier alternativa que no sea la que ellos promueven resulta “antidemocrática”, “ultra” o “terrorista”; olvidándose de la sangrienta e inescrupulosa violencia diaria del capitalismo y, a su vez, de la necesaria y larga vocación de resistencia político militar (iniciada en chile a principios del siglo XX por el Anarcosindicalismo) que recorre a explotados y oprimidos. El descaro contradictorio y oportunista los hace adeptos -cual fans- de la imagen (merchandising) del Che o el subcomandante Marcos y, por otro lado los transforma en fotocopias ordinarias de la Sekuritate, Stasi o NKVD, policías políticas del comunismo burocrático del Este. En todo caso, con ellos, distancia y las cosas claras y mientras más claras mejor.
Eran días donde la rabia se mezclaba con el vértigo de la clandestinidad exigida y cada tarde y cada noche podían convertirse en la última de los que estábamos sentados mirando concentrados el plano que delimitaba el cuadrante elegido para realizar la acción. Nos hacíamos preguntas de todo tipo como una forma de imaginar todos los escenarios posibles y así reducir al mínimo cualquier acto repentinamente nocivo. Esta vez se había definido que el hostigamiento estaría circunscrito en la idea política de “desalojar a la represión de los territorios populares” y para ello operaríamos en una zona donde existía amplia presencia subversiva y donde, además, se harían actividades de propaganda distractiva. Nuestra función consistía en atacar con armas largas a un móvil policial (furgón, motos, autos, micros), cuestión nada fácil, en una calle central y apenas puesto el sol.
Nos desplazábamos dentro de un perímetro de 15 cuadras mimetizados tras la aparente rutina laboral y registrando cada detalle a través de nuestros sentidos alerta y el conocimiento necesario de varias jornadas hurgando en cada rincón de dicho sector. Arriba de la camioneta las indicaciones del compañero al mando y las comunicaciones recibidas en nuestros “jandis” (radiotransmisores) nos mantenían a la espera del momento preciso; llevábamos media hora recorriendo las mismas calles y nos quedaban quince minutos para salirnos de la planificación global que contemplaba algo más que nuestra acción (por algunos segundos me inundaba la imagen ausente de “los cabros”, cuya energía -sentía- me envolvía haciéndome inmune a cualquier peligro terrenal ; transformándose también en una especie de augurio inexplicable, donde todo saldría bien. Sin embargo, la realidad golpea una y otra vez, sin escrúpulos, pero esta sensación – augurio aunque no valía para nadie, era mi única certeza: “todo saldría bien”).
En ese instante escuchábamos la cuenta regresiva, mientras veíamos acercarse lentamente nuestro esperado objetivo; 12, 11, 10 y posición de tiro; 9,8,7,6,5 y sabíamos que sería un momento breve, nadie podía cometer ningún error, sólo había que cumplir, paso a paso, el plan trazado; 4,3,2,1 y nuestras balas comenzaban a viajar escasos metros de distancia ordenadas en sutiles ráfagas de 6 y 8 unidades; despachábamos los 84 tiros previstos para esta oportunidad (cargador grande Uzi: 32 municiones 9mm. Parabellum (2); cargador chico M16: 20 municiones 5.56 mm (1) en escasos segundos. Las tres armas parecían cantar de alegría en cada fogonazo desprendido desde los respectivos cañones al saber que su destino era penetrar en el corazón nauseabundo del orden y la patria (recordaba cuántas veces había deseado este momento después de haberme agotado de lanzarles piedras y molotovs; cuántas fotografías retenidas en la memoria, registrando siempre los mismos abusos, mentiras y palos; cuánta convicción capaz de cualquier cosa).
Todo había concluido y la tensión aún era parte de nuestros cuerpos. Nos tocaba salir como responsables del “material” utilizado; éramos una joven pareja normal en la “legalidad” más ilegal viajando en un automóvil sencillo a prueba de controles. En el intertanto escuchábamos las comunicaciones policiales que nos entregaban, en claves casi indescifrables, el reporte “oficial” a veinte minutos de nuestra incursión, mientras veíamos pasar, para uno y otro lado, un avezado contingente represivo en insolente y tardía actitud de combate.
A las diez de la noche teníamos el control de lo realizado y de todxs lxs compañerxs involucradxs; habíamos cumplido a cabalidad con lo previsto y sólo nos restaba reivindicar públicamente, vía agencia de noticias, para dar por concluida la jornada. Los ojos de “ella” eran portadores de una flama inusual: por lo cristalino de su mirar y el lenguaje presagiante que manaba en cada pestañear; esta vez sus señales eran de victoria momentánea acompañadas de una preocupante incertidumbre sobre el futuro que se acercaba…
La actividad armada no es un fin en sí mismo y la decisión de asumirla como camino requiere contemplar las experiencias pasadas. Según nuestras vivencias, lo más complejo está determinado por un quehacer político ideológico claro, definido, y por sobre todo, abierto al continuo aprendizaje y a integrar, desde sus propias particularidades, distintas experiencias en pos de un solo objetivo: REVOLUCIÓN SOCIAL!!
N. de R. el “Guatón” era el compañero Pablo Muñoz Moya, militante del MAPU-LAUTARO, muerto en combate en 1992. El compañero que nos envió este texto, adjuntó la siguiente nota:
Pablo Muñoz Moya militante lautarino del sector sur de santiago, cayó en un efrentamiento con Carabineros en el sector de Vicuña Mackenna con Ñuble en los instantes en que se preparaba un asalto bancario. En esos momentos fueron detectados por Carabineros desatándose un enfrentamiento armado en el que intervino la escolta de Pacos de Pinochet que bajaba por Vicuña Mackenna sumándose a la cacería. Pablo murió con múltiples balazos permitiendo la retirada de sus compañeros, quienes trataron de prestarle ayuda pero el inmenso cerco policial lo hizo imposible.
(Extraído de LIBELO, Boletín de información política desde la Cárcel de Alta Seguridad, nº5 Noviembre de 1999)
http://rojoscuro.blogspot.com/2010/11/para-la-memoria-historica-de-la-lucha.html