Crítica insurreccional al bloque libertario del primero de mayo

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Crítica insurreccional al bloque libertario del primero de mayo

**Buscamos complicidad en la difusión de la presente crítica. Si encuentras algo de valor en éstas líneas, por favor envia el enlace a tus compañeros o deja copias en papel en los centros sociales.**

Este 1º de Mayo, 2014, en Barcelona entre seis a diez mil personas se reunieron en Arc de Triomf para asistir a la manifestación anticapitalista. Entre ellas se encontraban militantes de la IAC, la ICV, la CGT, la CNT y la Esquerra Independentista; también unos quinientos anarquistas sin bandera ni afiliación evidente, una gran parte de ellas encapuchadas en menor o mayor grado. La mani duró unos veinte minutos antes de su dispersión por los antidisturbios de los mossos d’esquadra.

Valoro de manera positiva meramente un elemento de la mani: a pesar de la ruta indiscutiblemente pacificadora e insolidaria preparada por los de la IAC, ICV y otros capitalistas y estatistas que se hacen pasar por anticapitalistas, con el único propósito de evitar el conflicto social en un momento en que cada vez menos personas tienen paciencia para cualquier pacifismo explícito, pasando por calles anchas y carentes de gran cantidad de blancos de sabotaje, se provocaron alborotes y se evitó la pacificación.

Todo lo demás lo hicimos mal. Más patético aún han sido las valoraciones publicadas en internet, echando la culpa por nuestro fracaso evidente a los izquierdistas que desconvocaron la mani. Como anarquistas no deberíamos aguantar tanto victimismo. La mani fue un fracaso porque todas decidimos colectiva e individualmente fracasar.

Corren tiempos importantes. Si no salimos pronto del camino equivocado en el cual nos hemos metido, perderemos la oportunidad de vivir algo grande y entraremos en una miseria mucho más intensa de la que hemos conocido hasta ahora.

¿Que pasó?
Bajando por el Passeig de Lluis Companys, se encontró con el primero de una media docena de bancos, hoteles, tiendas y restaurantes de lujo que se destrozarían en el curso de la manifestación. Un grupo de encapuchadas fueron corriendo a romper los cristales a martillazos. Se prendieron fuego a los cajeros automáticos. Cada contenedor que se encontraba, era tumbado en la vía, a veces prendiéndole fuego. La actuación de las encapuchadas fue cada vez más desquiciada. Al ver un banco, se salió corriendo como si se tratara de un concurso en el que él que habría roto más cristales ganaría algún premio. Había claramente más martillos que vidrios. Madres con hijos tuvieron que salir corriendo para salvarse de la estampada de encapuchadas agresivas, ciegas ante quienes se encontrasen entre ellas y sus objectivos.

En un cruce de calles se vieron unas cuantas lecheras a unos cien metros de distancia. Dos encapuchados empezaron a lanzarles botellas. Pensaba, chaval, ni en tu puta vida vas a poder tirar una botella tan lejos, pero no dije nada. Las botellas explotaron alrededor de las ciclistas y peatones que se encontraban en la calle ante los maderos. No sé si algunas quedaron con vidrio roto en los ojos pero es posible.

A varias personas casi las atropellaron con los contenedores, por no mirar quien había adelante antes de empezar a empujar, ni emplear la comunicación más mínima de pedir a otra compañera que se asegurase de que la vía quedara libre mientras empujaban. Varias personas—en este caso compañeras encapuchadas—casi se comieron martillazos en la cara por la manera de hacer los destrozos. En la mayoría de los casos no se dijo nada.

En un momento se erigió una barricada de contenedores en llamas en el medio del Passeig de Colón, cortando la mani en dos. Ni a ésta ni a las otras barricadas se las defendió ni un solo minuto.

Los politiquillos de la IAC desconvocaron la mani por su propia cuenta. Las compañeras con las pancartas, en medio de unas calles cada vez más vacías, plegaron y desaparecieron sin que hubiese ninguna carga policial.

Pasando la plaza donde Via Laietana desemboca en el Passeig de Colón, se rompió otro banco. Las furgonetas de los antidisturbios vinieron y cortaron la mani. Lo tenían muy fácil, gracias a las tácticas brillantes de la mayor parte de las encapuchadas, que ya se habían dispersado en su carrera para llegar primero a cada banco que se encontrase, y aún más después de aquella genial barricada que con tanta iluminación y sabiduría habían levantado en medio de la manifestación.

Al llegar la policía, todas las que se encontraban allí fueron corriendo adentro del barrio de Ciutat Vella. Una vez en las calles estrechas, en un barrio antiguamente conflictivo y ahora lleno de restaurantes pijos, ¿qué hicieron las encapuchadas? A parte de causar daños menores a un par de restaurantes, lo único que hicieron es correr. Tirando ropa negra y martillos, desaparecieron por las calles. No se enfrentaron con la policía, no intentaron ayudar a las personas que estaban siendo reducidas en ese mismo momento, no miraron de defender las calles estrechas mucho más propicias a un enfrentamiento.

No hay ninguna manera de justificar lo que pasó. Fue un disturbio patético. Fueron maneras vergonzosas. Se hubieran podido causar muchísimos más daños en el centro si se hubieran hecho las cosas con cabeza. Por el número que eramos y la cantidad de martillos y líquidos combustibles, los destrozos eran leves. Veinte encapuchadas sin materiales adecuados pero con cabeza hubieran causado más destrucción y con menos consecuencias negativas. Colectivamente, las anarquistas que participamos en la mani del primero de mayo hemos hecho un grandísimo favor a los pacifistas. En el momento en que cada vez menos personas estaban prestando atención a las tonterías de la no violencia, cuando cada vez más personas estaban aplaudiendo al vandalismo, al sabotaje y a los enfrentamientos en la calle, las anarquistas se han mostrado como la caricatura de “violentos,” corriendo por ahí y por allá de manera descerebrada, hiriendo a cualquiera incluso a sus propias compañeras, generando conflicto y luego corriendo como cobardes a la llegada de la policía, y cometiendo grandes estupideces como erigiendo una barricada en el medio de su propia manifestación. En un momento decisivo en el aumento de la represión y la posible generalización de la lucha, nosotras mismas, las anarquistas, hemos justificado nuestro propio aislamiento. Cualquier persona que tuvo que ir corriendo para salvarse de nuestra estampada el último jueves tendría toda la razón en pegarnos de hostias.

El disturbio que se realizó el primero de mayo podría haber sido una producción de Hollywood. Cumplimos perfectamente con el papel de anarquistas peligrosas y descerebradas. Y cuando digo “peligrosas,” hay que señalar que las únicas que corrían peligro eran peatones y otras manifestantes, no la policía ni ningún otro agente del Estado. Y mientras no lamento el miedo e incomodidad que vivieron muchos turistas pijos comiendo tapas tranquilmente antes de nuestra llegada, no eran ni de lejos las únicas victimas de la escogida manera, tan novata, de realizar un disturbio.

¿Que debería haber pasado?
La única respuesta digna a los hechos del primero de mayo que yo he visto publicado fue el comunicado de los convocantes del bloque libertario. Se enfocan en la necesidad de solidarizarse sin comunicar que todo vale. Pero la única crítica específica que hacen se apoya en una caricatura barata de la espontaneidad, diciendo “Cal deixar enrere l’espontaneïtat” y “Atribuïm aquest fet a la nostra manca de capacitat organitzativa interna”. Esta postura demuestra una falta de pensamiento crítico y una preferencia por viejas y dogmáticas dicotomías (además optando por la opción históricamente más equivocada de la dicotomía en cuestión, la de “organización”). En primer lugar, las encapuchadas en la mani no actuaban de manera espontánea. Iban claramente preparadas y organizadas. La palabra precisa para describir su actuación no es “espontánea” sino “novata,” “descerebrada,” “acojonada,” “nerviosísima” o “contraproducente.” En segundo lugar, las personas que fueron a la mani de manera más organizada, en grupo, con una tarea aparte de destrozar, estaban iguales de acojonadas, nerviosas, novatas y contraproducentes. Hicieron las cosas mal, no hicieron lo que debían, no sabían responder a una situación más o menos predecible. Y tampoco es la primera vez. En las últimas manis en que se ha visto una parecida violencia poco cuidadosa o cauta, por decirlo de alguna manera, las compañeras que conformarían el polo de “las organizadas” en vez de “las espontáneas” se comportaban igual.

Este fracaso es de todas.

Algunas cosas que se podrían haber hecho:

1. Visto que eramos muchas, ir caminando hasta los bancos, que no iban a escapar, a hacer lo que se tenía que hacer tranquilmente, primero apartando a las peatones, pidiéndoles correctamente que se alejen un poco porque pronto iban a haber vidrios rotos y pequeños fuegos.

No es nada irreal y en otros sitios donde las compañeras no son tan cutres lo ha hecho así con éxito. Un disturbio tranquilo y respetuoso, justo en el momento en que estamos en Barcelona, destrozaría los vestigios del pacifismo, quitándole sus últimos argumentos, argumentos que son más bien caricaturas (con las cuáles cumplimos, desafortunadamente, el primero de mayo).

También hay algo de valor en el tipo de disturbio que saca la rabia, aunque actualmente no estamos preparadas porque gracias a la inexperiencia y el miedo reinante en Barcelona el desahogo sólo va a llevar consigo daños colaterales—que no podemos permitir si no queremos volvernos como nuestros enemigos—y porque tal y como estamos un disturbio a lo rabioso sólo va a servir de catarsis, construyendo así una normalidad más violenta, con la explotación rutinaria puntuada de vez en cuando con explosiones de ira que no van a ningún lado.

2. Si vemos a alguién tirando botellas a peatones o cometiendo parecidas estupideces, hablar con él, y si eso no sirve, pegarle. Una cosa impermisible es denunciar a alguien o exponerle a la represión. Pero si somos fans de la violencia no podemos rechazar pegar una paliza a un compañero que está hiriendo a personas a las que no debería herir.

Hemos gastado tanto tiempo discutiendo con pacifistas y defendiendo la acción directa que hemos olvidado que hay otros comportamientos nefastos que tenemos que combatir. Espero que la proximidad de los hechos de Ucrania nos lo hagan más fácil de reconocer. O fetichizamos tanto la violencia que no decimos nada si alguien tira botellas a una persona que estaba pasando con la bici simplemente porque nos mola el gesto inútil de tirar botellas hacia la policía, o reconocemos que la violencia es simplemente una herramienta que en este caso serviría para pegar a un idiota descerebrado a quien no le importan un carajo los demás.

3. Reconocer que en un disturbio, lo más importante no son los daños a tiendas de lujo y a la inmobiliaria urbana, sino la contestación por el control de las calles. Si se consigue derrotar a la policía, se puede hacer todo. Si se enfoca en los destrozos, no se irá a ninguna parte.

Por lo tanto, cuando cargue la policía, buscar maneras de defenderse o contraatacer. Si se está en una calle ancha que es imposible defender, pensar en como llegar a un barrio más propicio. Si se tiene este barrio al lado, pues la respuesta debería ser obvia. Y antes de este momento, permanecer en el bloque en vez de dispersarnos corriendo o de aislarnos cortando la mani con barricadas mal puestas.

Si en los últimos años hemos aprendido a influenciar mejor a la multitud, pidiendo a la gente que no corran en pánico cuando se acerque la policía, ahora es el momento de influenciar a las propias encapuchadas, diciéndoles que no corran para romper cristales, que se queden juntas y que encuentren algo de coraje para defenderse y defender a toda la mani cuando carguen los antidisturbios.

4. Pensar mejor en la seguridad. En Barcelona todavía no se ha aprendido a encapucharse. Cuanto más utilice el Estado las cámaras, menos vale el método cutre de cubrirse la cara en los momentos de combate. No sirve para nada si la policía tiene imágenes de tí con la misma ropa antes y después de taparte.

Por lo tanto, hay que cambiar lo máximo posible la ropa exterior, incluso adoptando medidas para cubrir o transformar la aparencia de los zapatos y hay que encapucharse y desencapucharse en momentos y lugares protegidos, o en un callejón exterior a la mani o dentro de la mani entre un bloque con paraguas, pancartas u otras medidas para obstruir las vistas desde fuera.

¿Que faltó?
Calma y valentía. Es muy fácil echar la culpa a una supuesta falta de organización pero sería una mentira interesada proveniente del sector izquierdista del anarquismo que está buscando un récord mundial de revueltas populares reconducidas, recuperadas y derrotadas (¡Viva la Organización! Viva el 36, el 53, el 76 y el 96— ui, ¿estarán tejiendo una nueva traición para el 16?). Organización en la mani no faltó y si hubiera habido más no habría cambiado nada. Una nueva organización no hace personas nuevas. La organización no da valentía a cobardes ni sabiduría a idiotas, por mucho que prometan las organizadoras.

Cada una tenemos que aprender hacer las cosas con calma, sea lo que sea nuestra tarea en la calle. Muchas necesitaremos apoyarnos en la colectividad pero ésta sólo la podremos cambiar con la iniciativa y la voluntad. Podríamos decidir en mil asambleas entre diez mil personas cambiarla pero si ni siquiera somos capaces de cumplir con las decisiones más elementales en el momento de la acción (y aquí me refiero a la gente que se cree más organizada), no vamos a conseguir ninguna valentía colectiva.

Y no sólo nos da miedo estar en la calle. Nos da aún más miedo criticar directamente a las compañeras o intervenir contra la estupidez. Conozco muchas personas que se enfadaron con las maneras el pasado primero de mayo pero no conozco a nadie, incluso yo, que expresaron sus críticas en el momento de acción. Las máscaras negras tienen que constituir obstáculos para la vigilancia pero no para la comunicación.

Por fin, nos faltó pensamiento estratégico. Mirando la actuación policial en los últimos años y las nuevas armas que han conseguido, queda claro que los antidisturbios están mucho más preparados para intervenir contra multitudes en las avenidas grandes y no en los barrios o las calles pequeñas. Con más cabeza, nos hubiéramos dado cuenta de que un poco más y hubiéramos llegado a la parte baja del Raval, un barrio con posibilidades defensivas y la posibilidad de la generalización de la revuelta. Si el bloque libertario hubiera persistido hasta Raval antes de dispersarse, o si hubiera tomado la iniciativa de salir en tal momento de la mani para entrar al Raval, el primero de mayo de 2014 hubiera sido totalmente distinto.

Si no conseguimos un pensamiento estratégico y la calma y valentía para ponerlo en práctica, se seguirán avanzando las técnicas policiales mientras se estancan los métodos anarquistas. La posibilidad de una lucha autoorganizada, capaz de tomar el espacio público y destruir las infraestructuras de explotación y control, desvanecerá. La ira popular sí que irá creciendo, pero sin un espacio o herramientas libres para desarrollarse, y quedará captada por los nacionalismos, los reformismos y otras falsas promesas que siempre distraen a las personas y les desvian del camino hacia la revolución.

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