“Aprendimos Y Disfrutamos El Apoyo Mutuo Entre Los Presos”. Entrevista A Manolo Martínez , Ex-Preso Social COPEL

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Hubo un tiempo no muy lejano en el que a pesar de las penalidades que se podía pasar en las cárceles, había una unión y solidaridad encarnada en la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) que ha desaparecido de cualquier ámbito, dando paso, salvo excepciones, al más alto grado de individualismo y competitividad promovido por el sistema. Manolo nos recuerda cómo las ideas anarquistas son mucho más que pensamientos y escritos, pudiéndose llevar a la práctica hasta en las condiciones más adversas.

Pregunta.— Usted fue condenado por la conocida Ley de Vagos y Maleantes. ¿Qué recuerdas de aquella época?

Respuesta.— Fui condenado en 1967 por dicha Ley siendo menor de edad, con tan solo 15 años recién cumplidos. Cuando mi madre le llevó al juez especial la partida de nacimiento que acreditaba mi edad, me concedió la libertad provisional, pero continué preso a pesar de mi edad por la causa por que me detuvieron: un hurto de uso de un coche. Esto demuestra que era un caso claro de doblamiento de condena, por un solo delito te condenaban dos veces.

En 1976 volví a ser preso por una expropiación a un banco y otra vez el doblamiento de condena, esta vez con su sucesora, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social era igual a la de Vagos, pero con una rebaja en la edad mínima de 18 a 16 años, e incluía a los homosexuales y drogodependientes o traficantes. No podías beneficiarte de ningún indulto ni redimir por trabajar, eras obligado a ello sin redención alguna.

Estas dos leyes hoy serían inconstitucionales. En la práctica no tenías derecho de defensa, no podías recurrir contra su aplicación. Precisamente estamos en proceso de querella contra los crímenes del franquismo a través de la justicia universal por estas dos leyes, denunciamos el trabajo esclavo entre otras cosas y a través de la página de Facebook “Ex presxs Sociales-COPEL” hacemos un llamamiento a todos los “vagos y peligrosos” a que se unan a la querella.

P.— ¿Qué papel jugaban los libertarios dentro de las cárceles? ¿Quién era “la novia de los presos”?

R.— Los presos libertarios supusieran una gran ayuda al resto de presos sociales por la relación humana que mantenían con nosotros, por sus reivindicaciones coincidentes en su totalidad con los que hacía COPEL, de hecho todos los presos libertarios fueron compañeros activos en la Coordinadora. Aprendimos y disfrutamos lo que era el apoyo mutuo entre todos los presos.

La CNT era bien llamada la “novia de los presos” por el apoyo, sobre todo, de sus bases militantes. Como organización también se manifestó a favor de la lucha de COPEL, pero recalco el apoyo de los Comités pro-presos, que fue importantísimo, sobre todo para los presos más marginados y represaliados. El grueso de los Grupos Autónomos Libertarios y los Comandos Autónomos Anticapitalistas fue el gran apoyo comprometido que tuvimos en el exterior, sobre todo los primeros hicieron acciones de boicot, expropiaciones, planes de fuga… planes llevados a la práctic. Incluso fueron algunos de ellos detenidos y presos por este tipo de acciones en las que se reivindicaba el apoyo a COPEL y la destrucción de las cárceles.

P.— ¿Cuándo entró en la COPEL?

R.— COPEL ya estaba recién creada cuando ingresé en 1976 y ya se había realizado el primer secuestro de compañeros que fueron aislados del resto en la Rotonda de la 6ª Galería. Recuerdo largas noches escribiendo panfletos a la luz de una vela o candil de aceite con la mano y muñeca hinchada de tanto uso, al final escribíamos “compañero no lo tires, pásalo” y era increíble, nunca vimos a nadie tirar uno al suelo, fueron pequeños gestos los que nos hicieron concienciamos de las reivindicaciones.

A medida que íbamos consiguiendo metas como el cierre de las celdas bajas, Palomares, que era donde escondían a los homosexuales del resto de presos, también fueron abiertos para que hiciesen vida común con el resto en igualdad de condiciones, en definitiva, humanizando tanto las condiciones como nuestras relaciones personales y de grupo se fue creando una solidaridad y apoyo mutuo.

Destacaría de este movimiento las más de cien fugas que se lograron llevar a cabo y la solidaridad en que vivimos esos casi tres años, así como la toma de conciencia de quien era nuestra mayor enemigo, las autoestimas colectivas cada vez que conseguíamos una reivindicación y por supuesto cada vez que destruíamos una cárcel en un motín eran subidones de adrenalina, a pesar del terror que les seguía.

Después con la nueva Ley General Penitenciaria, que fue la primera ley orgánica que se aprobó en el parlamento (debían de tener mucha urgencia), con sus permisos, vis a vis, desaparición de censura, etc. Un claro ejemplo del “divide y vencerás”, porque poquitos han sido los presos reconocidos como militantes de COPEL que hayamos tenido acceso a ninguno de esos beneficios, solo el hablar con nosotros era motivo para que no le concediesen ninguna petición a nuestro interlocutor.

P.— ¿Qué fue la Comuna Libertaria?

R.— En Carabanchel por ser una cárcel donde estaban todos los presos políticos a la espera de ser juzgados por el antiguo Tribunal de Orden Pública (TOP) existían varias comunas, entre ellas la libertaria. En ella estábamos presos sociales, autónomos, libertarios y autónomos anticapitalistas de Euskadi, las demás comunas eran bastante herméticas, solo tenían cabida sus militantes, no así la libertaria que estaba abierta, en ella se compartía la comida que en esa época todavía podían pasar los familiares. Solía haber biblioteca en alguna celda próxima, se disponía de un infiernillo eléctrico para poder calentar los alimentos del exterior. Esta comuna no era propiedad en exclusiva, los presos sociales también podían hacer uso racional de él. Otra diferencia notable era la relación entre sociales y libertarios que era abundante, todo se compartía, había caja común y a todos nos unía nuestra reivindicación abolicionista de la cárcel

P.— ¿Cómo ocurrió el motín de Carabanchel?

R.— El motín del 18 de julio de 1977 en Carabanchel fue ideado principalmente por el núcleo de compañeros que estaban aislados en la rotonda de la 6ª Galería. Se invitó a los que no quisieran secundar el motín a que sin ningún problema podían bajarse o no subir. Poca gente no se unió, estuvimos tres días con sus noches, abrasándonos de día y helándonos por la noche, sin comida y lo peor, sin agua, hicimos asambleas por todos lados. Nos organizamos en todos los frentes para defendernos de los ataques de pelotas y balas de goma y de plomo, gases lacrimógenos que nos lanzaban desde dos helicópteros.

Los dos primeros días estuvieron negociando los abogados solidarios con el Gobierno, pero había mucha confusión, ya no estaba Franco pero sí que seguían siendo los mismos esbirros y esto para ellos era imposible de tolerar. Tuvimos un gran apoya social en el exterior.

Cuando ya vimos que iban alejando a los que nos apoyaban nos temimos lo peor, así que siempre en asamblea se decidió bajar. Teníamos garantías de que no se iban a producir torturas pero sabíamos que no las cumplirían, como así fue.

Este motín tuvo efecto llamada en otras muchas prisiones del Estado. Los secuestros y la dispersión nos vinieron bien para extender la lucha a casi la totalidad de las cárceles.

P.— ¿Cuándo comenzó a hacer estragos la heroína dentro de las cárceles?

R.— La heroína fue introducida al mismo tiempo en los barrios obreros más combativos así como en las cárceles, más a menos por el año 78. Fue una experiencia que viví y sufrí dentro, en concreto en Carabanchel. Pasamos de tener hachís y alcohol (vivíamos en un régimen de mal llamada autogestión que era nuestra exigencia, era una cogestión a secas, pero aun así teníamos parte y a veces la totalidad del control de la prisión), de tener acceso a estas drogas blandas y que era lo único que existía se pasó de repente (aprovechando una ocupación de toda la prisión por los antidisturbios), a no encontrar ni un chupito de coñac o un canuto que compartir, eso sí, había heroína por todos los rincones, se preocuparon mucho con que no pudiese entrar nada de bebidas, hachís o marihuana, para así viciar a gran parte de los presos a la heroína.

Fue una experiencia muy dura para todos los presos, pera principalmente para los militantes más concienciados de COPEL, que vimos como compañeros de lucha iban cayendo en la adicción a la heroína. Conocimos los primeros síndromes de abstinencia y sus consecuencias funestas para el colectivo Desde las últimas asambleas que celebramos se avisaba a todo el mundo del peligro de consumir esta droga, pero no fue eficaz. Nosotros en un principio mediábamos en los conflictos a veces muy violentos entre grupos de incontrolados (yonkis) que eran protegidos por los carceleros por el buen trabajo de desestabilización e insolidaridad que hacían. Por el contrario, a los miembros de la coordinadora nos secuestraban llevándonos a otras prisiones, en régimen celular, o sea, 23-24 horas en una celda, así que la jugada de la introducción de la heroína fue muy rápida, dio sus frutos y preparó el terreno para que fuese bien vista y acatada la reforma general penitenciaria. Esta reforma cambió la tipología de los presos pasando a ser los delitos contra la salud pública los mayoritarios, robos, hurtos y demás hechos exclusivamente para tener la dosis, después y a consecuencia de esta jugada apareció el SIDA ya que todos compartían jeringuilla, la hepatitis… apareciendo el preso dependiente.

P.— ¿Cómo vivieron la Ley de Amnistía del 77? ¿Se respiraban aires nuevos con el fin del franquismo?

R.— La lucha por la amnistía fue muy participatrva en los grandes núcleos urbanos y obreros, desde dentro de las cárceles también se luchó por ella, por eso supuso un dura golpe moral para los presos que nos quedamos dentro, sobre todo constatar la falta de apoyo de los grupos políticos incluyendo a la izquierda en pleno.

La única honrosa excepción fue CNT y el Movimiento Libertario así como parte de los intelectuales que de pasada hicieron algún comentario. Desde luego no acabó con nuestras ansias de libertad, COPEL creció y se radicalizó nuestra lucha con acciones más contundentes, creció nuestra solidaridad y el apoyo mutuo, aprendimos a compartir, a vivir en comunidad, a autogestionarnos dentro e las limitaciones de la cárcel.

P.—¿Cómo calificarías tu paso por la cárcel? ¿Qué diferencias o similitudes ves respecto a ls prisiones en la actualidad?

R.— Para mí fue el antes y el después de conocer quién era realmente mi enemigo, el Estado, con todo su aparato represor, esto se lo tengo que agradecer a los compañeros, primero marxistas y luego anarquistas, con los que conviví, sufrí y aprendí mucho, tanto en la teoría, que me leí a todos los clásicos, como en el día a día. Libros como “Los anarquistas expropiadores” moldearon mi personalidad, pasé de se un atracador a ser un expropiador y esto fue muy enriquecedor para mi moral, no económicamente, bueno, también aprendí a valorar el dinero en su justa función social; la de cubrir nuestras necesidades.

Similitudes con la actualidad en las cárceles las hay, solo el hecho de ser cárcel es tortura, aunque tengan barrotes de oro y a pesar de los módulos de respeto o por culpa de ellos, en la cárcel se sufre todos los días. La lista de carencias simplemente sería larguísima y para lo último que sirven es para rehabilitar que ni eso hacen ni lo intentan, solo lo publicitan. Solo sirve y se sirven de ella para castigar, leyendo el libro de César Lorenzo “Cárceles en llamas” se comprende muy bien todo esto.

CNT nº 411 MAYO 2014

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