Es una cuestión latente un problema a resolver en plazo más o menos corto, un problema que en breve contribuirá en gran manera a perturbar aun más la vida política de las presentes sociedades y a precipitar la gran revolución que ha de emancipar la humanidad de la opresión de la burguesía.
La mujer se levanta; no quiere ser por más tiempo la bestia de carga, sin consideración ni agradecimiento. No quiere ser objeto de pasión ni de mercancía cotizable en plaza; quiere ser mujer; quiere amar y vivir libremente, quiere trabajar por propia inspiración, por amor al arte y a la ciencia o simplemente para procurarse el sustento de la vida con entera independencia. Quiere en una palabra moverse libremente, igualarse al hombre en derechos y que se le respete y considere como es debido. Menos cortesía y más derechos, es lo que exige del hombre.
Cierto, que no todas las vías emprendidas por ellas las conducen a su emancipación; pero ¿acaso el hombre, oprimido desde luengos siglos; ha acertado siempre con el verdadero camino de su liberación? ¿No está su larga historia de luchas llena de equivocaciones y errores cometidos?
Las mujeres que en Inglaterra y Estados Unidos reclama el derecho al voto, marchan, seguramente, por una senda equivocada. Todos los radicales sabemos que el sufragio universal es una farsa, que el voto no emancipa al obrero; pero, ¿puede acusarse a la mujer por emprender el mismo camino del hombre, que derramó la sangre a torrentes por conseguir ese derecho ilusorio?
Lo que aquí se debate no es la efectividad del camino emprendido para la emancipación, sino el espíritu de que inspira su petición. Si el hombre tiene derecho al voto, la mujer quiere igual tenerlo, pues, quiere ser igual, se considera con títulos para ello, y esto la dignifica.
Pero el movimiento llamado feminista no se limita a pedir la extensión del sufragio universal a la mujer sino que abraza todos los órdenes de la vida. En todas partes se oye su voz reclamando un puesto en el orden político, económico y social, así como en el campo de la ciencia, del arte y de la literatura.
Y en este movimiento hacia delante no se queda atrás la mujer proletaria. Su campo preferido es el económico, como que siente sobre sus empobrecidas carnes el aguijón de la necesidad. Respondiendo con las preocupaciones y teniendo que luchar con la hostilidad del hombre, ha invadido las fábricas y talleres haciendo la competencia al obrero en la acción del trabajo. ¡Ella también tiene derecho a la vida! Como nadie se ocupa de subvenir a sus necesidades, como el hombre no se le acerca más, por regla general, que para satisfacer sus propias pasiones, cuando no para abusar deliberadamente de su miseria, de ahí que la mujer se ve obligada a abandonar el hogar para buscar en el taller el sustento de su vida y también, de rechazo, cierta relativa libertad y elevación de carácter, que le da la seguridad de bastarse a sí misma y no necesitar del hombre para su subsidencia.
Mas el obrero ve con malos ojos el advenimiento de la mujer a la concurrencia del trabajo y le pone cuantos obstáculos puede. El patrono por su parte digne protejerla, pero le exige en compensación un trabajo más barato que del hombre.
Y ella, abandonada y hasta hostilizada por el hombre, que debiera ser el apoyo y guía, acepta las condiciones impuestas por el burgués. Y la guerra sorda algunas veces y abiertas otras, se entabla entre los obreros de ambos sexos.
Pero, a pesar de todas las oposiciones, la mujer se abre paso, quiere la independencia económica y la libertad social, y el hombre que sufre del yugo del burgués y del gobernante, lejos de obstaculizarle el camino, debiera ser su apoyo y guía.
En la Revolución que se avecina, ella ha de ser uno de los factores principales. Conviene, pues, al hombre oprimido, ponerse al habla con la mujer.
De acuerdo ambos, no será un obstáculo a la marcha hacia adelante del proletariado; no se colgará del hombro del marido o del hermano para suplicarle acongojada en el momento de salir a la calle: “que no se meta en nada, que deje el mundo como está, puesto que él no lo ha de arreglar y que ya otros se tomarán el trabajo”. Sintiendo ella directamente la explotación del burgués y la tiranía de los gobernantes, estará tan interesada como el hombre en el derrumbe del presente sistema social y apostará a la lucha su vehemencia y su pasión.
¡Saludamos, pues, con júbilo la aparición de la mujer en las luchas sociales y hagamos cuanto podamos para alumbrarle el camino de su emancipación!
La Protesta, Año II, Nº 14,
Santiago, septiembre de 1909.
(Tomado del Libro Los Anarquistas y el movimiento obrero: la alborada de “la Idea” en Chile, 1803-1915, de Sergio Grez Toso)