Andalucía es una de las regiones esenciales en la vida política, social, cultural y económica del Estado español. Los antiguos reinos de Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén, convertidos en las ocho provincias actuales por Francisco Javier de Burgos en 1833, determinan, por su peso demográfico y sociopolítico, la gobernación del país.
Sus problemas sociales y económicos, derivados de una mayoritariamente injusta distribución de la propiedad de la tierra, se convirtieron en el primer tercio del siglo xx en cuestiones primordiales que, tanto Monarquía como República, debían solucionar. Además, fue una de las regiones en las que mayor importancia tuvieron las ideas libertarias durante estas décadas. Así lo indican tanto su amplia presencia numérica como geográfica. Sin la actividad de los anarquistas no es posible comprender la vida de la mayoría de las comarcas andaluzas. Hasta el punto que se puede afirmar que existió una trabazón entre muchas de las señas de identidad ácratas, como el federalismo o la comprensión del mundo agrario, y las del conjunto de la sociedad andaluza.
No extraña, por tanto, que los investigadores le hayan prestado una especial atención. Aunque, en demasiadas ocasiones, los estudios hayan oscilado entre dos extremos. Primero, el que se basaba en una serie de tópicos que caricaturizaban al conjunto de Andalucía como un inmenso latifundio cuya población se dividía entre absentistas señoritos aficionados a los toros, a los caballos y las juergas con vino de Jerez y mujeres vestidas con trajes de flamenca de lunares, y una masa de jornaleros hambrientos, faltos de conciencia de clase, muy dados a la acción espontánea y mística. Todos irredentos anarquistas que habían sustituido a Dios por La Idea. Después, el péndulo osciló al compás del desarrollo de los estudios históricos y de la coyuntura de los años de la muerte del general Franco y la consolidación de la actual Monarquía parlamentaria. A la vez que se dibujaba un panorama con trazos más finos, se fue diluyendo la importancia del anarquismo en la región. En todo caso se resaltaba el papel que tuvo en la falta de consolidación de la II República, caracterizándolo como uno de los extremos que hicieron inevitable la llamada Guerra Civil.
José Luis Gutiérrez Molina Grupo de Investigación Historia Actual Universidad de Cádiz