Si volvemos a hablar aquí de “la lucha contra el FIES”, no es sólo con la intención de contra-informar, evidentemente sería un poco tarde para eso. Tampoco es por nostalgia y menos aún para mitificar una lucha de la que tanto hemos hablado. Sin embargo, parece que diez años después empezamos a olvidar esta rica experiencia incluso antes de haber sacado provecho de todas sus enseñanzas. En la península ibérica y en otros lugares, durante un corto periodo de tiempo (1999-2002), los compañeros tuvieron que afrontar un gran número de obstáculos, algunos bien conocidos, y otros, más nuevos, que quedaron desde entonces instalados en el panorama. Queremos aquí sacar en claro algunos de los aciertos de esta lucha y, sobre todo, algunos de los errores cometidos y extraer herramientas que puedan servirnos para otras ofensivas, presentes y futuras, contra un sistema de dominación que sigue perfeccionando y reforzando sus mecanismos de explotación, de alienación, de control y de represión.
Los albores
No tenemos la intención de volver demasiado lejos en el tiempo, ya que la agitación en las cárceles españolas se remonta hasta la Transición, pero podemos al menos mencionar la oleada de motines de finales de los años 80. Después de un periodo en el que las protestas pasaban mayoritariamente por autolesiones colectivas, unos cuantos presos se dieron cuenta que eso no conducía casi a ninguna parte, respecto a las mejoras de sus condiciones de encarcelamiento que continuaban llevando la impronta del franquismo. Entonces deciden pasar a métodos más contundentes. Unos presos de Herrera de la Mancha reconstituyen la APRE1 y redactan unos estatutos que hacen circular por las diferentes cárceles. Aunque sin duda la APRE no era la única que actuaba, dio el pistoletazo de salida para algunos motines, fugas y secuestros de carceleros, apoyando tanto reivindicaciones específicas como reivindicaciones más generales. El “verano caliente” del 91, aunque no fue mucho más caliente que los anteriores, sirvió de pretexto para la brutal introducción de un nuevo régimen de aislamiento.
El sistema de clasificación FIES2 fue introducido entre agosto y septiembre de 1991, bajo la forma de una circular interna a nivel nacional. La clasificación FIES-1 Control Directo se aplicará desde ese momento a los presos con reputación de “conflictivos” o fuguistas. Formaba parte de una reforma más general del sistema penitenciario elaborada por el partido socialista, que junto a las viejas estructuras situadas en las ciudades (Modelo, Carabanchel,…) introducía las macrocárceles (Soto del Real, Quatre Camins,…). Y como la zanahoria siempre acompaña al palo, el endurecimiento del régimen para los presos rebeldes, era complementado con acondicionamientos para los más dóciles (bis a bis, régimen de semilibertad, etc.).
Los presos opusieron durante años protestas individuales o locales contra las condiciones extremas que sufrían dentro de los módulos de aislamiento, protestas que sin embargo permanecieron aisladas y ahogadas por el silencio fuera de los muros. En octubre del 99, el colectivo de presos en aislamiento de Soto del Real saca un primer comunicado explicando la necesidad de coordinar una lucha colectiva y de crear un espacio de debate y de intercambio de informaciones. Es una llamada a una unión de fuerzas tanto dentro (entre los módulos de aislamiento de las diferentes cárceles) como fuera (donde la proposición se dirige a todos los colectivos y organizaciones de apoyo a presos, a los anarquistas, etc.) con el objetivo de alcanzar objetivos concretos. No se trata aquí de unión en el sentido de una unificación o de una uniformidad, sino en el sentido de orientar los esfuerzos dentro de un marco estratégico común, cada uno con sus propios métodos, sensibilidadese ideas. Los comunicados siguientes recalcaron la importancia de extender la lucha a todos los presos, a los segundos grados que, al no estar aislados, tienen más posibilidades de luchar (como “huelgas de brazos cruzados”, chapes, plantes, etc.) Este intento de expansión quería romper el muro del aislamiento que separaba el primer y el segundo grado. En los segundos grados, la solidaridad y las ganas de luchar eran menores, en primer lugar porque ya se habían sacado de ahí a los más rebeldes, por los chantajes ligados a los permisos y a los pequeños privilegios y sobre todo porque estaban plagados de droga. Entonces salió una lista de reivindicaciones comunes en la que se da mayor importancia a cuatro puntos: cese del régimen FIES y aislamiento, excarcelación de presos con enfermedades incurables, cese de la dispersión y libertad para los presos que hayan cumplido las tres cuartas partes de la condena.
Desde el principio, los presos mismos lanzaron el debate sobre la forma de superar estas reivindicaciones, considerándolas como un punto de partida en vez de un fin en sí mismo, como exigencias que se imponen, en vez de unas mejoras que se mendigan. Se articulan porque responden a una realidad insoportable, pero a la vez se intentan acompañar tanto en la teoría como en la práctica por una crítica radical de la cárcel y su mundo.
Ni FIES, ni dispersión…
La primera iniciativa que se baraja finalmente se lleva a cabo como inicio de la lucha colectiva, es un ayuno de cuatro días a mediados de marzo del 2000. Es una manera de valorar las fuerzas con las que se cuenta, tanto en el interior como en el exterior de los muros, para después intensificar la lucha. Cerca de 300 presos, de los que más o menos la mitad se encontraban en aislamiento, participan en ella. En la calle, la solidaridad se manifiesta en diferentes ciudades del Estado español (Madrid, Barcelona, Bilbao,..) y del extranjero: concentraciones, manifestaciones, debates, pintadas, difusión de panfletos, ataques, sabotajes, cortes de tráfico,… La represión se hace sentir dentro de los muros con provocaciones, registros, intervención de las comunicaciones, prohibición de visitas, traslados, etc. Mientras que la prensa abre el camino de la represión agitando el espectro del terrorismo, hablando de grupos proetarras que agitan a los presos para provocar motines. A pesar de las carencias y los errores de organización y de coordinación, el balance es positivo y se decide continuar con las movilizaciones. Del 1 al 7 de julio, se coordina una huelga de patio en varias cárceles.
Después de la semana de huelga de patio, se empieza a discutir, a pensar en la continuación de la lucha y se lanzan varias propuestas; una es de realizar ayunos colectivos de dos días el primer fin de semana de cada mes, para mantener una forma de cohesión en el tiempo sin conllevar mucho desgaste de energía. Esta movilización empezará en agosto y será seguida tanto por presos en España como por algunos compañeros a nivel internacional. También se propone realizar una huelga de hambre indefinida, pero algunos presos consideran que era demasiado pronto, creyendo importante elegir el momento más oportuno para que la huelga tenga la mayor repercusión posible. Se tratará entonces de evaluar el apoyo disponible, las posibilidades que hay para mover la información, de facilitar una buena coordinación, un seguimiento y sobre todo una respuesta en la calle. En noviembre, se lleva a cabo un encuentro en Madrid con el fin de coordinar la huelga de hambre indefinida. El debate ahí es prácticamente inexistente y salen pocas iniciativas de solidaridad. Apenas se llegan a proponer algunas cuestiones prácticas a nivel de apoyo. Los límites del movimiento en el exterior se muestran aquí flagrantes. Durante toda la lucha, se verá cómo los compañeros permanecen demasiado a menudo en una posición de apoyo, a remolque de las movilizaciones de presos, percibidos como el motor o incluso de cierta forma como el sujeto de la lucha contra la cárcel.
El uno de diciembre del 2000 unos cincuenta presos repartidos en unas veinte prisiones comienzan huelgas de hambre indefinidas, chapes o ayunos. Estas protestas duran hasta finales del mes (a mediados de diciembre más de la mitad habían abandonado la huelga de hambre). Las provocaciones de los carceleros, los traslados y la intervención de las comunicaciones son permanentes. Muchos presos son apaleados (en Jaén II, Dueñas, Picassent). Los ayunos mensuales y las huelgas de patio continúan durante todo el año 2001, pero, dado la repetición y la falta de resultados concretos, cada vez con menos participación. Para salir de este callejón sin salida, se lanzan varias propuestas desde dentro, como una huelga de bandejas, una huelga de brazos caídos (realizada más tarde en los módulos de segundo grado de algunas cárceles catalanas), o incluso fijar una fecha para romper las celdas al mismo tiempo, etc. Muchas de esas propuestas se llevaron a cabo, pero con una coordinación cada vez más débil, sobre todo porque dependía en gran parte de compañeros en la calle, que a su vez estaban afectados por la represión y sus consecuencias a nivel de desorganización. Sin contar con el aislamiento creciente ligado a la disociación de muchas asociaciones.
Dentro, no faltaron las respuestas a nivel local o individual frente a la represión, algunas de ellas espontáneas y otras más organizadas (ayunos, conatos de amotinamiento, plantes, huelgas de hambre…). Precisamos que durante toda la lucha colectiva, las propuestas coordinadas no excluyeron en ningún momento otras propuestas sobre cuestiones más específicas.
Summum de la descomposición, del 12 al 18 de marzo del 2002 se convoca una huelga de hambre, no se sabe muy bien de dónde sale esta propuesta, es probable que de la calle y no de la autoorganización de los presos. La Coordinadora de Barrios de Madrid anuncia que cerca de 500 presos participaron, pero los contactos directos en las distintas cárceles desmienten tales cifras y es probable que esa famosa huelga de hambre nunca tuviera lugar. Sin embargo, esta falsa información será difundida por Internet y por varios medios de contrainformación, creando una imagen irreal sobre el estado de un espacio de lucha en total decaimiento.
En abril del 2002, apoyándose en un largo comunicado del módulo FIES de Valdemoro que salió varios meses antes, y con la propuesta de crear Círculos de amigos y familiares de los presos en lucha, se organiza un encuentro en Cataluña que prácticamente no tendrá continuidad. Como ocurre a menudo, es el interior el que tendrá la última palabra y una última revuelta vendrá a marcar esta lucha colectiva. A partir del 28 de mayo, los presos del módulo uno de la cárcel de Quatre Camins ocupan el patio planteando doce puntos reivindicativos. El 29, el comité de huelga se reúne con el Director y el Subdirector. Tras la ruptura de las negociaciones, los presos demandan la presencia del conseller de justicia que no aparecerá. La dirección de la cárcel y la DGIP autorizan la intervención de los Mossos d’Escuadra… Como respuesta, los presos se amotinan y otros módulos se unen a ellos. En la represión del motín intervienen carceleros de otras prisiones cercanas. Muchos presos son heridos, algunos de gravedad (otros serán posteriormente torturados). El día 30, treinta presos de los módulos 2 y 3 se niegan a ir a los talleres, la policía antidisturbios de retén dentro de la cárcel interviene. Seis presos consiguen subirse al tejado, serán enviados a la cárcel Modelo. Los responsables de justicia e interior de la Generalitat llegan a culpar del motín a determinados abogados y a los “grupos antisistema” o “grupos anarquistas contra el FIES”. En la calle la respuesta es insignificante por no decir nula. Unas quince personas se concentran frente a la DGIP en Madrid y en Barcelona se realiza una manifestación a la que solo acuden unas treinta personas.
Este corto resumen cronológico de la autoorganización en el interior de los módulos FIES tendría poco sentido sin crítica. A pesar de que han salido pocos testimonios del interior volviendo sobre el tema, y esto por razones evidentes (dificultad de tener una visión un poco más amplia cuando se está sepultado vivo bajo el peso de la represión, ya que muchos tienen que cumplir largas condenas, algunos han muerto, algunos de los que han salido no han querido volver a hablar sobre los motivos de este doloroso fracaso…), podemos al menos aludir aquí a unos cuantos límites e ilusiones ligados a la actividad de los compañeros en la calle, pero también al tema de la represión que inevitablemente viene a golpear a nuestras puertas cuando se desarrollan vínculos reales de solidaridad e intentos de coordinación práctica desde ambos lados del muro.
Los falsos amigos
Desde el comienzo de la lucha, algunos de los anarquistas y rebeldes encarcelados que lanzaron las primeras llamadas insistieron en la colaboración con grupos reformistas y legalistas3 que disponían de las infraestructuras, los abogados y los recursos que les faltaban a los anarquistas y que constituían también un punto de referencia para las familias de los presos. Parecían haber omitido que este tipo de grupos siempre ha reforzado la dominación mediante pequeñas mejoras, a menudo ilusorias, que la hacía más soportable o simplemente reforzaban las ilusiones democráticas. Sin embargo hubiera bastado con una ojeada a la última reforma penitenciaria para evidenciar que lo que pretendían estas mejoras era romper la solidaridad entre los presos y que no habían hecho más que acompañar la represión más brutal. La perspectiva de humanizar las cárceles es además totalmente antagónica a la de su destrucción. Sin embargo, empujados por las condiciones dramáticas que sufrían, estos compañeros presos, dejando de lado aquello que son profundamente, lo intentaron todo para poner fin a su tortura.
Algunas individualidades anarquistas, a pesar de su desconfianza hacia estos grupos, intentarán llevar a cabo movilizaciones conjuntas, intentos fallidos al ser boicoteados por algunos de estos grupos. Por otro lado, a lo largo de la lucha, demostraron su papel recuperador (reapropiándose de la movilización de marzo), pacificador (por la propuesta de Julián Ríos4 enviada a los presos sobre la estrategia de la no-violencia), silenciador (una de las Madres Contra la Droga de Madrid llegó a ocultar la huelga de hambre indefinida) e incluso acusador (señalando con el dedo tanto a los presos más combativos como a los anarquistas y haciendo la distinción entre buenos y malos), llegando a desaconsejar a muchos presos participar en la lucha.
Durante una concentración delante de la DGIP, grupos de la Coordinadora de Solidaridad con las Personas Presas se proclamaron organizadores del ayuno de marzo ante los medios, lo que, a parte del hecho de que la iniciativa venía claramente de los rebeldes sociales y de los anarquistas presos, era todavía más grave ya que una de las ideas principales del espacio creado era la autogestión, sin mediadores, sin siglas, sin protagonismos…
Después del verano, Julián Ríos y su grupo (algunos pertenecientes a grupos de apoyo, abogados, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, sacerdotes…) mostraron su verdadero rostro, por si todavía no había quedado claro, enviando a la mayoría de los presos en primer grado y a los que se encontraban en los módulos FIES una propuesta de estrategia de lucha no violenta, basada en el autocontrol, para crear las condiciones para la progresión de grado y otras mejoras a nivel individual con apoyo y seguimiento desde el exterior “a través de programas concretos”. Los compañeros presos se dieron cuenta inmediatamente de que eso no tenía nada que ver con la abolición del FIES, que ante todo se trataba de una estrategia de pacificación. Y no es casual que esta “estrategia” llegara justo en un momento en el que el espacio de lucha colectiva estaba en pleno desarrollo, como un intento de frenar y de dividir. Es bien sabido que a esos grupos no les gustaba nada el cariz que estaba tomando la lucha saliéndose de sus marcos legalistas e integradores. Habían mostrado su verdadera función y a partir de ese momento cualquier vínculo de posible colaboración con dichos grupos estaba roto.
El movimiento anarquista y antiautoritario
El fin de los años 90 es un periodo durante el cual el movimiento anarquista y antiautoritario conoció numerosas evoluciones y rupturas. El movimiento libertario formal que se estructuraba alrededor de la CNT, los Ateneos Libertarios, o las Juventudes Libertarias (entonces apunto de autodisolverse) estaba para el arrastre. Se elevaban voces críticas hasta en su propio seno, tanto con respecto a los posicionamientos “oficiales” de la CNT (entre otras cosas con respecto a los compañeros italianos detenidos después del atraco de Córdoba) o respecto a cuestiones de funcionamiento, como planteando una crítica más general del sindicalismo y de las organizaciones de síntesis. Por su parte, el movimiento autónomo o antiautoritario que se articulaba en torno a okupas y centros sociales y a diferentes colectivos de barrio (la mayoría de ellos “antifascistas”) empezaba a debilitarse. La amplia campaña que se había generado en torno a la insumisión llega a su fin con la supresión del servicio militar obligatorio. La penalización de la okupación y en general la especulación inmobiliaria galopante hace que los Centros Sociales sean cada vez más efímeros. Para evitar una “criminalización” y una “marginalización”, algunos entablan negociaciones con partidos políticos derivando lógicamente hacia el reformismo, mientras que otra parte del movimiento se radicaliza.
En esta época se comienza a hablar de organización informal, de grupos de afinidad y de lucha insurreccional. Sopla un viento fresco que barre los restos putrefactos de las viejas organizaciones. La lucha contra el FIES será el terreno donde esas concepciones del anarquismo, nuevas en la península, se confronten con la realidad de una lucha, mostrando los límites que presentan todos los esquemas organizacionales una vez trasladados y aplicados de forma ideológica. Frente a una situación nueva, se trata siempre de experimentar, de sacar de las experiencias pasadas lo que nos pueda servir para hoy, sin encerrarse otra vez en modelos de organización preconcebidos, aunque sean informales.
Es en este contexto que llegan los comunicados de los presos buscando abrir un espacio de lucha informal. La propuesta es recibida con mucho interés tanto por la parte del movimiento, que entonces ya evoluciona al margen de las organizaciones libertarias, como por algunas individualidades todavía vinculadas a ellas. Se llevan a cabo asambleas, intercambios entre ciudades, se crean publicaciones para difundir información, algunas de ellas (A GOLPES, AAPPEL,…) tomando la cuestionable elección de publicar sistemáticamente todas las cartas de presos. Con el paso del tiempo estas herramientas de debate y de análisis, este espacio donde lanzar propuestas degenerará y la información se volverá cada vez más un fin en sí misma.
Una parte del movimiento se sitúa entonces en una posición de apoyo a “la lucha de los presos” incluso cuando en el mejor de los casos expresan activamente su solidaridad con ellos. Sin embargo, a lo largo de toda la lucha, algunos intentarán desarollar una proyectualidad propia contra la cárcel y no sólo en apoyo a la lucha de los presos. Además del enorme trabajo de coordinación y de difusión ligado a la lucha de los presos mismos, la comunicación entre diferentes cárceles reposa casi exclusivamente sobre el exterior, las intervenciones y las acciones de solidaridad se multiplican.
Desde el comienzo de la lucha, los compañeros fuera utilizan un amplio abanico de medios de acción. Desde la difusión de octavillas y la pegada de carteles, hasta las pintadas y los destrozos, pasando por diversos sabotajes, ataques incendiarios nocturnos y diurnos y los artefactos caseros. Además de los numerosos bancos quemados, los objetivos fueron variados, se saca un buen provecho de varias listas de empresas ligadas a la gestión de las prisiones, se realizan saqueos en los supermercados que explotan a presos para fabricar sus artículos, se colocan bombas en academias de formación de carceleros, se realizan ataques contra la justicia, los sindicatos de carceleros, los medios de comunicación, etc. Se busca redefinir al enemigo, mostrando sus ramificaciones y dejando al desnudo sus puntos débiles. Aunque muchos ataques sólo fueron reivindicados mediante pintadas dejadas en el lugar o por unas líneas enviadas a alguna que otra publicación anarquista de las que pululaban por la época (lo que sobre todo servía para saber en qué punto se encontraba el movimiento), algunos tomaron la muy controvertida elección de recurrir a la prensa para hacer públicas sus acciones.
Los paquetes bomba
A principios de abril del 2000, fue interceptado un paquete bomba dirigido a Zuloaga, periodista de La Razón, quien el seis de marzo, había escrito un artículo buscando calumniar la lucha de los presos relacionándola con la estrategia de los militantes de ETA. Ese paquete fue atribuido en un principio a ETA siendo luego, al cabo de unos días, reivindicado por un comunicado firmado “los anarquistas”. Este será el primero de una larga serie de envíos de ese tipo (en total 12 en un año).
Resaltemos ante todo los problemas éticos relativos al método empleado, al hecho de confiar en los avatares del transporte por correo para atacar a un perro guardián del poder, es decir, delegar en un explotado – con todos los riesgos que conlleva para su persona pero sobre todo sin tener en cuenta su voluntad propia – el porte de un artefacto a domicilio y las contradicciones entre los fines y los medios que se derivan de ello. Pero también plantea el problema de atacar a las secretarias y a los empleados, a los esclavos de los poderosos de este mundo. Nos podemos preguntar aquí si es lo que se entiende por “golpear al poder en sus hombres y sus estructuras”.
En julio, el mismo paquete vuelve a ser reivindicado junto con otros ataques en España e Italia, todos reunidos bajo el nombre “Solidaridad Internacional”. El comunicado precisa que no se trata de ninguna vanguardia armada, que en base a unos principios, cualquiera puede utilizar el mismo nombre. Pero en el fondo esto no es más que una declaración de intenciones en tanto que la reivindicación y la firma tienden precisamente a diferenciar un gesto de revuelta de los demás, haciéndolo emerger del pantano de la conflictividad social difusa para situarlo en una lógica que en sí es política.
Recalquemos de paso que si bien el paquete enviado a Zuloaga tenía intención de herir, también demostró la ineficacia del método empleado, visto que era casi imposible que uno de estos paquetes llegara a su destinatario. Los paquetes siguientes – algunos ni siguiera contenían carga explosiva – cayeron en la repetición absurda y en la búsqueda de un efecto meramente espectacular. Estos “ataques” sólo existían por el jaleo mediático que provocaban, y sin embargo ocupaban en el imaginario de algunos el puesto más alto en la escala de la radicalidad. Ese modo muy específico tuvo al menos dos efectos nocivos ya que por una parte eclipsaba toda la variedad de ataques y de acciones directas presentes y por otra, ofrecía a los verdugos la posibilidad de pasar por víctimas. Además de entrar en la lógica del contrapoder, los paquetes lanzaban una amenaza irreal, y eso los poderosos lo sabían bien. El Estado, sin embargo, sabía el potencial revolucionario que – aunque en estado embrionario – albergaba dicho espacio de lucha. La represión que siguió y las medidas que pretendían frenar su expansión fueron principalmente de orden preventivo.
“Montajes” y represión
En el marco de la preparación de la huelga de hambre que comenzaría el uno de diciembre, el 8 de noviembre la brigada de información detiene y registra los domicilios de dos jóvenes anarquistas de Madrid. Son acusados del envío de paquetes bomba en solidaridad con la lucha de los presos y se les aplica la ley antiterrorista. E.M. será puesta en libertad con cargos y E.G., en cuya casa supuestamente descubren 40 gramos de pólvora, será puesto en “libertada bajo fianza” después de un día en prisión, una semana más tarde lo vuelven a meter en prisión por la presión mediática. La policía no localiza al otro compañero imputado, pero registran el domicilio de sus padres. También imputan a tres presos FIES. Todos participaban activamente en el espacio de lucha. Estas detenciones se realizan el mismo día de la detención de un supuesto comando de ETA y de la “cúpula política del PCE(r)”, lo que por supuesto ayuda a legitimar las detenciones frente a los ciudadanos bien pensantes. Los medios de comunicación mezclan también explícitamente las cosas hablando de vínculos entre los inculpados y grupos autoritarios como ETA y su entorno. Junto con la policía, inventaron un complot internacional anarquista donde el cerebro y organizador de una “célula anarquista” jerarquizada seria el preso anarquista Claudio Lavazza junto con otros dos presos FIES, afirmando “que dirigían todos los movimientos de los jóvenes”. En su imaginario fantasmagórico “E.M. era la encargada de mantener los contactos con los presos FIES responsables de esta organización. E.G. era el encargado de elaborar los paquetes con los explosivos. El hasta ahora huido recibía, a través de una carta, las instrucciones de los presos (…) sobre las personas a las que debía enviar los paquetes. Además era el encargado de elaborar los escritos que iban dentro de los paquetes (…)”. (Periódico EL MUNDO 10-11-00). En enero del 2004, E.G. será finalmente condenado a cuatro años de cárcel por tenencia de material explosivo, los casos de los otros inculpados fueron archivados, desmontando así la trama de “organización armada”.
Lo más grave fue sin embargo la reacción de pánico por parte del “movimiento antiautoritario” (sobre todo en Madrid), al día siguiente a las detenciones unas 100 personas asisten a una reunión (de la que surgirá la asamblea de amigos y compañeros de Eduardo), en la que se empieza a hablar de realizar una rueda de prensa proclamando la inocencia de los compañeros detenidos, sus posteriores campañas y defensa irán en ese sentido. La Cruz Negra Anarquista de Madrid, a la que pertenecía Eduardo, no tardará en enviar un comunicado a los medios de comunicación, desvinculándose de cualquier acción violenta: la CNA se desvincula rotundamente de los actos de los que es acusado el compañero (…) la organización CNA no se siente identificada con este tipo de acciones individuales (…) que quede claro que no utilizamos métodos de fuerza o violencia organizada5. Por su parte, la CNT sacó una circular llamando a la expulsión de los diferentes grupos de la CNA de sus locales, algo que fue rechazado en bastantes ciudades, una de ellas Madrid, donde los grupos estaban más o menos compuestos por las mismas personas. Así, parte del “movimiento formal” creaba una barrera a su alrededor, señalando indirectamente (apenas intentando esconder el dedo) a los que se quedaban en el otro lado.
La falta de capacidad para afrontar la represión se hacía evidente y todas las carencias y debilidades del movimiento en la calle se manifestaban de una forma bastante dramática. La represión hacía tiempo que enseñaba los dientes y los compañeros que la habían visto venir no supieron dotarse de lo medios necesarios ni de las herramientas indispensables para reducir sus efectos en la medida de lo posible y continuar la lucha. A pecho descubierto se encajaron los golpes. En una posición de debilidad, incapaces de defenderse, era más difícil aún para los compañeros guardar la ofensiva.
En febrero del 2001, durante una conferencia de la Europol en Madrid; España, Italia, Grecia y Portugal proponen la creación de un fichero especial de lo que denominan “terrorismo anarquista internacional”.
El 3 de octubre del 2001, agentes de la brigada de información detienen a dos compañeros en Madrid y a un tercero en Oviedo acusados de pertenecer a una “célula anarquista” responsable de cuatro ataques con artefactos explosivos durante el verano en Madrid. Una vez más se habla de las conexiones Italia-España-Grecia, inventándose el nombre de “triángulo anarquista del mediterráneo”, y de los vínculos con “los presos FIES”, con los que algunos mantenían contactos. La investigación también menciona las aportaciones españolas al encuentro de la IAI (Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista) en Italia en diciembre del 2000, en el que se habló de “la lucha contra el FIES”. Todas las pruebas se basan en relaciones y en la participación en diferentes publicaciones anticapitalistas. El 7 de octubre, ingresan en prisión y son liberados una semana más tarde, habiendo caído las acusaciones por falta de pruebas.
Unas semanas antes, habían sido registrados en diferentes ciudades de Italia locales, okupas y viviendas de compañeros. La DIGOS6, que sobre todo había recogido papel y material informático, prestó mayor atención al material proveniente de España y de Grecia y a todo lo que hacía referencia a la lucha contra la cárcel. La excusa era la investigación sobre las acciones firmadas “Solidaridad Internacional”.
Unos meses más tarde, se difunde una nota de la Jefatura Superior de Policía, indicando que “los anarcoterroristas planean una campaña de atentados” contra los sindicatos vinculados a funciones represivas y asegurando que detrás de estas acciones se encuentran “viejos conocidos” de la policía vinculados al grupo de “Los anarquistas” cuyos principales “líderes” se encuentran en prisión.
A modo de conclusión (algunas pistas para un debate que nunca tuvo lugar)
Desde entonces los “montajes” llegaron a formar parte del paisaje represivo español. En unas cuantas operaciones represivas más, se volvió a hablar de los paquetes bombas y de las famosas conexiones internacionales, sobre todo con Italia. Sin embargo ninguno ha tenido el mismo efecto desmovilizador que tuvo este primer montaje. Quizás simplemente porque había hecho ya buena parte del trabajo sucio, sin hablar de toda la energía que canalizó a través del reflejo antirepresivo indignado, energía que por otro lado igual no hubiese sido invertida en la lucha contra el FIES. La campaña por la liberación de Eduardo, inocentista y victimista a más no poder, llevaba un discurso sobre la acción directa y sobre la violencia revolucionaria que delimitaba claramente los campos entre buenos y malos, con todas las consecuencias que eso conllevaba.
Cogidos entre dos fuegos, el margen de maniobra del que disponían los compañeros en el exterior se fue reduciendo a gran velocidad. La red de comunicación que se estableció durante el periodo 1999- 2000, y que constituyó la columna vertebral del espacio de lucha informal, fue objeto de represión mediante detenciones, vigilancia, presiones diversas y sumarios judiciales conocidos o no. Pero más que el clima de tensión que todo eso creó, es sobre todo el desgaste y la ausencia de perspectivas lo que hizo declinar el espacio de lucha abierto.
Desde el comienzo de la lucha, los compañeros tuvieron que realizar grandes esfuerzos para desarrollar una proyectualidad propia, que superase en la práctica la solidaridad con la lucha de los presos. Esto fue debido, al menos en parte, a una mitificación del “preso”, considerado abstractamente como el arquetipo del rebelde consciente. Llevados por el deseo loco de ver nuestras ideas en todas las cabezas, algunos creyeron que las prisiones estaban llenas de rebeldes cuando en la realidad están simplemente llenas de presos. Habían olvidado que su condición de presos no era más que una imposición del Estado en respuesta a unos hechos o a una condición social que no eran en sí sinónimo de revuelta. Con la idealización de los presos, era la obsesión marxista del sujeto revolucionario la que se colaba por la ventana, todas las esperanzas eran trasladadas inconscientemente de una categoría social (en otro tiempo el proletariado) a otra. La exterioridad de hecho en la que esta idealización confinaba a los compañeros, hacía que fuese más difícil aún superar el marco de las reivindicaciones específicas avanzadas por los presos para desembocar en una lucha contra la cárcel y la sociedad que produce y que la produce. Sin embargo esto hubiera permitido a cada uno encontrar su sitio en esta lucha y dinamitar las jerarquías que nacían en el seno del espacio de una lucha presa de los personalismos, los rumores y las diferencias personales que obstaculizan la lucha común.
Después del impasse de las relaciones con los grupos reformistas, hubo un intento de crear “círculos de amigos y familiares de los presos en lucha” pero no tuvo continuidad. Probablemente en parte porque no quedaba claro cómo articular una herramienta de ese tipo en el seno de una proyectualidad contra la prisión. Los compañeros se habían enfrentado con muchas dificultades a la hora de entablar vínculos combativos con personas supuestamente más “sensibles” a la cárcel. Era en ese sentido en el que se planteaba la importante cuestión de cómo extender socialmente la lucha que aquí se planteaba.
Se dio un peso enorme a la correspondencia con los presos, que si bien era indispensable para la coordinación y para la existencia misma del espacio de lucha colectiva, por otro lado parecía desproporcionado en vista a la escasa comunicación y debate reales. También es bastante penoso el balance de las relaciones con los presos, si vemos los pocos vínculos de complicidad que se llegaron a desarrollar, y eso a pesar del gran número de cartas que salían de los talegos firmadas con un “viva la anarquía”. De hecho si uno de los frutos de esta lucha fue una toma de conciencia real de algunos presos, también hubo presos que se aprendieron unos eslóganes y algo de retórica anarquizante para asegurarse apoyo, dinero, novietas, etc.
Para terminar, a pesar de que esos años llenos de errores y de golpes duros mal encajados le hayan dejado un sabor amargo a más de un compañero, hay que reconocer el mérito a la lucha contra el FIES por el hecho de que fue la primera experiencia concreta de un movimiento anarquista liberado del yugo del anarcosindicalismo. Si pecó por falta de madurez, al menos se había quitado de encima las ilusiones y los esquemas clásicos más rancios de la organización formal. Si en alguna ocasión dio muestras de más generosidad que de lucidez, y mostró claramente sus límites y debilidades, no hay que despreciar las ideas de autoorganización y de informalidad que dieron forma al espacio de lucha, ni los valores de apoyo mutuo y de solidaridad que este llevaba. No es haciéndonos los viejos sabios, diciendo que entonces éramos jóvenes y tontos, haciendo pasar este intento frustrado por un error de juventud que lo podremos superar. El camino se hace andando, tropezándose y volviéndose a levantar.
Desde ambos lados de los pirineos
Notas
1 Asociación de Presos en Régimen Especial.
2 Fichero de Internos en Especial Seguimiento, según el tipo de delito y el comportamiento en prisión se le atribuyen a los presos clasificaciones y regimenes especiales.
3 Distintos grupos asistencialistas, que abogaban por la reforma de las prisiones. Hacía años que denunciaban el régimen FIES. Muchos de ellos habían surgido de los movimientos de barrio de los años 80-90.
4 Profesor y abogado, especialista en derecho penitenciario, cercano a la coordinadora de apoyo a presos.
5 Extraído del “Comunicado de la organización Cruz Negra Anarquista – Grupo Madrid a los medios de comunicación” del 16 de noviembre del 2000.
6 Policía política italiana.
Extraído de A Corps Perdu, Revista anarquista internacional, nº 2. Distribución en castellano: http://zapateneo.net.