Las palabras, los derechos y la policía

El derecho a la libertad de expresión es una mentira. Primero, porque es un derecho y como tal no hace mas que reforzar el poder de quien detenta la autoridad de concederlo o, lo que es lo mismo, de reconocerlo. Segundo, porque se establece cuando la posibilidad de hablar, de decir algo a alguien que sea capaz de entenderlo ya no existe. Llega después, es decir, cuando la condición de la que pretende ser garantía ha sido ya suprimida. En tercer lugar, porque esta separado de la posibilidad practica de actuar, lo que convierte en una abstracción al servicio de las otras abstracciones. Las ideas, privadas de oxigeno que solo el espacio de las relaciones y la confrontación, y por tanto de la comunicación y la experimentación le aseguran, se quedan jadeando impotentes en las orillas de las opiniones que opinan de todo y nada cambian. Es sobre este ultimo aspecto sobre el que hare algunas consideraciones.

El poder democrático, haciendo de las palabras algo tolerable (salvo algunas convenientes excepciones, claro esta), ha creado una zona franca donde ocultar su responsabilidad, transformándolas, precisamente, en opiniones. Un político, por ejemplo +que hace? Habla. Claro, explota, oprime, asesina. Pero no es el quien aprieta los grilletes, no es el quien te obliga a necesitar dinero para sobrevivir, no es el quien te tira del andamio, ni tampoco es el quien da dos vueltas a la llave que encierra tus acciones de rebelión. Cuando aparece, solo razona, discute, responde a las preguntas, sonríe a las críticas. Añade, refuta, rectifica. Se diría casi que hablando mejor que el (lo cual no es muy difícil), razonando mas correctamente (lo que es menos difícil aun), echando abajo sus argumentos de defensa, se podría hacer vencer nuestra idea de libertad. ¿y el periodista?, ¿se puede acaso disparar a alguien por tener ideas distintas a las nuestras?. Un momento. Defiende un acto de guerra, aplaude una acción de los carabineros que mandara a su casa a una docena de mangreibles, invita al juez a aplicar la pena máxima, convence a nuestro amigo el político (si es ue hace falta convencerlo) de que 35 años de trabajo no son para tanto, nos explica, tras de un desastre ecológico, que la razón es que faltan leyes, ataca a un industrial corrupto para ocultar el hecho de que todos lo son, nos hace preocuparnos por un producto alimentario adulterado (sin decir cual no lo está) para esconder las razones de una revuelta en china, o en palestina, o en una cárcel italiana. En suma, juega con los adjetivos en la piel de otros. ¿Y que?, no se querrá atribuir la responsabilidad de todo lo que pasa en el mundo a un fabricante de silabas. Hay que tomarla con quien la hace, no con quien habla. Bien. Pero, ¿quien hace? No se sabe, no se ve, y cuando comparece alguien, es el último mono. Ahora es más cierto que nunca, como han dicho siempre los revolucionarios, que son las condiciones sociales la causa de la opresión. Perfecto. Pero algo no encaja cuando son los propios amos quienes lo dicen, escondiendo así su responsabilidad en la irresponsabilidad generalizada. Por lo tanto con la coartada de la libertad, todo el mundo está obligado a actuar sin preocuparse de las consecuencias (¿quien puede preverlas o simplemente reconocerlas en un mundo tan complejo?) de sus acciones. Y estas consecuencias, cada año, producen gran abundancia de nuevas causas.
Si quien domina es la burocracia y la administración -el poder de nadie-, si un esclavo ya no puede ver quien le subyuga, la tiranía se acerca a la perfección. Incluso una de las mejores armas de defensa, tratar a los canallas que hablan como canallas que “actúan”, parece estar bastante desafilada. Derecho a la libertad de expresión. Pero ¿quien puede sostener que “actuar” conlleva siempre mas responsabilidad que, por ejemplo, escribir? ¿porque condenar a quien, obcecado por sus propios fantasmas, mata de repente a una prostituta o a un transexual y absolver a quien en la calma y enclaustramiento de su biblioteca busca en la historia cualquier razón para justificar de palabra una acción militar contra una presunta categoría de enemigos de la patria y de la democracia?, ¿porque desear el uso de la fuerza contra quien apalea inmigrantes y solos “denunciar energéticamente a quien provee de “palabra” los motivos culturales, sociales o económicos?
¿Era distinto pues Eluard de los asesinos estalinistas a los que tanto elogiaba en sus poemas? ¿Y el explotado que habla como un racista porque tiene miedo de perder, además del trabajo, la seguridad de su explotación? ¿Y el explotado que, desde el poder que le otorga el dar y el quitar esa seguridad, habla de antiracismo? ¿ Y el que escribe para el que habla (los que redactan, por ejemplo, los discursos de los personajes del Estado) y por eso están doblemente a salvo? ¿y que habla después de haber actuado?
Personalmente reconozco a cualquier el “derecho” a sostener la tiranía de la palabra, tanto como reconozco el “derecho” a tiranizar.
A los periodistas, defensores del terrorismo de Estado les coloco en el mismo plano que a los fascistas muertos. Gajes del oficio. Si uno dice o escribe canalladas es un canalla, tanto más grande cuanto mayores son los medios culturales de que dispone para comprender lo canallesco que es su tributo al amo. No hago concesiones a lo que dice un explotado. No cambio de posición frente a un explotador, diga lo que diga.

¿Y los anarquistas? Aquí empiezan los dolores. Un representante de un partido de izquierda, por poner un ejemplo, viene invitado a un acto anarquista. ¿porque se le invita?, solo eso merecería una discusion. Sea como fuere ahí esta, toma el micrófono y habla. Alguien no esta de acuerdo y no le deja hablar, sencillo, este alguien es un fascista, le faltan argumentos, no acepta el contraste de ideas. La libertad de expresión es sagrada para los anarquistas. Un momento, ese alguien soy yo. Los argumentos no me faltan (se necesitan pocos), pero eso da igual. Si el representante político hiciera un meeting sobre la inmensa belleza de la anarquía, no cambiaría nada. Como tampoco cambiaria nada si participase en la organización del acto sin hablar. La cuestión no es lo que dice en el momento, sino lo que hace con las palabras y dice con los hechos. El es la cuestión. Yo soy del parecer de que no deberíamos de tolerar en nuestros actos a quien el poder tolera felizmente. En una confrontación con el prefiero, antes que el dialogo la práctica del merecido insulto. Y si viniese a hablar Prodi, o incluso Agnelli y alguien le saltase encima, ¿querría eso decir que el Capital tiene más argumentos que la subversión?, ¿también ese alguien seria un fascista, porque no ha esperado a que acabasen de hablar para saltar sobre ellos?. La exageración habitual, cualquiera sabe que los canallas son ellos. Por lo tanto la “libertad de expresión” no es igual para todos (fascistas incluidos), sino para aquellos cuyas responsabilidades son aceptables (un Parlato, por ejemplo [N1]). De hecho, muchas veces el representante político ni siquiera es atacado de palabra (con los argumentos). Al contrario, se hacen conferencias con el, se le pide que escriba el prefacio de algún libro, se marcha con el en las manifestaciones. En frente, la policía (de pocas palabras, estos), que nuestro amigo de izquierda defiende en las columnas de su periódico o desde alguna aula de la república. Ahora si, en esta foto de familia me parece reconocerla mejor. Esta justo en el centro, la libertad de expresión.

Texto publicado en el periódico anarquista Canenero, pero fue tomado del libro, El desorden de la libertad, edit. Intemperie, Estado Español.

N1: Valentino Parlato, fundador del periódico izquierdista Il manifesto, caracterizado por su empeño en mistificar y censurar las ideas del movimiento subversivo.