Secuestrados.( Testimonios desde la Kasa de la Muntanya.)

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Hablamos con algunas de las personas que vivieron, desde dentro, el asalto a la Kasa de la Muntanya. Nos relatan la experiencia de despertarse a punta de escopeta y que fueron secuestrados por los antidisturbios en el propio domicilio mientras unos agentes removían y se lo llevaban  todo

Hablamos con algunas de las personas que vivieron, desde dentro, el asalto a la Kasa de la Muntanya. Nos relatan la experiencia de despertarse a punta de escopeta y que fueron secuestrados por los antidisturbios en el propio domicilio mientras unos agentes removían y se lo llevaban  todo
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 Primer testigo

“En casa, tenemos instalado un timbre de emergencia. Me desperté cuando sonó. Eran las cinco de la mañana. Me puse unos pantalones, abrí la puerta de mi habitación. En la cocina, me encontré de cara a un agente antidisturbios que me apuntaba con la escopeta, gritó que me tendiera en el suelo. Los policías sacaron a la gente de las habitaciones que dan el mismo espacio, donde nos concentraron a cinco personas. A mí me tuvieron de cara al suelo media hora. Esta posición me causaba dolor, porque sufro de lumbalgia, e insistía para que me dejaran poner derecho. Finalmente me lo permitieron, y acto seguido me llevaron a un espacio contiguo, con dos mossos, que pedirme que me identificara. Les dige que no lo haría hasta que me dijeran qué hacían ellos, en mi casa, y me enseñaran la orden judicial. Se negaron.

Vino un cabo, que me preguntó si es usted consciente de que somos los Mossos yo contesté que sí, que sabía quiénes eran. Nos tenían retenidos: a mí, solo, y a las otras cuatro personas, al lado, en sillas. Para ir al baño, nos hacían bajar las escaleras con un mosso delante y otro detrás, y teníamos que hacer nuestras necesidades con la puerta abierta, con la humillación que ello supone. Estuvimos retenidos allí desde las cinco hasta las doce y media.

Aproximadamente una hora después de empezar todo, llega la secretaria judicial. Sentí que la mujer le decía a los mossos que no nos podían tener en esas condiciones, ya que no estábamos detenidos. Cuando entró en nuestro espacio, le preguntamos cuál era nuestra situación. Nos respondió que no estábamos ni detenidos ni retenidos  sólo éramos testigos de un registro. Nos dijo que si queríamos, podríamos ir a trabajar. Entonces aprovechamos para preguntarle todo lo que los mossos no nos respondían: Que nos podemos vestir? Que podemos comer? Beber agua? Fumar un cigarrillo?

Escuché como la secretaria discutía con el cabo en la galería. Ella decía que no, eso no puede ser y el mosso le respondía que no lo desautorizara ante sus tropas. El policía le pedía algo, y ella respondía negativamente: eso no lo puedo autorizar, porque no es legal.

Llegó la brigada científica. Iban de paisano, con un chaleco reflectante y el rostro cubierto con una gorra y una braga. Registraban habitación por habitación, con la presencia de dos compañeros de la casa que habían tomado como testigos de los registros. A partir de este momento, el ambiente estuvo un poco más relajado, y nos pudimos mover por una zona que ya habían registrado. Alguien había dejado la radio encendida durante la noche y se escuchaban las noticias; así supimos que estaba pasando.

A las cinco y media marcharon los agentes de la científica, y veinte minutos más tarde la secretaria judicial dio oficialmente por terminada la operación. Aún así, los antidisturbios se quedaron en el patio de casa, charlando animadamente. Se hacían Self y se retrataban entre ellos, grababan vídeos con los teléfonos personales. Les dijimos que se fueran de nuestro domicilio, que les podíamos denunciar, y al cabo de un rato lo hicieron.

A continuación, nos reunimos para trabajar los pasos más inmediatos. Mientras unos bajaban a la manifestación, comenzamos a redactar el comunicado y hablamos con el abogado para valorar los hechos. Aún no hemos podido juntarnos todas para poner en común las experiencias vividas desde los diversos grupos en que nos habían separado para aislarnos. Aquí sólo hablo en primera persona.

Cabe destacar que los policías conocían perfectamente la casa, algunos llevaban planos, a mí ya otro compañero, un agente nos llamó por el nombre de pila. Venían con mucha información. Accedieron a la casa por varios puntos a la vez. Lo primero que hicieron fue desmontar el wi-fi y requisaron todos los teléfonos y ordenadores, para que no nos pudiéramos comunicar. En cuanto a la puerta de entrada, creo que, tras intentar reventar con un ariete, finalmente la tiraron al suelo arrollando con la furgoneta. Para hacerla llegar a la acera de enfrente de la casa cortaron un árbol con una sierra radial, lo que no era necesario: vehículos más grandes que los furgones de la BRIMO acceden a menudo en la explanada sin problema. Pero eso ya da una idea de la actitud con la que iban.

A mí no me agredieron, sin embargo, a un compañero, que tenían tumbado en el suelo con las manos en la nuca, le dijeron que les entregara el móvil: cuando se negó, le dieron una bofetada. Otro chico, al ver que le tiraban por tierra todos los objetos de la habitación, abucheó a los policías: que está haciendo?. Y lo inmovilizaron con el codo contra el sofá. Parece, sin embargo, que tenían órdenes de no golpearnos.

Las requisas fueron totalmente absurdas. Me robaron un libro del poeta Roque Dalton y una monografía sobre marxismo ,bien, si los quieren leer, aún aprenderán algo, cartas y muchas libretas y blocs de notas, en el que hace años que escribía textos, reflexiones, las letras del nuevo disco que preparo … no sabemos qué han apuntado en el atestado y qué no, ya que no nos han dejado ver ninguna copia. Todavía no hemos podido terminar de hacer el inventario de todo lo que se han llevado “.

 Segundo testigo

“Sonó la alarma. Abrí los porticones de la ventana de la habitación y vi que abajo había setenta u ochenta policías, los cuales nos apuntaban con escopetas que llevaban miras ópticas y linternas. Los haces de luz se movían por todas partes. Salí corriendo hacia abajo, descalzo y desnudo, para cerrar la puerta de entrada. Se oían golpes muy fuertes. Cuando ya casi estaba en la puerta principal, un gran impacto destrozó una parte, una plancha de madera de cuatro metros salió volando hacia mí, casi me mata. Intenté cerrar, pero no había nada que hacer, terminaron de reventar el portal y entró un mosso con un escudo y una escopeta.

Corrí hacia mi piso, donde dormían mis dos hijas, de 5 y 6 años, con el fin de protegerlas. Los policías llegaron en dos minutos. Rompieron la puerta de la vivienda de una patada, entraron dos o tres encapuchados, apuntando con los subfusiles de balas de goma. Les dige que estaba con dos menores; entonces llegó un cabo y ordenó que nos retuvieran: niñas, estiradas en la cama, bajo la manta, y a mí sentado al lado. Estuvimos así media hora o tres cuartos, hasta que nos dejaron vestir. Preguntaba a los mossos que pasaba, pero no contestaban. Una agente me dijo que estaban desalojando la casa. Me tomaron el móvil. Vi cómo destrozaban el router de la habitación de al lado a golpes de palanca.

Cerca de las ocho, apareció la secretaria judicial, que dijo de que se trataba de un registro. Pude hablar con los dos compañeros que habían tomado como testigos del registro de mi habitación. Los agentes se me llevaron libros, periódicos, memorias USB, discos externos, dos ordenadores y una tableta que me habían regalado con un seguro y todavía ni había estrenado. Una hora de registro, tres cajas llenas de trastos. La secretaria judicial llamó a Madrid para pedir refuerzos, que, si no, ‘no acabarían nunca’.

Al cabo de una hora, vino mi compañera y se pudo llevar nuestras hijas. Al principio, las niñas estaban muy nerviosas, temblaban de miedo. Pero, cuando se pudieron vestir y se supo que era un registro, notaron que el ambiente había cambiado y se rebotaron. Yo mismo me sorprendí de su reacción: se encaraban a los policías y les decían tontos, que se fueran, y les gruñían. Finalmente, la funcionaria dio por terminado el registro de nuestros ‘habitáculos’, como decía ella “.

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