Silenciar Una Injusticia Es Cometer Otra [Carta De Juankar Santana Martín]

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Desde dentro:

Hoy nuevamente vuelvo a romper mi silencio para plasmar a este papel mis ideas libertarias personales inspirada por algunas camaradas que a raíz de mis anteriores artículos sobre mi individual visión de C=T- me han hecho reflexionar profundamente sobre el auténtico sentido de la lucha contra este asqueroso sistema institucional destructivo a grandes rasgos; este sistema exterminador de todo ser humano con conciencia libertaria o, sencillamente, con conciencia.

Todas aquellas personas que me conocéis sobradamente sabéis que el pasado 22-1-15 fui trasladada desde este campo de concentración de Dueñas donde permanezco secuestrada al campo de exterminio de Zabaia (Araba) para realizar unas gestiones de índole personales-familiares. Lo que muchas de vosotras desconocéis es el dolor tan enorme que ha sentido mi libertario corazón al ver las severas condiciones de represión y opresión que se están dando por aquellos lares por parte de mercenarios al servicio de una Fascista Institución que tiene la poca y descarada vergüenza de decir a la sociedad que aquí se reeduca y reinserta…

Cuando llegamos a ingresos, me resultó bastante llamativo que se nos dijera que teníamos “derecho” a realizar una llamada de ingresos pero sólo si la misma se efectuaba a un número fijo y si no sería la trabajadora social la que se encargaría de avisar a nuestros familiares o allegados que poseyesen teléfonos móviles de nuestro traslado; algo que para nada concuerda con la letra impresa del Reglamento Penitenciario. Esto me resulta un clarísimo atentado contra la intimadad personal-familiar, pues nadie, absolutamente nadie (por muy trabajadora social que sea), tiene el derecho de decirles a mis seres queridos cosas tan fundamentalmente íntimas como: Te quiero, os echo de menos, nos os preocupéis que estoy bien”. Y si eres extranjero sin familiares residentes en este país, sencillamente no tienes derecho a llamar ni a que te llamen.

”Empezamos con buen pie” me dije interiormente en clave filosófica.

A mi llegada al módulo 3, considerando como el más conflictivo (imaginaros que llevo 29 meses en segundo grado, 14 meses sin sanciones y 8 meses cancelado y aún así me meten en módulos polvorines), me encuentro con que, casualmente, andaba allí un compa al cual le corté la cara en el año 2004 en una reyerta y por lo cual estoy cumpliendo 2 años y 15 días de condena. No penséis que esta situación fue por casualidad, en absoluto, esto lo hicieron únicamente para que se avivase el fuego de viejos conflictos y uno de los dos (preferiblemente habrían deseado que fuese yo), acabase con más años de condena.

También observo que los carceleros mercenarios (a los cuales pagan un sueldo que debe oscilar entre los 1500-1800 euros mensuales), imponen abiertamente una política de terror brutal entre la población reclusa. Se pasan horas y horas en su perrera-búnquer y esto en modo alguno no me parecería mal si no fuese porque les he visto con su botellita de vino encima de la mesa y viendo la televisión a mansalva.

En el susodicho módulo habitan 67 personas privadas de libertad fisica, las cuales solamente disponen de 10 mesas y 25 sillas en la sala para todas, es decir, que prácticamente la mayoría se ven abocados a poner sus nombres tanto a mesas como a las sillas, y tal y como podéis deducir, esto acarrea demasiados conflictos agresivos y violencia verbal. Conflictos y agresiones donde los únicos responsables directos son los carceleros y el órgano directivo, no nos engañemos.

Otra de las cosas que me han impactado seriamente es la maldad, despotismo y chulería barata de los carceleros, tanto del módulo 3 como del módulo 13 (ingresos). En un recuento de la noche escuché a un Jefe de módulo decir a un compa: “Enciende la luz, no me hagas que te lo explique de otra manera, que ya me conoces bien y sabes cómo me las gasto”, literal. Prácticas más propias del generalísimo Franco que de un funcionario de prisiones. Este Jefe de módulo se llama Carlos y, al parecer, esta es la reeducación social que le enseñaron a impartir.

Un día, a mi regreso de la escuela, toqué al interfono que hay en las entradas a los módulos para que me abriesen. Al entrar, un carcelero descerebrado abrió la ventanilla del búnquer y gritándome, me dice: “Ya te he visto, esta es la cuarta vez que tocas al interfono, la próxima vez te lo explico a mi manera”. Según me explicaron luego algunos buenos compas, este descerebrado acostumbra a ponerse los guantes y pegar a los presos por insignificancias, o sea, un torturador en toda regla. Ante esta postura amenazante opté por mirarle directa y desafiadamente a sus avinagrados ojos y sin más contemplaciones le dí la espalda. No penséis que lo hice por falta de educación, ¡no! Que esta parece ser que me sobra o tengo infinitamente más que esta basura humana, si no por uno clara acción provocativa por si osaba calzarse los guantes, llamar a sus 8 hienas compañeras carceleras y darme una sobredosis de palos, puñetazos y patadas, tal y como acostumbra a hacer con otros compas que se escudan en la cobardía personal de no denunciar estos actos de totura.

Euskal Herria es mi tierra adoptiva, una tierra/país al que adoro de corazón y a su gente siempre la he admirado por su cultura e idiosincrasia, tanto que, a pesar de ser canario, me considero Vasco en adopción.

Quizás por ello me resulta extremadamente doloroso que mis hermanas euskaldunes estén permitiendo los abusos sistemáicos de estos carceleros fascistas. Y me resulta aún más llamativo que el señor Juan Antonio, director de Zabaia, esté volviendo la cara ante esta barbarie y encima nos quiera hacer creer que Zabaia es algo así como “El paraíso de los campos de exterminio de Euskadi”.

Pero mi reflexión va aún más lejos, camaradas, y ataco directamente no al sistema destructivo que todas conocemos; mi crítica ataca, sin favores ni hipotecas, a todas aquellas presas que permitís con vuestro silencio cómplice que los carceleros del siglo XXI estén actuando como lo hacían en el siglo XIX y XX, maltratando y torturando a seres indefensos.

Personalmente, desde hace ya demasiados años, he optado por no ser cómplice ni activo ni pasivo de este liberticida sistema que algún día tendrá que rendir cuentas por las atrocidades que cometen impunemente amparadas por sus aférrimas defensores judiciales.

No tengo miedo en absoluto a que uno de estos días, cuatro carceleros psicópatas sin escrúpulos vegan a torturarme y puedan dejarme muerto en una mazmorra. A lo que real y verdaderamente tengo un pánico terrible es a no poder mirar fíjamente a los ojos de mis seres queridos por la vergüenza de haber sido cómplice de torturadores verdugos de lo humano. Allá cada quién con su conciencia.

Aviso para navegantes: “Silenciar una injusticia es cometer otra”.

La Moraleja, 23 de febrero de 2015

Juankar Santana Martín

Silenciar Una Injusticia Es Cometer Otra [Carta De Juankar Santana Martín]