[Este articulo fue publicado en la edición N°286 de la Revista Rojo y Negro de la CGT]
Francesc Sabaté nació el 30 de marzo de 1915 en L’Hospitalet (Barcelona) y murió acribillado a balazos el 5 de enero de 1960 en Sant Celoni. En este año celebramos el centenario del nacimiento de este destacado maquis que junto con Facerías y “Caraquemada” lideraron los grupos antifranquistas del maquis catalán.
A los siete años, su padre le interna en el reformatorio de Barcelona. Allí conoce al “Marianet”, que con el tiempo será secretario general de la CNT durante la Guerra Civil. Quico se escapa del reformatorio y vuelve a L’Hospitalet.
Al proclamarse la Segunda República, Quico se afilia al Sindicato de Oficios Varios de la CNT de L’Hospitalet. Es protagonista, aunque no muy destacado por su corta edad, en la revolución anarcosindicalista de la cuenca del Llobregat. Con su hermano José, el primogénito, y tres más, forman el grupo de acción “Los Noveles”, afecto a la FAI.
El 18 de julio de 1936 se enrola en la columna “Los Aguiluchos”, organizada por Joan García Oliver, y marcha al frente de Aragón. Pero Sabaté y tres amigos, tras un incidente con un comisario comunista huyen y se esconden en Barcelona y encuentran el cobijo del Comité de Defensa de las Juventudes Libertarias. Tras ingresar en la Columna Durruti pasa la frontera francesa el 10 de febrero de 1939 por Puigcerdà y es internado en el campo de concentración para peligrosos de Vernet d´Ariège. En diciembre Sabaté es liberado.
En 1943 se traslada con su mujer y su hija a Perpignan, donde con la ayuda del alcalde y la Organización compra herramientas y alquila el Mas Casenove Loubette, en el término de Coustouges, a menos de un kilómetro de la raya fronteriza con la provincia de Girona. Desde este punto, Sabaté planifica diferentes acciones que lo hicieron famoso.
A comienzos de 1945 será cuando el Quico se convierta en el guerrillero urbano más audaz de la CNT-FAI. Su profundo conocimiento del terreno de los Pirineos catalanes, le permitía la huida hacia su Mas Casenove Loubette, o bien le facilitaba la infiltración en Barcelona.
La primera vez que entró en España después de la guerra, lo hizo para guiar y proteger a una delegación cenetista. Le acompa- ñaban Jaume Parés Adán “Abissini” y Joan Sales Millón “Roget”, responsable este último de que Sabaté retomara el camino de la lucha antifranquista. Llegaron hasta L’Hospitalet, contactaron con los grupos libertarios y realizaron los primeros atracos. En uno de ellos dejaron escrito su mensaje: “No somos atracadores, somos resistentes libertarios. Eso que nos llevamos servirá para dar de comer a los hijos de los antifascistas que han fusilado, que se encuentran abandonados y sufren hambre. Somos los que no hemos claudicado, ni claudicaremos y seguiremos luchando por la libertad mientras tengamos un soplo de vida”. También se dedicaron a reconstruir puntos de apoyo, tanto en Barcelona como en el campo y a distribuir depósitos de armas.
Durante una década, el grupo de Sabaté estuvo realizando operaciones de introducción de armamento, rescate de compañeros, expropiaciones para conseguir dinero para la lucha, etc. Con muchos éxitos en sus acciones pero también anotando bajas en el movimiento libertario, ya fuera por delaciones obtenidas por torturas a compañeros detenidos, como por fallos en los preparativos de las operaciones.
Todo este halo de figura relevante y que siempre conseguía escapar de las trampas que le ponía la policía hizo que el comisario Quintela desarollará una animadversión hacia Sabaté que llegó a niveles patológicos. La captura de Francisco Sabaté Llopart, Quico, rebasó los límites profesionales para convertirse en una verdadera obsesión personal. Hasta tal punto que, cuando el Quico fue cercado y herido, este antiguo comisario, jubilado en Galicia, se desplazó a Barcelona con su perro Bloodhound para asistir al desenlace. Era como rematar una tarea inacabada que consideraba personal.
Detenido el 12 de diciembre de 1957 en Francia, los jueces lo condenaron a ocho meses de cárcel y cinco de confinamiento. Pasó por los penales de Perpignan y Montpellier, y salió en libertad el 12 de mayo de 1958. Entre la cárcel en Francia y la lucha en Catalunya, decidió continuar la resistencia en Barcelona y desoír los consejos de quienes le pedían que se marchara a América.
Pero la situación de Sabaté era crítica. Al margen de Vila Capdevila, que hacía la guerra por su cuenta en las montañas catalanas, era el único que permanecía abiertamente en la lucha. Las redes de apoyo ya no eran fiables y existía la certeza de una colaboración estrecha de las policías francesa y española con el propósito de eliminarlo.
El 17 de diciembre de 1959 Quico Sabaté entró en territorio catalán (este sería su último viaje) y la Guardia Civil ya estaba avisada. El 3 de enero fueron detectados en el Mas Clarà debido a una delación de un servicio de la Mota -entre Banyoles y Girona- y allí fueron rodeados. Sólo tenían dos opciones: esconderse en el bosque o refugiarse en una masía. Decidió el grupo esconderse en Mas Clarà y aunque no les delataron los habitantes de la masía, al ir la mujer a conseguir alimentos para el grupo levantó sospechas entre los tenderos y avisaron al alcalde que se lo hizo saber a la Guardia Civil. En un instante tenían a esta rodeándolos y comenzaron los disparos. Varios de los miembros del grupo que intentaron la huida fueron heridos. Sin embargo, Sabaté, herido, consiguió escapar de la casa y en una andanza de pelí- cula consigue subirse a un tren hasta Sant Celoni. Toda la zona estaba en alerta, así que fue localizado y el secretario de la CNS Abel Rocha Sanzel, el guardia civil Antonio Martínez Collado y el ex-legionario Pepito Sebino asesinaron a Quico en la calle de Santa Tecla, no sin antes producirse un fuerte tiroteo con Sabaté, que se defendió hasta la muerte. En un pacto de sangre mantenido aún hoy, en un pacto de silencio mantenido por los tres asesinos, el somatén descargó su metralleta en la cabeza del Quico después de muerto, desfigurando al ratón hasta el punto de que ni su hermana lo pudo identificar. Eran las 8 de la mañana del 5 de enero de 1960.
Quico Sabaté reposa en una sencilla tumba en el cementerio de Sant Celoni, fuera de la tierra “consagrada”, condena inquisitorial reservada a los agnósticos, suicidas, apóstatas, masones y otros “enemigos” de la fe.