Renzo Novatore (1920)
En el anarquismo —como vida material y prácticamente vivida— hay, por encima de los dos diversos conceptos filosóficos que lo dividen en el campo de la teoría, comunista e individualista, dos instintos físicos y espirituales que sirven para distinguir dos temperamentos comunes a ambas tendencias teóricas y filosóficas.
Aunque los dos son hijos del mismo sufrimiento social, tenemos dos instintos diferentes que nos dan dos padecimientos diferentes de origen hedonista.
Están los que sufren —diría Nietzsche— por exuberancia de la vida (sean comunistas o individualistas) y los que sufren por empobrecimiento de la vida. A estos últimos pertenecen los comunistas y los individualistas que aman la paz y la tranquilidad, el silencio y la soledad. A los primeros pertenecen los comunistas y los individualistas que sienten el yo interior como un poderoso estremecimiento dionisíaco desbordante de potencia, y la vida como una demostración heroica de fuerza y voluntad. Son aquellos que tienen la necesidad instintiva e irresistible de lanzar la llama de su “yo” contra los muros del mundo exterior para desquiciar y vivir la tragedia.
¡Nosotros somos de estos!
En el anarquismo estamos —en primer lugar— por instinto de origen y por pasión sentimental. Nuestras ideas no son más que criaturas audaces y brillantes nacidas del monista coito primitivo con la teórica razón negadora.
Hoy la historia de la humanidad ha llegado a uno —quizás el más grande— de sus tantos vórtices en donde el alma del hombre está llamada a renovarse radicalmente sobre las magníficamente horrendas ruinas del fuego y de la sangre, de la catástrofe y la destrucción, o a cristalizar cobardemente en el decrépito y cadavérico concepto de vida que nos ha dictado e impuesto la anacrónica sociedad burguesa.
Si un fuerte puñado de rebeldes, de superiores y de héroes, salta hacia afuera de las dos corrientes del anarquismo sufriente de exuberancia vital para reunirse alrededor del negro lábaro de la revuelta, incendiando el corazón de todas las naciones de Europa, el viejo mundo caerá porque en torno al Héroe todo debe convertirse inevitablemente en tragedia;[1] y sólo en la tragedia nacen los espíritus renovadores que saben sentir, más noble y altamente, la canción jubilosa de sus vidas libres.
Si este puñado de audaces no salta más allá de la sombra para arrojar a la fea cara de la sociedad burguesa el guante negro del desafío y la revuelta, los reptiles de la demagogia politiquera y los acróbatas e hipócritas especuladores del dolor humano seguirán siendo los dueños del campo y, sobre el trágico y rojizo sol que busca iluminar el oscuro vórtice de la lúgubre historia que pasa, lanzarán la obscena máscara de albayalde, llevada sobre el libre horizonte del pensamiento humano por aquel rastrero arlequín llamado “Marx” y todo terminará en una abyecta y grotesca comedia ante la que todo anarquista debería suicidarse por dignidad y por vergüenza.
Para esos anarquistas italianos que sufren por exuberancia vital; para esos anarquistas italianos —comunistas e individualistas— para quienes la lucha, el peligro y la tragedia son tanto una necesidad espiritual como material, ¡ha llegado el momento!
El momento de imponerse y dominar. ¡La verdadera libertad y el verdadero “derecho del hombre” están solamente en la capacidad de QUERER!
El derecho y la libertad son la Fuerza.
Lo que para el resto es doloroso sacrificio debe ser para nosotros un regalo, una alegre inmolación.
Hay que lanzarse sobre las ondas del tiempo pasado, subirse a la grupa de los siglos, remontar valientemente la Historia para volver a beber en las vírgenes fuentes de las que aún mana, caliente y humeante, la sangre de los primeros y libres sacrificios humanos.
Hay que volver, desnudos y descalzos, entre las piedras vivas del legendario bosque mítico y nutrirse, como nuestros lejanos padres, de médula leonina y de naturaleza salvaje.
Sólo así —como María Vesta— podremos decir al primer Héroe que supo estoica y serenamente ofrecer su carne a las llamas rojas de un lúgubre y crepitante fuego enemigo: ahora también nosotros, como tú, podemos cantar en los suplicios.
La vida que la sociedad nos ofrece no es plena, libre y alegre. Es una vida truncada, mutilada y humillante.
Nosotros debemos rechazarla.
Si no tenemos la fuerza y la capacidad de arrebatar violentamente de sus manos esa vida alta y lozana por nosotros poderosamente sentida, lanzamos esta larva al trágico altar del sacrificio y la renuncia final.
Al menos podremos poner una heroica corona de belleza en el rostro ensangrentado del arte que ilumina y crea.
Es mejor subirse a las llamas de un fuego y caer con el cráneo roto bajo el aluvión de un inconsciente pelotón de ejecución que aceptar esta larva de vida irónica, que de la vida no es más que siniestra parodia.
Basta oh amigos de cobardía. Basta oh compañeros de ingenua ilusión del “acto generoso de la masa”. Basta.
La masa es la basura que el socialismo ha puesto a pudrirse en el establo de la burguesía.
Errico Malatesta, Pasquale Binazzi, Dante Carnesecchi y los otros miles de ignotos que se pudren en esos tugurios miasmáticos y mortales que son las prisiones de la monarquía de los Saboya y que los condecorados del P.S.I.[2] han pedido a la pocilga de Montecitorio[3] los medios para construir más y aún más grandes, deberían ser para nosotros remordimientos espectrales caminando bajo horribles formas entre los meandros inciertos de nuestra titubeante alma; deberían ser cálidos arrebatos de sangre que nos escapa del corazón para subimos abruptamente sobre las líneas de la cara y cubrírnosla de lóbrega vergüenza.
Yo sé, nosotros sabemos, que cien hombres —dignos de ese nombre-podrían hacer lo que quinientos mil “organizados” inconscientes no son y nunca serán capaces de hacer. ¿No ven, oh amigos, la sombra de Bruno Filippi que sonríe y nos mira?
¿No hay más de CIEN ANARQUISTAS en Italia dignos de este nombre? ¿Ya no hay cien “YO” capaces de caminar con pies ardientes sobre el culmen vortiginoso de nuestras ideas? Errico Malatesta y todos los otros miles de caídos en las manos del enemigo en los primeros preludios de esta tormenta social, esperan con noble y febril ansia el rayo que destruye el ruinoso edificio, que aclara la historia, que realza los valores de la vida, que ilumina el camino del hombre…
Pero el brillante y fatal rayo no puede irrumpir del corazón de las masas. Las masas que parecían adoradoras de Malatesta son cobardes e impotentes. El gobierno y la burguesía lo saben… Lo saben y ríen burlones.
Ellos piensan: “El P.S.I. está con nosotros. Es la pieza fundamental para el siniestro éxito de nuestro juego malvado. Es el Abracadabra que encuentra forma en la voz Abracas y Abra de nuestra mágica y milenaria brujería. Las débiles masas son sus esclavos y Errico Malatesta está viejo y enfermo. Le dejaremos morir en el oscuro secreto de una celda húmeda y después arrojaremos su cadáver a la cara de sus compañeros anarquistas…”.
Sí, así piensan el gobierno y la burguesía en la intimidad de su alma idiota y perversa.
¿Querremos soportar con indiferencia este desafío innoble?
¿Querremos soportar en silencio este insulto sangriento y brutal?
¿Seremos así de cobardes?
Espero que estos tres enormes interrogantes, tan solemnes y terribles, encuentren en las filas del anarquismo una enérgica respuesta que diga: ¡NO! con un terrible rugido más terrible aún.
Es de las cimas en llamas del luminoso vértice de donde brotan los relámpagos liberadores.
El fuerte ANCIANO espera. Heroicos compañeros: ¡A NOSOTROS!
El cadáver de un viejo agitador siempre cuesta más que la vida de un millar de malvados imbéciles.
Hermanos recordadlo.
Hagamos que no caiga sobre nosotros la más profunda de todas las vergüenzas humanas.
[1] «En torno al héroe todo se vuelve tragedia, en torno al semidiós todo se vuelve sátira; y en torno a Dios todo se vuelve ¿qué? ¿“mundo“ quizás?» (Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, 150; 1886).
[2] Partido Socialista Italiano.
[3] Parlamento italiano.