Prólogo por algunos de los antiguos animadores de NN Ediciones.
Publicado en Mayo de 1998 por NN ediciones, creadas siete meses antes por algunos anarquistas que formaron parte de la experiencia de la publicación semanal Canenero, este panfleto, en el transcurso de 17 años, le ha dado la vuelta al mundo, siendo traducido al Español, Portugués, Inglés (con ediciones en el Reino Unido, en los Estados Unidos y en Australia), Francés, Holandés, Alemán, Sueco…
Puesto que ha nutrido múltiples reflexiones, dado ideas, reforzado inclinaciones, suscitado dudas, así como también ha provocado irritaciones, (el concepto de “existente”, sobre todo, se ha mostrado en su totalidad sin freno indigesto para aquellos que aspiran a administrar, al menos, algo de lo que es el Estado), uno podría afirmar que, a su pequeña escala, Ai Ferri Corti ha hecho su contribución a la difusión de una perspectiva anarquista insurreccional autónoma. Una perspectiva al mismo tiempo irreductiblemente hostil ante “los pequeños pasos reformistas” y no del todo encantada con “una revuelta de unos pocos amigos cercanos al sonido de fuegos pirotécnicos y consignas mal combinadas”. Nacidas del rechazo de la falsa alternativa entre ciudadanismo reformista o lucha armada vanguardista, estas páginas, sostienen por lo tanto la necesidad y la inmediata posibilidad de una poesía insurreccional hecha por todos, que no debe confundirse con la triste propaganda política ni con los comunicados rimbombantes adjudicándose las acciones.
Teniendo en cuenta su buena fortuna internacional, es desconcertante que Ai Ferri Corti no se haya reimpreso en el lugar en el que apareció por primera vez. Y de hecho, es precisamente en Italia en donde este texto ha tenido la menor resonancia, víctima de prejuicios “identitarios” y de rencores alimentados por una gran parte del supuesto movimiento en contra del entorno en el que surgió, así como de una considerable falta de interés hacía cualquier profundización y debate crítico en torno a esto. De hecho, en 1998, la hipótesis insurreccional era considerada con cierta conmiseración por los militantes de diversas escuelas –todos deseosos de un “éxodo” pacifico hacia una “esfera pública no estatal”- los cuales a lo mejor la consideraban como una fortuna que podría ocurrir en una Chiapas exótica y, en el peor de los casos, como un cataclismo que podría golpear una áspera Albania. Como si la insurrección fuera solamente capaz de plantear la cuestión social a la distancia de un océano y encima a través de organizaciones autoritarias, mientras en Europa tendría que manifestarse solo a través de efímeras y aterradoras explosiones de furia ciega. Dejando de lado las posibles distinciones entre insurrección, sublevación y disturbios, los acontecimientos de los últimos 17 años han hecho vacilar tales convicciones, pero sin llegar a desmentirlas por completo. Tan embriagador como es en su persistencia, el fuego griego parece ser la excepción en medio de la norma de las “primaveras Árabes” o de “los territorios kurdos liberados” por un lado, y de la chusma francesa y los rioters ingleses por el otro.
Dicho esto, es innegable que las fuertes convulsiones que sacuden todo el
orden social en el inicio de este tercer milenio han apagado las presumidas sonrisas de muchos subversivos frente a aquellos que se atreven a evocar la insurrección aquí y ahora. Escépticos del ayer se transforman en los entusiastas de hoy, hasta el punto de hacer que se convierta en un best-seller internacional en el mercado editorial, mediático y militante. La razón es fácil de entender: la paz social que acompañó los años 80’s y 90’s, en sus aspectos más inflados y más complacientes, se acabó. Las riquezas virtuales no son capaces de compensar las miserias reales, los estantes de supermercados pueden hacer relucir las mercancías, pero su consumo no es accesible para aquellos que se ven obligados a apretarse el cinturón. O sea para casi todo el mundo. Hoy la servidumbre voluntaria sigue siendo ciertamente mayoritaria, sólidamente anclada, pero ha perdido su aire de inocencia estúpida. El descontento, el malestar y la indignación se esparcen por todas partes en una forma imparable, causando preocupación, pánico, pero también alguna esperanza de revuelta. ¿Serán pacificados estos sentimientos de frustración en una nueva cohesión social-institucional o, frente a la sucesión incesante de “escándalos políticos”, “crisis financieras”, “catástrofes ecológicas”, “guerras de religión”… ¿acabaran estallando en una hostilidad generalizada?
Pero entonces, si la hipótesis insurreccional está de vuelta en la mesa, ¿por qué parece que Ai Ferri Corti no ha dejado una huella y una memoria, incluso entre los propios anarquistas, precisamente en Italia? Porque, sobre todo desde finales del año 2005, en la onda de propagación de la lucha anti-TAV en Val Susa, una nueva posibilidad ha aparecido al alcance de la mano: la de una ruptura insurreccional que podría alcanzarse a través de una ingenia alternancia de halagos reformistas y de asaltos radicales. El apoyo popular que este movimiento de protesta recibió unió a la gran mayoría de anarquistas italianos en la misma comprobación práctica capaz de superar las viejas divisiones: la necesidad estratégica de abandonar toda alterabilidad irreductible e insostenible. ¡Hay gente que luchan junto a nosotros! Mantengámonos cerca de ellas, no las espantemos ni alejemos con demandas sumamente excesivas.
Esto convenció a muchos de los anarquistas más turbulentos de poner de nuevo la cabeza en los hombros y de cambiar el cuchillo con que había que actuar. En este sentido, la daga de la conflictividad permanente (a llevar adelante a partir de la afinidad) ha sido reemplazada por la aguja de gancho de la conflictividad alternada (a maniobrar a través de las amistades políticas). Puesto que esta transición conlleva un claro abandono y una renuncia a las ideas expresadas hasta entonces, junto con las prácticas vinculadas a ellas, esto da una buena explicación para la inhibición incomoda de este folleto en la última década. Entonces es obvio para cualquiera que conserva aun un mínimo de inteligencia y dignidad, que aquellos que con el paso del tiempo se han codeado con políticos, periodistas, académicos, expertos, recuperadores de varias líneas, disociados y hasta soplones, no pueden ser los que puedan seguir sosteniendo querer llegar Ai Ferri Corti con los falsos críticos de lo existente.
Al menos no aquí en Italia. Esta posibilidad puede seguir existiendo en otros países – particularmente en España por lo que parece-, donde una confortable distancia geográfica le permite a algunos oportunistas locales presumir de una sulfurosa reputación, evaporada desde hace tiempo después de muchos años de bendiciones políticas. El destino de un texto anónimo como All’aria aperta (en el aire libre), publicado en septiembre de 2004, es un ejemplo ilustrativo de esto: el escriba de las ideas de otras personas, después de primeramente haberse arrepentido de sus esfuerzos de memoria y en la transcripción de lo que escuchó en el curso de un viaje nocturno, ya que no era rentable desde el punto de vista del consenso dentro del movimiento, con el tiempo fue tan satisfecho como para reclamar públicamente el texto en una antología donde apareció con su nombre y apellidos, en español, y luego en inglés1
Pero el ejemplo más evidente de este tipo, quizás es el de la nueva edición española de Ai Ferri Corti, publicada de manera anónima en octubre del 2012 en Madrid, y que llegó hace poco entre nuestras manos. Esta nueva edición se embellece con una introducción que se presenta como “fruto de una discusión entre los autores y editores del texto”. Son apenas cuatro páginas en las que es difícil establecer si es la jactancia más parasitaria o la hipocresía más vulgar lo que suscita más asco, nausea y aversión.
Con respecto a la primera, se puede contestar rápidamente. De hecho, los que escribimos este texto formamos parte en NN ediciones; por lo tanto sabemos sus secretos y podemos descartar de la manera más absoluta que “los autores” de Ai Ferri Corti hayan tenido una discusión con los editores ibéricos de “Cuerpo a cuerpo con lo existente, sus defensores y sus falsos críticos”. En primer lugar porque es bien sabido quien es el autor del texto: nadie. Nacido al final de largas y continuas discusiones, escrituras, reescrituras, adiciones, modificaciones, sugerencias, y correcciones, Ai Ferri Corti le pertenece a quien se reconoce a si mismo en él y siempre tendrá que ser así. La mano que lo escribió nunca habría sido capaz de hacerlo sin el encuentro de las cabezas que lo pensaron. Las cabezas que lo pensaron, tomadas por separado, nunca habrían logrado tomar la pluma que lo escribió. Como todo lo que es no es obra de nadie en particular, pertenece a todo el mundo en general. Cualquier persona que lo reclame como su propiedad intelectual es un miserable fanfarrón. Además, técnicamente, no habría sido posible para los “editores” discutir con los insignificantes “autores” de 1998, ya que unos años después sus caminos se separaron para siempre: hay quienes no pueden escoger entre las necesidades que apoyar para reclutar y quienes van en la búsqueda, cada vez más desesperada, del encuentro con personas deseables. Así que una sola hipótesis queda en pie: que los “editores” españoles tuvieron una discusión con algunos de los “autores”, quienes se pavonearon frente a sus ojos como los únicos “autores de ese texto”, lo que lleva a los compañeros españoles a creer en una mentira.
Pero se pone peor. De hecho, después de tal premisa, si se quiere ser testigo de una verdadera revisión del significado de este texto, sólo hay que leer lo que está co-escrito por los autoproclamados “autores” italianos en esta introducción en idioma ibérico. No contentos con reclamar el derecho exclusivo de un pasado que muchas veces han tenido renegado, lograron la increíble empresa de alardearlo como su flamante presente. En eso se diferencian marcadamente de esa larga tradición de anarquistas, más o menos individualistas, quienes después de arrepentirse de su singular exuberancia juvenil se han convertido a un cálculo común más maduro. El más famoso de ellos es quizás Victor “Serge” Kibalchich, quien pasó en el transcurso de unos pocos años de la admiración hacia Albert Libertad a las ordenes de León Trotsky, mientras que en Italia destaca la figura de Carlo Molaschi, un joven rebelde, iconoclasta, salvado de la idea Nietzscheana del superhombre gracias al carné de miembro de la Unión Anarquista Italiana. Al igual que sus predecesores (y olvidemos por favor como ambos acabaron), los autodenominados “autores “ pasaron su juventud persiguiendo presuntuosos sueños de revuelta individual – tal vez debido a lecturas “mal digeridas” o a “malas influencias” – acompañados, por lo general, de un cierto desprecio por las masas (hubo a quienes les encantaba citar a Cioran cuando tronaban que “tan pronto como sales a la calle, a la vista de la gente, “exterminación” es la primera palabra que me viene a la mente” y aquellos que amaban citar a Brassens de acuerdo a quien “más de cuatro son una bola de imbéciles”); después crecieron, se volvieron razonables, dedicándose a las humildes realidades de las acciones colectivas, las únicas, segundo ellos, que puedan tener algún peso sobre el estado de las cosas. Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, nunca se han despedido de lo que dejaron de amar. No, ellos prefieren fingir que siguen unidos a eso, para poder explotarlo de vez en cuando. En el fondo, la idea de haber desperdiciado todos esos años debe de ser terrible, mucho mejor hacerlos fructificar como si hubiera sido una inversión a largo plazo.
¿Qué co-escribieron estos autoproclamados “autores” cuando presentaron Ai Ferri Corti en otras partes? Ante la amenaza de un “fascismo” modernizado que pesa sobre algunos países, sostienen que la alternativa es la de un “comunismo anarquista” (la exégesis de Stirner ha pasado de moda, hoy es Blanqui2 revisado y corregido a la manera libertaria quien va viento en popa), capaz de “entrelazar el ataque y la autoorganización”. Amplio problema, del cual solo subrayan algunos aspectos. Aparte del conocimiento del territorio, su obsesión es la de establecer “contactos reales” con los habitantes de los barrios donde viven (es la misma obsesión que devoraba Kibalchich o Molaschi, ambos incapaces de captar la naturaleza complementaria de la revuelta individual y de la revolución social, por lo cual sostuvieron que eran contradictorias). Sin establecer “estas relaciones de confianza y complicidad “en las diversas estructuras de base, “¿Cómo podríamos saber donde anidan los reaccionarios o los “colaboracionistas” o evitar el “riesgo de que nos miren con sospecha” los explotados? En homenaje a Landauer, los autodenominados “autores” sostienen que el Estado “es la forma histórica que ha sustituido a la convivencia”. Para destruir el Estado es necesario “construir un nuevo modo de producir, desplazarse, alimentarse, curarse, amarse. Entre la insurrección y la autogestión generalizada existe una relación de implicación recíproca”.
Como bien se sabe, estos explotados comunes de quienes esperamos indicaciones sobre donde golpear – mientras los anarquistas, por supuesto, en virtud de su conciencia, no son meros explotados, y a lo mejor solo saben donde anidan las bibliotecas – nunca miran a los falsos críticos de lo existente “con sospecha”. Más bien, todo lo contrario. Ellos los admiran, los escuchan, votan por ellos. Los explotados no saben que hacer con las banderas negras o rojas de la revolución; prefieren agitar las blancas del reformismo. No tienen ninguna razón para escuchar a los enemigos del Estado, sino que siempre se quedan boquiabiertos ante los políticos, intelectuales, expertos, personajes famosos. Esto es por qué si tienes la intención de entrelazar “contactos reales” y de ganar su “confianza y complicidad”, es indispensable primero callar las propuestas más subversivas con el fin de repetir en coro a las más moderadas.
Sólo de esta manera es posible acercarse fácilmente a los explotados. Desde luego, no haciendo la guerra en contra de los falsos críticos de lo existente, sino, por contrario, arreglando algún que otro asunto con ellos, apareciendo públicamente con ellos, hablando con ellos, llegando a parecerse a ellos, adquiriendo cierta “autoridad” sobre ellos. Pues bien, esto es exactamente lo que hacen desde años los auto-denominados “autores”, estos estafadores políticos que tan pronto como han cruzado las fronteras Italianas se plantean como las personas más virtuosas de la ética.
Aquellos que en Italia han organizado iniciativas reformistas en contra del Tren de Alta Velocidad junto con ecologistas estatales (entre ellos el WWF, Medio Ambiente y Salud y el Grupo de Medioambiente y No violencia), teorizan en España el enlace recíproco que une la ruptura insurreccional con los “contenidos y los objetivos que se proponen”. Aquellos que en Italia avalan las intrigas de varios partidos sólo para mantenerse en las asambleas, sostienen en España que “en ausencia de objetivos y contenidos subversivos, la forma asamblearia es un óptimo instrumento de parálisis y de recuperación política” (proporcionando más adelante como ejemplo a los antiguos consejos alemanes de 1918 a 1919, que no deben confundirse con las actuales libres Repúblicas Valsunianas). Los que en Italia capitulan ante las necesidades estratégicas de la asamblea, prescriben en España que “es tarea de los anarquistas no subordinar el acuerdo práctico entre los individuos a los esquematismos asamblearios”. Los que en Italia se burlan de la toma de decisiones horizontal, solo buena para decidir el color de un granero en la comuna de una montaña, pero no en una lucha real como en contra de los desalojos, ya que la horizontalidad se ve aplastada por las urgencias operativas y solamente puede ser un objetivo a conseguir en el futuro, se jactan en España de que esta lucha contra los desalojos es “impulsada por compañeros anarquistas radicados en los barrios “conflictivos” y sus métodos de lucha están basados en la acción directa y la horizontalidad”.
Entre estos autodenominados “autores” hay quienes en Italia se hacen fotografiar empuñando cucharones y sartenes para hacer resonar las peticiones antimilitaristas entregadas al alcalde por los mismos “disobbedienti”, poco antes tratados como “policías y amigos de la policía” (para ir más tarde a España anunciando en las reuniones que la construcción de una base militar “no se impide con la recogida de firmas, con la negociación, o por las practicas de oposición simbólica y espectacular, sino con la acción directa, de manera insurreccional”) o quienes están jubilosos sobre la presencia de los partidos en sus manifestaciones, quienes invitan a famosos personajes de la televisión para hablar en sus iniciativas, quienes toman la palabra en los micrófonos de la radio estatal, quienes se alinean en defensa del “bien común” al lado de reformistas de todo tipo, quienes señalan el rezo como la línea de demarcación entre seres humanos y animales, quienes se preguntan si la organización libertaria aún tiene sentido en un estado de guerra civil como el actual (preguntándose solo si hay que actualizarla, en lugar de qué forma libertaria habría que promover en la actualidad), o quienes se apresuran en presentar sus actuales frentes unidos como los herederos naturales de otros frentes separados del pasado…
Son estos mismos auto-denominados “autores” que ahora, en un frenesí de buscar “contactos reales” en los barrios, en un frenesí de no estar limitados por ninguna ‘ideología’ en su libertad para dar la mano y besar culos a diestro y siniestro, no corren el riesgo de llegar cuerpo a cuerpo incluso con los soplones. También porque estos soplones, hasta el día anterior solo disociados, son sus compañeros de lucha desde una década. Por cierto, les calientan las orejas, algunos en una manera más firme, otros no tanto, ostentando indignación, pero luego se encuentran con ellos en nuevas asambleas para discutir todos juntos. Hasta incluso recibir lecciones de ética por parte de estos soplones sin dar ninguna replica.
Además, estos auto-proclamados “autores” que en España introdujeron Cuerpo a cuerpo son las mismas personas que en Italia tienen entre sus compañeros más cercanos a los traductores y editores de La epidemia de rabia de los Tigres de Sutullena, un texto español critico mistificador en contra de la perspectiva insurreccional anarquista expresada en Ai Ferri Corti; no por casualidad, la epidemia de rabia fue publicada en un principio por aquellos que querían difundir esta certeza: “creer que una revolución podría tener lugar hoy… es sin duda una idea reaccionaria”.
Como un joven poeta maldito alguna vez dijo: “toda el agua del océano no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual”. ¿Será por eso que en Italia la gente prefiere hacer la vista gorda ante estos hechos tan bien conocidos?
¿Dónde acabó la incitación al “desencadenamiento de todas las malas pasiones”, la defensa del “juego de fuerzas salvajes y bárbaras”, la conciencia de que “actuar siendo pocos no solo no constituye un límite, sino que representa un modo distinto de pensar la transformación social misma”? ¿Dónde acabó esa “afinidad en los proyectos” y esa “autonomía de la acción individual” que “no tienen sentido si no pueden ensancharse sin ser sacrificadas a supuestas necesidades superiores”? ¿Dónde acabó la manera diferente de concebir las relaciones, capaz de ir “más allá de la idea cuantitativa de la lucha”? ¿Dónde acabó el deseo de “liquidar la mentira de la transición”? ¿Dónde acabaron estos y otros destellos contenidos en Ai Ferri Corti?
Todo esto se ha sumergido en el fango del oportunismo, ha sido liquidado a su vez por la mentira de otra transición, según la cual sonreír y dar palmadas en el hombro de los falsos críticos de lo existente podría constituir un preludio practico para la extinción de estos. Los que han difundido aquí en Italia esta repugnante mentira política han estado sobre todo estos auto-proclamados “autores’ del texto, a quienes bastó una caricia popular para domesticar toda su singularidad retórica. Pero para difundir semejante mansedumbre en el llamado movimiento, no. Esto es responsabilidad de muchas otras personas, de todos aquellos para quienes las ideas no cuentan, puesto que solo cuentan los amigos y que solo los números se cuentan. Como en Facebook.
En un mundo forjado en su totalidad por el Estado, todo debe de ser reinventado. Como dijo un poeta rumano: “todo es irrealizable en la sociedad de clases, todo, incluyendo el amor, la respiración, el sueño, la sonrisa, el abrazo, todo, excepto la realidad incandescente del devenir”. Pero a pesar de lo que pueda pensar el anarco-socialista Landauer, ¡cuánto dolor hay en la obligación social de la convivencia! ¿Y cuánto espíritu sacerdotal en el compartir? Por el contrario, con el fin de no caer en los mecanismos de reproducción social, en nuestra opinión, es necesario saber mantener distancias. Porque no puedes odiar aquello que sigues frecuentando. A fuerza de respirar el mismo aire que los políticos y de hablar el mismo idioma que ellos, se pierde toda hostilidad hacia ellos, terminando como máximo regañándolos (“y sin embargo, nadie ha planteado alguna pregunta a nivel institucional” gritaba uno de estos “autores” escandalizado a la sombra de un ayuntamiento).
Pero si se sostiene que nada nuevo se puede construir sobre los cimientos de lo viejo, entonces no puede haber ninguna duda: incluso las ruinas tienen que ser demolidas. No queremos una configuración diferente de lo que es el Estado, queremos explorar lo absolutamente otro. Es por eso que consideramos importante reimprimir este texto. Porque pensamos que incluso aquí en Italia existe cada vez más la necesidad de llegar cuerpo a cuerpo, con lo existente, sus defensores y sus falsos críticos.
Algunos, no todos, de los antiguos animadores de NN ediciones.
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