Sin gobierno

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Max Baginski: Sin gobierno

Publicado en Mother Earth Vol I, No I, Marzo de 1906
Lo esencial de la idea anarquista es esto; que hay cualidades presentes en el ser humano, que permiten la posibilidad de vida social, organización, y trabajo cooperativo, sin la aplicación de la fuerza. Tales cualidades son la solidaridad, la acción común, y el amor a la justicia. Hoy están averiadas o se les ha vuelto inefectivas a través de la influencia de la coacción; difícilmente pueden ser desplegadas por completo en una sociedad en la que grupos, clases, e individuos son situados en oposición hostil, irreconciliable, de unos con otros. En la naturaleza humana hoy se fomentan y desarrollan rasgos tales que separan en vez de asociar, motivan el odio en vez de un sentimiento común, destruyen lo humano en vez de construirlo. La cultivación de estos rasgos no podría ser tan exitosa si no encontrase la mejor nutrición en las bases y en las instituciones del orden social presente.

Frente a una inspección cuidadosa de estas instituciones, que se basan en el poder del Estado que las mantiene, la humanidad se muestra a sí misma como una inmensa colección de animales, en la que las fieras cautivas buscan arrancarse las unas a las otras los bocados de sus bocas codiciosas. Los dientes más afilados, las garras y patas más fuertes vencen a los competidores más débiles. La malicia y el trato deshonesto triunfan sobre la franqueza y la confianza. La lucha por los medios de existencia y por el mantenimiento del poder alcanzado llenan todo el espacio de la colección de animales con un ruido infernal. Entre los métodos utilizados para asegurar esta bestialidad organizada los más prominentes son el verdugo, el juez con su mecánico “en el nombre del rey,” o su más hipócrita “en el nombre del pueblo sentencio”; el soldado con su entrenamiento para el asesinato, y el sacerdote con su “la autoridad viene de dios.”
Los exteriores de las prisiones, las armerías, y las iglesias muestran que son instituciones en las que cuerpo y alma son sometidos. Aquel cuyos pensamientos van más allá de esta filosofía de la colección de animales ve en ellas la expresión más fuerte de la visión de que no es posible hacer que la vida valga más la pena de ser vivida con la ayuda de la razón, el amor, la justicia, la solidaridad. La familia y la escuela se ocupan de preparar al ser humano para estas instituciones. Lo entregan al Estado, por así decirlo, con los ojos vendados y con las extremidades encadenadas. Fuerza, fuerza. Suena el eco a través de toda la historia. La primera ley que sometió al ser humano por el ser humano estuvo basada en la fuerza. El derecho privado de la persona a la tierra fue construida por la fuerza; la fuerza apartó las demandas por hogares de la mayoría y las volvió inestables y transitorias. Fue la fuerza la que le habló a la humanidad de esta manera: “Venid a mí, humíllate ante mí, sírveme, lleva los tesoros y las riquezas de la tierra bajo MI techo. Estáis destinados por la Providencia a estar siempre en necesidad. Se os permitirá sólo lo suficiente para mantener la fuerza con la que me enriqueceréis infinitamente por vuestros esfuerzos y para cargarme con superfluidad y lujo”.
¿Qué es lo que mantiene la esclavitud material e intelectual de las masas populares y la locura de la autocracia de los pocos? La fuerza. Los trabajadores en las fábricas y talleres producen las cosas más diversas para el uso humano. ¿Qué es lo que los lleva a producir estos productos por el bien de la especulación de los que no producen nada, y a contentarse con sólo una fracción de los valores que se producen? Es la fuerza.
¿Qué es lo que hace al trabajador intelectual tan dependiente en el ámbito intelectual como al artesano en el mundo material? La fuerza. El artista y el escritor, obligados a ganarse la vida, no se atreven a soñar con dar lo mejor de su individualidad. No, deben analizar el mercado con el fin de averiguar lo que se necesita en ese momento. No es distinto al comerciante en ropa, que debe estudiar el estilo de la temporada antes de poner su mercancía ante el público. Así, el arte y la literatura se hunden hasta el nivel del mal gusto y la especulación. La individualidad artística se reduce ante las tablas de cálculo. Lo que mueve al artista o al escritor no es lo que más recibe expresión; las demandas vacilantes de las personas mediocres deben ser satisfechas. El artista se convierte en el ayudante del comerciante y de la persona promedio, que trota siguiendo las huellas del hábito aletargado.
Los socialistas de Estado aman afirmar que en la actualidad vivimos en la era del individualismo; la verdad, sin embargo, es que la individualidad nunca fue valorada tan bajo como hoy en día. El pensar y sentir individuales son gravámenes y no recomendaciones para los caminos de la vida. Dondequiera que uno se halle en el mercado se encuentra con la palabra “adaptación”. Adáptate a las exigencias de los poderes sociales reinantes, actúa como siervo obediente ante ellos, y si produces algo asegúrate que no vaya contra tus “superiores”, o di adiós al éxito, la reputación y la recompensa. Divierte a la gente, sé su payaso, dales clichés para que rían, prejuicios que tengan por justicia y falsedades que tengan por verdades. Pinta todo, corónalo con el respeto a las buenas costumbres, pues a la sociedad no le gusta oír la verdad de sí misma. Elogia a las personas en el poder como padres de la gente, y que los devoradores del carnaval de la riqueza común sean como benefactores de la humanidad.

Por supuesto, la fuerza que humilla a la humanidad de esta manera está lejos de declararse abiertamente como fuerza. Está enmascarada, y en el curso del tiempo ha aprendido a avanzar con el menor ruido posible. Esto disminuye el riesgo de ser reconocida.

La república moderna es un buen ejemplo. En ella la tiranía está tan correctamente velada, que hay un gran número de personas engañadas por esta mascarada que sostienen que lo que perciben es un rostro verdadero de ojos sinceros.

Sin zar, sin rey. Pero en consonancia con éstos están los terratenientes, comerciantes, fabricantes, monopolistas. Todos ellos tienen posesión, lo que es tan fuerte garantía para la continuidad de su poder como un castillo rodeado de gruesas murallas. Quien posee puede robarle a quien nada posee para su independencia. Si dependo del trabajo para vivir, para lo cual necesito inventos y máquinas, que yo mismo no puedo producir, porque no poseo medios, debo sacrificar mi independencia ante quien posee estos inventos y máquinas. Puedes trabajar aquí, me dice, pero sólo bajo la condición de que entregarás los productos de tu trabajo a mí, para que yo pueda comerciarlos y obtener beneficios de ellos.

Quien no tiene posesiones no tiene otra opción. Puede apelar a la declaración de los derechos humanos; puede señalar sus derechos políticos, la igualdad ante la ley, ante Dios y los arcángeles — pero si quiere comer, beber, vestirse y tener un hogar tiene que elegir trabajar bajo las condiciones que las plantas industriales mercantiles o agrícolas le imponen.

Por medio de una oposición organizada de los trabajadores algo puede mejorar esta condición; con la ayuda de los sindicatos pueden regular las horas de trabajo y dificultar la reducción de los salarios a un nivel demasiado bajo para la mera supervivencia. Los sindicatos son una necesidad para los obreros, un baluarte contra el que las demandas más insoportables de la clase de los poseedores reboten; pero una liberación completa del trabajo — ya sea de naturaleza intelectual o física — puede llevarse a cabo sólo a través de la abolición del trabajo asalariado y del derecho a la propiedad privada de la tierra.

Traducción al castellano: @rebeldealegre