Entrevista al Colectivo El Kintral, organización situada en el desierto semi-arido de chile, en la ciudad de La Serena, región de Coquimbo, territorio bajo dominio del Estado Chileno. En ella se abordan diferentes preguntas que van construyendo un relato sobre las nocividades derivadas del sistema extractivista que destruye y saquea nuestros territorios. Al final del texto dejamos un link de descarga de la Revista “Mingako”, publicación que originalmente publicó esta entrevista en la primavera del 2015 (Hemisferio Sur). También les dejamos la dirección del Colectivo El Kintral por si quieren profundizar en el trabajo de este grupo: www.colectivoelkintral.cl/
1.- Cuales son las actividades que desarrollan como colectivo? qué temáticas han motivado la necesidad de reunirse para trabajar?
El Kintral es un colectivo autónomo y anticapitalista, orientado al análisis de la conflictividad ecoterritorial en América Latina. Nacemos de la rabia cotidiana ante un modelo que saquea territorios y sueños, pero también de la indignación ante el capitalismo académico que lo legitima. Con esa rabia y un poquito de esperanza, nos propusimos generar conocimiento para las luchas populares. Se nos hizo insuficiente criticar y salir alguna vez a la calle, y pensamos abrir otra trinchera, que veíamos muy débil y que además nos acomodaba: la producción de conocimiento. Consideramos la producción de conocimiento un ejercicio colectivo y descolonizador que problematiza la realidad a partir de una escucha comprometida y respetuosa de la diversidad de saberes y experiencias populares, de la que somos parte. Esa fue nuestra apuesta política.
La idea original era hacer investigación asociada a los conflictos en el norte semiárido, sin perder el contexto de América Latina, y también sistematizar la información, abundante, pero dispersa. Veíamos demasiados conflictos, muchos de ellos invisibles e incluso latentes, pero también demasiada fragmentación y atomización en las luchas, situación que atribuimos, en parte, a la eficiencia de las ‘armas de desinformación masiva’ y el ‘saber consultorial’, que se articulan en la reproducción de una sociedad privatizada y despolitizada.
Bueno, el tema es que la propuesta inicial de investigar y sistematizar información, fue complejizándose. Hoy El Kintral hace investigación, pero también participa activamente en espacios de contrainfomación y autoeducación. Respecto a la investigación, lo que va del 2015 lo hemos dedicado a la iniciativa de Infraestructura de Integración Regional Sudamericana (IIRSA), presente en nuestros territorios con el Corredor MERCOSUR-Chile, tema invisibilizado a nivel regional y reducido a una obra: el Túnel de Agua Negra, por lo que era urgente problematizarlo. También estamos investigando los Repertorios interpretativos de colectivos y agrupaciones autónomas de la región de Coquimbo, que poseen agendas ambientales, ecológicas y/o territoriales; este ejercicio surge de la preocupación por la fragmentación de las luchas, que mencionamos antes. Un tema transversal en nuestro trabajo es la crisis hídrica, en esta línea estamos recién formulando un estudio sobre las desalinizadoras, con la intensión de ampliar críticamente el debate.
Por otro lado, este año realizamos dos experiencias educativas autogestionadas, con apoyo de Wayruro (Tierras Blancas): La Escuela de Verano y la Escuela de Invierno, la primera abordó la crisis hídrica y la segunda, el despojo territorial y los pueblos en resistencia; la idea era vincular la situación local con la experiencia de otros pueblos de América Latina, para hacerlo apelamos a la solidaridad de investigdorxs de México, Bolivia, Colombia y Perú, que gentilmente nos apoyaron. Luego, vino la Post-Escuela de Invierno, que fue autoconvocada por un grupo de participantes de la escuela, paradójicamente, esta ha dado continuidad y ruptura al trabajo del Kintral, porque brotó y se fue dando forma a sí misma. Con una clara intensión de compartir lo aprendido colectivamente, la Post-Escuela realizó una intervención callejera en el centro de La Serena “Sequía EN construcción’, que articuló el trabajo intelectual y manual, leímos y también hicimos módulos y objetos para exponer, la intervención fue pensada como un gesto político/pedagógico de apropiación del espacio público, centrado en un ejercicio de escucha como apertura al aprendizaje. En síntesis, las temáticas que nos convocan son los conflictos ecoterritoriales, en tanto problema político, y que de una u otra manera convergen en la problemática del agua; y nos reunimos porque vimos necesario fortalecer nuestras luchas, desde esta trinchera: el conocimiento y la información. Queremos subrayar esto, surgimos de la crisis ecoterritorial, pero también de la indignación con el capitalismo académico. Somos un esfuerzo popular de subversión de las redes mercantilizadas de conocimiento y la colonización académica.
2.- ¿Comprendiendo el contexto político económico que impone el capitalismo mundial, que significa la conflictividad ecoterritorial? ¿Cómo se observan los conflictos ecoterritoriales en la región chilena? (Algún caso para analizar).
A partir de la crítica a las lecturas que tratan los conflictos como casos particulares y desconectados entre sí, proponemos el análisis de la conflictividad ecoterritorial, como una situación transversal, asociada a las dinámicas globales de acumulación capitalista. Tomamos este concepto de Maristella Svampa (socióloga militante que se ha nutrido de la experiencia de lucha de las asambleas argentinas) quien se refiere al ‘giro ecoterritorial de los movimientos sociales en América Latina’. Nosotras hacemos una interpretación libre y usamos este concepto para caracterizar un tipo particular de conflictividad política, que se configura en la debacle ecológica y social generada por el neoliberalismo y la emergencia de movimientos sociales que articulan demandas de carácter ecológico y territorial (que estratégicamente se potencian, pero no son lo mismo). Asumimos que las políticas neoliberales de privatización y mercantilización de la naturaleza han abierto un nuevo ciclo extractivista, que se da en un contexto de crisis sistémica y financiarización de la economía. El capital financiero mercantiliza bienes como el agua, la biodiversidad, las funciones ecosistemicas (ej: bonos de carbono), y paralelamente desvaloriza el trabajo humano. Este nuevo ciclo, ha significado una re-primarización de la economía y la configuración de ‘enclaves extractivos’ que dependen de las dinámicas de oferta y demanda transnacional. Así, las territorialidades tradicionales, se ven subordinadas a la territorialidad neoliberal, que supone el despojo de ‘bienes comunes’ y ‘sentidos comunes’. El mercado permea todos los ámbitos de la vida. Este modelo genera ‘paisajes de desigualdad’ y ‘zonas de sacrificio’. El caso chileno es paradigmático, en tanto sociedad neoliberal consolidada. Para explicarlo mejor, podemos tomar el ejemplo de la cuenca del Elqui, en el norte semiárido. Aquí encontramos distintas territorialidades que coexisten tensamente, pero subordinadas a la territorialidad neoliberal, que en los setenta definió la vocación agroindustrial de la zona, asociada al monocultivo y el oligopolio de los derechos de agua. La demanda internacional, requiere una producción intensiva, que es controlada por capitales transnacionales o nacionales articulados a nivel transnacional, eso supone la tecnologización del riego, que extrae agua subterránea y optimiza la superficial. El problema es que la ‘eficiencia’ del monocultivo de exportación se sostiene en el desabastecimiento hídrico del secano, y el desequilibrio ecológico de toda la cuenca. Esto significa el desplazamiento de los modos de vida tradicional, y la instalación de un nuevo régimen laboral; temporal, precario y flexible. En un territorio semiárido, el agua fluye, pero al ritmo del dólar. La vida local no responde a las dinámicas ecosistemicas, sino a las del capital financiero global, por eso hablamos de ‘enclave extractivo’, en este caso agroindustrial. Aquí, lo que vemos es una conflictividad permanente, que se sintetiza en la imagen de los ‘cercos de puas’ que niegan el paso al río y los ‘candados’ que cierran los canales y también las casas que dejó la migración forzada. Y luego, todo esto se naturaliza y se culpa al clima por la falta de lluvias. La sequía construida socialmente, que asola la cuenca, es una catástrofe silenciosa, que se duele en el día a día. Esta es una manifestación de la conflictividad ecoterritorial, menos visible, pero constante. Pero hay otras, de hecho, Chile se configura como una articulación de ‘enclaves extractivos’ mineros, forestales, agroinduatriales, pesqueros, incluso turísticos. Si analizamos con cuidado, veremos que la conflictividad política de la historia larga y corta, está permeada por esta tensión ecoterritorial, basta ver la relación de los últimos escándalos de corrupción con proyectos extractivos en las zonas del Salar de Atacama y el borde costero de La Higuera; o remontarnos a la memoria larga de la resistencia mapuche. Ahora, el concepto de conflictividad ecoterritorial, nos permite evitar la idealización del actual ‘ciclo de movilización ambiental o ecológico’, que muchas veces emerge de articulaciones precarias entre proyectos de sociedad que pueden ser muy distintos, las luchas territoriales no necesariamente son ecologistas, y puede que ninguna de ellas sea anticapitalista, por eso estamos muy atentas para no simplificar los debates, ni celebrar pequeñas victorias mientras se tejen las grandes derrotas.
3.- Respecto del concepto extractivismo y la forma en que se da, ¿como podría definirse este modelo de desarrollo para los países de américa latina? ¿de que forma se alinea con las ideas de progreso y desarrollo que promueven los gobiernos de la región?
Para comprender el patrón extractivista en la emergencia de los conflictos ecoterritoriales en América Latina (y el Caribe) hay que remitirse a procesos coloniales y neocoloniales, en que nuestros territorios se constituyen como una fuente de recursos naturales al servicio de las necesidades del centro de poder colonial, y que permitió la creación del capitalismo mundial; el saqueo de minerales de Potosí y Zacatecas en base a la explotación social, por ejemplo, permitieron acumulación de riqueza monetaria en Europa y por tanto fundamental para el comercio mundial y para financiar la dominación de otros pueblos. Desde ese momento, la relación colonial de dependencia centro-periferia ha sido continuada por los Estados-nación (actualmente, incluso en los Estados definidos plurinacionales) y sus elites económico-políticas, bajo las ideas modernas de “progreso” y “desarrollo”, las que fundamentan el actual ciclo de “acumulación por desposesión” del capitalismo mundial, articulado en esta arquitectura de ‘regionalismo abierto’ que produce mercancías en base al saqueo y la explotación social, para el sistema capitalista mundial. En este contexto, la definición ‘modelo de desarrollo’ en América Latina es “despojo y depredación” de los bienes comunes de los diversos territorios para la reproducción ampliada del capital mundial. Por ejemplo, sólo pensemos en cómo Barrick Gold ha depredado las fuentes nivales del Valle del Huasco (Chile) y cómo ha contaminado las fuentes de agua superficial con cianuro en el pueblo de Jáchal en San Juan (Argentina) para extraer oro, y preguntémonos qué valor de uso tiene el ‘oro’ en el ‘sistema mundo’, principalmente es el patrón monetario de reservas bancarias: ‘reservas de oro’. Es decir, el oro no tiene otro ‘uso’ que sustentar la acumulación de riqueza y con ello, la avaricia, la guerra, la violencia, la opresión, el engaño, la rapiña: EL SAQUEO!
4.- ¿Cómo y dónde surge el sistema que instala/legitima las economías extractivistas? ¿Cuáles son los tratados, convenios o acuerdos internacionales que dan paso a las actividades extractivas? (caso o ejemplo).
Tras la segunda guerra mundial se constituye el sistema de Naciones Unidas que establece un nuevo ‘orden internacional’, donde Estados Unidos (EE.UU), asume una posición hegemónica. En este nuevo ‘orden de relaciones internacional’, surge el ‘Acuerdo de Bretton Woods’ que crea la arquitectura financiera y comercial internacional: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y posteriormente, la Organización Mundial de Comercio. Estos organismos dominados por la política de EE.UU amplían su supremacía ahora en clave financiera y comercial hacia los Estados latinoamericanos que presentan problemas con su balanza de pagos. Esta intervención se da principalmente en los años ochenta a través de préstamos y créditos internacionales, que imponen políticas de ajuste estructural, guiadas por los principios del Consenso de Washington. Este sistema legitima la posición de integración ‘subordinada’ de los países latinoamericanos al ‘nuevo orden internacional’, y en algunos casos su inclusión se da durante regímenes dictatoriales, como en Chile, donde se privatiza el agua, la educación, la salud, etc. y desregulariza o flexibiliza el trabajo.
Ya en los años noventa, los gobiernos de la elite ‘democrática’, legitiman la total incorporación de Chile al mercado mundial, que se traduce hoy en la firma de 24 acuerdos de libre comercio (TLC), de complementación y de asociación económica, posicionándolo como la economía más abierta de Latinoamérica. Estos acuerdos comerciales han suprimido prácticamente el rol regulador del Estado en la economía nacional –hoy transnacional- y por tanto estos asumen el rol de garantizar los derechos del capital mundial, a través de actos legislativos, judiciales y administrativos que entreguen protección y derechos al capital transnacional. En consecuencia, en Chile el “extractivismo” es parte de todo un engranaje del ‘orden internacional neoliberal’ que tiene una base jurídica sustentada en la Constitución de 1980, producto de la Dictadura, y sus códigos neoliberales de Agua, Minero, Trabajo, Civil, que aseguran el funcionamiento del mercado mundial. Ahí radican las limitaciones y las posibilidades de un proceso destituyente/constituye en Chile. Asimismo a ello hay que agregar que todos los proyectos legislativos o administrativos se presentan en función de los acuerdos comerciales, por ejemplo, la ratificación del Convenio 169 de la OIT, convenios o protocolos de protección medioambiental, ampliación de derechos humanos, la ley de glaciares, el Convenio 91 UPOV, entre otros. Todo estos ‘falsos reconocimientos’ y ‘leyes ad hoc al capital’ se enmarcan en las ‘garantías’ que requiere el mercado mundial para el funcionamiento de los ‘enclaves extractivistas’ en América Latina.
Un caso concreto, donde se observa todo este engranaje es la iniciativa de Infraestructura de Integración Regional Sudaméricana (IIRSA), que financiada por el BID, y legitimada como Foro técnico de UNASUR, está uniendo los océanos Atlántico y Pacífico, con vías terrestres y fluviales, que sostendrán el saqueo de territorios que no habían sido colonizados por el capital. La IIRSA es una plataforma que posibilita el extractivismo, pues genera la infraestructura que vincula los ‘enclaves extractivos’ (caminos) y también aquella que los provee de energía (hidroeléctricas). Los 12 países de Sudamérica avalan IIRSA. En el caso chileno, los corredores IIRSA están asociados directamente al modelo extractivista, es así como el Túnel de Agua Negra (cordillera) se proyecta en función del Puerto de Coquimbo, como salida al Asia Pacífico, habilitando las condiciones de circulación de soja transgénica y minerales de Brasil y Argentina, y también nuevos proyectos mineros en Chile.
4.- ¿Cómo las políticas económicas mundiales están hoy determinando los modos de vida de las pequeñas localidades rurales, a partir de la actividad extractivista? ¿Cómo afecta la vida cotidiana de las personas?
Si consideramos el panorama geopolítico anteriormente descrito y miramos los territorios de la Región de Coquimbo (y de la zona norte y sur en general) podemos ver que la transformación de los últimos 40 y 30 años se deben a la dependencia y subordinación de la sociedad chilena –más allá de lo estrictamente económico- al mercado mundial, el que ha construido una nueva territorialidad, por ejemplo, los valles de Elqui, Limarí y Choapa hoy están subordinados a la dinámicas de la agricultura y minería transnacional, es decir, son ‘enclaves extractivistas’ que no produce ‘valores de uso’ para sus territorios y las comunidades que ahí habitan sino que producen ‘valor de cambio’, mercancías en base a la explotación del trabajo y la naturaleza para el mercado mundial. Actualmente esta producción de plusvalor para el capital transnacional está haciendo crisis en los territorios, fundamentalmente a través de las crisis hídricas, debido al nivel de explotación de agua, avalado por el código de aguas; como lo sintetizó Jonathan, uno de los compas que conocimos en la Escuela de Verano: ‘No es sequía, es saqueo’. Entonces, la dinámicas sociales que se dan en los territorios están sometidas a las fluctuaciones del mercado mundial, es decir, quién determina sus ritmos de trabajo, los usos de suelo, la alimentación, la contaminación de sus medios de vida, las expectativas de los jóvenes. Todos los ámbitos de la vida están permeados por entes ajenos a los territorios. Así, el despojo del agua y con ello el territorio, también es despojo de proyectos de vida.
5.- Si pudiéramos construir un panorama general del extractivismo en Latinoamérica, qué aspectos en común se dan en las distintos países? ¿cómo eso engloba prácticas comunes a los gobiernos?
Si consideramos que todos los Estados latinoamericanos responden a la arquitectura financiera y comercial del ‘orden internacional’ presentamos sin duda problemas comunes, como la extracción intensiva de materias primas, que destruye formas y medios de vida, desplazando comunidades de sus territorios, principalmente indígenas. En el caso de Chile, obviamente se comparte la receta con Perú, Colombia y México, que conforman la ‘Alianza del Pacifico’. Como constatamos con lxs compañerxs de estos países, nos une el denominado “mal desarrollo”, que actúa a través de la transnacionalización, la desregulación del Estado, la militarización como respuesta a la oposición de tales proyectos (p.e. Este año a Perú desembarcaron 3200 marines estadounidenses y sumado a las bases militares que se encuentran en Colombia, Chile, Costa Rica, etc.), la cooptación de las organizaciones sociales locales y la implementación de políticas subsidiarias para subsanar los ‘efectos no deseados’, las ‘externalidades’ del desarrollo neoliberal. En este punto podemos decir que existió en algún momento un bloque de oposición al regionalismo neoliberal, de parte de Venezuela, Ecuador, Bolivia y en alguna medida Argentina, sin embargo estos gobiernos de izquierda progresistas no han logrado subvertir el patrón extractivista y, por ejemplo, los Estados Purinacionales de Bolivia y Ecuador enfrentan hoy en día conflictos internos muy complejos con comunidades indígenas que se oponen a la explotación de hidrocarburos en sus territorios. Estos Estados, se plantean postneoliberales, pero no poseen un proyecto postextractivista, de hecho si bien se resisten a la arquitectura financiera internacional, y a través de ALBA, cuestionan la hegemonía norteamericana, asumen el extractivismo como un ‘mal necesario’, que legitiman con la necesidad de políticas redistributivas. Basta señalar que asumen el IIRSA, y también los mercados del capitalismo verde, entrando en contradicción con los discursos del Suma Qamaña/Sumak Kawsay y los Derechos de la Pachamama. En este sentido, la centralidad de las prácticas extractivas y la criminalización de la protesta son puntos en común, mientras el rol del Estado y las dinámicas de movilización social marcan las diferencias, pues países como Bolivia y Ecuador, los movimientos populares poseen la capacidad de instalar sus demandas, desbordando muchas veces el espacio de lo público. En este sentido, su fuerza no puede ser fácilmente omitida o gestionada desde el gobierno, situación que contrasta con Chile, donde recién se visualiza un potencial de organización social.
6.- ¿Cómo se están enfrentando los problemas asociados al extractivismo en las localidades que ustedes han visitado? ¿O la magnitud de lo que significa?, si es que no, ¿como poder romper el paradigma?
El problema que vemos es que no se está enfrentado el extractivismo como tal, sino que se están mitigando, por separado, sus efectos: escasez de agua, contaminación, pérdida de biodiversidad, privatización de semillas, etc. Tal situación permite a la institucionalidad pública segregar los problemas y gestionar sus ‘soluciones’ desde el aparato burocrático, evitando así, el cuestionamiento al patrón de relaciones de poder que sostiene los enclaves extractivos, la dependencia, el despojo, las desigualdades e injusticias. Las organizaciones que de alguna manera están visibilizando los conflictos ecoterritoriales no siempre cuestionan el modelo civilizatorio que sostiene el extractivismo. Por ejemplo, hay movimientos medioambientales que se declaran ‘ciudadanos’ y ‘no políticos’, y algunos que practican el activismo del ‘metro cuadrado’, como proyección de una sociedad individualista. Así no se generan solidaridades que permitan ampliar la discusión, sino que se cierran las posibilidades de articulación con las organizaciones sindicales que viven la explotación laboral, con campesinos que viven la precariedad de sus medios de vida, con indígenas que viven la violencia del Estado, etc. Todos son problemas puntuales que demandan soluciones de lo público estatal y no se posicionan desde lo público comunitario. Y así el activismo del metro cuadrado pasa al activismo de Facebook. Cada uno en lo suyo, mostrando el rostro más desesperanzador, del exitoso modelo chileno.
7.- ¿Cuáles son los casos más emblemáticos de resistencia por la tierra? ¿Por qué creen que el mundo indígena es principalmente el más organizado y convencido?
La resistencia indígena en América Latina es histórica, así como el extractivismo se constituye en la era colonial como el primer ciclo de acumulación capitalista, así también la resistencia de los pueblos indígenas, la que se ha globalizado en las últimas décadas del siglo XX, con movimientos como el zapatismo, que se opuso en su momento a la entrada en vigencia del TLCAN y visibilizó que lxs indígena no eran parte del pasado. Paralelamente en Chile, casi en los mismos años la conflictividad ecoterritorial comienza a evidenciarse, por ejemplo, con la construcción de la represa hidroeléctrica Ralco y la oposición de las comunidades Pewuenche, especialmente las hermanas Quintreman. Cabe mencionar que tanto México como Chile han sido los primeros Estados nacionales -en el contexto latinoamericano- en implementar las políticas de ‘ajuste estructural’ al pie de la letra. A partir de estos movimientos se produjo una actualización de lo indígena, que se articuló con el discurso ecologista del ‘primer mundo’ que denunciaba los límites naturales del crecimiento económico.
Ahora, desde comienzos del siglo XXI las rebeliones indígenas y populares en Bolivia, que emergen por demandas territoriales y la defensa de lo que se considera bienes comunes, como el agua y los hidrocarburos, posicionaron al indígena como un actor político central de un proceso descolonizador, que inaugura el Estado Plurinacional que redefine el modelo de desarrollo bajo el paradigma del “Buen Vivir”. No obstante, este proceso no ha estado exento de conflictos y tensiones, por ejemplo, se interpela desde las organizaciones indianistas la retórica pachamanica que despolitiza el sujeto indígena y su relación con la naturaleza. En este escenario de tensiones permanente y propias del ‘colonialismo interno’ es necesario problematizar nuestras nociones de lo indígena como los ‘buenos salvajes’, posicionados desde esa mirada como los ‘defensores de la madre tierra’, puesto que atribuirles la responsabilidad de defender lo que permite la subsistencia de todas y todos es sin duda una acto colonial y egoísta. El oponerse a las formas depredadoras de las formas y medios de vida es una lucha que debemos asumir todas y todos.
Sin embargo, debemos reconocer que el reconocimiento de derechos diferenciados a los pueblos indígenas, ha potenciado procesos de etnificación, que a su vez etnifican las luchas ecoterritoriales. En esta línea podemos destacar la lucha de los pueblos indígenas de Ecuador, principalmente de la amazonia, la resistencia de los indígenas de Tierras Bajas que defienden el TIPNIS en Bolivia, los pueblos amazónicos reprimidos en Bagua, por el gobierno peruano, la lucha de los mapuche de Neuquén, Argentina y por supuesto los mapuche del Sur de Chile, y los mismos zapatistas, que en pleno 2015, nos invitan a problematizar la ‘Hidra capitalista’, por nombrar ejemplos de la coyuntura. Sin duda estas resistencias también se explican por capacidades de organización, que se remontan a la memoria larga de las luchas coloniales, y la supervivencia y actualización estratégica de epistemologías ‘muy otras’, que se plantean como fuentes de sentido alternativas a la crisis del mundo occidental eurocéntrico; y que promueven relaciones distintas entre sociedad y naturaleza, que incluso parten de la negación de esta dicotomía. La instalación política de estas epistemologías ‘otras’, y su legitimación a partir de la apropiación y disputa del espacio académico, han generado las condiciones políticas para una creativa ‘emergencia indígena’ que se posiciona del otro lado del extractivismo.
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http://metiendoruido.com/2015/11/extractivismo-la-destruccion-de-la-tierra-en-america-latina-entrevista-a-colectivo-el-kintral-la-serena/