‘Una visita a Eliseo Reclus’, por Rudolf Rocker

eliseereclus

Hacia fines de abril de 1893 tuve por primera vez ocasión de conocer personalmente a Eliseo Reclus. Uno de los jóvenes compañeros alemanes, Paul Anhäuser, había inventado un pequeño instrumento óptico del que esperaba mucho para el porvenir.

Como no tenía propósito de vender su invento a algún financiero, quería instalar un pequeño taller cooperativo y dedicar la ganancia de la empresa al movimiento. Para ellos hacia falta ante todo un pequeño capital inicial  de al menos ochocientos a mil francos que no sabia donde reunir. Habló del asunto repetidamente con el padre Meyer y conmigo, pero tampoco sabíamos qué hacer.

Por medio del amigo Rodinson había conocido hacia un tiempo a la compañera rusa María Goldsmith, una mujer extraordinariamente dotada que se dedicaba al estudio de las ciencias naturales y vivía con su anciana madre. María tenía estrecha amistada con Kropotkin y otros conocidos compañeros rusos y ha entregado una serie de artículos notables durante muchos años, con el pseudónimo de Korn, a los periódicos anarquistas rusos, franceses y un libro muy bien recibido sobre la historia de las adversas teorías de la evolución, que fue traducido también al alemán y a otros idiomas. Su madre era también una antigua compañera que vivió mucho tiempo de su juventud en Suiza y conoció allí personalmente a Miguel Bakunin. Para mi era por tanto un gran placer pasar un par de horas en la compañía alentadora de esas dos mujeres. Muy a menudo iban a visitarlas también otros compañeros y la conversación se volvía entonces muy animada y provechosa.

Al visitar una noche a María y su madre, se habló casualmente de mi joven amigo y de su invento. María, que tomó interés por el asunto, al parecer, me rogó que la próxima vez llevase a Anhäuser para que pudiese darle mayores detalles. Así la visitamos juntos un día. Después de haberle presentado Anhäuser sus planos y de haberle dado las necesarias explicaciones, dijo María que quizás Reclus podría hacer algo. Se ofreció ella misma a escribirle para recabar su opinión. Anhäuser, que se había esforzado sin éxito en torno a su asunto, quedó satisfecho y le dio cordialmente las gracias por su mediación.

Algunos días después llegaron a mis manos unas líneas amistosas de Reclus invitándonos a visitarle. Vivía entonces en Sèvres, no lejos de Paris, y uno de los días últimos de abril, después de mediodía, nos pusimos en camino hacia allá. La casita que le servía de residencia era silenciosa y causaba una agradable impresión. Reclus mismo nos abrió la puerta y nos saludó con aquella tranquila cordialidad que era característica de toda su naturaleza. Habló inmediatamente alemán, idioma que dominaba muy bien, pues había estudiado en Alemania y no se confundía en una palabra siquiera. Le seguimos a su espaciosa habitación de trabajo, un local hermoso, bien iluminado, en donde imperaba una limpieza y un orden penoso. En medio de la habitación había un gran globo terráqueo. Las paredes estaban cubiertas de mapas geográficos. Junto a ellos se levantaban estantes recargados de libros. Las dos mesas de trabajo estaban cubiertas de dibujos, instrumentos de medida y útiles de escribir. Se sentía uno a gusto en ese local, que irradiaba un calor acogedor.

Eliseo Reclus tenía entonces sesenta y tres años, pero se movía con ligereza y todos sus movimientos eran ágiles y espontáneos. Había oído hablar tanto de ese hombre notable y conocía tan bien sus pequeños escritos que fue para mi un acontecimiento verlo de repente ante mi y poder escuchar sus palabras.

Si hubo alguna vez un hombre de una pieza, fue Eliseo Reclus. Su hondo sentimiento humano se advertía en todos sus actos y daba a su naturaleza aquel sello especial que percibía de inmediato todo el que entraba en contacto con él aunque fuese fugazmente. En ese hombre había creado  la naturaleza un equilibrio interior que sólo se encuentra muy raramente. Todo su aspecto correspondía a la idea que me había formado de él. La hermosa cabeza con larga y densa cabellera, la alta frente de pensador, los rasgos delicados y los ojos expresivos de los que irradiaba una bondad de sentimientos que se puede sentir, pero que difícilmente se puede describir, causaba una impresión que nadie que lo viese una vez lo podría olvidar. Se sentía formalmente la calida humanidad que partía de ese hombre y que arraigaba hondamente en el alma. Creo que no hubo jamás un ser humano que haya hablado mal de Reclus públicamente, quizás con la sola excepción del célebre fiscal Bulot, que en el famoso proceso de los treinta (1894) dejó escapar contra él, que no estaba presente siquiera, algunas injurias groseras que fueron severamente zarandeadas enseguida en la prensa.

Después de haberle presentado Anhäuser sus dibujos y de haberle explicado su plan, le hizo unas preguntas y tomó algunas notas en un trozo de papel. Luego le dijo que no podía prometerle nada fijo, pero que haría todo lo que estuviese en su poder, pues creía que la cosa valía la pena. Personalmente no podía ocuparle por el momento del asunto, pues dentro de pocas semanas tenía que hacer un viaje geográfico a América del Sur y estaba atareadísimo con los preparativos. Sin embargo quería hablar de la cuestión con su sobrino Paul, que podía hacer en esas cosas más que él mismo y que nos tendría a corriente de todo lo que se produjese.

Le dimos cordialmente las gracias, pero cuando queríamos levantarnos para salir a fin de no absorber tanto su tiempo precioso, nos interrumpió amablemente y nos dijo que se había impuesto por sí mismo un par de horas libres para volver hablar alemán, dado que tenía muy poca oportunidad de hacerlo. Nos preguntó de qué parte de Alemania éramos. Cuando le respondí que yo había nacido en Maguncia, dijo que conocía mi ciudad natal y que la había visitado de joven, mucho antes de que yo naciera. Hablamos del nuevo movimiento en Alemania y de las condiciones generales alemanas, de las que estaba, para mi sorpresa, muy bien informado. Respondiendo a sus preguntas, le hablé sobre nuestra propaganda en las partes suroccidentales de Alemania y sobre mis experiencias personales. Cuando le mencioné la difusión secreta de nuestros periódicos extranjeros, se mostró singularmente interesado y nos dijo que solía leer regularmente la Freiheit desde su fundación. Deploraba que Johann Most hubiese abandonado Alemania y creía que eso fue una gran perdida para el movimiento. Su periódico, dijo, era en muchos aspectos lo mejor que poseía en general el movimiento anarquista internacional. Most era un escritor popular extraordinariamente capaz y sabía exponer los problemas más difíciles en un idioma popular, de tal modo que podía seguirle cualquiera. Este es un arte que no se puede aprender, sino que descansa en capacidades innatas.

Las teorías, dijo, son una cosa necesaria, siempre que resuman intelectualmente lo que el pueblo siente de modo instintivo, pero pasan también entre nosotros al doctrinarismo y pierden por eso su efecto natural. La Freiheit es, de todas las publicaciones anarquistas, quizás la única que, a pesar de su larga existencia, no se ha vuelto doctrinaria y justamente por eso es siempre legible y causa siempre efecto.

Cuando en esa ocasión aludí a Père Peinard, el órgano popular de los anarquistas parisienses, y observé que a ese periódico no se le podía reprochar seguramente inclinaciones doctrinarias, dijo sonriendo: “No, seria injusto. El Père Peinard es, sin duda, un periódico muy popular y justamente por ello se explica su éxito. Pero esa publicación se ocupa exclusivamente de problemas de la vida cotidiana y atribuye poca importancia a la formación intelectual en el sentido de nuestras ideas. En Francia, donde además de La Révolte existe también una gran serie de publicaciones que se han puesto por misión el desarrollo de nuestras concepciones, un periódico como el Père Peinard llena absolutamente su finalidad, pero sin esas publicaciones no bastaría. Most, sin embargo, ha sabido en su Freiheit enlazar hábilmente los dos aspectos, y en eso consiste su gran merito.”

Reclus ensalzó especialmente la capacidad idiomática de Most. El enriquecimiento del idioma, dijo, nos llega principalmente por los estetas y los literatos. Pero como éstos, casi sin excepción, arraigan en su propia esfera, su efecto por lo general sólo alcanza un pequeño estrato. En Most vive la manera representativa del pueblo como en todos los verdaderos formadores de palabras y creadores lingüísticos. Por eso, no sólo llega al oído, sino también al corazón del hombre sencillo. Para una doctrina como el anarquismo esto es singularmente importante. El gran merito de los anarquistas consiste en haber reconocido que no se pueden estabilizar los hombres y sus relaciones sociales en una determinada norma, pues la mayor parte de nuestra vida es vivida en formas creadas por nosotros mismos, siempre variables, que surgen de las necesidades cotidianas y se basan en el acuerdo voluntario, afirmadas por las costumbres diarias y las exigencias generales de la convivencia social. Las continuas perturbaciones de equilibrio social se pueden atribuir casi sin excepción a los privilegios usurpados y  a las aspiraciones de poder de minorías parasitarias. Para explicar esto al pueblo claramente, hay que hablar su lenguaje y tener en cuenta sus sentimientos naturales.

Reclus no pasaba por alto las grandes dificultades con que tenia que luchar el joven movimiento anarquista en Alemania. No es fácil, decía, la lucha contra tradiciones que han arraigado en la evolución histórica de un país. Yo estaba asombrado de la gran compresión de la situación de Alemania. De los alemanes sabía decir mucho bien, a pesar de mis objeciones, y sostenía que la misión de los anarquistas alemanes debía consistir en vincularse a las aspiraciones de Lessing, de Herder y de los demás “Aufklärer” alemanes para socavar los efectos dañinos de la burocracia de estado prusiana. El nacionalismo, decía, es la gran enfermedad de los pueblos victoriosos, cuyo peor efecto consiste en que intenta anular lo que se abrió ya prácticamente camino por el gran periodo de la ilustración  europea.

Cuando nos disponíamos a partir, trajo Reclus de una habitación contigua los cinco primeros años, bien ordenados, de la Freiheit, y me los obsequió con estas palabras: “Tomé esto, mi joven amigo. En sus manos estará mejor que aquí, donde no llenan ningún objeto.” Le di las gracias con alegre sorpresa. Aquellos primeros años del periódico eran ya bastante raros. No los había visto jamás antes. Reclus nos acompañó a la estación y se despidió amistosamente de nosotros. Unas semanas después emprendió su gran viaje, que terminó con la publicación del último volumen de su Geografía Universal monumental.

He vuelto a ver después dos veces más a Reclus. Una en Paris, poco antes de su viaje a Bruselas, donde había aceptado el cargo de profesor de geografía comparada en 1894 enla UniversitéNouvelle; la ultima en una conferencia que dio en Londres. La figura de ese hombre notable, tan ricamente dotado, se me grabó siempre profundamente en el alma. Fue, sin duda, una de las más notables personalidades que he encontrado en mi vida, un hombre que no aparece a menudo en el mundo, y uno de los representantes mas distinguidos de una nueva era.

Eliseo Reclus ha realizado una obra enorme. Sus numerosos trabajos geográficos han hecho conocer su nombre como uno de los más grandes en ese dominio en el mundo entero. Y ese gran sabio, que a pesar de su rica actividad literaria y científica tuvo que luchar a menudo con las preocupaciones de todos los días, pues le faltaban todas las condiciones para un comerciante, siguió siendo hasta el ultimo suspiro uno de los combatientes más honestos y más inteligentes de la liberación social, para la cual ningún sacrificio era demasiado grave. Amigo personal de Bakunin, que siempre habló con gran respeto de él, participó activamente en las grandes luchas dela Comunade Paris. Se le habría enviado entonces, como a tantos otros, seguramente, a Nueva Caledonia. Sólo la intervención de un gran número de sabios famosos, en Inglaterra, y en América, logró que se le desterrase por diez años de Francia, después de haber pasado casi un año en la prisión.

Sus numerosos escritos menores han sido traducidos a muchos idiomas y se han convertido en patrimonio común de todo el movimiento libertario. Su gran obra L`Homme et la Terre, en la que resumió los resultados de sus investigaciones geográficas e históricas, es una de las obras más notables de la filosofía libertaria de la historia y se distingue ante todo por la claridad de la visión y la belleza del lenguaje, que presta un encanto extraordinario a todo lo que ha escrito.

La vieja familia hugonota de los Reclus fué uno de los grupos humanos más típicos que hayan existido jamás. No sólo ha producido una serie de hombres, como Eliseo, sus excelente hermanos Elias, Enésimo, Paúl Reclus, etc., que han realizado obras notables en diversos dominios, sino que ha dado a Francia también un gran numero  de hombres y mujeres valiosos que se han distinguido por la independencia del pensamiento y ante todo  por un sentido social profundamente desarrollado. No pocos de ellos han tomado parte del movimiento libertario de su país y han tenido que soportar por esa causa prisiones y persecuciones. Reaccionario no fue ninguno de sus miembros. Y en esa gran familia extraordinaria imperaba una magnifica armonía y una honradez de convicciones que hay que admirar siempre cuando se hojean los tres volúmenes de la Correspondance de Eliseo Reclus, publicados después de su muerte. Parece que en la familia de Reclus no hubo realmente ninguna oveja negra.

Rudolf Rocker
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