Jeremy Rifkin es un hombre elegante. Elocuente, preciso y seguro de sí mismo, inicia su discurso con un panorama de futuras catástrofes, cada una de ellas acompañada por el estribillo: “¿y quién va a pagarlo?”. La pregunta queda en el aire, pero una se tranquiliza al saber que este economista estadounidense ha asesorado a varias compañías aseguradoras. Convertido en demiurgo frente al reto tecnológico, sus libros El fin del trabajo y El siglo de la biotecnología, ahora publicados en España, le han valido una notable audiencia. Mientras coge el ordenador para que se le hagan las fotos advierte que no lo usa: el tiempo que le toma escribir a mano se acopla mejor al ritmo de sus pensamientos. Esta paradoja ilustra su mensaje sobre los tiempos que corren.
–El título de su anterior libro es El fin del trabajo. ¿Esto significa la vuelta al paraíso o que finalmente las máquinas nos dejarán sin puestos de trabajo?
-Puede tratarse del paraíso o de la parálisis, depende de cómo se mire. La realidad es que tenemos programas informáticos cada día más capacitados para realizar las mismas labores que el ser humano. Ésta podría ser una de las grandes victorias de la humanidad; si las máquinas se encargaran de la realización de bienes y servicios, podríamos liberar de esas tareas a las generaciones sucesivas, para que usaran sus mentes en algo mucho más creativo: crear cultura, civilización. El problema es que no tenemos una visión adecuada de cómo pueden liberarnos las nuevas tecnologías. Y estamos asustados porque no concebimos en qué otra cosa puede emplearse el ser humano. Hace unos meses participé en una reunión del Consejo de Europa sobre cómo crear políticas laborales. Se nos plantean retos y estamos empezando a responder.
–También asustan algunos de los interrogantes que plantea la nueva tecnología biológica.
-Una de las razones por las que escribí El siglo de la biotecnología fue por tener un nuevo enfoque de lo que va a ser el siglo XXI. La gente cree que será la era de la información, pero eso sería como llamar a la era industrial “la era de la imprenta”. La imprenta no fue importante hasta que no se le unió el poder del carbón y de la máquina de vapor, y se convirtió en el lenguaje de la revolución industrial. De cara al siglo XXI se están uniendo también dos tecnologías emergentes: la comunicación y los recursos, ordenadores y genes. Y de esta fusión nace un nuevo campo, la bioinformática. Se trata de un cambio más amplio de lo que se piensa. La revolución de la informática es sólo el lenguaje de la revolución biotecnológica.
–¿Podría hablarnos de este nuevo recurso, los genes? Usted los ha llamado el oro verde del siglo XXI.
-Sí, el comercio genético se está imponiendo en todos los sectores, desde los materiales de construcción hasta la energía, la alimentación o la medicina. Estamos pasando de la edad de la física y la química a la edad de la biología. Muestra de lo rápidamente que se producen estos cambios es que, desde hace un par de años, los cuatro gigantes de la industria química (Du Pont, Monsanto, Novartis y la Hoechst alemana) han tomado la decisión de abandonar parte o toda su división química para dedicarse sólo a la genética. Se están metamorfoseando para adaptarse a la nueva época. La gente no sabe hasta qué punto le afectarán estos cambios, empezando por los alimentos transgénicos que han dado lugar a una tormenta política.
–¿Y cuál es el verdadero alcance de este problema? ¿Se conocen ya los efectos nocivos que pueda tener sobre nuestra salud o por ahora sólo constituyen una amenaza?
-Son un problema real; estos cultivos y alimentos no son como ninguno de los que hemos tenido hasta ahora. En la reproducción clásica se cruzan parientes próximos, un caballo y un burro y tenemos una mula, pero no se pueden cruzar un burro y un manzano. Gracias a las nuevas tecnologías, es posible coger genes de cualquier especie y ponerlas en el código de cualquier otra: es jugar a ser Dios, rediseñar las imprentas de la vida. Pero no se sabe lo que se obtendrá en términos de medio ambiente y salud: se trata del experimento más descontrolado que hayamos hecho nunca. Nos estamos poniendo en la boca unos alimentos con genes que no hemos consumido en cientos de miles de años. La mayoría serán seguros, pero no todos y esto no se sabrá hasta que la gente enferme.
–Sin embargo, el discurso de la ciencia es tan prepotente, los científicos parecen tan seguros de sí mismos, que la gente cree que cada día se sabe más y que se sabe a dónde vamos.
-Deje que le dé un ejemplo: la mariposa monarca, la más hermosa de nuestras mariposas, un icono de América. Científicos de la Universidad Cornell les dieron a comer polen de un maíz transgénico al que se le había incorporado el gen tóxico Bt, y el 40 por 100 de las larvas murió. Luego hicieron la misma prueba con polen de maíz normal y no les sucedió nada… Mire, la idea de una ciencia neutral es un chiste. Los químicos no anticiparon los efectos nocivos del DDT, los físicos nucleares no previeron qué hacer con los residuos nucleares y los biólogos están haciendo lo mismo con la polución genética. ¡Hay tanto dinero en juego!
?¿Cree que van a parar a preguntarse si existe algún problema? ¿Harán un test científico?
?No, eso entorpecería la buena marcha del comercio. En este sentido me parece muy importante la moratoria que han aprobado los ministros de Medio Ambiente de la Unión Europea hasta que se adopten medidas más estrictas. Es una pauta moral para el resto del mundo.
Jeremy Rifkin traza un daliniano paisaje de árboles-chicle (cuya lignina ha sido destruida por la fuga de una enzima) o hiperpeces escapados de la probeta. Un segundo Génesis en manos de una ciencia tan ciega como la misma imagen de la justicia. “¿Acabaremos por ser alienígenas en un mundo poblado de criaturas clonadas, quiméricas y transgénicas?”, se pregunta Rifkin. En contrapartida, la nueva ciencia genética puede poner al alcance de la mano lo que hasta ahora sólo eran sueños. Las investigaciones para construir válvulas cardíacas humanas, pechos, orejas, cartílagos, narices y otras partes del cuerpo están tan avanzadas que para el año 2020, según sus previsiones, el 95 por 100 de las partes del cuerpo humano serán reemplazables por órganos de laboratorio.
-Yo estoy a favor de la nueva ciencia genética; es muy valioso saber más sobre genes. La cuestión es cómo se aplica. Estas grandes compañías sólo conciben una manera de emplearla: coges tu campo de maíz y le metes un soldado con pistolas. Es anticuado, ciencia primitiva, ingeniería decimonónica; esto es lo que yo llamo la vía dura. Hay una vía blanda mucho más sofisticada que permitiría usar la misma información para integrar mejor las plantas en su medio ambiente, establecer una nueva relación con la naturaleza, aprender a hacer de ella una amiga, no una enemiga. La vía dura da paso a un oscuro futuro de polución genética, bebés diseñados y eugenesia comercial.
–¿Cree que llegará un futuro en que una pareja acuda al biólogo para planificar a su futuro hijo antes incluso de la concepción?
-Ahora mismo, en EE UU, el primer experimento para cambiar las instrucciones genéticas en un embrión humano está listo y en espera de aprobación. Pero es una cuestión difícil de decidir, porque nos atrae y nos repele a la vez. Le daré un ejemplo: cuando los niños que hoy tienen cinco años tengan 25, podrán ir a una clínica donde les harán su mapa genético, de modo que hombre y mujer sabrán lo que genéticamente será su pequeño embrión antes de hacerlo. Si saben que tendrá leucemia infantil, fibrosis quística, depresión, dislexia, una estatura extremadamente baja… ¿no van a eliminar este gen antes de la concepción? ¿Es que hay alguna mamá y algún papá que no quieran el bebé más sano y hermoso, el emocionalmente más equilibrado que el dinero pueda comprar?
–Usted alude reiteradamente al viejo fantasma de la eugenesia, la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la raza humana. ¿Cree que sabemos a dónde nos dirigimos?
-La nueva eugenesia comercial es pragmática y amable, sólo pretende ayudar a tu bebé, pero los resultados pueden ser todavía peores que los del Tercer Reich. Por primera vez en la historia, el padre se convierte en el diseñador de su hijo. ¿Y qué padre posee la sabiduría o el derecho de diseñar a alguien de la próxima generación? ¿Qué sucederá con el niño que no haya sido diseñado al nacer, por razones éticas, o porque los padres no podían pagarlo? En un mundo con controles de calidad, seremos menos comprensivos con un niño que no alcance los estándares de la ingeniería genética. También podría ser que a unos padres que no corrigieran antes de nacer los defectos genéticos de sus hijos se les viera como a unos criminales horrendos.
–Hablamos de diseñar a nuestros hijos, cuando millares de seres humanos se están muriendo de hambre ahora mismo y padecen enfermedades erradicadas en Occidente desde tiempo atrás.
-Pero es que podemos alimentarlos. En Occidente tenemos tanta capacidad de producción que, de hecho, estamos pagando a agricultores de Europa y América para que no produzcan. No hay suficiente gente en el mundo con bastantes ingresos para comprar estos alimentos, de modo que se trata de hallar una solución política, no tecnológica. En segundo lugar, un tercio del grano que hoy crece en el mundo se dedica a alimentar animales. Mientras los pobres no tienen tierra para alimentar a sus hijos y mueren de hambre, nosotros, los ricos, utilizamos la tierra para cultivar piensos para animales y morimos de ataques al corazón por comérnoslos. Sólo cambiando la cadena alimentaria daríamos de comer a un tercio de la población mundial ahora mismo. La mayoría de las enfermedades se deben a la combinación de predisposición genética, entorno y estilo de vida. Cuando sepamos qué constituciones genéticas predisponen a unas u otras dolencias, podremos diseñar una combinación de dietas y hábitos que ayuden a evitarlas. No se trata de usar nuestro conocimiento sobre genes para manipularlos, sino para aprender cómo funcionan e interaccionan con el medio ambiente. Se trata de adaptar la dieta al genotipo de cada uno, o sea, calidad de vida contra eugenesia.
–Como usted dice, la nueva ciencia de los genomas está siendo utilizada por grandes compañías que han optado por la vía dura. ¿Esto supone dejar al ser humano en manos de los intereses comerciales?
-No es un hecho; la vía dura es sólo una agenda. Puede que no triunfe, que no funcione. La ingeniería genética podría abandonar se o usarse tan sólo de forma limitada. Lo que yo le digo al público es que no hay que temer a la era de la biología; abracémosla, pero entendiendo que hay otras opciones distintas de las que utilizan las compañías dedicadas a las ciencias de la vida. Yo creo que veremos un realineamiento político. Si en la era industrial nos movíamos entre derecha e izquierda, en la edad de la biología nos encontraremos con dos polos opuestos: el valor intrínseco de la vida y el valor comercial de la vida. Cada vez más, individuos, familias, comunidades y países tendrán que decidir qué tipo de tecnologías hay que introducir en el mercado y qué tipo de decisiones políticas y culturales tomar. No van a dejar que el mercado se convierta en árbitro de la nueva civilización eugénica.
Teresa Ricart
Esta entrevista fue publicada en noviembre de 1999, en el número 222 de MUY Interesante.
http://www.muyinteresante.es/ciencia/articulo/jeremy-rifkin
EL SIGLO DE LA BIOTECNOLOGÍA
Jeremy Rifkin
Nunca antes en la historia ha estado la humanidad tan mal preparada para las nuevas oportunidades, dificultades y riesgos tecnológicos y económicos que se ven en el horizonte. Es probable que sean más fundamentales los cambios de nuestra forma de vida en las próximas décadas que en los mil años anteriores. Hacia el año 2025 viviremos, nosotros y nuestros hijos, en un mundo sumamente diferente de todo lo que los seres humanos hayan experimentado en el pasado.
En poco más de una generación nuestra definición de la vida y del significado de la existencia se habrá alterado de forma radical; habrá seguramente que reconsiderar muchos supuestos sobre la naturaleza, incluida nuestra t propia naturaleza humana, que desde hace mucho se dan por sentados. Puede… que muchas viejas prácticas relativas a la sexualidad, la reproducción, el nacimiento y la paternidad se abandonen en parte. También es probable que las ideas sobre la igualdad y la democracia, o las que nos hacemos del significado de expresiones como «libre albedrío» y «progreso», se redefinan. Seguramente cambiará la percepción que tenemos de nuestra identidad y de la sociedad igual que el espíritu del primer Renacimiento modificó la de la Europa medieval hace más de setecientos años.
Hay muchas fuerzas convergentes que están juntándose para crear esta nueva y poderosa corriente social. En el epicentro está una revolución tecnológica sin parangón en toda la historia, que tiene el poder de rehacemos y de rehacer nuestras instituciones y nuestro mundo. Los científicos empiezan a reorganizar la vida a nivel genético. Los nuevos instrumentos de la biología abren oportunidades para la remodelación de la vida en la Tierra a la vez que clausuran opciones que han existido a lo largo de los milenios de la historia de la evolución. Ante nuestros ojos se extiende un nuevo paisaje, sin mapas aún, que se ha conformado en miles de laboratorios biotecnológicos de universidades, organismos gubernamentales y empresas de distintas regiones del mundo. Con que se cumpliese parte de lo que se está anunciando acerca de la nueva ciencia, las consecuencias para la sociedad y las generaciones futuras serían seguramente enormes. He aquí unos ejemplos de lo que podría suceder en los próximos veinticinco años:
Un puñado de empresas multinacionales, institutos de investigación y gobiernos podría poseer las patentes de prácticamente cada uno de los 100.000 genes que constituyen los planos del género humano y de las células, órganos y tejidos que el cuerpo humano comprende. Igualmente podrían tener patentes similares de las decenas de millares de microorganismos, plantas y anima les que existen, de tal modo que poseerían el poder sin precedentes de dictar cómo viviríamos, nosotros y las generaciones futuras, nuestras vidas.
La agricultura de todo el planeta podría verse en medio de una gran transición de la historia mundial, con un volumen creciente de alimentos y fibra cultivados en interiores, en gigantescos baños bacterianos, a un precio que sería una fracción de lo que cuesta cultivar en la tierra. El paso a la agricultura de interiores presagiaría el ocaso de la era agrícola, que empezó hace unos diez mil años con la revolución neolítica y se ha prolongado hasta la revolución verde de la segunda mitad del siglo xx. La agricultura de interiores podría suponer unos precios más baratos y una oferta de alimentos más abundante, pero millones de campesinos, tanto del mundo desarrollado como de los países en vías de desarrollo, serían quizá arrancados de sus tierras; se desencadenaría una de las grandes perturbaciones sociales de la historia.
Podrían liberarse en el medio ambiente decenas de miles de nuevos virus, bacterias, plantas y animales transgénicos con fines comerciales, de la «biodepuración» a la producción de combustibles alternativos. Pero algunas de estas sueltas podrían sembrar la desolación en la biosfera del planeta y diseminar una contaminación genética desestabilizadora, letal incluso, por el mundo. Los usos militares de la nueva tecnología podrían igualmente tener efectos devastadores sobre la Tierra y sus habitantes. Los agentes de guerra biológica creados mediante ingeniería genética podrían suponer en el siglo que viene una amenaza tan seria a la seguridad mundial como las armas nucleares en la actualidad.
La clonación de animales y seres humanos podría llegar a ser algo corriente, y la «replicación» reemplazaría en parte a la «reproducción» por vez primera en la historia. Podrían emplearse clones de animales, diseñados genéticamente por encargo y producidos en serie, como fábricas químicas que segreguen –en su sangre y leche- volúmenes grandes de abaratadas sustancias químicas y fármaco s de uso humano. Podríamos incluso ver la creación de una gama de nuevos animales quiméricos, incluidos híbridos de animal y persona. Podría, por ejemplo, llegar a ser realidad un ser chimpumano, medio chimpancé, medio ser humano. Podrían utilizarse ampliamente los híbridos de animal y ser humano como sujetos experimentales en las investigaciones médicas y como «donantes» de órganos para xenotrasplantes. La creación artificial y la propagación de animales clonados, quiméricos y transgénicos podrían suponer el fin de la vida salvaje, sustituida por un mundo bioindustrial.
Habrá padres que prefieran concebir sus hijos en tubos de ensayo y gestarlos en vientres artificiales, fuera del cuerpo humano, para librarse de las molestias del embarazo y garantizar un entorno seguro, transparente, donde pueda vigilarse el desarrollo de su hijo antes de nacer. Se podrían hacer cambio genéticos en los fetos humanos dentro del seno materno para corregir anomalías y enfermedades mortales, y para mejorar el carácter, la conducta, la inteligencia y los rasgos físicos. Los padres podrían diseñar algunas características de sus hijos, alterando decisivamente la noción de paternidad. Los niños «a gusto del cliente» prepararían el camino al nacimiento de una sociedad eugenésica en el siglo XXI.
Millones de personas podrían obtener una lectura genética detallada de sí mismas, y así vislumbrarían su futuro biológico. La información genética les daría el poder de predecir y planificar sus vidas de acuerdo con unas pautas que nunca antes han sido posibles. Pero escuelas, patronos, compañías de seguros y gobiernos podrían usar esa misma «información genética» para determinar el curso de la educación de una persona y sus perspectivas de empleo, cuotas de seguros y vencimientos; se generaría una nueva forma de discriminación, basada en el perfil genético. Podrían transformarse nuestras nociones de sociabilidad y equidad. La meritocracia daría paso a la geneticocracia, donde individuos, grupos étnicos y razas serían clasificados y encasillados, cada vez más, conforme a su genotipo, impulsando en todo el mundo un sistema informal de castas biológicas.
El siglo de la biotecnología podría introducir algunos de estos cambios, o puede incluso que la mayoría de ellos, y muchos más en nuestra vida cotidiana; nuestra consciencia individual y colectiva, el futuro de la civilización y de la misma biosfera quedarían profundamente afectados. Los beneficios y los peligros de lo que algunos llaman «la última frontera tecnológica» son a la vez apasionantes y escalofriantes. No obstante, pese al potencial formidable y las sombras ominosas de esta revolución técnica extraordinaria, hasta ahora se ha prestado mucha más atención pública a la otra gran revolución técnica del siglo XXI: los ordenadores y las telecomunicaciones. Eso está a punto de cambiar. Tras más de cuarenta años de seguir sendas paralelas, las ciencias de la información y de la vida están empezando a fundirse, lentamente, en una sola fuerza tecnológica y económica. El ordenador se usa cada ves más para descifrar, gestionar y organizar la vasta información genética que es la materia prima de la naciente economía biotecnológica. Los científicos que trabajan en el nuevo campo de la «bio-informática» están extrayendo la información genética de millones de años de evolución, y así están creando un nuevo y potente tipo de «bancos de datos biológicos». La rica información genética que se guarda en ellos sirve a los investigadores para rehacer el mundo natural.
El maridaje de los ordenadores y los genes altera para siempre nuestra realidad, hasta los niveles más profundos de la experiencia humana. Para empezar a comprender la dimensión del cambio que está teniendo lugar en la civilización humana conviene dar un paso atrás y entender mejor la naturaleza histórica de los muchos cambios que están ocurriendo a nuestro alrededor tan cerca ya del nuevo siglo. Estos cambios suponen un giro de la civilización. Estamos en las agonías del parto de una de las grandes transformaciones de la historia mundial. (…)
Re-Evolución!
http://anonimxslibertarixs.wordpress.com/page/10/