Extractos de “Manuscrito encontrado en Vitoria” (Los Incontrolados 1977)

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Compañeros,
La entrada en acción es a la guerra lo que el pago al contado es al comercio.
La batalla de Vitoria del 3 de marzo fue ese momento de la verdad donde todos
los protagonistas de la guerra social tuvieron que parecer efectivamente lo que
eran. Los trabajadores, sin jefes, se lanzaron valientemente a la lucha mientras
que, ante esta innombrable autonomía, tanto patronos como burócratas ente-
rrábanse en el inmovilismo: unos esperando, aunque sin creerlo, que aquélla
reconociese la mediación del sindicato vertical, cuyos «enlaces» eran obligados
a dimitir por los trabajadores, los otros sin esperar ya que pudiera servirles el
reconocimiento de la mediación de su sindicalismo y limitándose a impedir
que su bastión, la factoría Michelín, se sumase a la huelga. En dos meses de
organización autónoma de la lucha (entre asambleas cotidianas fábrica por
fábrica y asambleas comunes dos veces por semana, sin estar éstas habilitadas
para tomar decisiones que no hubiesen sido antes aprobadas en asambleas de
fábrica), los trabajadores de Vitoria reunieron las condiciones prácticas de su
conciencia ofensiva posible;

al adoptar por principios fundamentales sin dis-
cusión posible «todo el poder de la clase obrera para la asamblea» y «todo dentro
de la asamblea, nada fuera de ella» tomaron la iniciativa que puede conducir
a todo, es decir, a la revolución, que no debe dejar nada exterior a ella. Pero
los obreros, mientras, no llegaron a reconocer hasta ese punto el alcance de su
desafío a toda la sociedad existente, y se disimularon a sí mismos el sentido
total de su autoorganización, viendo en ello solamente un mejor método de
defensa. Sin embargo, lo que aún ignoraban, el Estado debía saberlo ya, y la
burocracia sindical que buscaba constituirse aún mejor. En el movimiento que
arrastra a los trabajadores de una empresa, para desmentir a los que hablan en
su nombre y prevenirse contra las maniobras hasta imponer el control directo
de su asamblea general, estos se apropian de una necesidad nueva, la necesidad
de comunicación, y entonces, lo que al principio parecía el medio se convierte
en el fin: la comunicación directa supera a la lucha defensiva contra las repre-
sentaciones, aboliendo las condiciones de separación que vuelven necesaria la
representación. Por eso los representantes sindicales podían decir que se iden-
tificaban con los fines perseguidos pero en absoluto con los medios empleados:
en efecto, las necesidades de la lucha conducían irresistiblemente a los trabaja-
dores al olvido de reivindicar, para así tomar lo que necesitasen. Este proceso
tenía que ser interrumpido donde estuviese más avanzado: Vitoria había llega-
do a ser demasiado ejemplar respecto de lo que puede hacer el proletariado sin
partidos y sin sindicatos, en el momento en que la promesa de concederlos se
consideraba como la respuesta a todas sus necesidades. El 3 de marzo la huelga
era general en la ciudad, y las manifestaciones en el centro de la ciudad asistían
a la construcción de las primeras barricadas y a los primeros enfrentamientos
violentos donde la policía usa las armas. Las ilusiones pacifistas de los comien-
zos se disiparon. La policía se replegó esperando refuerzos. Provisionalmente
dueños de la calle, los trabajadores se contentaron con reforzar el sistema de
barricadas, y lo que es peor, llegaron tan lejos en su ingenuidad que se presen-
taron, como si nada pasara, en la asamblea prevista en la iglesia de San Fran-
cisco. Para quien no guste de santificar ideológicamente lo que todavía era la
debilidad de la organización autónoma, denunciando a destiempo a la policía,
que como era muy de prever hizo su trabajo, hay que decir que sobre todo fue
la inconsciencia de los trabajadores la que les libró en las peores condiciones a
la capacidad de tiro de sus enemigos: reunidos en la iglesia para escuchar otra
vez los apaciguamientos legalistas de los cantamañanas que aseguraban que la
policía no entrará «porque las autoridades no lo permitirán», al tiempo que la
encerrona se cernía sobre ellos, a pesar de las valientes tentativas de diversión
de los que se quedaron fuera. La policía pudo recoger de este modo la iniciativa
que los trabajadores le habían cedido. Escogiendo la vía de la decisión por las
armas, el Estado corría el riesgo de poner fin a la primera forma espontánea
de la ofensiva proletaria y apostaba, imponiéndole a tiros la conciencia de lo
que estaba en juego, a que no sabría organizar rápidamente sus propias armas
y su respuesta. El franquismo corrió tal riesgo porque lo calculó junto con la
oposición: las burocracias sindicales y políticas dejaron que la represión llegase
y pasase, sin llamar a la huelga nacional general, puesto que por primera vez
en su vida se arriesgaban a ser escuchadas y seguidas, si no precedidas (como
fue el caso de varias huelgas generales locales como la de Pamplona). En la
misma Vitoria, la violencia desesperada de después del tiroteo daba cuenta de
que la determinación de los trabajadores, aunque inorganizada y sin medios,
no había sido aniquilada. Pero la rabia de las acciones destructoras únicamente
expresa, y bien claro, la rabia de no haberlas hecho antes y con más eficacia. La
única superación posible de la lucha consistía en que el motín se transformase
en insurrección, lo que significaba llamar a la revolución en toda España (el
Estado fue perfectamente consciente de ello y se apresuró a cortar las comu-
nicaciones telefónicas de Vitoria con el exterior). Los proletarios de Vitoria
no habían llegado tan lejos en ese terreno: la propia comunicación entre ellos
mismos, cuya autodefensa no imaginaron, se encontró completamente desor-
ganizada por la represión. Fue necesario que la pólvora hablase para que las
asambleas callasen: el silencio reina en Vitoria. La Comisión de trabajadores
de la factoría de Forjas Alavesas que lanzó la huelga el 9 de enero escribió en
su análisis de la lucha: «No hay mejor forma de resolver el conflicto que desar-
mar a una de las partes. Hemos vuelto al trabajo sin conseguir todas nuestras
aspiraciones. Primero porque nos obligan las metralletas. Y segundo, nos han
desarmado, entendiendo como arma fundamental la asamblea» (Valoración de
la huelga de Forjas Alavesas). Como cada vez que toma la iniciativa del ataque
frontal, el Estado obligó a los trabajadores a transformar el propio método de
guerra de ellos en el suyo. Y para dominar este método antes de ser dominados
-como en la guerra civil- con el fin de utilizarlo sin reproducirlo en nada, como
deben hacer con todo lo que se apropian en este mundo, harán falta todavía
para la clase obrera otros muchos Vitoria.(…)

Compañeros,
Lo que hemos vivido ha sido sólo el principio aún suave, de lo que deberá
venir y durará mucho tiempo. Para el nuevo movimiento revolucionario que
nace espontáneamente del suelo de la sociedad española modernizada, se trata
ante todo de organizarse y unificar coherentemente la base de su proyecto de
subversión de la sociedad de clases. La crítica sin concesiones de las carencias
aún no superadas del proletariado -a comenzar por sus ilusiones ideológicas
respecto a sí mismo, a su lucha y a los que hablen en su nombre, y por su tácti-
ca predominantemente defensiva- y la crítica sin concesiones de la tentativa ac-
tual de adaptación capitalista, ligando su suerte a los actos proletarios radicales
-que no tardarán en ser abundantes tras la decepción inevitable que sucederá a
las elecciones-, y a su porvenir, debe aceptar compartir el aislamiento presente
de los mismos. En el momento en que todos los traficantes de ideas muertas
«salen de la clandestinidad» para apresurarse a coger un stand en el espectáculo
político y cultural, esta crítica halla su medio de existencia en la nueva clandes-
tinidad de la vida real, sin expresión oficial, donde se esbozan nuevas prácticas
y nuevos gestos de rechazo. De este modo prepara, más allá de las ilusiones
transitorias, el terreno en el que van a encontrase todos los que, sintiendo ya
la necesidad de la verdad, buscan los medios de imponerla prácticamente. En
primera fila de estos medios se encuentra el lenguaje crítico autónomo, sin el
cual la revolución no puede comprenderse a sí misma sin mediación ideoló-
gica, ni nombrar a sus enemigos. Hay que terminar con la tradición obrerista
que ha pesado demasiado tiempo en el movimiento revolucionario español,
su anti-intelectualismo. El rechazo de la actividad teórica justificado por la
ideología más o menos disfrazada de ausencia de ideas, y que hoy le vuelve en
forma de un sindicalismo sin nombre, sirviendo a los intelectuales obreristas
y a los obreros intelectualistas, es tanto más criminal cuanto que hoy cuenta
ante todo la conciencia de lo necesario, y las armas de la crítica acompañan a
la crítica de las armas.
Aún más inmediatamente peligrosos son los burócratas de los sindicatos
y partidos, quienes han tenido que tolerar la democracia obrera para ser ellos
mismos tolerados por los trabajadores, sin poder asentar su sindicalismo. Ellos
saben que tendrán que aplastar todas las manifestaciones de autonomía, so
pena de ser ellos mismos aniquilados. El contraataque ya ha comenzado; sus
calumnias, amenazas, delaciones y violencias contra revolucionarios aislados.
En adelante ya no se trata para los burócratas sólo de abandonar a los traba-
jadores radicales a la represión, sino de entregarles y reducirles al silencio sea
cual sea el medio empleado. La autodefensa contra toda la policía y servicio de
orden del color que sea está a la orden del día. Y la sentencia de las barricadas
de mayo del 37 también: la revolución no ha hecho hasta aquí más que trans-
formar el estalinismo y sus aliados. Hoy se trata de destruirlos.
Compañeros,
Las armas que sirven para la defensa de los trabajadores en tando que asa-
lariados serán las últimas armas de defensa del trabajo asalariado. Y para que el
proletariado pase a la ofensiva con su método de guerra específico debe lograr
su autonomía, separándose de todo lo que le une al viejo mundo: la lucha de
conquista exige armas de conquista.
¡ABAJO LOS SINDICATOS Y LOS PARTIDOS!
¡ABAJO LA SOCIEDAD DE CLASES!
¡VIVA EL MOVIMIENTO DE LAS ASAMBLEAS!
¡VIVAN LOS PIQUETES!
¡VIVA EL PODER ABSOLUTO DE LOS CONSEJOS OBREROS!