El Manifiesto de los Exégetas

BenjaminPéret

EL MANIFIESTO DE LOS EXÉGETAS de Benjamín Péret
Balance. Cuadernos de historia del movimiento obrero internacional y de la Guerra de España. Cuaderno número 28. Barcelona, julio 2003. Introducción y traducción de Agustín Guillamón.

INTRODUCCION.
Benjamin Péret, que en 1936 era ya un reconocido poeta surrealista, era también un activo y destacado militante trosquista.Benjamin Péret nació el 4 de julio de 1899 en Rezé (cerca de Nantes, Francia) y falleció en París el 18 de septiembre de 1959. Fue enrolado en el ejército durante la Primera Guerra Mundial. Acabada ésta participó en las actividades del grupo dadaista, y en 1920-1924 junto con Breton, Aragon y Eluard intervino en la formación del movimiento surrealista. En 1926 se adhirió al Partido comunista. Estuvo en Brasil desde 1929, donde se unió a las filas de la Oposición de izquierda (trosquista), en abril de 1931. En diciembre de ese mismo año fue expulsado de este país por sus actividades políticas. De nuevo en Francia participó en todas las actividades surrealistas y firmó las declaraciones del grupo contrarias al estalinismo. No pudo afiliarse a la Liga comunista a causa de la exigencia de Naville y Molinier de que declarase que el surrealismo era contrarrevolucionario. Militó en Union Communiste hasta marzo de 1934. Se mostró remiso a la táctica entrista, propugnada por Trotsky (consistente en entrar en los partidos reformistas de masas N. de R.). Muy activo en política desde 1932, participó en la campaña de auxilio al Trotsky exiliado. En 1934 lanzó un llamamiento por la unidad obrera contra el auge del fascismo en Francia. En la primavera de 1935 viajó con Breton a Canarias, donde entraron en contacto con los surrealistas españoles. En 1936 se editó “Je ne mange de ce pain-là”, que contiene un poema extremadamente peyorativo de Macià, presidente de la Generalidad.Tras una breve estancia en el grupo “Contra Ataque” de Georges Bataille, ingresó en el Partido Obrero Internacionalista (POI), de carácter trosquista, desde su fundación en junio de 1936. El 5 de agosto de 1936 llegó a Barcelona junto con el director de cine Léopold Sabas y Jean Rous, miembro del secretariado internacional. Estos tres delegados del Movimiento por la Cuarta Internacional tenían la misión de facilitar la colaboración de los trosquistas con el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), sobre todo en el plano militar y político. Rous y Péret tomaron la palabra en el entierro de Robert de Fauconnet, militante trosquista francés de la Columna Internacional Lenin, caído en el frente de Huesca el 1 de septiembre. Péret había realizado en el mes de agosto una primera visita a los distintos frentes y, desde el 5 de septiembre, tras la marcha de Jean Rous a Francia, se convirtió en el delegado del POI en España. Tal cargo, unido a su fama de poeta surrealista transgresor y provocador, ferozmente anticlerical, no desmerecieron nunca su extrema modestia y sencillez, ejemplificada magistralmente en la anécdota del encuentro con Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalidad, que narra Mary Low en su libro sobre España. Miravitlles confundió a Péret, vestido con alpargatas y mono azul, con un peón, cuando éste tímidamente le pidió permiso para entrar a su despacho. La misma Mary Low, a quien Péret prologó en 1942 un libro de ensayos, nos muestra a un beatífico Péret haciendo guardia en el Hotel Falcón con fusil al hombro, mientras un gato ronronea entre sus piernas. Desde octubre de 1936 Péret trabajó como locutor en lengua portuguesa de la Radio del POUM. El deterioro de las relaciones entre trosquistas y poumistas alcanzó tal crispación que hizo imposible la mera permanencia de los trosquistas en las filas o las milicias del POUM. Dada la creciente amenaza de liquidación política y física de los trosquistas, la absoluta impunidad de los estalinistas y el rechazo de los poumistas a tolerarlos en sus filas, en marzo de 1937 Benjamin Péret tuvo que refugiarse en la Columna Durruti, en el sector de Pina de Ebro, y a finales de abril de 1937, junto con su compañera Remedios Varo, y Munis, dirigente de la Sección Bolchevique-Leninista de España, marchó a París. Allí reemprendió sus actividades profesionales de corrector y de militancia en el POI. Colaboró en los dos números de “Clé” y en las actividades de la FIARI (Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente), nacida a raíz del manifiesto “Por un arte revolucionario independiente” redactado en julio de 1938, en México, por Trotsky y Breton. El 3 de septiembre de 1938 se fundó formalmente, en Perigny, en casa de Rosmer, la Cuarta Internacional. En febrero de 1940 Péret fue movilizado, y en mayo encarcelado por sus actividades políticas. Salió de la prisión de Rennes en julio de 1940, gracias al soborno aceptado por un guardián nazi. Desde marzo de 1941 vivió entre los miles de personas que en Marsella esperaban conseguir visado y pasaje para huir de la Francia de Vichy, trabajando algún tiempo en la cooperativa trosquista Croque-Fruit, hasta que en octubre de 1941 consiguió embarcar con destino a Casablanca y de allí a México, acompañado por Remedios.Permaneció en México hasta 1948 donde militó con Munis en el Grupo Español en México de la Cuarta Internacional (GEMCI). Péret utilizó en México el seudónimo de “Peralta”. Desde 1941 hasta 1943 publicó en castellano, en “19 de Julio” y “Contra la corriente”, órganos del GEMCI, excelentes artículos de análisis político sobre los principales acontecimientos que jalonaron la Segunda Guerra Mundial. Péret, con Munis y Natalia Sedova (la compañera de León Trotsky, quien ya había sido asesinado en 1940 por el estalinismo N. de R.), inició un proceso de ruptura con la Cuarta Internacional que se hizo definitiva en el Segundo Congreso, reunido en París en 1948. Péret en México vivió muy pobremente, aunque siempre muy activo en los planos cultural y político. En febrero de 1945 editó su folleto “El deshonor de los poetas” que atacaba el nacionalismo y patrioterismo de Aragon y Eluard. En setiembre de 1946 publicó en francés, en la editorial Revolución del GEMCI, un “Manifeste des exégétes” que efectuaba una balance de lo que él consideraba el fracaso y aislamiento de las revolucionarios (y por lo tanto de la Cuarta Internacional), y que a la vez constituía una detallada exposición de las discrepancias existentes entre el GEMCI y el secretariado internacional, entre las que destacaba la definición de capitalismo de estado, dada por Munis y Péret al régimen ruso.Munis y Péret llegaron a Francia a principios de 1948. Munis y sus seguidores fueron expulsados de la Cuarta Internacional en 1949, a causa de la crítica a las posiciones oficiales de la Internacional, que aún consideraban a la Unión Soviética como un “Estado obrero degenerado”, así como a su rechazo a la intervención de los revolucionarios en las luchas de liberación “nacional” contra el nazismo que, tanto Munis como Péret y Natalia, calificaban como contrarias a las tesis clásicas del marxismo revolucionario, que propugnaban la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil revolucionaria contra la propia burguesía. Péret continuó colaborando en las revistas surrealistas y con el Grupo de exiliados españoles, que constituidos como Grupo Comunista Internacionalista (GCI), se unieron a un grupo de exiliados/emigrantes vietnamitas, a la tendencia Galienne-Pennetier surgida en el segundo congreso, y al que se sumaron diversas personalidades, para constituir una efímera Unión Obrera Internacional (UOI). Munis y los españoles del GCI crearon en Barcelona y Madrid una primera infraestructura para reemprender una lucha revolucionaria contra el franquismo. Intervinieron en la huelga de tranvías de Barcelona de marzo de 1951. A principos de 1953 el grupo cayó en manos de la policía y Munis fue encarcelado hasta 1957. En 1952 Péret mantuvo en “Le Libertaire” un debate con los anarcosindicalistas en torno al papel de los sindicatos, como órganos del Estado, en la actual sociedad capitalista, que estuvo en el origen del libro “Los sindicatos contra la revolución”, publicado en 1968, firmado conjuntamente por Munis y Péret. Benjamin Péret realizó varios viajes semiclandestinos a la España franquista para visitar a Munis y Jaime Fernández en el penal de Santoña. En 1958 Munis y Péret fundaron un pequeño grupo revolucionario denominado Fomento Obrero Revolucionario (FOR), al que se sumó Jaime Fernández, que alejado de la tradición trosquista, intentó aplicar el análisis histórico y social propio del marxismo revolucionario a los nuevos fenómenos sociales y políticos del capitalismo, expuesto en su órgano “Alarma”, editado desde 1959 hasta 1993, y que se sintetizó en “Pro Segundo Manifiesto Comunista”, editado en 1965, como ampliación y desarrollo de un folleto: “El Proletariado entre los dos bloques”, editado en 1949 por la UOI, que había sido elaborado conjuntamente por Munis y Péret.Benjamin Péret es un raro ejemplo de coherencia personal y política, de poeta y militante comprometido durante toda su existencia con el surrealismo y el marxismo revolucionario.
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La gran fuerza del Manifiesto de los exégetas reside en el análisis que se hace del estalinismo. Aún hoy el texto de Péret nos permite comprender mejor la caída de los regímenes estalinistas que esas teorías sobre la derrota del comunismo o lo que es lo mismo, de la victoria del capitalismo, y las descabelladas teorías sobre la transición del capitalismo al comunismo en Rusia. Rusia en 1946 era una sociedad caracterizada por el capitalismo de Estado, y en la que se estaba formando una clase dirigente, que era una variante de la burguesía imperante en el resto del mundo. Y como predecía Péret su integración con el resto de la burguesía mundial sería rápido e inevitable, tal como sucedió. La caída del estalinismo en 1989-1991 ha supuesto la rápida integración del decadente e ineficaz capitalismo de Estado ruso en el capitalismo mundial, porque no eran sino lo mismo. Pero esa integración no puede sino facilitar y acelerar la decadencia global del sistema capitalista mundial. No se ha dado ninguna victoria del capitalismo, ni muchos menos una transición del comunismo al capitalismo, sólo hemos asistido al fin de los “particularismos” del capitalismo existente en Rusia.
El texto de Péret, a casi sesenta años de distancia, es más actual y perspicaz que las montañas de tinta con las que la voz de su amo canta la pretendida victoria definitiva y eterna del capital.
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“PERALTA” [PERET, Benjamín]: “Le “Manifeste” des exegetes”. [“El “Manifiesto” de los exégetas”]. Editorial Revolución, México DF, 1946.
Quisiera tratar desapasionadamente el “manifiesto” de la preconferencia de la IV Internacional del pasado abril. Pero sólo se puede constatar que no aporta ninguna solución real a los problemas actuales del movimiento obrero y de la revolución socialista a la que apunta este último porque a estos problemas, ese texto opone un análisis basado en postulados que una crítica rigurosa reduciría a la nada, provocando el desplome de todo el edificio teórico, agrietado a medida que se construía. Primero debe subrayarse que este “manifiesto” sólo tiene de manifiesto el nombre. Es el documento de la beata vanidad, un interminable diploma de autosatisfacción que se otorgan sus redactores en nombre de nuestra Internacional: todo es lo mejor en el mejor de los mundos troskistas puesto que todo lo que dijimos se ha verificado, y si, por ventura, la realidad se bate en duelo con algunas de nuestras previsiones, se echa un púdico velo sobre esta fastidiosa realidad que se obstina en contradecirnos con la esperanza de que modifique pronto su aspecto.
¿Es este un método revolucionario? ¿Podremos educar así a las masas? ¿Nos estamos preparando realmente para ser el partido mundial de la revolución socialista? Digamos enseguida que no y que, por este camino no llegaremos nunca. Por el contrario, es así como pasaremos, impotentes, al lado de situaciones revolucionarias sin poder hacernos oir de los trabajadores, indefinidamente condenados a nuestro raquitismo actual. Haber tenido razón desde la a hasta la z (y no es el caso) sin que la clase obrera se haya dado cuenta durante siete años, es evidentemente haberse equivocado, a menos que la clase obrera no haya permanecido tan lejos de nosotros que aparezcamos como energúmenos ultraizquierdistas a los que no comprende, y esto también significaría que nos hemos equivocado.
Pero si la clase obrera obrera no ha venido a nosotros, en Europa por ejemplo (dadas las dificultades materiales para un pequeño partido de hacerse oir en condiciones de ilegalidad que han prevalecido durante toda la guerra) es sencillamente porque la falsedad de los puntos de vista que sostuvimos al inicio de la guerra ha sido sensible para la mayoría de los trabajadores, que no veían ninguna razón para defender a la URSS, simple aliado de Hitler o del imperialismo anglosajón. Por otra parte, el mantenimiento por parte de nuestra organización de posiciones periclitadas, ha tenido por consecuencia una pusilanimidad de los dirigentes que no han sabido aprovechar las distintas circunstancias que se les han ofrecido desde el comienzo de la guerra pues en todos los casos, encadenados por consignas caducas, les ha faltado audacia, tanto para analizar la situación como para sacarle partido. Así pues nos hemos equivocado y nuestro deber inmediato e imprescriptible, en tanto revolucionarios, es buscar las fuentes de nuestro error sin intentar engañarnos suponiendo que se trata de errores secundarios.
En realidad, en lugar de entregarse a un trabajo crítico, los redactores del “manifiesto” han recogido piadosamente los textos sagrados que han sometido a una exégesis detallada puesto que declaran fríamente, aunque de forma implícita, que nuestras tesis de antes o del inicio de la guerra, en su conjunto, han resistido la prueba de los hechos, lo que es una falsedad irritante.
Es ahí donde el “manifiesto” ha fallado más. Un manifiesto ante todo debe tener capacidad de agitación, ser breve y resumir en frases brillantes la situación del momento para expresar consignas de movilización. Salta a los ojos que este “manifiesto” en lugar de agitar, se limita a sumir al lector en un profundo sueño.
EL PACTO STALIN-HITLER.
En primer lugar, este “manifiesto” parte de la idea preconcebida, aunque no expresada, de que no ha sucedido nada desde 1939, que la guerra sólo ha sido una pesadilla al despertar de la cual uno se encuentra en el mismo punto de partida que antes; un “Estado obrero degenerado” enfrentado a unos imperialismos empeñados en perderlo. De esta posición se desprende forzosamente una táctica errónea que reposa, por otra parte, en la idea de la necesidad de una educación incesante de los trabajadores. De este modo la cuestión no es ya mostrar a los trabajadores la necesidad de derribar al capitalismo para instaurar un poder obrero que conduciría la sociedad hacia el socialismo. Todo trabajador europeo, cuando se rasca el barniz pequeñoburgués que el capitalismo a veces ha sabido aplicarle con la complicidad, ya sea de los reformistas, o bien hoy de los estalinistas, demuestra saber que no es posible otra salida para la crisis. En consecuencia nuestra táctica de frente único por ejemplo, sólo por esto, ha perdido todo significado, pues los millones de trabajadores que siguen a los reformistas y a los estalinistas no obedecen más que a la ley del menor esfuerzo inherente a todo hombre, y los partidos “obreros”
saben aprovecharse cultivando esta pereza. Así pues, por una parte los trabajadores siguen en tan gran número a los traidores a causa de una pasividad que no hemos sabido sacudirnos, por otra parte, a causa de nuestra insignificancia numérica, consecuencia de lo inadecuado de nuestra propaganda, y por último, ambas causas unidas impiden que los obreros vengan a nosotros, pues estiman con razón que nosotros en la actualidad no somos más que los representantes de una izquierda del estalinismo, del que estamos insuficientemente diferenciados y con el que no hemos roto claramente. Además, estas posiciones sostenidas pese a toda evidencia, sin análisis previo que las justifique, – que no puede existir – encadenan a los redactores del “manifiesto” a una tolerancia frente al estalinismo, que roza a veces la capitulación, pues les impulsa a enmascarar los hechos más llamativos, aquellos contra los que el deber más urgente sería el de enfrentarse enérgicamente y extraer las necesarias conclusiones. Es así como, en el pasaje relativo al “auge y caida del imperialismo nazi”, se oculta púdicamente el pacto Hitler-Stalin, que es mencionado sólo episódicamente. ¿Por qué? Sencillamente, porque si fuera cierto que “la labor del Estado nazi fue la de aplastar a la clase obrera en Alemania y dominar la Europa capitalista”, sería falso que su tarea haya sido “aplastar a la URSS”, en tanto que heredera de la revolución de Octubre. Aliándose a Hitler, Stalin le ha ayudado poderosamente a aplastar a la clase obrera alemana y a preparar su masacre. ¿En efecto, que podían pensar los trabajadores alemanes, para quienes Rusia encarnaba la tradición revolucionaria de 1917, situados de repente frente al pacto de su opresor nazi con el “padre de los pueblos”, sino que interesaba a la clase obrera alemana batirse contra las “plutocracias” occidentales, puesto que Stalin se enfrentaba a ellas? No podía tratarse más que de una “genial” maniobra táctica en espera de la hora de la revolución socialista. ¿En fin, era mejor silenciar ese pacto y no comentarlo ni denunciar el carácter imperialista que la posterior actitud de Moscú a puesto en evidencia? En efecto, si en 1939, este pacto podía aún aparecer como una de esas repugnantes maniobras tan propias del estalinismo, hoy no tienen más sentido que el de un nuevo giro a la derecha, que sitúa definitivamente al estalinismo en el plano imperialista. El reparto de Polonia con Hitler, seguido por la absorción de los Estados bálticos, y luego de Besarabia, no era para Stalin, como bien hemos visto, más que una manera echarles mano, puesto que hoy domina, directamente o por mediación de sus títeres generalmente aliados de la canalla reaccionaria, toda la Europa oriental.
No existía entre la Alemania hitleriana y la Rusia estalinista ninguna contradicción inherente al régimen de propiedad imperante en uno y otro país. De otro modo ese pacto hubiera sido imposible. Intentad imaginar — lo que es evidentemente insensato — un pacto Lenin-Hitler. El solo acoplamiento de estos dos nombres hace rechazar sin más esta hipótesis. Pero si tal hipótesis es insensata y si el pacto Stalin-Hitler ha sido realidad, es porque entre la época de Lenin y la de Stalin se han producido tales modificaciones que no pueden ser consideradas cuantitativas, sino cualitativas. ¿El deber de los redactores del “manifiesto” era el de escamotear esas modificaciones, o bien el de iluminarlas para que la Internacional pudiera discutir y tomar las resoluciones adecuadas? Evidentemente debían haberlas expuesto con el máximo detalle, no en un manifiesto que tiene un objetivo bien distinto, sino en un estudio preciso y riguroso, del que debían pedir a la Internacional que discutiera las conclusiones, en lugar de situar a ésta frente a posiciones intangibles, pues declarar como hacen que “la URSS, este vasto sector del mercado mundial sustraido a la explotación capitalista en 1917, está siempre en pie”, supone resucitar una contradicción hoy abolida, y afirmar que la guerra no tuvo ninguna influencia sobre la URRS y que sigue siendo un “Estado obrero degenerado” como antes, como si esta degeneración, obediente al deseo de los redactores del “manifiesto”, pudiera mantenerse igual que antes de la guerra, permanecer inmutable, en lugar de evolucionar como lo hubiera hecho de todas formas, incluso sin guerra. Y si a esto se añade que la URSS “amenaza engullir a otros muchos países situados en sus fronteras”, no se hace en realidad, más que denunciar la tendencia expansionista del Kremlin sin osar confesarlo francamente ni recordar que todo país imperialista actúa igual si le es posible. La opresión rusa simplemente ha sucedido, en esos territorios, a la opresión nazi, el partido stalinista al hitleriano, la Gepeú a la Gestapo, sin que las masas se hayan beneficiado en nada. Siguen siendo las víctimas del stalinismo como lo fueron del nazismo.
Pero volvamos al pacto Hitler-Stalin. Para justificar su actitud de derviches, los redactores del “manifiesto” nos citan las tesis de la IV Internacional al inicio de la guerra donde se decía que la contradicción entre la URSS y los Estados imperialistas era “infinitamente más profunda” que entre estos últimos, por lo que concluyen que “sólo a partir de esta estimación puede explicarse el estallido de la guerra de Hitler contra la URSS después del pacto Hitler-Stalin”. ¡Sólo así! Pero Hitler y Mussolini en su correspondencia no aluden ni una vez a esta famosa contradicción, a decir verdad exactamente parecida a la que opone al imperialismo alemán con su cómplice y rival anglosajón. ¿Existía alguna contradicción entre dos sistemas de propiedad cuando Mussolini atacó al imperialismo francés en junio de 1940? Evidentemente no más que el que existía cuando Stalin atacó al Mikado en 1945. En efecto, los dos cómplices no habían previsto, para justificar su agresión, más que metas estratégicas: los recursos agrícolas de Ucrania necesarios para la continuación de la guerra, al igual que Stalin, hoy se prepara para la próxima masacre sometiendo la mitad de Europa a su yugo, absorbiendo el petróleo del norte de Irán, intentando dominar China, los Dárdanelos, Grecia, etc. Por otra parte, los redactores del “manifiesto” no imaginan ni por un instante que la IV Internacional haya podido equivocarse cuando la burocracia estalinista intentaba aún disimular el sentido de su evolución cubriendo sus empresas con una máscara táctica que la situación internacional le facilitaba usar. Pero esta máscara se ha usado tanto que el tiempo la ha convertido en una tela de araña que ya no esconde nada. ¡Qué les importa a los redactores del “manifiesto” que, con los ojos de la fe, reconstruyen la máscara
a partir de la tela de araña! Mantener hoy esta posición es atarse las manos frente al estalinismo, que ya no puede combatirse eficazmente si se sigue defendiendo a Rusia, pues uno a modelado a la otra, y ambos no forman ya más que un todo contrarrevolucionario coherente a los ojos de las masas de Europa oriental y de parte de Asia.
El pacto Hitler-Stalin marca un giro definitivo en la historia de la contrarrevolución rusa, consecuencia de sus victorias sobre el proletariado ruso y mundial, y su paso al plano de la rivalidad interimperialista. Significa que ya no queda nada de la revolución de Octubre, que la burocracia ha adquirido posiciones políticas y económicas únicamente destructibles por la vía de una nueva revolución proletaria en Rusia. Sostener en la actualidad una política en defensa de la URSS, cuando los acontecimientos de los últimos años muestran su falsedad, es en realidad inclinarse ante la contrarrevolución staliniana y dejarle el campo libre para burlar, oprimir y encadenar a las masas, es orientarse hacia la capitulación.
LA DEFENSA DE LA URSS, LA OCUPACION DE EUROPA ORIENTAL Y EL PAPEL DEL STALINISMO.
“La defensa de la URSS coincide en principio con la preparación de la revolución proletaria… Sólo la revolución mundial puede salvar la URSS para el socialismo. Pero la revolución mundial encadena inevitablemente la evicción de la oligarquía del Kremlin.” Estas palabras, que tuvieron alguna vez sentido, hoy no lo tienen, y repetirlas hasta la saciedad bajo una u otra fórmula equivale exactamente a declamar una piadosa letanía. Los redactores del “manifiesto” están ahí puesto que “la burocracia busca asegurarse una posición privilegiada a costa de las masas”. Busca, es decir que aún no la tiene, pero entonces esos millonarios “soviéticos”, que la prensa estalinista de dos mundos ha ensalzado a bombo y platillo, son pues un mito y un mito también los millones de trabajadores-esclavos que la burocracia estalinista desplaza, como rebaños de bueyes, desde un punto a otro de Rusia; pero si no son mitos, hay que admitir que la burocracia estalinista no sólo “busca asegurarse una posición privilegiada a costa de las masas” sino que lo ha conseguido ya apropiándose de toda la plusvalía, sin la cual ¿de dónde esos millonarios soviéticos habrían extraído sus millones?
Subrayemos además que esas posiciones de los burócratas estalinistas han superado desde hace tiempo el estado de privilegiados, pues se han servido precisamente de los privilegios que habían usurpado al principio de su evolución contrarrevolucionaria para izarse por encima de las masas como una verdadera clase cuya estructura definitiva está aún en vías de formación. Sin embargo quizás se prefiere sostener que la contrarrevolución rusa ha constituido una casta y no está creando una clase. Es igualmente posible, pero no cambia en nada el problema. En efecto, la diferencia esencial entre una clase y una casta reside en que la clase tiene por misión histórica desarrollar el sistema de propiedad que la ha engendrado. Tiene pues, al comienzo de su reinado una trayectoria a recorrer progresivamente. Fue el caso de la clase burguesa hoy en decadencia, y visto bajo este ángulo, a la capa dominante de la sociedad rusa no puede dársele el nombre de clase sin adoptar la teoría del colectivismo burocrático. Esta decadencia de la clase dominante encadena, en ausencia de una revolución social que transtorne de cabo a rabo las relaciones de propiedad, la decadencia de todo el cuerpo social. Es en este terreno donde surgen las castas, auténticos productos de la podredumbre general. El tipo clásico es el de los bramanes hindúes ,que provienen de la prolongada decadencia de la civilización de la India. Esta casta de bramanes tiene un carácter religioso que, a primera vista, parece diferenciarla suficientemente de las estratificaciones sociales que se están formando en la Rusia estalinista; sin embargo si miramos con mayor atención vemos que este carácter religioso está en vías de elaboración en Rusia. Los fantásticos honores con los que se rodea a la persona de Stalin tienden evidentemente a convertirlo en el jefe de un nuevo rito, una especie de profeta. La existencia de los creadores de religiones ha sido rodeada de fábulas de la misma naturaleza que las que envuelven a Stalin. El inca era “hijo del sol”, el emperador de China, “hijo del cielo”, Stalin es el “sol de los pueblos”, el “padre de los pueblos”.
Puede señalarse otra diferencia entre casta y clase: esta última, producto de una revolución social, ha adquirido poco a poco “derechos” que a sus ojos, constituyen la justificación de su dominio. En cambio, la casta, nacida de la decadencia de la sociedad, cuando todo, desde las ideas hasta las clases y la propiedad, han sufrido un lento proceso de disolución, no hay nada en el pasado que justifique, inclusos a sus propios ojos, su dominio. No encontrando ninguna respuesta en la tierra, debe necesariamente encontrarla en el cielo de donde extrae su mito.
A nuestro parecer la situación interior rusa desconfía tanto de la posibilidad de creación de una clase sobre la base del capitalismo de Estado existente hoy en Rusia (en consecuencia, no muy diferente de la clase burguesa que conocemos en el resto del mundo) como de una casta de carácter religioso. En realidad, la burocracia estalinista combina hoy estas dos formas sociales. Todavía no se identifica con ninguna de ellas y sólo el ulterior desarrollo de la situación, tanto en Rusia como en el resto del mundo, le permitirá afirmar una u otra tendencia. Pero si la burocracia estalinista llega a formar una clase, ya no podrá jugar en todo caso el papel progresivo de toda clase en su período ascendente puesto que ésta – subespecie de la clase burguesa, repitámoslo – se insertará fuertemente en la burguesía mundialmente considerada y no podrá servir más que a precipitar su decadencia. A menos que se admita la teoría del colectivismo burocrático que, por nuestra parte, rechazamos.
Por supuesto, todo esto sólo tiene validez, en ausencia de una revolución proletaria triunfante.
De todo lo anterior se desprende que la revolución socialista, a la que tienden espontáneamente todos los pueblos de Europa, es para la burocracia rusa una auténtica pesadilla que debe disipar cueste lo que cueste para poder sobrevivir y prosperar, y de ahí la necesidad que tiene de abatir la revolución socialista en todos los sitios donde brote, bajo pena de sucumbir ella misma. El ejemplo de la revolución española es, desde este punto de vista, particularmente clarificador.
En julio de 1936, los trabajadores españoles se apoderaron de todo el aparato económico del país, disolvieron todas las instituciones burguesas, incluida la justicia, la policía y el ejército. El Estado burgués desapareció entonces como un fantasma a las primeras luces del alba. Lo que subsistía en Madrid, no gobernaba sino es con el permiso de los comités obreros. Pero el stalinismo está vigilante y acaba de aplastar en el cascarón el movimiento revolucionario de las masas francesas (junio de 1936). Se levanta contra las milicias obreras en favor del ejército burgués, contra los comités en favor del Estado burgués, trabaja infatigablemente para crear, bajo su control, un gobierno de unión nacional (gobierno Negrín) bajo cuya protección asesina y encarcela a los revolucionarios antes de entregar la revolución a Franco, que acabará su obra, permitiéndole guardar vagamente las apariencias y dejando paso libre a la guerra imperialista, que ayuda a desatar con el pacto Hitler-Stalin, y que una revolución triunfante en España hubiera impedido.
Recordemos que los procesos de Moscú comienzan con la revolución española y dan todo su sentido a la acción que el stalinismo va a emprender en la península. Constituyen una auténtica oferta de servicios dirigida a la burguesía mundial. A esta burguesía, la burocracia staliniana le dice: “Mirad, la revolución ha terminado; hemos asesinado a quienes la llevaron a la victoria. Estamos bien organizados en todo el mundo y somos capaces de hacer lo mismo donde sea necesario. Confiad en nosotros, estamos tan interesados como vosotros en mantener el orden capitalista. Y sólo nosotros podemos salvarlo”. Y lo probaron de nuevo en España como más tarde lo probaron en Europa, en el momento de la “liberación”, en los territorios que ocupan y en los que dominan los partidos stalinianos.
El papel de la burocracia staliniana no ha sido pues el de “arruinar una serie de posibilidades revolucionarias”, sino el de ayudar a aplastar, o aplastar a conciencia todo movimiento revolucionario desde el momento que representara algún peligro para la burguesía, y por lo tanto para la propia burocracia.
[…]
CONCLUSIONES.
En resumen, y para concluir, la IV Internacional no será capaz de cumplir su misión revolucionaria si no abandona sin reservas la defensa de la URSS en favor de una política de lucha sin cuartel contra el capitalismo y su cómplice, el stalinismo.
Para conducir victoriosamente esta lucha, hay que desvelar a cada paso y en la práctica el carácter contrarrevolucionario de la burocracia rusa que se erige en el interior [de Rusia] como una clase en vías de formación, que oprime [en el exterior] a Europa oriental y Asia. Hay que desenmascarar la mentira de sus “nacionalizaciones” y “reformas” agrarias, desarrollar la fraternización entre ocupantes y ocupados, declarando claramente que ni unos ni otros no tiene nada que defender en Rusia, sino que destruirlo todo igual que en cualquier Estado capitalista, así como a los agentes del Kremlin participen o no en el gobierno. La fraternización entre ocupantes y ocupados debe ser el tema central de nuestra agitación en los territorios ocupados, sea cual fuere la potencia ocupante. Es la única forma de combatir el chovinismo tanto entre los vencidos como entre los vencedores, y de preparar en frente internacional de los explotados contra los explotadores. Al mismo tiempo, la evacuación de todos los territorios ocupados, incluidos los ocupados por los rusos, debe exigirse con una creciente insistencia.
En el resto del mundo, debemos mostrar en todo momento que el stalinismo sólo es el agente nacional de la política exterior del Kremlin, cuyos intereses son siempre opuestos a los de la revolución socialista, que sería su definitiva ruina; que la suerte de los trabajadores le es totalmente indiferente; que es el mejor defensor de la burguesía nacional porque no prevé más porvenir que el ligado a la suerte de la contrarrevolución rusa.
Por lo tanto, la consigna del gobierno PS-PC-CGT para Francia, y toda consigna similar en cualquier otro país, debe ser abandonada pues no apunta más que a romper el empuje revolucionario de las masas entregando la vanguardia a la Gepeú (la siniestra policía política de Stalin N. de R.).
La política de frente único de organización a organización en la etapa presente, debe ser abandonada en lo que concierne a los partidos “obreros” tradicionales. Debe ser sustituida, desde ahora, por proposiciones de frente único a las organizaciones obreras minoritarias que sean susceptibles de dar resultados inmediatos, como por ejemplo los anarquistas. Sin embargo, el frente único, en tareas precisas e inmediatas debe ser preconizado sin desfallecer en la fábrica, en la localidad y si fuera posible en la región.
Nuestro programa transitorio debe ser podado del mismo modo. Debe desaparecer por el momento, la reivindicación relativa a la Constituyente, y también todas las consignas que reposan en una concepción progresiva de nuestro programa para las masas en la actual etapa. El mundo atraviesa hoy una crisis revolucionaria aguda y nuestra organización debe prepararse para las luchas decisivas que se avecinan, ya que no puede esperarse ningún desarrollo del capitalismo, sea o no sosegado. Así pues debemos plantear, popularizar y explicar sin descanso la consigna de la formación de consejos obreros democráticamente elegidos en los lugares de trabajo, a fin de que pueda ser aplicada a la primera ocasión. A esta consigna deben añadirse todas las consecuencias que implica: formación de milicias obreras que obedecen únicamente a los comités elegidos por las masas, desarme de las fuerzas burguesas, congreso de los comités obreros, disolución del Estado burgués y creación del Estado obrero.
Al mismo tiempo, en el plano económico, la agitación debe insistir fundamentalmente en la escala móvil de salarios, unida a la escala móvil de horas de trabajo sin disminución de salario, y en todas sus ramificaciones: puesta en marcha por los obreros de fábricas cerradas por los capitalistas, embargo del haber de los capitalistas por los obreros empezando por los beneficios de guerra y del mercado negro, y por último la confiscación de las fábricas y las tierras por los comités obreros democráticamente elegidos en los lugares de trabajo.
Tal debe ser nuestro programa actual. Sólo así los trabajadores comprenderán que “no existe otra salida que la de unirse todos bajo la bandera de la IV Internacional” […]. Ha llegado el momento en que las consignas de propaganda que antes venían como conclusión de nuestros manifiestos, han de transformarse en consignas de agitación inmediata. Lo precedente constituye la política clara y precisa de una vanguardia que se orienta resueltamente a la realización de las tareas revolucionarias y se prepara a guiar el proletariado a la toma del poder en cada país, de donde saldrá la constitución de los Estados Unidos socialistas de Europa y del mundo, consigna final de la IV Internacional. Sin embargo, esta consigna no debe ser imprecisa, como una tarea lejana cuya realización vendrá a su tiempo. Desde ahora mismo debe preparase un plan de producción para satisfacer las necesidades de las masas en la medida que los contactos internacionales lo permitan, por ejemplo entre el proletariado de los países de Europa occidental. Nuestros grupos y partidos deben tomar la iniciativa. Tal plan, opuesto a los proyectos de miseria y de opresión de la burguesía tendría un poder de atracción considerable para todos los trabajadores, pues mostraría concretamente las posibilidades que se desprenden de la destrucción del poder burgués y del establecimiento de los Estados Unidos socialistas y del mundo.

México, septiembre 1946.