Dominique Misein
A pesar de que las múltiples catástrofes que se abaten sobre el ser humano la han puesto duramente a prueba, continúa resistiendo la convicción de que toda la Historia se ha desarrollado siguiendo un recorrido progresivo, si no regular, más o menos constante. La evolución no es una peregrina opinión, si es cierto, y cierto es, que salidos de las cavernas hemos llegado a navegar por el espacio. Hoy mejor que ayer, y peor que mañana. Pero, ¿cuál ha sido el punto de partida de esta carrera irrefrenable? Uno de los padres de la antropología cultural, L.H. Morgan, en su estudio sobre las líneas del progreso humano desde el estado salvaje hasta la civilización, divide la historia de la humanidad en tres etapas: el estado primitivo, el de la barbarie y el de la civilización. Morgan sostiene que este último habría nacido con la invención de un alfabeto fonético y con la difusión de la escritura: “En el principio era el verbo”, dice la Biblia. Ha sido el discurso lo que ha facilitado el camino del ser humano, permitiéndole conjeturar, argumentar, rebatir, discutir, acordar, concluir. Sin el discurso, la torre de Babel de la comunidad humana, no podría haber sido construida. En la fuerza persuasiva de la palabra se manifiesta la Razón, que se convierte así en la técnica de creación y de gobierno del mundo, haciendo que los seres humanos no se destruyan mutuamente sino que se pongan de acuerdo de la manera que consideren mejor. Y la Razón, como decía un sabio romano, es lo único por lo que “nos diferenciamos de los brutos”.
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